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Hungría, Una constitución no políticamente correcta

Una muestra de la “guerra civil” europea a propósito de la nueva Constitución húngara.

El valor de salirse de una fila que conduce al suicidio de Europa

En páginas anteriores hemos apuntado el debate de fondo en el que se halla sumido el viejo continente (ver aquí, apartado B). Existe una verdadera “guerra cultural” en el seno de la vieja Europa: lo que para unos es la expresión de valores que nos conducen al verdadero progreso, para otros representa algo retrógrado, ultra-conservador y antieuropeo. En el centro del debate se hallan valores nucleares de nuestra cultura civilizatoria: el valor y respeto que debemos otorgar a la vida humana, el valor del matrimonio y la familia como elementos nucleares de estructuración y cohesión social, el reconocimiento del valor de nuestra herencia cultural milenaria…

Tras la caida del comunismo, ¿cuáles son los nuevos valores que emergen en Hungría?¿Cuales son esos nuevos valores que se proponen presidir la vida colectiva húngara?¿Por qué se ha hundido la natalidad en la Europa reciente (la sociedad más próspera de la Historia)? La causa principal puede estar en la generalización de una mentalidad hedonista que considera a los hijos una carga (si el sentido de la vida estriba en pasarlo bien, ¿para qué cargarse con niños?) y de una ética amorosa que excluye el compromiso definitivo y garantiza la perpetua renovabilidad de la pareja (casi nadie se decide a tener hijos con una pareja provisional).

La sociedad debería reverenciar y proteger lo más posible a «los últimos padres»: la fracción menguante de población que todavía hace la «anticuada» apuesta de casarse y tener hijos. Un hombre y una mujer que se dejan ahorros y juventud en cuidar de sus hijos prestan al país un servicio insustituible (que no presta, en cambio, el soltero de oro que prefiere pasar las vacaciones en el Caribe). Vean y juzguen ustedes mismos.

«Los tiempos discurrirán en la dirección que nosotros decidamos imprimirles. Ninguna ley histórica condena a las sociedades a «progresar» indefinidamente hacia la anomia y la disolución de vínculos».

Hungría ha aprobado por una amplia mayoría una nueva Constitución que reconoce el respeto de la vida humana desde la concepción, junto con el valor central de la familia, el matrimonio entre hombre y mujer y la libertad de educación, además del “papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”. No es de extrañar que la opinión dominante haya vertido su cólera acusándola de violar los “estándares europeos”. (Gonzalo Ortíz del Hoyo)

La nueva Constitución es tan políticamente incorrecta que parece un milagro.

Lo que aquí se lidia es una batalla entre dos concepciones opuestas de la sociedad: la que han plasmado nuestras constituciones y declaraciones universales de derechos humanos y la que quieren imponer de hecho en el orden internacional y nacional unos grupos de interés que, por desgracia, hoy controlan la opinión pública europea.

El 25 de abril de 2011, el presidente húngaro firmó la nueva Constitución de Hungría, aprobada por el parlamento el 18 de abril por 262 votos a favor, 44 en contra y 1 abstención. El texto entrará en vigor el 1 de Enero de 2012.

La nueva Carta Magna representa, además de la culminación del proceso democrático que comenzó en Hungría con la caída del régimen comunista en 1989,  una audaz e innovadora ruptura con algunos de los dogmas de lo políticamente correcto. Unos dogmas que, impuestos implacablemente por las burocracias y los lobbies dominantes, están llevando a Europa a una profunda decadencia que equivale, de hecho, al suicidio del viejo continente.

Temas tan insólitos como el reconocimiento explícito del pasado cristiano en la forja de la identidad húngara; la proclamación de que el Estado protegerá «la institución del matrimonio como una comunidad de vida entre un hombre y una mujer» o que «la vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción»; o algo tan revolucionario como el establecimiento de un sistema de sufragio ponderado que atribuye a las madres tantos votos como hijos tengan a su cargo, son parte de este “milagro” que, por supuesto, ya ha provocado la reacción de los custodios de la nueva “religión universal” obligatoria del relativismo.

