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¿Dónde está hoy el auténtico «progresismo»?

Deshaciendo tópicos

¿Progresismo o conservadurismo? Ante las inminentes elecciones: ¿dónde encontrar hoy el auténtico «progresismo»?¿En qué consiste el verdadero «progresismo»?

Más allá de la palabrería biensonante y charlatanería a menudo manipuladora y embaucadora de los modernos sofistas (ver aquí), ¿dónde hallar hoy el auténtico «progresismo»?

A menudo nos ocurre que vivimos perplejos, descentrados, medio confundidos… Ello tiene su explicación y su lógica en medio de un mundo como el actual. Somos producto del ambiente histórico en el que nos ha tocado vivir.

Una «guerra cultural» soterrada, no declarada, se está librando en el viejo continente. La vieja cultura civilizatoria que durante milenios nos ha constituido y sostenido se encuentra hoy en crisis, ha sido puesta en entredicho. El viejo mundo es hoy escenario de una batalla, sórdida, silenciosa, pero real entre dos grandes modos, dos grandes formas de entender, interpretar y afrontar  la vida. Conviven, uno junto a otro, dos grandes mundos confrontados: los fundamentos que han sostenido nuestra tradición milenaria y los postulados de una «modernidad» cuyos antecedentes pueden remontarse al racionalismo y la Ilustración, que surgieron como reacción contracultural al milenario predominio del antiguo régimen y de la Iglesia. Dos mundos, «conservador» y «progresista», y dos formas de entender la vida que, como los ojos del Guadiana, han ido aflorando periódicamente, de forma intermitente, hasta nuestros días. En opinión de uno de los autores que a continuación presentamos, la divisoria conservadores vs. progresistas va a convertirse en los próximos tiempos en el eje de referencia más significativo, la polaridad social más trascendente en las décadas que vienen.

Pero en torno a ambos conceptos conviene deshacer viejos tópicos, ya que hoy se está produciendo por parte de los modernos sofistas mucha ambigüedad interesada a través, por ejemplo, de la manipulación del lenguaje o la tergiversación en la presentación de la realidad. La izquierda, fracasada en sus aspiraciones clásicas (socialización de los medios de producción, sustitución del capitalismo por el socialismo), está experimentando en el XXI una mutación que le lleva a sustituir la revolución socio-económica por la revolución sexual, familiar y moral, banderas adoptadas  por el moderno progresismo, en alianza con el feminismo radical.

Frente al progresismo «moderno»,
que ha pervertido y trasmutado los principios del progresismo clásico y hegemónico en las últimas décadas, se está forjando un movimiento de reacción,  que sin renunciar a la poda «cultural» que sea preciso realizar, pone en la conservación y preservación del patrimonio y las esencias civilizatorias que han sostenido nuestra tradición milenaria sus renovadas y esperanzadas energías.

Y en esa batalla la Iglesia, fiel y consecuente con su tradición,  está dando la cara. No hay que desdeñar el peso hegemónico que ha tenido en grandes períodos de nuestra dilatada historia europea. Nos hallamos quizás ahora en el otro extremo del péndulo. En ese choque de trenes, la modernidad ha identificado a la Iglesia, por su papel beligerante, como el gran enemigo a batir.

En este contexto y en medio de esa batalla «ideológica y cultural» en la que nos hallamos, con ocasión de las próximas elecciones, los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid ofrecen unas notas orientativas que a nadie obligan y sí a todos invitan a ejercitarnos en el delicado arte del recto pensar, un llamamiento a la profundización en el conocimiento de los propuestas políticas que se nos hacen, a la superación de la superficialidad a la hora de ejercer el voto, y suponen una exhortación a la responsabilidad cívica.

Nos animan a penetrar en el contenido de los programas y nos invitan a centrar nuestra atención en aquellas cuestiones que realmente son relevantes, aquellas cuestiones de fondo que de verdad marcan, determinan, condicionan el futuro de una sociedad. Porque corremos el riesgo de prestar atención, de perdernos en cuestiones de detalle, en cuestiones secundarias en medio de la maraña y el alto ruido mediático que rodean dichos acontecimientos, en cuestiones que aunque importantes no constituyen los grandes ejes vertebradores de nuestro futuro en paz y armonía. Es, pues, un deber,  ineludible de todo buen ciudadano descubrir y adentrarse en aquellas cuestiones de las que depende un futuro de verdadero progreso humano y a través de las cuales realmente nos estamos jugando nuestro futuro y preservando lo mejor de nuestra civilización.

