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MUERTE Y RESURRECCIÓN DE JESÚS. Testimonio neotestamentario

El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús

Las primeras tradiciones neotestamentarias

«¿Qué va a ser de mí, de ti?»

Somos seres multidimensionales: homo «economicus», «faber», «ludens», «prosaicus», «poeticus» …  Desde las neurociencias se nos indica que además, por naturaleza, también somos seres «espirituales», con capacidad para «trascender» más allá incluso de nuestras estrictas necesidades de supervivencia.

Hay, sin embargo, personas tan atareadas, ocupadas, abrumadas, tan apegadas a lo inmediato, a lo contingente, a sus quehaceres cotidianos que apenas si cultivan su dimensión «trascendente». De vez en cuando conviene levantar la cabeza y elevar la mirada más allá del horizonte. Hoy, en nuestras sociedades, en el ámbito de las creencias, junto a una pléyade de creyentes de toda clase y condición hay también muchos que se declaran increyentes, ateos, agnósticos, indiferentes...

Por otra parte, hay cuestiones, preguntas, interrogantes que a menudo pululan por nuestra mente, acuden a nuestro pensamiento despertando en nosotros cierta inquietud, incluso en los momentos de mayor lucidez hasta desasosiego, no paran de interrogarnos... Una de esas grandes preguntas radicales, que van al fondo, que nos inquietan permanentemente, Kant la formuló preguntándose en primera persona «¿qué me cabe esperar?» o, según la formulación de otro gran filósofo, Zubiri, ...tras este breve, efímero, fugaz abrir y cerrar de ojos que supone la vida de cada uno de nosotros «¿qué va a ser de mí?».

«¿Qué va a ser de mí, de ti?»  ¿Es posible la esperanza en medio de una experiencia humana tan negadora como es la muerte que nos amenaza a todos de modo tan implacable? Espiritualidades, religiones, teologías, sabios de todos los tiempos han intentado bucear en tan inquietante interrogante y han esbozado algunas respuestas. Para algunos el hombre es un ser puramente material, que vive para satisfacer sus necesidades de orden físico, afectivo y cultural y que con la muerte acaba en la nada.La respuesta cristiana ofrece una explicación plausible de nuestro destino, una esperanza razonable de lo que va a ser al final de cada uno de nosotros. Y esa respuesta está estrechamente vinculada al testimonio histórico que determinadas personas dieron de lo acontecido con Jesús de Nazaret. El hecho testificado por el NT de anticipar la anhelada «resurrección» universal, esperada por el pueblo judío para el final de los tiempos, y encarnarla en un personaje histórico concreto, Jesús de Nazaret, fue el «novum» absoluto que aportó el cristianismo.

Aquello que me cabe esperar a mí —y a ti—, proviene de un evento realmente inesperado, de un hecho «histórico», tan novedoso y potente que ha constituido el eje, el centro del devenir social, político y cultural de la civilización occidental. ¿Hemos de acatar el aniquilamiento total tras la muerte o abrir nuestro corazón a la esperanza que impulsa, desde hace veinte siglos, la extraña personalidad que fue Jesús de Nazaret, sobre todo la certeza de su pasión en la cruz y su plausible resurrección?

A pesar de los siglos transcurridos desde tan enigmático «acontecimiento» y a pesar de la incredulidad general propia de nuestro tiempo, éste sigue suscitando hoy una gran esperanza en millones de personas repartidas por los cinco continentes, de todas las lenguas y niveles sociales, que a él se remiten en pleno siglo XXI con la confianza en el poder de Dios y su amor incondicional y fidelidad a todo lo por Él creado y con la convicción fundada de que tampoco nos abandonará a nosotros en el último momento, y que por tanto la muerte no es el final... ¿Fue, es todo ello una gran ilusión, un espejismo? El no creyente quizás tenga razón y quizás sea verdad que no haya «nada»... pero también él está invitado a contemplar la otra posibilidad: ¿...y si hubiera «algo» en lugar de la «nada»...? Veamos a continuación una plausible explicación de los hechos.

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A. La muerte en cruz de Jesús

El mensaje de Dios y la pretensión de plenipotenciario (de Dios) de Jesús como motivos del conflicto a muerte

Muchos críticos de Jesús pensaron que debían defender a Dios contra las pretensiones del blasfemo Jesús.

