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LA «LEY NATURAL»

Hay cuestiones de principio que, aunque parezcan abstractas, tienen repercusiones decisivas en la vida real y en los aspectos más prácticos de la organización de la convivencia.

En medio de una sociedad y una cultura tan plural y diversa, confusa y contradictoria, saturada de mensajes y reclamos por doquier, con múltiples ofertas en el escenario social, voces seductoras y sugestivos cantos de sirena: qué perseguir, cómo orientarse, a quién escuchar.

Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno español: «No es cierto que la verdad nos hace libres, sino que es la libertad la que nos hace verdaderos». Esto es: la libertad encumbrada a lo más alto. Eh aquí la absolutización de la libertad. Puro juego de palabras, pura retórica: qué «libertad» y qué «verdad». ¿Libertad para qué? Está por ver que la libertad nos haga siempre más verdaderos, más auténticos. Ejemplos hay y ha habido en nuestra historia de todo lo contrario. ¿La libertad, nos libera o nos esclaviza aún más? ¿Nos hace más verdaderos, auténticos seres libres o más auténticos esclavos de nuestras propias pulsiones, deseos y pasiones?

En el mundo actual los cambios de todo orden se producen en progresión geométrica. El poder de transformación alcanzado por la sociedad tecnológica es tal que, engreídos de la soberbia propia de quien se cree haber conquistado definitivamente la cumbre, olvidándonos de nuestra connatural contingencia, estamos considerándonos a nosotros mismos como pequeños “dioses”, con ilimitada capacidad creadora. ¿En general el rumbo tomado por nuestra sociedad nos conduce a la “libertad”, a la “liberación” o al más sutil de los “esclavismos” modernos? Somos libres sí para decidir hacia dónde encaminarnos, pero el rumbo actual no es seguro que nos conduzca a buen puerto, pudiera resultar peligroso para nuestro propio devenir. Es propio de gente cabal tomar conciencia de ello, desvelar las falacias y contradicciones del momento presente y explicitarlo, a fin de evitar en lo posible la posibilidad de estrellarnos.

Respecto al ser humano, en el último siglo se han vivido convulsas transformaciones que han despedazado las concepciones tradicionales sobre el hombre y el mundo. Las explicaciones acerca del ser humano se suceden y multiplican vertiginosamente. Las últimas décadas han contemplado la existencia de distintos modelos explicativos del ser humano y de su conducta.  El rumbo tomado por el barco en el que nos hallamos pudiera resultar aventurado, atrevido, peligroso. Quizás estemos creando una sociedad con un derrotero incierto si nos desvinculamos de lo que nos es más natural y propio. Así lo han sentenciado en las últimas décadas algunos de los analistas sociales. Una deriva en la que ya se atisba la necesidad urgente de una profunda renovación “cultural” con dos contenidos básicos nucleares: la “restauración antropológica” y el redescubrimiento de sólidos valores de fondo que nos orienten y nos sostengan.

A menudo en la orientación que damos a nuestras actuaciones individuales y colectivas parece que estemos olvidándonos del más elemental y común de los sentidos, el sentido común. La crisis actual nos brinda la oportunidad de examinar el camino emprendido y revisar a fondo la deriva adoptada y nos ofrece la posibilidad de optar por senderos mucho más humanizantes y encaminarnos hacia un nuevo tipo de sociedad en la cual el nihilismo, el utilitarismo, los valores del mercado, no sean los únicos que predominen y rijan nuestras relaciones. En medio de esa incertidumbre y perplejidad necesitamos escapar del posible naufragio, necesitamos "salvarnos" como humanos. En un mundo y una sociedad como la actual no es ocioso, pues, plantearse  de nuevo quiénes somos y cómo orientar mejor nuestras acciones.

A lo largo de toda su historia el ser humano ha ido cuestionándose acerca de los fines de sus actos.

El ser humano ha tendido a conducirse siempre en función de lo que «es» o «ha creído ser».

Existe una sabiduría común que impregna todo el Universo. Está inscrita en el corazón de todos los mortales. Es la «ley natural».

Existen unos principios morales basados en nuestra particular manera de ser, en nuestra naturaleza humana, cuya vigencia no depende de ninguna autoridad y que preceden incluso a todo ordenamiento político.