En ella se “reconoce la bendición de Dios sobre el pueblo, las raíces cristianas y los valores de la vida desde la concepción y de la familia fundada en el matrimonio de un hombre y una mujer“. Por eso “la mayoría de los medios de comunicación de Europa, empujados por los partidos liberales y socialistas, la ha tachado de retrógrada, ultra-conservadora y antieuropea”. Se ha ocultado que en esa Carta “hay amplias referencias a los derechos humanos, a las declaraciones universales, a las tradiciones europeas“. ¿Por qué entonces tanto escándalo? “Porque el nivel de la confrontación ha subido, el nuevo anticristianismo no puede contentarse ya con condicionar a las personas, ni con intimidar a la Iglesia, sino debe tratar de censurar a pueblos y naciones“.

Gonzalo Ortiz del Hoyo a partir del examen completo del texto constitucional, demuestra la debilidad e inconsistencia de la reacción de los medios dominantes y, supuestamente, de las “instituciones europeas”. El periodista concluye que, en definitiva, “lo que aquí se lidia es una batalla entre dos concepciones opuestas de la sociedad: la que han plasmado nuestras constituciones y declaraciones universales de derechos humanos y la que quieren imponer de hecho en el orden internacional y nacional unos grupos de interés que, por desgracia, hoy controlan la opinión pública“.

Reproducimos a continuación por su interés un extracto del atículo de G. ORTIZ que lleva por título “Una Constitución innovadora” y otro artículo del catedrático F. J. CONTRERAS titulado "Viva Hungría!


UNA CONSTITUCIÓN INNOVADORA PARA HUNGRÍA

Hungría ha aprobado por una amplia mayoría una nueva Constitución que reconoce el respeto de la vida humana desde la concepción, junto con el valor central de la familia, el matrimonio entre hombre y mujer y la libertad de educación, además del “papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”. No es de extrañar que la opinión dominante haya vertido su cólera acusándola de violar los “estándares europeos”. (Gonzalo Ortíz del Hoyo)

De entrada, el hecho de que Hungría tenga una nueva Constitución debería ser motivo de satisfacción para Europa, pues ha sido el último país del antiguo bloque soviético en desembarazarse de la constitución comunista. El impulsor del texto ha sido el primer ministro Viktor Orbán, líder del partido conservador Fidesz, que tiene una mayoría de dos tercios en el Parlamento. La nueva Constitución húngara, aprobada el pasado 18 de abril de 2011, reemplaza a una carta magna de 1949 llena de parches para adaptarla a la vida democrática. El presidente de Hungría, Pál Schmitt, la ratificó el 25 de abril, y entrará en vigor el 1 de enero de 2012.

Pero cualquiera que haga una búsqueda amplia de noticias sobre el acontecimiento, por ejemplo en Google News, se encontrará con un chaparrón de titulares acusando a la nueva Constitución de “ultraconservadora”, “discriminatoria”, “antidemocrática”, violadora de “los estándares europeos e internacionales, de las libertades individuales y de los derechos del hombre”. También se lee por doquier que “ha sido duramente criticada por algunos socios de la Unión Europea” y por las instituciones europeas. (…)

Voces críticas

¿De dónde entonces, tantos periodistas sacan esas frases tan aterradoras? Al leer los artículos completos, se observa que sus autores, tras dar la noticia de lo aprobado en Hungría, rellenan las líneas citando al líder del partido socialista húngaro de la oposición, MSZP, y a grupos feministas, gays y defensores de los derechos humanos Los socialistas denuncian un viraje autoritario por el hecho de que la Constitución no haya sido aprobada con el consenso de todos. Los sondeos de opinión daban también un apoyo mayoritario del país a la reforma.

Por parte de Amnistía Internacional (no está claro si es una opinión oficial o de algún miembro) y del cortejo de asociaciones feministas y gays evocadas, el argumento es que la nueva Constitución implanta unos valores que pueden ir contra sus propios intereses y objetivos, pues amenaza con restringir el “derecho” al aborto y a los matrimonios y adopciones homosexuales. Es decir, atenta contra las libertades individuales y los “estándares europeos e internacionales de derechos humanos”.