Con su mensaje acerca de Dios y su conducta en consonancia con el mismo, Jesús entró en conflicto con los círculos dirigentes de su pueblo. Sus relaciones con los marginados y su inobservancia de las prescripciones sobre la pureza legal y el sábado resultaron escandalosas. Pero el escándalo decisivo que Jesús provocó no estuvo propiamente en su personal manera de actuar sino en la pretensión de actuar en nombre y en lugar de Dios. Más aún, Jesús no sólo se dirigió en nombre de Dios a los marginados por su propio fracaso, sino que, además, denegó a quienes se habían acreditado cual fieles cumplidores de la Ley el derecho a presentar como voluntad de Dios la frontera que ellos habían trazado entre justos y pecadores. El hecho de que -por encima de todas las fronteras contra la impureza- proclamase el amor paterno e incondicional de Dios y su disposición al perdón de todos, fue algo que los mezquinos guardianes de la doctrina oficial pudieron entender como un ataque a los fundamentos de la fe y como una traición a la santa causa de Israel. «Sin duda, muchos críticos de Jesús pensaron que debían defender a Dios contra Jesús».

El conflicto se agudizó cuando Jesús pasó de Galilea a Jerusalén y empezó a vérselas directamente con los saduceos y los grandes sacerdotes que allí dominaban. Tuvieron a Jesús por un peligro para el ordenamiento cultual y político. La ocasión directa para su actuación contra Jesús, que respondía a motivos (religioso-)políticos podría haber sido una acción simbólica de Jesús en el templo, junto con un dicho profético sobre la destrucción del templo. Eso constituía una provocación; podría presentarse como una falsa profecía y como una blasfemia contra Dios, por lo que llevaba aneja la pena de muerte por lapidación. Las pretensiones mesiánicas no constituían desde el punto de vista judío un crimen digno de muerte, a diferencia de las «blasfemias» contra el templo y la Torá1.

Mas, como una acusación religiosa difícilmente podía esperarse que prosperase ante el gobernador romano, habría que presentarlo a los ojos de Pilatos como uno de los pretendientes mesiánicos que por entonces se alzaban de continuo, así los romanos, que constituían el verdadero poder político, lo considerarían sospechoso de sublevación. Y con los sediciosos los romanos no perdían tiempo en largos procesos.

Dado el rechazo tajante por parte de las autoridades jerosolimitanas, Jesús debió de contar con la posibilidad de una muerte violenta. Tal posibilidad podría haberse convertido para él en una certeza inevitable en los últimos días. En la expectativa de su muerte Jesús mantuvo la validez de su mensaje y expresó la certeza de que su muerte no podía detener la llegada del reinado de Dios. Jesús debió convencerse de que tenía que recorrer ese camino hasta el final. Todo lo demás lo confiará Jesús al «Padre». El modo de la realización del reinado salvífico de Dios, en favor del cual se compromete yendo al encuentro de la muerte, estaba en las manos de Dios.

La ejecución en cruz como crisis suprema

Jesús no sufrió la pena judía contra la blasfemia, que era la lapidación. Fue crucificado por el poder romano de ocupación. Jesús fue condenado a muerte por el gobernador romano. Los romanos condenaron a muerte a Jesús como pretendiente mesiánico político. Según el derecho judío, la pretensión de ser el mesías no constituía un crimen merecedor de la pena capital.

La crucifixión se reservaba para los esclavos y los insurrectos (nunca para los ciudadanos romanos). Y estaba considerado como la pena capital más cruel y oprobiosa. El derecho penal judío conocía la pena de «colgar de un leño (un palo)» como castigo adicional de idólatras o blasfemos contra Dios tras haberles aplicado la pena de lapidación o decapitación. Con ello se presentaba públicamente al ejecutado como maldecido por Dios: «el colgado de un árbol es una maldición de Yahveh». Así, un crucificado era tenido a la vez por un maldito de Dios. Esta forma concreta de condena a muerte de cruz no pudo Jesús preverla por el curso normal de las cosas. El camino de la cruz y la crucifixión -entendidos como signos del abandono y de la maldición de Dios-, ¿no pudieron empujar al propio Jesús a una crisis inesperada y suprema? Ese conflicto supremo y angustiosísimo de Jesús, provocado por la ejecución en cruz, no podía solucionarse, de no solucionarlo el mismo Dios, al que Jesús se aferró en su agonía y al que se confió por entero.