Hay que vivir de acuerdo con cómo somos, de acuerdo con nuestra naturaleza. Si no lo hiciésemos así nos autodestruiríamos como humanos.

Las personas a la luz de la razón pueden reconocer las orientaciones fundamentales de la naturaleza humana.

La «ley natural» es la que con más frecuencia usamos, la más democrática de todas las leyes, porque está inscrita en el corazón de todos los seres humanos.

El ser humano puede conocer su naturaleza y regirse conforme a su ley, vivir en armonía con lo que uno es.

Hay unos principios morales que están en el corazón de todos. Uno sobre todo: haz el bien y evita el mal.

Sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural.

El sentido, la orientación, del obrar humano

A lo largo de toda su historia, el ser humano ha ido preguntándose, cuestionándose, acerca de su identidad, sus orígenes, sus actos y los fines de sus actos.

El ser humano no actúa a ciegas. Nuestro obrar, nuestro actuar, no es azaroso. A diferencia del resto de los animales, los humanos tenemos la posibilidad de orientar nuestros actos. Nuestra conducta no está determinada en tan alto grado como la de los animales. Sin orientación, nuestra actuación sería ciega. La orientación que damos a nuestros actos, lo que con ellos perseguimos, es fruto no del azar y la necesidad, sino de nuestras convicciones, de nuestras decisiones, de nuestra voluntad, de nuestra capacidad de elegir, de nuestra capacidad de optar entre diversas posibilidades, de nuestra libertad. Las acciones humanas están orientadas, tienen un objetivo, persiguen una finalidad.

El mundo no es caótico sino que está ordenado por leyes que producen un resultado general de armonía, orden y belleza que dan cuenta de la «Creación» que obra de acuerdo con un plan, con vistas a un fin. Esa ordenación se manifiesta en leyes físicas, biológicas y por leyes morales, que atañen a los seres humanos y regulan nuestro comportamiento orientándonos hacia la felicidad.

El ser humano en el fondo ha tendido a conducirse siempre en función de lo que «es» o al menos «ha creído ser».

La naturaleza humana

¿Quién soy yo, podemos preguntarnos? A esta pregunta puedo responder con mi nombre, con mi número de identificación fiscal, con datos sobre mi nacimiento o, idealmente, con mi biografía entera. Más corta y sencilla es la respuesta a otra pregunta: ¿Qué soy yo? Yo soy un ser humano. Pero ¿qué es un ser humano? Un miembro de la especie Homo sapiens. ¿Qué tienen en común los miembros de la especie Homo sapiens? La naturaleza humana. ¿Y qué es la naturaleza humana? ¿En qué consista la naturaleza humana? ( J. Mosterín)

Qué entendemos por «naturaleza humana». El concepto de naturaleza humana ha sido muy controvertido en el transcurso de los dos últimos siglos. Podíamos afirmar que la «naturaleza humana» es la suma del comportamiento y las características que son típicas de la especie humana, y que se deben a factores constitutivos más que a factores ambientales.  El concepto de «naturaleza» implica una cierta determinación genética. Sin embargo, en la práctica, todas las características naturales presentan una variedad considerable dentro de una misma especie. Esto se cumple sobre todo en el caso de un “animal cultural” como es el ser humano: dado que los comportamientos pueden aprenderse y modificarse, la variedad comportamental del ser humano es muy diversa. Pero cómo orientar nuestro actuar, cómo evitar el peligro del naufragio en medio de un mar tan alborotado, cómo no sucumbir ante tan confuso y revuelo panorama?

La « ley natural»

No todas las leyes están escritas en un pesado tomo de hojas amarillentas, ni se expresan siempre en artículos como los que leemos en el BOE o en el código penal. La ley que con más frecuencia usamos, la más democrática de todas es la «ley natural».

Cicerón afirmaba: «Existe una ley verdadera, una razón recta, conforme a la naturaleza, presente en todos, invariable, eterna, tal que interpela a los hombres con sus mandatos a hacer su deber o a impedirles hacer el mal. Esta ley no es diversa en Roma o en Atenas. No es diversa ahora o mañana. Es una ley inmutable y eterna cuyo único autor, intérprete y legislador es Dios.»