Importancia concedida a la vida humana, desarrollo integral de las personas, apoyo y fortalecimiento de la familia como institución social básica, ejercicio de las libertades fundamentales, superación de las desigualdades sociales e integración y cohesión social… son algunas de las referencias y algunos de los grandes ejes a tener en cuenta a la hora de ejercer el voto. En definitiva unas notas al servicio de quienes no se dejan llevar por apriorismos o trasnochados prejuicios, que ayudan a conformar una opinión responsable a la hora de apostar por un determinado proyecto político que, alejado de la verborrea fácil, nos encamine de verdad hacia un auténtico progreso humano.

A. Progresismo

Miguel DELIBES:

Antaño, el progresismo respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresista añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos, por la parte más débil. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia, había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista estaba claro y resultaba bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante.

Pero surgió el problema del aborto, del aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre si el feto era o no persona, y, ante él, el progresismo vaciló. El embrión era vida, sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era ya y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero o la del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Y el caso es que el abortismo ha venido a incluirse entre los postulados de la moderna «progresía». Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerme, podría atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, no podían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo; nadie podría recurrir.

Y ante un fenómeno semejante, algunos auténticos progresistas se dijeron: Esto va contra mi ideología. Si el progresismo no es defender la vida, la más pequeña y menesterosa, contra la agresión social, y precisamente en la era de los anticonceptivos, ¿qué pinto yo aquí? Porque para estos progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia, esto es, siguen acatando los viejos principios, la náusea se produce igualmente ante una explosión atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.

Miguel DELIBES, de la Real Academia Española. Diario ABC marzo 2010)

 

Sin embargo, el «progresismo» actual, de gran aceptación entre nuestros contemporáneos, no hay que confundirlo con el verdadero «PROGRESO».

A partir de D. NEGRO:

Lo verdaderamente progresista no pasa hoy por poner en valor y defender cualquier forma de vida y por encima de todo la vida humana en cualquiera de las fases en que se encuentre? En relación, por ejemplo, con la defensa de la vida humana en gestación, la auténtica justicia y el verdadero progresismo no pasa hoy por la custodia del niño que va a nacer y el apoyo integral a la mujer para que pueda superar las dificultades y dar a luz a su hijo?

En nuestro país existen leyes que tutelan la vida de determinadas especies en sus primeras fases de desarrollo. Sin  embargo, la vida humana en gestación es objeto de una desprotección cada vez mayor.

Las izquierdas, abanderadas del progresismo moderno, colocan su “mercancía” embaucando a las masas a base de palabrería y charlatanería biensonante, prometiendo toda clase de acciones legales en cuestiones puramente morales, no políticas, fundadas en el evolucionismo más o menos darwinista. Este les facilita censurar la cultura existente en cualquier aspecto que parezca atraer algunos votos y proponer cambiarla. Porque para el progresismo moderno nada es verdad ni es mentira, todo es relativo y dependiente de las circunstancias históricas. Dicho de otra manera: no existe la naturaleza humana, el ser humano. El hombre, y por supuesto las instituciones, puede ser moldeados a voluntad por los hombres. En verdad tal actitud tampoco es nueva. Pero parece ser el último recurso que les queda a las antiguas religiones políticas.. (Ver: El éxito del progresismo)

A partir de Dalmacio NEGRO, Catedrático de Historia de las Ideas y Formas Políticas en la UCM y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en el Diario LA RAZÓN.

En definitiva, el pseudoprogresismo moderno se preocupa hoy mucho más por imponer su ideología y que sus dogmas se conviertan en ley, que por defender verdaderamente la vida.

 

B. Unas elecciones en el marco del convulso contexto «cultural» europeo

La “guerra civil occidental”, a partir de F.J. CONTRERAS

Samuel P. Huntington puso de moda hace 13 años la idea del choque de civilizaciones: las diversas civilizaciones (islámica, china, hindú, etc.) lejos de converger en una alianza ecuménica y post-identitaria, están, más bien, afirmándose en sus respectivas identidades y hechos diferenciales, lo cual augura relaciones conflictivas entre ellas, y de todas ellas con Occidente. Sin embargo, es mucho menos conocida una variante de la teoría anterior: la  idea  de  la  “guerra  civil  occidental” (entiéndase “guerra” en el sentido metafórico: escisión cultural interna. Una especie de batalla, choque o escisión cultural que se está produciendo en el interior mismo de Occidente).

El choque cultural en el interior de occidente opondría a los “conservadores” que todavía se identifican con la tradición cultural y moral judeo-cristiana con los “progresistas” que consideran dicha tradición periclitada y se adhieren más bien a la Weltanschauung (relativista, hedonista, liberacionista, post-religiosa) característica de la “izquierda postmoderna” o “izquierda sesentayochista”.

Esa “guerra civil occidental” se ve agudizada y condicionada por un factor que es esencial señalar: la izquierda política, que fracasó a lo largo del siglo XX en sus aspiraciones clásicas (socialización de los medios de producción, sustitución del capitalismo por el socialismo), está experimentando en el XXI una mutación decisiva que la lleva a sustituir la revolución socio-económica por la revolución sexual, familiar y moral.