Esos estándares internacionales

Es hora, pues, de verificar este último aspecto: la supuesta amenaza de esta carta magna contra los principios de las democracias y de Europa.

El preámbulo reconoce “el papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”. Los críticos deben de ver en esto una falta de libertad fundamental: la suya a no oír una opinión que les contraría. En cualquier caso es cierto que resulta, por primera vez en nuestra Europa siglo XXI, una postura decidida de no renunciar a la propia historia ni al origen de los valores que forjaron los actuales.

El texto considera “que la base de la existencia humana es la dignidad humana”, que “la familia y la nación constituyen el marco principal de nuestra convivencia y que nuestros valores fundamentales son la fidelidad, la fe y el amor”. Peligrosos principios, incluso revolucionarios.

“La vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción”, se lee en la Constitución. ¿Se opone esta frase a la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (2000) donde se dice que “la dignidad humana es inviolable” y “será respetada y protegida” (artículo 1) o que “toda persona tiene derecho a la vida”? ¿O al Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales de 1953 (“el derecho de toda persona a la vida está protegido por la ley”)? ¿O a la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), donde se afirma que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”?

Es verdad que la carta magna húngara “innova” al precisar que esa vida humana es protegida desde la concepción, pues los que redactaron los tratados internacionales que fundamentan nuestros valores esenciales no tenían ninguna razón para explicitarlo. Pero esta precisión ya figuraba en la no tan antigua Convención sobre los Derechos del Niño (1989), al tener presente que “el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento”.

Ni estos textos mencionados ni ninguno de los otros numerosos tratados internacionales mencionan la existencia de un “derecho a acabar con la vida del niño no nacido”, que fuera superior al continuamente proclamado derecho de todo ser humano a la vida.

Tras la aprobación de la Constitución, el primer ministro húngaro ha lanzado una campaña institucional para reducir el número de abortos mostrando el valor de la vida por nacer. A pesar de que el texto de los anuncios no es ofensivo para nadie –“Entiendo que no estés preparado para tenerme, pero podrías darme en adopción. ¡Déjame vivir!”–, se ha levantado una campaña feminista para frenarla. Estas asociaciones argumentan que se está diciendo a la sociedad que abortar es un asesinato. Convencer a la sociedad es la forma en que el Gobierno pretende luchar para revertir una práctica, fomentada por los comunistas, en lugar de abrogar directamente la ley que legaliza hoy el aborto a petición hasta la duodécima semana.

La protección del matrimonio

La Constitución húngara establece también que el Estado protegerá “la institución del matrimonio como una comunidad de vida entre un hombre y una mujer y la institución de la familia”. Volvemos a encontrarnos con una patata caliente. En Europa, esta precisión del significado del matrimonio sólo aparece en la Constitución de Polonia de 1997, aunque se desprende de la forma en que están redactados la mayoría de las constituciones y los tratados internacionales. En ellos, la familia (se sobreentiende “de padre y madre”) requiere una protección particular por su función esencial en salvaguardar y continuar la sociedad.

En un repaso rápido por documentos internacionales, resulta que la familia es reconocida como “el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado” por la Declaración Universal de Derechos Humanos y, en términos casi iguales, por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas y por la Convención sobre los Derechos del Niño. Esta última expresa la convicción de que “la familia, como grupo fundamental de la sociedad y medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños, debe recibir la protección y asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la comunidad”.

Tabla de salvación

En última instancia, lo que aquí se lidia es una batalla entre dos concepciones opuestas de la sociedad: la que han plasmado nuestras constituciones y declaraciones universales de derechos humanos y la que quieren imponer de hecho en el orden internacional y nacional unos grupos de interés que, por desgracia, hoy controlan la opinión pública.