Los filósofos griegos fueron los primeros en elaborar una doctrina de la ley natural. En el siglo VI a.C., Heráclito hablaba de una sabiduría común que impregna todo el Universo: “todas las leyes humanas se nutren de una, la divina”. Según el estoicismo, el cosmos está ordenado respondiendo a un principio racional por un principio activo, el logos, llamado de diversos modos: Dios, alma o destino. Toda naturaleza individual es parte del cosmos. Vivir conforme al imperativo de la virtud significa vivir en armonía con la propia naturaleza, vivir de acuerdo a la razón.

La «ley natural» no está escrita en un código, (aunque por sí misma está llamada a inspirar las legislaciones positivas ). La ley natural es diferente de la ley positiva, establecida por la sociedad civil. Se trata más bien de unas intuiciones básicas de las que vamos sacando conclusiones para conducirnos en la vida. A veces sacamos conclusiones acertadas, y otras veces no tanto. La ley natural no es algo etéreo, un asunto puramente subjetivo o privado. Esos principios son comunes a todos, más allá de las diferencias que percibimos entre unos y otros. La «ley natural» aparece inscrita en el corazón de todos los mortales y cuyo conocimiento se presupone en todos los seres dotados de razón.

A lo largo de la historia ha habido la convicción de que la común humanidad ofrece razones relevantes para conducirnos por la vida de una forma ética. Esa especie de ética común compartida, que emana del interior de nuestra propia naturaleza, el «derecho» a lo largo de la historia la ha expresado de diversas maneras: hoy suele reflejarse en el contenido de los derechos humanos. Los derechos humanos no son simplemente un producto occidental, los contenidos a los que apuntan recogen valores universales, de cuyo respeto depende, en general, el respeto a la dignidad humana. De aquella universalidad y de ese respeto nos habla también la ley natural, que es, con diferencia, la teoría ética más recurrente, a la hora de expresar la existencia de unos principios morales universales.

Tanto la referencia a una «ley natural» como la referencia a los «derechos humanos» recogen una idea fundamental: hay “criterios” basados en nuestra particular manera de ser, en nuestra naturaleza humana que preceden a nuestros acuerdos convencionales, que son anteriores incluso a nuestras diferencias de credo, cultura, nación o partido.

Hablar de «ley natural» es hablar de unos principios morales básicos, cuya vigencia no depende de ninguna autoridad política o eclesiástica, pues precede a una y a otra. Podríamos decir que la «ley natural» la llevamos inscrita en nosotros mismos, por el solo hecho de ser humanos. Precisamente por eso la «ley natural» es más democrática que la misma democracia, y constituye la base para un auténtico “diálogo de civilizaciones”. (Corina Dávalos).

La teoría de la ley natural

La teoría de la ley natural parte de la premisa de que los humanos son racionales y desean vivir y vivir lo mejor posible. Y para ello hay que vivir de acuerdo con cómo somos, de acuerdo con nuestra naturaleza. Parte de la idea de que en el interior del ser humano, inscritos en su corazón, existen unos imperativos derivados de nuestra configuración específica, de nuestra específica manera de ser, de nuestra propia naturaleza, que debe escuchar y seguir, una especie de “ley natural” presente en las diferentes culturas y civilizaciones; y que, por lo tanto, es universal y anterior a cualquier forma de organización política. Si no lo hiciésemos así, individual y colectivamente, nos autodestruiríamos.

Eso supone que los seres humanos compartimos unas características comunes, una naturaleza o esencia: unas características físicas y químicas, biológicas, psicológicas, sociales y culturales, espirituales (racionalidad, por ejemplo), etc. Eso implica que en el fondo todos los seres humanos compartimos unas mismas “necesidades humanas” que debemos satisfacer. Eso hace que las formas de vida que podemos adoptar y las formas de vida que podemos vivir satisfactoriamente no sean ilimitadas sino que están determinadas por nuestra naturaleza, por nuestras necesidades y deben ir encaminadas a la toma de conciencia de cuáles son en el fondo esas necesidades y cuál es su correcta satisfacción. Eso no quiere decir que haya una única forma de vida correcta para los seres humanos.