En esta guerra se enfrentan dos grandes modos de interpretar la realidad, de enfocar los problemas, de concebir la vida. El campo de batalla entre uno y otro bando viene dado, fundamentalmente, por las polémicas actuales en torno a: 1) la bioética: aborto, eutanasia, ingeniería genética, células madre, etc.; 2) la ética sexual y el modelo de familia: permisividad sexual, divorcio exprés, matrimonio gay, “vientres de alquiler”, etc.; 3) el lugar de la religión en la vida pública.

En medio de esta batalla con frecuencia creciente, la Iglesia católica se encuentra en el epicentro de la actualidad mediática. La imagen de la Iglesia que ofrece gran parte de la prensa occidental no podría ser más  tenebrosa. Una de los bandos ha identificado a la iglesia como el enemigo bélico a batir. ¿Qué puede explicar hoy una malquerencia tan desaforada? ¿Cómo interpretar la creciente cristofobia del establishment cultural europeo? ¿A qué obedece el resurgir de un anticlericalismo virulento que parecía superado  desde  hace  décadas?  ¿Cómo ha llegado la Iglesia a convertirse en “objetivo bélico”?

La Iglesia se ha visto atrapada por el fuego cruzado de la “guerra civil occidental”: lo quiera o no, es percibida como símbolo y baluarte de uno de los bandos en conflicto. Da igual que razone, que argumente, que presente sus tesis con el máximo posible de matices y cautelas. En la medida en que sea fiel a su tradición e insista en principios como la sacralidad de la vida desde la concepción a la muerte natural o el rechazo de las relaciones sexuales no matrimoniales, atraerá inevitablemente sobre sí las iras del bando progresista (que es el que posee hoy por hoy la hegemonía cultural). Incluso si la Iglesia renunciara a presentar batalla en asuntos como el aborto o el matrimonio gay, no por ello dejaría de ser hostigada por la cultura dominante: su mera existencia como “metarrelato”, como visión del mundo densa que maneja aún un concepto fuerte de verdad objetiva, resulta intolerable en una atmósfera intelectual presidida por el pensamiento débil, por la deconstrucción postmoderna, por la “dictadura del relativismo” y la convicción de que la creencia en absolutos es sinónimo de fundamentalismo e intolerancia.

El europeo postmoderno asocia sin más “creencia en verdades objetivas, absolutos, etc.” con “intolerancia”. Se parte de un prejuicio: se da por supuesto que si alguien cree firmemente en algo, se sentirá  obligado  a  imponerlo  coactivamente  a  los  demás.  Romper  esa  falsa  ecuación  me parece una de las tareas culturales más urgentes del momento actual.

Pero además, esa “guerra civilizacional” interna incide también en la externa de esta forma: en la medida en que los “progresistas” van imprimiendo a Occidente una identidad cada vez más materialista y atea, aumenta la intensidad del choque cultural con las civilizaciones no occidentales, que siguen siendo profundamente religiosas.

Mi tesis, pues, -afirma F. Contreras- es que la divisoria conservadores vs. progresistas va a convertirse en el eje de referencia más significativo, la polaridad social más trascendente en las décadas que vienen.

Es una nueva polaridad que desplaza a otras cada vez menos relevantes, como la clase social (“burgueses vs. proletarios”), el sexo o la raza; desplaza también a la vieja antítesis ideológica derecha-izquierda, centrada en el modo de producción. Es decir, la religiosidad o la fidelidad al modelo familiar tradicional se convierten en “marcadores” sociales más significativos que el nivel de ingresos o la raza.

Las fuerzas de esos dos bandos ideológicos no están equilibradas: la cosmovisión progresista ejerce una evidente hegemonía en los medios de comunicación, en las universidades,  en  el  cine  y  la  literatura,  en  las  escuelas,  hasta  el  punto  de  merecer  la calificación de “cultura dominante”. La contracultura liberacionista de los 60 ha pasado a convertirse en la ortodoxia, en la doctrina oficial del establishment bienpensante y políticamente correcto.

Pero esa contracultura devenida en cultura oficial se ve contestada por una “cultura disidente” de signo conservador (“revolución conservadora”, “contra-contracultura”, etc.).

Ser conservador -defender la vida del no nacido, la familia tradicional y la religión, cuestionar la permisividad sexual, etc.- es hoy día la expresión máxima de la transgresión y la heterodoxia.

