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El mundo afectivo

Si queremos conocernos a nosotros mismos tendremos que ir analizando los contenidos de lo que denominamos "vida afectiva". Las tendencias, junto con las emociones, sentimientos y pasiones nos son dadas como algo interior, como experiencias personales íntimas que nos ayudan a configurarnos en el núcleo más profundo de nuestro ser.

Todo el mundo necesita sentirse reconocido, valorado y respetado. Necesitamos comunicarnos “afectivamente”, valorarnos, vincularnos con alguien... Todo ser humano necesita vitalmente amar y ser amado. Todos deseamos gustar, ser queridos, ser reconocidos, apreciados... Buscamos el reconocimiento y la valoración de los demás, necesitamos ser “reconocidos” existencialmente por alguien... ser estimados, deseados, esperados... por alguien, necesitamos vivir por/para alguien...

Somos «emoción» antes que «razón», «afecto» antes que «intelecto» (ver aquí).¿Cómo las emociones influyen en nuestras decisiones? Las emociones están presentes en los procesos de toma de decisiones mucho antes de que se llegue a un proceso racional. El 95% de las decisiones se toma de forma emocional. El mundo emocional es un factor fundamental en el comportamiento humano. Todo ser humano, todo ser viviente, vive en un continuo intercambio con el ambiente, con el propio entorno y con las personas que lo habitan. Así como el individuo no puede dejar de comer, el individuo no puede dejar de tener intercambios con su entorno. La vida es un intercambio de estímulos. Todo individuo recibe y da algo en el contexto en el que vive. Con el ambiente y con las personas que le rodean intercambia tanto cosas materiales (cosas, objetos, bienes, servicios materiales…) como inmateriales (ayuda emocional, ideas, sentimientos, sensaciones, informaciones…).

Los seres humanos asistimos al encuentro con la vida pletóricos de todo tipo de necesidades. Muchas de ellas artificiales y creadas por la cultura en la que crecemos para calmar la ansiedad por el modelo que vida que el mismo sistema sutilmente nos impone. Otras en cambio resultan cruciales para la supervivencia como el alimento, el techo, el abrigo. Y otras resultan determinantes, fundamentales para llevar una vida plena, como lo son las necesidades afectivas. Vivir es afectarse. Sentirse conmovido interiormente por el vaivén que la existencia comporta.  Nuestra manera de estar e interpretar el mundo y dar sentido a la vida, se moldea no solo a base de criterios económicos, laborales o sociales. Miradas, gestos, gritos, silencios, caricias,  palabras... conforman nuestra vida. Nos sentimos “afectados” por todo nuestro entorno. Para una vida saludable esas “afectaciones” han de llenar positivamente nuestra imperiosa necesidad de afecto. La afectividad es un componente esencial de la persona humana.  

Decimos: me siento triste o me siento intranquilo. Es decir, nos encontramos frente a frente con la vida como sensación, con sentimientos epidérmicos, que se quedan en la superficie, o que calan en lo más hondo de nuestro ser; estados de ánimo que nos activan o nos hunden en la más profunda depresión… La vida afectiva la experimentamos básicamente de dos formas fundamentales: a través de los sentimientos y a través de movimientos afectivos que operan en nosotros en la vivencia de sentirse estimulado (emociones). A través de las emociones el sujeto expresa gran parte de su vida afectiva (alegría, tristeza, ira, celos, miedo...), sin emociones seríamos máquinas y por tanto insensibles.