La crucifixión de Jesús hundió a los discípulos en una crisis suprema

A los ojos de la opinión pública judía Jesús había quedado desenmascarado como falso emisario de Dios. Esto debió de golpear a los discípulos, que huyeron a refugiarse en su rincón galileo.  Sólo permaneció en Jerusalén un grupo de mujeres, a las que se unieron algunos simpatizantes. Un hombre ajeno al grupo de los doce hubo de asumir el piadoso deber de la inhumación. El final vergonzoso de Jesús significó para los discípulos una catástrofe que difícilmente podría calibrarse: su fe y sus esperanzas, suscitadas por Jesús, se derrumbaron por completo.

La fe de los discípulos no pudo mantenerse ni restablecerse sin más. A ello se oponía un impedimento fundamental (y no sólo la concepción por entonces dominante de la crucifixión como maldición divina):

si aquel que había vinculado la llegada del Dios que salva incondicionalmente con su propia aparición pública estaba ahora muerto y aniquilado, ¿no quería decir que todo su mensaje quedaba anulado como un error, que estaba destruida la posibilidad de la fe en el Dios por él proclamado y que había terminado la comunidad de discípulos de Jesús como mensajero definitivo y escatológico de Dios?

Poco tiempo después de la ejecución de Jesús en la cruz los discípulos que habían desaparecido y se habían refugiado en Galilea, están de nuevo sorprendentemente en Jerusalén (que no dejaba de representar para ellos un peligro) y se reúnen para formar la primera comunidad. Ese cambio inesperado está en conexión con el mensaje de que Dios había resucitado de la muerte a Jesús crucificado.

B. El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús

Todo el Nuevo Testamento, con plena uniformidad, sostiene la convicción, fundamental para él, de la resurrección de Jesús de entre los muertos.

«Despertar», «levantar» son verbos con los que se describen acciones profanas y cotidianas (despertar/alzar/levantar del sueño, de una enfermedad o de una derrota), que los últimos libros del AT utilizan en sentido figurado como imágenes sugerentes de una realidad futura, que todavía no se había dado y que superaba todas las posibilidades mundanas: la resurrección corporal y escatológica2 de los muertos. Y desde luego como verbos sinónimos: porque Dios «despierta», suscita y «levanta» o hace alzarse a los muertos.

Con tales metáforas el NT expresa algo inaudito: eso que era una esperanza, se ha hecho ya realidad presente en Jesús de Nazaret.

Así, pues, el NT afirma la resurrección de Jesús como una realidad consumada, operada ya por Dios y revelada a determinados testigos. Los textos neotestamentarios pretenden testificar la resurrección de Jesús como un acontecimiento nuevo frente a la vida y la muerte de Jesús, que ha ocurrido realmente (como es la superación de la muerte física). De todos modos, con la «resurrección» de Jesús el NT no indica la reanimación de un difunto (como la de Lázaro, por ejemplo). No se trata, por tanto, de un retorno a las condiciones de existencia terrenas y comprobables empíricamente y a una vida de nuevo mortal; se trata más bien del paso a la forma de existencia definitiva junto a Dios, que a nosotros todavía se nos esconde. Lo que está en juego por consiguiente es el comienzo de una vida radicalmente nueva e indestructible.

Un testimonio que apunta al cambio y transformación de nuestra existencia. Incluye, además, la expectativa de la confirmación universal de lo testificado ante el mundo entero.

La resurrección de Jesús trasciende el marco de lo que se puede comprobar empíricamente. La resurrección de Jesús no es un hecho, que se pueda comprobar de un modo neutral y demostrar históricamente, sino sólo una realidad que la fe puede captar y experimentar. El historiador como tal no dispone de medios de conocimiento que le permitan verificar la resurrección de Jesús afirmada por los testigos neotestamentarios. La resurrección en este sentido queda en principio fuera del conjunto de sucesos comprobables históricamente. El dato extremo que puede alcanzarse en el plano de la metodología histórica es la fe pascual de los discípulos o, más exactamente, su afirmación unánime de la resurrección de Jesús. La afirmación de que unos testigos que han sido afectados y cambiados profundamente por el contenido de lo que testifican. Y lo certifican justamente con el cambio operado en su existencia; un testimonio que apunta al cambio y transformación de nuestra existencia y que incluye, además, la expectativa de la confirmación universal de lo testificado ante el mundo entero.