El dominio del paradigma progresista tiene lugar, no tanto en el terreno de los hechos, como en el del imaginario social y las ideas públicamente aceptables. No es tanto que ya nadie se case, tenga hijos, vaya a misa u observe una actitud sexual morigerada, como que los que viven con arreglo a valores tradicionales lo hacen de manera casi vergonzante, con complejo de inferioridad cultural, sin ser capaces –en muchos casos- de defender articuladamente los principios que subyacen a esa forma de vida … Muchas personas en la sociedad actual llevan una vida objetivamente “tradicional” (son esposos fieles, amantes padres de familia, etc.), pero no tienen un discurso conservador: se adhieren a las teorías (progresistas) dominantes: afirman que “cualquier conducta sexual entre adultos libremente consintientes” es admisible, que las parejas de hecho o las homosexuales deben recibir el mismo tratamiento legal que las casadas, etc. Se da un curioso y revelador divorcio entre la praxis (conservadora) y la teoría (progresista).

El aborto, la permisividad sexual, la eutanasia, la defensa de la libertad de las escuelas, la enseñanza de la religión, el derecho de los cristianos y judíos a defender opiniones políticas condicionadas por sus creencias, son algunos de los temas clásicos en los que la “contra-contracultura” conservadora entra en conflicto con el paradigma progresista dominante.

Mi impresión es que -afirma Contreras- este despertar conservador que en EEUU tiene ya varias décadas de antigüedad, empieza a llegar tímidamente a Europa: en España, por ejemplo, se ha producido un evidente resurgir del movimiento pro-vida  en  los  últimos  años;  una  inesperada  movilización  frente  al  adoctrinamiento progresista en las escuelas (impugnación de la Educación para la Ciudadanía, manifestaciones contra la LOE) y, más genéricamente, la emergencia de un sector de opinión conscientemente conservador que ha osado manifestarse varias veces por la familia, por la vida del no nacido, etc.

En CRISTIANISMO, RAZÓN PÚBLICA Y “GUERRA CULTURAL” Francisco J. Contreras, Catedrático de Filosofía del Derecho. Universidad de Sevilla.

 

C. Los obispos españoles aconsejan principios clave a la hora de votar

votación responsableConvicciones que deben considerarse para "ejercer libre y responsablemente" el voto.

REDACCIÓN HO/ReL.- Ante las elecciones autonómicas y municipales del próximo día 22 de Mayo, los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid han ofrecido algunos "principios básicos" que deben considerarse para "ejercer libre y responsablemente" el voto.

A través de una nota, los prelados madrileños señalan que este ejercicio responsable exige un "conocimiento suficiente de los programas electorales de los partidos políticos y un atento discernimiento de las medidas que proponen para llevarlos a la práctica". 

Además, recuerdan a los católicos que han de "actuar según los imperativos de una conciencia bien formada en los principios de la recta razón y del Magisterio de la Iglesia", para ello, recuerdan, se deben tener en cuenta los siguientes principios: 

1. El derecho a la vida debe ser eficazmente tutelado en todas las etapas de la existencia de la persona, desde su concepción hasta su muerte natural. Ningún supuesto o real bien social o personal puede justificar la eliminación de un ser humano inocente por el aborto - incluida la llamada píldora del día siguiente - o la eutanasia.

2. El derecho a la libertad religiosa ha de ser también protegido. Lo cual comporta la exigencia del respeto a los lugares de culto y a los signos religiosos, así como la tutela de la expresión y valoración públicas de las convicciones religiosas, especialmente las de la fe católica, configuradora de nuestro patrimonio cultural y moral.

3. La familia ha de ser objeto de un reconocimiento específico y de una promoción esmerada. Las leyes y las disposiciones administrativas deben reconocer, proteger y promover la institución del matrimonio, sin la que no es posible la vida familiar. Según la recta razón, iluminada por la fe, la institución del matrimonio se basa en el consorcio de vida de un hombre y una mujer libre y definitivamente establecido en orden a la realización personal de los esposos y a la procreación. La protección de la familia exige también que se facilite el acceso a una vivienda digna y a un trabajo acorde con las exigencias familiares, en particular, a los jóvenes.

4. Se ha de reconocer y proteger el derecho de los padres a educar a sus hijos de acuerdo con sus convicciones religiosas, morales y pedagógicas. Lo cual comporta que se haga efectivamente posible tanto la iniciativa social en la creación y dirección de centros educativos, como la libre elección de los mismos; y comporta también que las escuelas estatales se abstengan de imponer una determinada educación religiosa o moral, facilitando más bien la formación que los padres o los alumnos elijan en este campo, en particular, la enseñanza de la religión y moral católica, que tantos solicitan.

5. Se ha de promover un orden económico justo, que facilite el ejercicio de un trabajo justamente remunerado y que prevea mecanismos de atención especial para las personas a quienes más afecta la crisis económica y laboral, así como para aquellos que se encuentren en situación de marginación o de especial necesidad: inmigrantes, enfermos, ancianos, dependientes, etc.


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