Tenemos necesidad de satisfacer nuestras “necesidades afectivas”. Son necesidades primordiales en el ser humano, unas conscientes otras quizás no tan conscientes. Dentro de las necesidades afectivas hallamos, entre otras, la necesidad de amor-afecto, necesidad de pertenencia y necesidad de reconocimiento. Todo el mundo necesita sentirse reconocido, valorado y respetado. Necesitamos comunicarnos “afectivamente”, valorarnos, vincularnos con alguien o con algo… Todo ser humano necesita vitalmente amar y ser amado. Todos deseamos gustar, ser queridos, ser reconocidos, valorados… Buscamos el reconocimiento y la valoración de los demás, necesitamos ser “reconocidos” existencialmente por alguien… ser valorados, deseados, esperados… por alguien, necesitamos vivir por/para alguien… las mujeres están constituidas para ser “reconocidas” por alguien, necesitan agradar, ser objeto de interés de alguien… Algunas personas, sin embargo, pueden tener interiorizado el sentimiento de que no las quieren, de que no las valoran, de que no las aprecian… Las necesidades afectivas son de suma importancia en el desarrollo del individuo ya que si éstas no logran cubrirse adecuadamente se generará un vacío que llevará al individuo a estar en constante búsqueda y lucha por cubrir esas carencias.

Necesidades y afectividad: necesidades afectivas

“Necesidades”. Las necesidades son la expresión de lo que un ser vivo requiere indispensablemente para su conservación y desarrollo. La necesidad es el sentimiento ligado a la vivencia de una carencia, asociado al esfuerzo orientado a suprimir, satisfacer esta falta, a la corrección de la situación de carencia. La idea de necesidad —sea o no orgánica su causalidad— debe entenderse mucho más allá de sus formas conscientes. Podemos tener necesidades de las cuales quizás no tenemos demasiada consciencia. Una necesidad puede ser inconsciente.
“Afectivas”. Somos seres de relación. Las relaciones que mantenemos con los demás y con nuestro entorno nos afectan, no nos dejan indiferentes. Es decir, toda relación produce en nosotros una reacción, tiene un impacto en nosotros, deja en nosotros una marca, una impresión, una huella. Como consecuencia de esa “afectación” nuestro psiquismo queda teñido por un determinado tinte afectivo: esos seres u objetos con los que entramos en relación pueden resultarnos agradables y nos atraen o desagradables y nos repelen…

El mundo afectivo. Cuando se altera la frecuencia cardíaca suele acompañarse de una emoción o sentimiento de angustia o ansiedad e incluso de temor. Cuando el cuerpo, o más concretamente los músculos, se relajan por efecto de un baño caliente, esta sensación física va acompañada de un sentimiento de confort, de tranquilidad, de agrado psicológico y emocional. A la inversa sabemos que determinadas circunstancias pueden llevar a alteraciones fisiológicas y anímicas y así una mala noticia puede quitarnos el apetito o una situación de estrés aumentarlo.

Cuando entramos en relación con otras realidades estas producen en nosotros sensaciones de agrado o desagrado. Llamamos “afectos” a todos esos estados que nos “afectan”, que nos influyen o motivan. Las experiencias de placer y dolor constituyen la nota cualitativa de las vivencias afectivas y están vinculadas a conductas de acercamiento-huida. Los componentes afectivos “matizan” las vivencias intelectuales y objetivas de cada persona y las hacen únicas e irrepetibles. Los sentimientos, sensaciones y emociones que puede experimentar un sujeto, así como las variaciones de su estado de ánimo, son el efecto de una confrontación entre el entorno percibido y la experiencia que suscita en nuestro psiquismo ese encuentro.

El mundo afectivo, emocional, está constituido por el conjunto de sentimientos y emociones de un individuo. Está integrado por los estados de ánimo, sensaciones, sentimientos, emociones, afectos, instintos y tendencias. El que surjan o no, no es controlable de una manera consciente. Amor ante el bien y odio ante el mal; deseo de un bien futuro y aversión ante un mal futuro; gozo ante el bien presente y dolor (o tristeza) ante el mal. Esperanza ante un bien difícil y desesperación si es inalcanzable. Temor ante un mal inevitable y audacia ante un mal evitable. Ira (o cólera) ante el mal presente. Por combinación de estos tipos de afectos se logra una multitud de sentimientos derivados que constituyen la variada y riquísima afectividad humana. La afectividad es el aspecto más fundamental de la vida psíquica y base a partir de la cual se forman las relaciones interhumanas y todos los lazos que unen al individuo con su medio. Es el acompañante inexcusable de la conducta humana.