C. Las primeras tradiciones pascuales neotestamentarias

La afirmación testimonial de la resurrección, ya operada, de Jesús se encuentra en el NT bajo una doble forma: como fórmula confesional y como relato.

Las más antiguas confesiones de la fe pascual

Los testimonios más antiguos de la creencia en la resurrección de Jesús son giros y fórmulas, que proceden de los primeros años después de la muerte de Jesús («Dios ha suscitado a Jesús de entre los muertos», «lo exaltó», «le ha vivificado», «lo ha constituido en Mesías/Se­ñor/Hijo de Dios»; «Maranatha»).

  • Fórmula unimembre de confesión de fe en la resurrección:
    • Los giros «Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos» y tal vez más originario, «Dios, que ha suscitado a Jesús de entre los muertos», se remontan a los comienzos de la primera comunidad y obtuvieron amplia difusión desde los estratos más antiguos de la tradición a los más recientes. Estos giros tenemos que leerlos sobre el trasfondo de los predicados judíos de Dios, que exaltan al creador «que ha hecho el cielo y la tierra», «que os sacó de Egipto» y «Tú, que resucitarás/harás vivir a los muertos». Acto seguido da como resultado el enunciado de la fórmula: continuando su acción creadora en el mundo y su actividad redentora en la historia de Israel Dios ha actuado escatológicamente en Jesús muerto y le ha hecho vivir. De esta manera, Dios ha justificado al Jesús rechazado en apariencia y a sí mismo se ha demostrado como quien Jesús había afirmado y exigido -como dándole mayor crédito-: aquel Dios que en todas las circunstancias acoge, sostiene y salva a los dados por perdidos.
    • Así, pues, en el sentido fundamental y primario la fórmula primitiva de la resurrección hace una afirmación sobre Dios, su acción y su proximidad definitiva. Dios ha resucitado a Jesús crucificado, lo ha reconocido y ha refrendado su pretensión de ser el portador de la cercanía de Dios. Por lo tanto, en él ha actuado Dios y ha hablado de una manera definitiva.
  • La invocación «maranatha» y la proclama de la resurrección:
    • Desde el comienzo se entendió la Pascua no sólo como una confirmación retrospectiva del Jesús histórico, sino que al mismo tiempo como «exaltación» de Jesús hasta Dios y su constitución como mediador de salvación, de cuya aparición e intervención futuras se espera la salvación final.  Esto mismo se desprende de la antiquísima invocación aramea maranatha («¡Ven, Señor nuestro!») que ya empleaba la comunidad primitiva. Ese grito, en efecto, implora el pronto y salvador regreso de Jesús.
    • Con ello ocurre algo inaudito desde el punto de vista judío: de cara a la salvación la sinagoga sólo invocaba a Dios, nunca al Mesías. Aquí, sin embargo, Jesús aparece a la diestra de Dios, como una realidad de una importancia absolutamente única para nosotros y abiertamente divina: él es invocado, en su nombre se bautiza y todo ello por hombres judíos, que sabían perfectamente lo que significaba e implicaba el Shema («Escucha, Israel, Yahveh, nuestro Dios, es único»).
  • Configuración de la fórmula de la resurrección:
    • La vieja fórmula confesional de ICor 15,3-5.6s, transmitida por Pablo, es ya una composición desarrollada y muy compleja, que sin duda procede del judeocristianismo de lengua griega, de hacia el año 35 (y que tal vez hasta puede tener un trasfondo original arameo). Testifica la muerte y resurrección de Jesús como un acontecimiento salvífico: el Mesías crucificado «murió por nuestros pecados» y «fue resucitado al tercer día» (lo que no es un dato histórico, sino una expresión simbólica y teológica del giro salvífico establecido por Dios). Se certifica la muerte real de Jesús con la referencia a su enterramiento, y su Resurrección con la referencia a las apariciones a Cefas, los doce y otros a los que se les reveló.

El kerigma de la resurrección contenido en las antiguas fórmulas confesionales puede exponerse en forma reflexiva y razonada como hemos visto (sobre todo en ICor 15,12-28) o puede desarrollarse en forma narrativa.

Los relatos pascuales posteriores

No son relatos experienciales e históricos con una reproducción protocolaria y documentada de los sucesos, sino más bien una proclamación posterior en forma de desarrollo narrativo de la confesión pascual («Jesús fue resucitado») y de la experiencia pascual de los primeros testigos («se apareció»).