En el fondo, los húngaros no han hecho más que dotarse de una salvaguardia de su país y sociedad. Hungría, que tiene un índice de fecundidad de 1,3 hijos por mujer (el nivel necesario para el reemplazo generacional es 2,1), sólo quiere sobrevivir. Es consciente de que evitar la destrucción de niños no nacidos y proteger el ecosistema natural en que se crean los ciudadanos (la convivencia estable entre hombre y mujer) es la única salida a la crisis demográfica que va a venir. Y de que tampoco la inmigración es una solución a medio plazo.

Aspectos políticos polémicos

Una lectura completa de la Constitución húngara de 2011 ofrece la imagen de un Estado occidental moderno, con instituciones democráticas, división de poderes, separación Iglesia-Estado, respetuosa de las libertades individuales, de los derechos de las minorías y del medio ambiente, y abierta hacia la integración europea y las instituciones internacionales.

  • Una de las principales preocupaciones del legislador es acabar con el abuso financiero y la corrupción.
  • Con el objeto de reforzar las medidas adoptadas por el actual gobierno (que, de forma atípica, ostenta la mayoría de dos tercios en el Parlamento), la Constitución establece un rango de leyes orgánicas que requieren esta mayoría para ser modificadas.
  • Otra de sus preocupaciones son las minorías de origen húngaro en otros países europeos. Por eso, el artículo G establece que “todo niño nacido de un ciudadano húngaro será ciudadano húngaro por nacimiento”. Este artículo ha generado en países vecinos el temor a una posible injerencia extranjera.
  • Por la prioridad que se quiere dar a las políticas natalistas, el artículo XXI propone una medida curiosa: “No podrá considerarse una infracción a los derechos de igualdad de voto si una ley orgánica crea un voto adicional para madres de familia con niños menores o, cuando la ley lo prevea, que otra persona pueda disfrutar de un voto adicional”.

Ver artículo completo en:

http://www.aceprensa.com/articulos/2011/may/18/una-constitucion-innovadora-para-hungria/

Fuente: Profesionales por la ética


¡Viva Hungría!

Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, ha dedicado en el diario ABC de Sevilla un excelente comentario a la nueva Constitución con el expresivo título de “¡Viva Hungría!” que reproducimos seguidamente.

«Los tiempos discurrirán en la dirección que decidamos imprimirles. Ninguna ley histórica condena a las sociedades a «progresar» indefinidamente hacia la anomia y la disolución de vínculos»

Por FRANCISCO JOSÉ CONTRERAS
CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO

El Parlamento de Budapest aprobó el pasado 18 de abril la nueva Constitución de Hungría. El texto presenta una serie de rasgos del máximo interés, aunque insólitos en la Europa actual. La nueva Constitución es tan políticamente incorrecta que parece un milagro (no es de extrañar que la prensa «progresista» ande rasgándose las vestiduras).

La Constitución reconoce explícitamente la importancia del pasado cristiano en la forja de la identidad húngara. Es decir, adopta una postura diametralmente opuesta a la que caracterizó a la abortada Constitución europea (que omitió cualquier mención del Cristianismo, aunque sí citaba a Grecia, Roma y la Ilustración). Hungría no participa, pues, de la patológica actitud de autonegación histórico-cultural que caracteriza a muchos países occidentales. Reconocer las raíces cristianas no es más que un acto de justicia histórica: una constatación fáctica (el país ha sido cristiano mucho tiempo, y eso ha dejado huellas en su identidad), no una profesión de fe (de hecho, Hungría es hoy día uno de los países más descristianizados).