Bipolaridad de la vida afectiva. El placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable, lo que me cae bien o me cae mal, lo que siento como bueno o como malo para mi constituyen las dimensiones más generales y, a la vez más elementales de la vida afectiva. En estas dimensiones elementales se capta un carácter fundamental de la vida afectiva y este carácter se encuentra en todos los niveles y fenómenos de la vida afectiva. De un modo convencional se suele denominar positivo al polo de lo agradable, y negativo al polo de lo desagradable. Positivas a las situaciones en que predomina lo agradable; negativas, aquellas en que domina lo desagradable.

Es un hecho incontestable que la expresión afectiva es imprescindible para el desarrollo psicológico normal del individuo, siendo, al mismo tiempo, uno de los factores básicos del equilibrio y del bienestar emocional de la persona. Cuando se produce una modificación en la organización afectiva de la persona, aquélla repercute en todo el individuo, en su eficiencia intelectual, en sus actitudes y en su comportamiento. Junto a los mecanismos afectivos– emociones, sentimientos, instintos, tendencias – muchas veces intervienen también los procesos del pensamiento y de la voluntad. La afectividad es una de las áreas de la experiencia vivida, junto con la inteligencia y la motricidad.

La afectividad

La afectividad constituye uno de los aspectos más importantes de la psicología humana. Es un componente muy importante para la salud y equilibrio psicológico de la persona humana, una dimensión esencial de nuestra vida psíquica. Genéricamente se entiende por afectividad el conjunto de tendencias sensibles (propias de los sentidos) innatas en el hombre, y el eco que dichas tendencias producen en nuestro interior (afectos, sentimientos, emociones o pasiones). Estas reacciones son involuntarias: vienen dadas por las circunstancias y la personalidad de cada uno. Afectividad significa impresión interior producida por algo. Está constituida por un conjunto de fenómenos subjetivos, propios del sujeto que los está viviendo, que acompañan a la vivencia del sujeto al entrar en contacto-relación con algo o con alguien. Es la repercusión subjetiva de una vivencia objetiva. Cada vivencia posee dos componentes, uno intelectual y otro afectivo. Desde el punto de vista intelectual la vivencia es, por esencia, objetiva, se produce al entrar en contacto con un objeto o persona. Pero esta vivencia va acompañada de otras cualidades, lleva consigo un componente valorativo (me cae bien o mal, me resulta agradable o desagradable, me activa o me deprime…)  que es sentido por el individuo de modo inmediato y profundo y que es fruto de la afectividad. Los componentes afectivos “matizan” las vivencias intelectuales y objetivas de cada persona y las hacen únicas e irrepetibles. Esas “afectaciones” no siempre son plenamente conscientes y fáciles de verbalizar y provocan un cambio interior. Un ejemplo. Una naranja. Podemos verla, palparla, olerla; es decir, ir adquiriendo el conocimiento intelectivo de ella a través de los sentidos, hasta este momento es algo puramente objetivo. Pero según el hambre que sintamos, el aspecto apetitoso o no, si podemos comerla sin problemas o nos hace daño, etc.; asociamos ese objeto con el sinfín de sensaciones que nos produce, damos a la naranja un juicio de valor: la declaramos agradable o desagradable. De este modo una vivencia intelectual y objetiva ha quedado matizada subjetivamente por un componente afectivo.

La afectividad se caracteriza por:

  • Ser un estado subjetivo, interior y personal
  • Ser experimentado personalmente por el sujeto que lo vive
  • Su contenido es esencialmente una vivencia, un estado de ánimo que se manifiesta mediante: tendencia, emoción, sentimiento, pasión o motivación. (son las experiencias afectivas más importantes.)
  • Como toda vivencia, deja huella

La afectividad se clasifica de diversos modos, una primera gran distinción que suele hacerse es entre sentimientos y emociones:

  • sentimientos: estados afectivos de mayor intensidad, pero de menor duración y que tiene exteriorizaciones físicas.
  • emoción: suele tener menos intensidad, pero mayor duración.