  • El relato de la tumba:
    • La forma literaria más antigua del relato del anuncio pascual sobre la tumba abierta (vacía) se encuentra en Mc 16,1-8. Toda la narración está construida sobre el mensaje de la resurrección, que ya supone. Escenifica ese mensaje previo en el contexto del sepulcro y con recursos estilísticos de leyendas helenísticas de rapto (búsqueda del cadáver sin encontrarlo), que desde luego rompe de forma tajante la palabra estilísticamente extraña y por tanto significativa del ángel anunciante: «Ha resucitado».
    • Sólo después del anuncio de la resurrección habla éste de la imposibilidad de encontrar a Jesús en la tumba; es, pues, un signo que sólo a posteriori, confirma la realidad de la resurrección anunciada de Jesús, mas no la fundamentación de la fe en la misma; la tumba abierta (vacía) no desencadena la fe pascual, sino simplemente sobresalto. La historicidad de la tumba vacía es algo que está en discusión. Una tumba vacía resulta ambigua y por sí sola no constituye una prueba de la resurrección.
  • Los relatos de apariciones:
    • De «apariciones» de Jesús habla la tradición más antigua, anterior y coetánea de Pablo, sólo con giros breves y estereotipados («resucitó y se apareció a Cefas»). Los grandes Evangelios escenifican y desarrollan los datos de las apariciones que les han llegado por tradición con diversas variantes; de ahí las fuertes divergencias. Dado el estado de las fuentes, no es posible una reconstrucción del curso de los acontecimientos pascuales.
    • Los motivos principales de los relatos de las apariciones tienen una relevancia teológica. 1)Motivo capital, común a todos ellos, es el encuentro libre e indisponible del resucitado. Los demás motivos se dividen en dos grupos de narraciones. 2) En uno de ellos Jesús se aparece en figura reconocible, pronuncia palabras de recomendación -siempre reelaboradas redaccionalmente-, que fundamentan la misión de los discípulos en su condición de testigos, y les promete su presencia permanente (motivo de delegación). 3) En el otro grupo Jesús se presenta bajo apariencia no reconocible, y sólo más tarde y de forma repentina descubre su identidad (motivo del reconocimiento), a través de su manera de comer y por su modo de llamar. Estos relatos reflejan una situación posterior de las comunidades ya existentes y responden ya -en las figuras de los peregrinos de Emaús, del Tomás vacilante y de la Magdalena que llora- a la cuestión de cómo han podido llegar a la fe en el resucitado los que vinieron después y que no habían sido testigos presenciales de las apariciones. 4) En dos relatos de delegación o encargo se suma de forma secundaria el motivo apologético de la duda y de la prueba de identidad que supera dicha duda (Lc 43; Jn 20,19s.24-29). Sirve para rechazar una concepción helenística de la resurrección (puramente espiritual y doceta3).
    • El sentido profundo es que el resucitado continúa llevando las huellas de la pasión, sigue siendo el crucificado; es a él justamente a quien ahora se le contempla en la gloria de Dios.

Anterior a todos los relatos pascuales es el inequívoco convencimiento de los primeros cristianos de que Jesús, el crucificado, había sido resucitado y exaltado, se había encontrado con sus discípulos, los había llamado a ser sus testigos y les había prometido su asistencia permanente. La primera comunidad cristiana se fundamenta ya en esa convicción.

VOCABULARIO:

  • Escatología: Del griego 'éskhata', que significa "cosas últimas". Hace referencia a “los finales” o “las últimas cosas”. Tiene que ver con los tiempos finales, la consumación de toda la historia.
  • Torá: La Torá, lit., «instrucción, enseñanza») es el texto que contiene la ley y el patrimonio identitario del pueblo israelita. Para el judaísmo, la Torá es la Ley del pueblo judío. Constituye la base y el fundamento del judaísmo
  • Docetismo: der. de δοκεῖν dokeîn 'tener apariencia, parecer'. Atribuye a Cristo un cuerpo tan solo aparente (dokeo = parecer o aparecer) y niega por tanto diversas cuestiones relativos a la encarnación.

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H. KESSLER: El testimonio neotestamentario sobre la resurrección de Jesús, en Manual de cristología.

Ver también: La cosmovisión hebrea como horizonte de comprensión de Jesús y el cristianismo

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