La gran campanada, sin embargo, viene con los artículos que proclaman que el Estado protegerá «la institución del matrimonio como una comunidad de vida entre un hombre y una mujer» y que «la vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción». Hungría blinda el carácter heterosexual del matrimonio (adelantándose a posibles presiones de la UE en favor de su ampliación a las parejas del mismo sexo) y se incorpora al pequeño grupo de Estados europeos que reconocen el derecho a la vida de los seres humanos no nacidos. Lo primero es una muestra de sentido común (todas las culturas, en todos los tiempos, han sabido que las leyes debían promover la convivencia estable entre hombre y mujer… porque sólo de ahí surgen hijos; la protección especial dispensada a la asociación de hombre y mujer —la única fértil— no implica que otras formas de asociación sean prohibidas). Lo segundo, una inyección de esperanza para la causa pro-vida: la cultura de la muerte no es irreversible; en menos de 20 años, dos importantes países europeos (el primero fue Polonia en 1993) han pasado del aborto libre a una regulación restrictiva. Los «progresistas», a falta de mejores argumentos, terminan a menudo diciendo que el matrimonio gay y el aborto libre son inevitables porque «la sociedad ha cambiado» y «lo exigen los tiempos». No, los tiempos no exigen nada. Los tiempos discurrirán en la dirección que decidamos imprimirles. Ninguna ley histórica condena a las sociedades a «progresar» indefinidamente hacia la anomia y la disolución de vínculos.

La Hungría que dibuja la nueva Constitución no es un Estado neofascista. Las libertades democráticas y la separación Iglesia-Estado quedan claramente consagradas. Hungría es, simplemente, un país que quiere sobrevivir, y por tanto promueve la vida, penalizando su destrucción en la fase prenatal y promoviendo el «ecosistema» natural de la vida incipiente (la convivencia estable entre hombre y mujer).

Quien lea «Hungría quiere sobrevivir» pensará… ¡qué exageración! No lo es en absoluto. Casi toda Europa tiene unas perspectivas demográficas sombrías, pero en los países eslavos éstas son especialmente aterradoras. Con tasas de fertilidad que oscilan entre los 1.2 y los 1.5 hijos/mujer (el índice de reemplazo generacional es 2.1) y privados de la inmigración que, en Europa occidental, atenúa (aunque insuficiente y transitoriamente) los efectos de la huelga de vientres, los países de Europa del Este parecen abocados al desastre en pocas décadas: colapso socio-económico por insostenibilidad del sistema de bienestar (¿quién pagará las pensiones y la sanidad cuando haya casi tantos jubilados como activos?). Es el mismo futuro que le aguarda a España (1.3 hijos/mujer). La inmigración no lo solucionará (las tasas de natalidad están cayendo también en Hispanoamérica y el Magreb: pronto no tendrán ya excedentes de población que exportar; y ambos crecen económicamente más rápido que España: a medida que se acorte la diferencia de renta, disminuirá el incentivo para emigrar).

En ese contexto, resulta del máximo interés la posibilidad —necesitada de desarrollo legislativo— abierta por el art. XXI.2 de la Constitución húngara: un sistema de sufragio ponderado que atribuya a las madres tantos votos como hijos tengan a su cargo. La medida sería revolucionaria (rompe con el principio «un hombre, un voto»), pero la Europa post-familiar y post-natal necesita tratamientos de choque. Y, más allá de la aparente desigualdad que introduce, no deja de ser justa: atribuye mayor capacidad de incidencia en la determinación del futuro del país a aquellos que, teniendo hijos, hacen posible que ese futuro exista.

¿Por qué se ha hundido la natalidad en la Europa reciente(la sociedad más próspera de la Historia)? Creo que la causa principal es la generalización de una mentalidad hedonista que considera a los hijos una carga (si el sentido de la vida estriba en pasarlo bien, ¿para qué cargarse con niños?) y de una ética amorosa que excluye el compromiso definitivo y garantiza la perpetua renovabilidad de la pareja (casi nadie se decide a tener hijos con una pareja provisional). La sociedad debería reverenciar y proteger lo más posible a «los últimos padres»: la fracción menguante de población que todavía hace la «anticuada» apuesta de casarse y tener hijos. Un hombre y una mujer que se dejan ahorros y juventud en cuidar de sus hijos prestan al país un servicio insustituible (que no presta, en cambio, el soltero de oro que prefiere pasar las vacaciones en el Caribe). Ese servicio debe ser reconocido fiscal, simbólica y hasta políticamente. A Europa le va, literalmente, la vida en ello.

Fuente: Profesionales por la ética + Diario ABC

Ver también: UNA ORIENTACIÓN SOCIAL ALTERNATIVA 


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