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El éxito del progresismo

El ocaso de las caducas «religiones políticas»

Algunos de los ingredientes cocinados por las actuales «religiones políticas» que pretenden “colocarnos" y “vendernos” actualmente a través de sus atractivas ofertas.

El mercado de “ofertas” y “promesas” políticas en un determinado momento histórico puede ser amplio. El proselitismo en favor de sus tesis puede resultar intenso. La búsqueda de adhesión a sus principios por parte de sus promotores, particularmente fatigosa. La expansión e imposición de sus premisas a las masas, especialmente laboriosos. Su viabilidad y sus posibilidades de éxito se ven comprometidas en función de su consistencia y realismo.

Progresismo, libertad, igualdad, bienestar, ideología de género, relativismo, laicismo, algunas reivindicaciones de determinados colectivos como supuestos “derechos”, determinadas concepciones de la realidad humana… son algunos de los ingredientes cocinados por las actuales «religiones políticas» que pretenden “colocarnos" y “vendernos” actualmente a través de sus atractivas ofertas. Son productos de su tiempo; su contenido y sus posibles interpretaciones están sujetos a las circunstancias históricas; cambian y se transforman con el transcurso del tiempo. Sin embargo, la historia hace de criba. Su viabilidad, sometida implacablemente al cedazo del paso de los años. Su recorrido histórico más o menos largo en función de su grado de credibilidad.

Con todo, algunos de esos ingredientes en boga en una determinadoa coyuntura histórica, otros en su punto álgido en el momento presente, tendrán que confrontarse con el paso del tiempo. Algunos pasarán, no aguantarán, se desmoronarán con el transcurso de los años, caerán como un castillo de naipes por falta de consistencia, de fundamento. Otros sin embargo, no siempre presentes en esas ofertas de las tradicionales «religiones políticas», denostados en su momento, gracias a su justa adecuación a la verdad de la realidad, superarán la criba del tiempo y florecerán luminosos para orientar y guiar nuestro histórico devenir colectivo.

Traemos aquí un antiguo artículo, aunque en cierta forma aún de actualidad, sobre las antiguas pero todavía actuales «religiones políticas».

Dalmacio Negro Pavón, Catedrático de Historia de las Ideas y Formas Políticas en la UCM.
Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

El «progresismo» actual no hay que confundirlo con el «progreso».

Para el «progresismo» no existe la naturaleza humana, el ser humano. El hombre, y por supuesto las instituciones, puede ser moldeado a voluntad por los hombres. Esto parece ser el último recurso que les queda a las antiguas «religiones políticas».

El contrapunto del fracaso del centrismo ha sido el éxito del progresismo. Discutible por la manipulación habida que condiciona moralmente al nuevo gobierno y, como mostraban las encuestas ya antes de las elecciones, la desorientación de la opinión, cuya confianza no supieron ganarse los centristas. Esto último, no el entusiasmo por el partido socialista, ha sido el suelo abonado en que la manipulación sembró hábilmente, lo que condicionará aún más al gobierno.

El partido socialista hace tiempo que no es socialista: es progresista y el progresismo es otra cosa aunque también puede ser socialista. De hecho, conserva actitudes y maneras del socialismo, entre otras razones, para arrastrar al electorado que sigue creyendo en el socialismo de la misma manera que una pequeña parte sigue siendo comunista. El socialismo y, por supuesto el comunismo, son más una cuestión de fe que de razón. Entre sus partidarios abundan aquellos que abandonan la fe religiosa y eligen esta religión política.

Socialismo y comunismo murieron como religiones al derrumbarse su santuario, el Imperio Soviético. Ni la China comunista, que ha introducido la propiedad privada, es ya comunista y sólo es socialista por razones de orden público. Del comunismo quedan residuos Cuba o Corea cuya situación geopolítica les ayuda a sobrevivir. Y en lo que respecta a la socialdemocracia oficial más o menos el socialismo de rostro humano anda dando bandazos en todas partes.

Los gobiernos legislan como quieren, o sea, como les conviene. Si creen que les va bien de cara a la opinión siguen la misma línea legislativa; si creen que les va mal, la cambian.

Para bien o para mal, el capitalismo se ha impuesto, aunque constituye un problema que se deba más a su eficiencia que a razones de más calado. En realidad, lo que se llama capitalismo es la economía de mercado, una economía natural, y el mercado es una creación del Derecho que garantiza la seguridad del tráfico mercantil y la propiedad. Pero el Derecho se ha transmutado en Legislación y los gobiernos legislan como quieren, o sea, como les conviene. Si creen que les va bien de cara a la opinión siguen la misma línea legislativa; si creen que les va mal, la cambian. Los gobiernos son oligarquías y la cuestión eterna consiste, como viera el viejo Aristóteles, en poderla controlar mediante los números, es decir, por la democracia.

En este contexto, en los asuntos políticos los socialistas sólo pueden hacer promesas inalcanzables, fantásticas, por lo que se hacen fuertes en el progresismo, cuyo mayor adalid en el siglo XX fue por cierto el Führer Adolfo Hitler, un darwinista social cuyas preocupaciones biologicistas han dado mucho fruto.

El «progresismo» actual que no hay que confundir con el «progreso», debe su aceptación al nihilismo de las sociedades occidentales apoyado por la neutralidad estatal, la difusión permanente de ideas nihilistas y el espíritu de bienestar denunciado por Tocqueville como uno de los grandes peligros a que está expuesta la democracia.

El progresismo les permite a los socialistas para sobrevivir, (otros se pasan al ecologismo), prometer toda clase de acciones legales en cuestiones puramente morales, no políticas, fundadas en el evolucionismo más o menos darwinista.

Este último les facilita censurar, adoptando una postura historicista, la cultura existente en cualquier aspecto que parezca atraer algunos votos y proponer cambiarla, porque nada es verdad ni es mentira, todo es relativo y dependiente de las circunstancias históricas.

Dicho de otra manera: no existe la naturaleza humana, el ser humano. El hombre, y por supuesto las instituciones, puede ser moldeado a voluntad por los hombres. En verdad tampoco es nuevo. Pero parece ser el último recurso que les queda a las antiguas religiones políticas.



Ver también la sección: UN ALTRE MÓN ÉS POSSIBLE


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