Las emociones

M. Hernández Pacheco, psicólogo clínico, señala que la palabra emoción proviene del latín emotivo que significa «movimiento o impulso», «aquello que mueve hacia». Por tanto, la etimología nos indica que la emoción es lo que hace que actuemos o sintamos en función de ciertos estímulos internos (interoceptivos) o externos (exteroceptivos) que no podemos controlar voluntariamente. Las emociones son inconscientes y, a diferencia de las cogniciones, no podemos evocarlas a voluntad, surgen de forma espontánea en función de diferentes estímulos o bien mediadas por nuestro pensamiento.

Son muchos los autores que, en la actualidad, están estudiando las emociones a nivel biológico y destacando el papel dominante que ocupan en nuestra vida. Uno de los autores contemporáneos que más insiste en la importancia de las emociones en los procesos psicológicos es Siegel, quien afirma: «… las emociones presentan procesos dinámicos creados dentro de los procesos del cerebro que evalúan el sentido de nuestras acciones y están socialmente influidos…». Las emociones son vitales para la supervivencia y para todo lo que esta conlleva, como el miedo, la búsqueda de pareja o la crianza de los hijos. Nos permiten evaluar, de forma consciente o inconsciente, las oportunidades y riesgos que nos rodean en relación con nosotros mismos y con los demás.

Siegel defiende que la emoción es el resultado de una valoración subjetiva de determinados estímulos que pueden ser tanto internos como externos. Mediante las emociones, por tanto, podemos valorar consciente o inconscientemente si una situación es más o menos favorable para nuestra supervivencia o la de nuestra descendencia. Porges desarrolló el concepto de «neurocepción» para resaltar el proceso neuronal inconsciente que distingue si los estímulos externos (e internos) son seguros, peligrosos o ponen nuestra vida en peligro. Pero este mecanismo –como todos hemos experimentado y vemos en nuestra vida diaria y nuestras consultas– no es exacto y, a veces, puede fallar. Podemos sentir una emoción (y la sensación añadida) que valore erróneamente el peligro al que nos vemos expuestos. Se puede sobrevalorar el peligro y mostrar una reacción excesiva ante un estímulo inocuo, como ocurre, por ejemplo, en el caso de las fobias. O bien, se puede ignorar dicho estímulo porque haya otra emoción que sea más intensa, como en el caso de una mujer maltratada que sigue teniendo relaciones con el maltratador porque el miedo al abandono supera al miedo a sufrir daños físicos.

Las emociones son inconscientes en el sentido de que no podemos controlar su aparición, lo cual va a hacer que dominen de forma involuntaria gran parte de nuestra mente y nuestro cuerpo. Podemos controlar la expresión de la emoción –por ejemplo, sonreír– cuando estamos enfadados, pero no podemos tener ningún control sobre la emoción misma. Los humanos, a diferencia de otros animales, podemos experimentar emociones sin que intervenga el pensamiento, como cuando algo o alguien nos provoca por ejemplo, miedo. Sin embargo, no puede existir cognición sin emoción. Si pensamos en las vacaciones que disfrutaremos en los próximos días, nos emocionaremos de forma positiva; pero si imaginamos que hay cucarachas en nuestra cocina, sentiremos asco o miedo. Las emociones, a su vez, ayudan a modular el pensamiento y a decidir qué acciones vamos a tomar. En los seres humanos, los circuitos cerebrales relacionados con el pensamiento empiezan a madurar a partir de los 2-3 años de edad y no se desarrollan del todo hasta los 25-27 años aproximadamente. En cambio, los circuitos emocionales se desarrollan en los primeros meses de gestación en el útero materno y la mayoría están ya operativos desde el nacimiento. A medida que crecemos podemos sentir emociones y tomar decisiones racionales en función del desarrollo madurativo y de las circunstancias ambientales. Muchas veces será el circuito emocional el que predomine en la conducta, bien porque por edad no esté desarrollado todavía el circuito cerebral relativo al pensamiento o porque la emoción sea tan intensa (generalmente un peligro) que no permita ninguna valoración cognitiva.