La ley natural expresa el sentido moral original que permite al hombre discernir mediante la razón lo que son el bien y el mal, la verdad y la mentira. La ley natural dice haz el bien y evita el mal. El «bien» se presenta como aquello que todos los seres apetecen, aquello que es ventajoso para cada sociedad (bien común). De aquí nuestra razón capta un primer precepto: se debe obrar el bien y hay que evitar el mal. Es así que las inclinaciones naturales biológicas y corporales comunes con otros seres naturales, en el hombre adquieren una dimensión nueva, humanizada, al ser regidas por un orden racional, propio y específico de lo humano, por el cual el hombre puede conocer su naturaleza y regirse conforme a su ley.

Según ciertas interpretaciones hay acciones malas simplemente porque no son naturales, entendiéndose por «no natural» lo que viola los principios del funcionamiento biológico humano. Por ejemplo, sin vida biológica no hay ser humano, por tanto cualquier interferencia al curso libre de la vida biológica humana -matar a alguien con electroencefalograma plano, abortar- es malo se mire como se mire. Según este razonamiento, otro ejemplo parecido es sobre la orientación que se le da a la conducta sexual. Aunque la conducta sexual pueda dar placer no es para el placer, sino una forma de llevar a la procreación humana que es el fin natural de la conducta sexual. Por tanto, según este razonamiento el sexo por placer queda prohibido, y solo puede ejercerse para la procreación.

El sentido moral de la naturaleza humana: la moral natural.

Los humanos son definidos biológicamente por su inteligencia (homo sapiens). Otro atributo que nos distingue de los demás animales es el sentido moral (homo moralis). Sólo los humanos evaluamos las acciones como moralmente buenas o malas. ¿De dónde nos viene el sentido moral? ¿Cómo surge el sentido moral en la evolución?

La doctrina de la ley natural afirma que las personas y la comunidad humana son capaces, a la luz de la razón, de reconocer las orientaciones fundamentales de un actuar conforme a la naturaleza misma del sujeto humano, y de expresarlo de modo normativo bajo la forma de preceptos o mandamientos. Postula, pues, la existencia de un patrimonio moral común universal.

En la ley natural reside el núcleo de principios de la moral natural. Ley moral es una regla de conducta inscrita en nuestro interior por la que los seres humanos se orientan de forma natural hacia el bien. Según esto hay unos principios morales que están en el corazón de todos. Uno sobre todo: haz el bien y evita el mal. La moral natural es el conjunto de reglas de acción derivadas de la naturaleza del hombre. Si la naturaleza impone comer y beber, habrá una regla del comer y del beber; si la naturaleza impone al hombre reflexionar, existirá una regla moral de reflexión. Es una moral que corresponde a las exigencias del espíritu humano.

El bien es lo que todos apetecen. Luego, éste es el primer precepto de la ley: el bien debe hacerse y procurarse y evitarse el mal. Sobre éste se fundan todos los demás preceptos de la ley natural. Conforme a esto pertenecen a la ley natural, en primer lugar (en común con todos los seres) aquellas cosas por las que se conserva la vida humana y se impide lo contrario (la defensa del bien primario de la vida humana y la condena de todo ataque a la vida inocente, ya sea desde la concepción, como en el caso del homicidio prenatal o aborto, y hasta el final de la vida con la eutanasia; en segundo lugar (en común con los animales) la unión de ambos sexos (y no del mismo sexo) y la educación de los hijos (cuyo derecho-deber corresponde originariamente a los padres y no al Estado que sólo debe actuar subsidiariamente y no como sucede hoy en el mal llamado campo de la “salud reproductiva” y la “educación sexual”); y en tercer lugar (especifícamente humano) que el hombre evite la ignorancia, el no dañar a los otros con quien se debe vivir y demás cosas que se refieren a esto (es por eso un bien esencial o natural al hombre el acceso a la verdad, a conocerla y a exigirla, como también a vivir en sociedad que como tal no es objeto de libre elección, sino una exigencia de su propia naturaleza social o política).

Elaboración propia, a partir de materiales diversos

Ver también:

EN BUSCA DE LA «VERDAD»

EN BUSCA DE LA «VERDAD» DEL SER HUMANO


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