La emoción también puede funcionar como una especie de filtro, un atajo que reduce la cantidad de información que hemos de utilizar para responder a estímulos ya conocidos y poder así optimizar las respuestas que nos permiten adaptarnos a diferentes situaciones en el menor tiempo posible y, por consiguiente, con el menor gasto posible de energía. Esto explicaría por qué muchas veces actuamos de forma instintiva y con acierto sin tener que pensar en lo que hacemos, aunque este «instinto» puede ser también fuente de problemas si actuamos de forma impulsiva en situaciones que necesitan o merecen reflexión.

En la experiencia clínica, muchas de las personas que acuden buscando ayuda lo hacen porque existe una lucha entre lo que «saben» que deben hacer (cognición) y lo que «pueden» hacer (emoción). Las emociones, en situaciones que se perciban como generadoras de ansiedad o alerta, van a hacer, por un lado, que pensar se convierta en algo muy difícil o imposible y, por otro, que se pueda actuar de forma impulsiva, lo cual, en ocasiones, puede incluso llegar a ser patológico. Las emociones son disposiciones inconscientes, unas veces positivas y otras negativas, que se originan ante estímulos significativos y se producen en diferentes sistemas cerebrales.

Fisiología de la emoción: regulación del comportamiento emotivo

¿Qué es una emoción? No es fácil definir lo que es la emoción. Podríamos partir de la base de considerarla como una manera de sentir y de reaccionar. Las emociones son reacciones psicofisiológicas que representan modos de adaptación del individuo cuando percibe un objeto, persona, lugar, suceso o recuerdo importante. Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotĭo, que significa «movimiento o impulso», «aquello que te mueve hacia…». En psicología se define como aquella percepción de los elementos y relaciones de la realidad o la imaginación, que se expresa físicamente mediante alguna función fisiológica o pulso cardíaco, e incluye reacciones de conducta como la agresividad, el llanto. Las emociones tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea. Es un estado que sobreviene súbita y bruscamente, en forma de crisis más o menos violentas y más o menos pasajeras. Emociones y sentimientos no son lo mismo. Es importante saber distinguir entre emociones y sentimientos. Las emociones son expresiones fisiológicas, biológicas y de estados mentales. Es un término genérico para referirse a la adaptación por parte de los individuos, a estímulos provocados por personas, animales, cosas… En cambio, los sentimientos son el resultado de las emociones. La palabra sentimiento viene del verbo “sentir” y se refiere a un estado de ánimo afectivo, por lo general de larga duración, que se presenta en el sujeto como producto de las emociones que le hace experimentar algo o alguien.

Se han estudiado las bases neuronales de las emociones y la afectividad. Según esos estudios, en la base de cualquier forma de actividad psíquica hay un núcleo ancestral de conciencia emocional llamado protoconciencia afectiva, que es activado por las áreas cerebrales profundas del llamado cerebro reptiliano.

En su composición podríamos distinguir diversos aspectos:

  • Conocimiento de la emoción. El sujeto percibe una situación de una manera determinada y la puede relacionar con una experiencia pasada, lo que le da en cierta medida una «significación». La evaluación de esta situación se atribuye a las estructuras neocorticales, y en especial a los lóbulos frontales.
  • Expresión de la emoción, en forma de una serie de respuestas somatomo-trices y vegetativas (mímica, vocalización, cambios de color en la piel, peristaltismo, huida, etc.). Se encarga de ello el Sistena Nervioso Vegetativo.
  • La experiencia de la emoción constituye el sentimiento íntimo que acompaña a la experiencia y le da el matiz de agradable o desagradable, en ocasiones con independencia del carácter del estímulo, que puede ser considerado como placentero o desagradable según las circunstancias individuales.

Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas, son guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria. Los sentimientos son el resultado de las emociones, son más duraderos en el tiempo y pueden ser verbalizados (palabras). Fisiológicamente, las emociones organizan rápidamente las respuestas de distintos sistemas biológicos, incluidas las expresiones faciales, los músculos, la voz, la actividad del SNA y la del sistema endocrino, pudiendo tener como fin el establecer un medio interno óptimo para el comportamiento más efectivo. Los diversos estados emocionales son causados por la liberación de neurotransmisores u hormonas, que luego convierten estas emociones en sentimientos y finalmente pueden expresarse también por medio del lenguaje. Conductualmente, las emociones sirven para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, y nos impulsan hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas y nos alejan de otros. Las emociones actúan también como depósito de influencias innatas y aprendidas.

La fuerza de las emociones

La emoción es una agitación interior consecuencia de percepciones, recuerdos, imágenes, pensamientos o juicios asociados a un determinado objeto, persona o situación y que produce una vivencia con manifestaciones fisiológicas (corporales), conductuales y cognitivas. Suelen surgir de forma brusca, inesperada y a veces es difícil de expresar. Toda emoción es respuesta a un hecho o acontecimiento interior (motivo). La intensidad y duración de la reacción que provoca la vivencia son proporcionales a la importancia personal de quien la está viviendo. En nuestro interior esas vivencias producen una modificación afectiva intensa que son subjetivas y oscilan entre dimensiones bipolares: placer-dolor; excitación-tranquilidad; tensión-relajación; alegría-tristeza, etc.

Las emociones tienen mucha fuerza, no sólo en la vida de quien las experimenta, sino también en quienes rodean a esa persona. Son contagiosas. En la mujer, más que en el hombre, es posible observar la influencia de la afectividad en sus comportamientos y sus vivencias.  En la mujer la afectividad y las emociones forman un aspecto fundamental en su vida. Esto se relaciona con la fisiología femenina: las hormonas. La característica cíclica de la actividad hormonal tiene gran influencia sobre los estados de ánimo, condicionando la expresión de diferentes emociones según el momento del ciclo hormonal en el que se encuentre. En algunas mujeres se expresa con más fuerza, en otras con menos, pero todas experimentan la fuerte presencia de las emociones y los sentimientos en sus vidas.

Los afectos, los sentimientos, las emociones son una enorme riqueza, una fuerza que puede llevarnos a hacer grandes cosas porque nos da toda la energía que necesitemos. Eliminar los afectos, emociones o sentimientos es un error. Con ello empobreceríamos la vida propia y la de los demás; le estaríamos diciendo NO a nuestra naturaleza humana. La afectividad y la emotividad son elementos propios del ser humano. Querer eliminarlos es mutilarnos a nosotros mismos. Los afectos son una energía siempre presente en nosotros y muy decisiva, una persona sin afectos es como si estuviera muerta. Pero tampoco se trata de convertirnos en sus esclavos. Es importante saber manejarlos y encauzarlos, y no ser manejados por ellos. Son una enorme riqueza, una fuerza que puede llevarnos a hacer grandes cosas porque nos da toda la energía que necesitemos. Pero puede destruirnos si no los sabemos integrar. Si un individuo quiere llegar a su realización debe aceptar y construir sobre esta realidad. La educación puede modificar o influir la naturaleza mejorándola, pero nunca debe buscar destruirla o negarla.

Conocer las bases de la afectividad, sus mecanismos, el origen de las emociones y algunas tácticas para encauzarlas y manejarlas, nos harán más dueños de nosotros, más capaces de aprovechar positivamente la influencia y la energía que nos ofrecen nuestros estados de ánimo y seremos, en definitiva, personas más maduras. Creceremos interiormente porque serán los elementos superiores de nuestra personalidad: voluntad e inteligencia, los que guiarán y conducirán nuestras decisiones y actos. Esto tiene dos grandes ventajas: una mayor facilidad para la armonía de la vida social y una mayor independencia para poder pensar con serenidad y de forma más racional.

Fuente: Elaboración a partir de materiales diversos

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Ver también:

Somos «emoción» antes que «razón», «afecto» antes que «intelecto»

Las necesidades psicoafectivas (I)

La afectividad femenina

Sección: Les necesitats humanes


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