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EDUCACIÓN Y CRISIS SOCIAL

Emergencia educativa: en busca de soluciones reales para un fraude social

La crisis de la sociedad nace con el deterioro de la educación, savia que nutre el desarrollo personal y social de todo ser humano.

Cuando quienes la conforman carecen de ella, son en su mayoría un conjunto de semovientes áulicos, se convierte en una colectividad doméstica y funambulera.

Son muchos y muy graves los problemas que hoy afectan a España, pero ninguno tiene tanta profundidad ni se proyecta con tanta fuerza sobre nuestro futuro como el de la educación en sentido amplio. Todo -o casi todo- pasa por la educación.

Los síntomas de la emergencia educativa son hoy evidentes en todas las dimensiones: libertad de educar; transmisión de significados, valores y virtudes; adquisición de conocimientos; cultura del aprendizaje y el esfuerzo; rendimiento escolar… Las soluciones no son fáciles ni inmediatas, pero es casi imposible acertar si nos empeñamos en cerrar los ojos y eludir un diagnóstico que apunte a las causas reales del problema al que debemos enfrentarnos como prioridad social.

En los últimos días, Teodoro González Ballesteros (Catedrático de Derecho Constitucional), en un artículo titulado “Educación y crisis social” (Diario ABC ), y Benigno Blanco (Presidente del Foro de la Familia), en el artículo “El relativismo no puede educar” (Padres y Colegios,), han apuntado con claridad algunas de las claves fundamentales para avanzar, de una vez por todas, en un diagnóstico serio y coherente del actual colapso de la educación.

Dado su interés para el actual debate sobre la educación en España y tras una contextualización de la situación pasamos a reproducir ambos artículos.

Algo va mal entre nosotros y debemos determinar las causas. Sin duda, educativamente estamos situados en los puestos más bajos de la UE. El último informe PISA que elabora la OCDE sitúa a España en el vagón de cola: puesto 26 de 34. En medio de esa debacle educativa podemos preguntarnos cuáles son las causas de dicha situación y qué cuota parte de responsabilidad cabe atribuir a las diversos sectores intervinientes: poderes públicos, familias, centros educativos, medios de comunicación y sociedad en general? La educación debemos concebirla como una tarea colectiva. Educarnos y educar a las jóvenes generaciones, es decir transmitirles nuestros más preciados valores, es tarea de todos y de cada uno de nosotros. A todos incumbe arrimar el hombro en la medida de nuestras posibilidades. Y para ello, lo primero y más urgente es un certero diagnóstico y no quedarnos en causalidades epidérmicas. Y una vez bien diagnosticada la situación, para la superación del problema, si realmente queremos afrontarlo con decisión, todos deberemos aportar nuestro particular granito de arena, cada uno en su ámbito de actuación.

Primero deberemos empezar no confundiendo «educación» con simple «instrucción o enseñanza», ni reducir la «educación» a la «escolarización», ni el nivel educativo de una persona referirlo solo a sus resultados académicos. ¿Qué es eso de la «Educación»? ¿En qué consiste ésta? (Ver aquí). ¿A quién incumbe la educación de las nuevas generaciones? ¿Las generaciones adultas poseen la formación adecuada para transmitir a las nuevas el rico caudal educativo y de valores que nuestra vida social actual requiere, a fin de evitar su degradación y desintegración paulatina? Podemos preguntarnos también, dónde se produce el mayor impacto educativo. Podemos preguntarnos si el influjo educativo más decisivo se produce intramuros de los centros educativos o allende esos siempre y limitados «semi-vivientes» muros. Según cuál sea la respuesta, la intervención necesaria será más o menos amplia o reducida al interior de los centros educativos (que no sólo de enseñanza). Quizá la respuesta adecuada debamos buscarla empezando a reconocer sinceramente que el verdadero influjo educativo, el cauce verdaderamente educativo, se sitúa extramuros de esos centros y que por tanto la intervención que se precisa sobrepasa con mucho las posibilidades reales de los centros educativos.

¿O no será que la educación – se planteaba JM Batalloso –  amplia y formalmente entendida es un fenómeno que sucede fuera de las aulas y en los márgenes de éstas? ¿O es que lo que entendemos por educación no es más que una sofisticada y costosa superestructura institucional que legitima, garantiza y reproduce un modo de producción inhumano e insostenible?

Como país somos fruto de  una realidad educativa que nos constituye. Una errática legislación educativa en las últimas décadas, una deficiente solidez en la estructuración familiar con repercusiones en la educación de los hijos,  el poco ejemplarizante comportamiento de parte de nuestra clase dirigente, el relajamiento relativista adoptado desde el poder e inoculado en la mentalidad colectiva, la insuficiente preparación del profesorado en su formación inicial para hacer frente a los nuevos y exigentes retos educativos actuales, la deficiente formación en el seno de muchas familias para la correcta educación de los hijos, el exiguo papel edificante de los modelos que se nos proponen a través de los medios de comunicación, la telebasura, el corrupto y  degradado lenguaje, el abandono de la cultura del esfuerzo… son algunos de los trazos que caracterizan nuestra realidad educativa nacional.

La Educación, se viene a afirmar en los artículos que a continuación presentamos, no consiste sólo en desarrollar competèncias de forma más o menos errática, sin tener una idea clara del ideal de ser humano que se persigue o perfeccionar las facultades intelectuales mediante la transmisión y adquisición de los fundamentos necesarios para una convivencia próspera y pacífica.

El asumir y profesar el respeto y consideración al semejante, la solidaridad, la responsabilidad, la sinceridad o la dignidad y la honradez, constituyen los valores y principios necesarios para el progreso de cualquier sociedad civilizada. Lo contrario nos conduce a la ignorancia y la incultura civilizatoria.

Es un fraude social, se continúa afirmando en los textos que presentamos, limitarse a dar un salto, como suelen hacer los representantes de los poderes públicos,  anunciando soluciones que obvian las causas profundas de la debacle educativa. La educación, la enseñanza y la cultura son el origen y fundamento de la libertad del hombre y de la sociedad. Y toda sociedad inculta y en crisis es terreno abonado para el sometimiento y la manipulación. La familia, el ámbito familiar, como órgano básico de la sociedad, tiene una gran parte de la responsabilidad en la educación, crianza y desarrollo físico, psíquico y moral de los hijos.


EDUCACIÓN Y CRISIS SOCIAL

Teodoro González Ballesteros
(Diario ABC)

La crisis de la sociedad nace con el deterioro de la educación, savia que nutre el desarrollo personal y social de todo ser humano, y cuando quienes la conforman carecen de ella, son en su mayoría un conjunto de semovientes áulicos, se convierte en una colectividad doméstica y funambulera. El bosque lo forman los árboles, no las zarzas y los matorrales. Decía Herbert Spencer que «el objeto de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos y no para ser gobernados por los demás» (Education: intellectual, moral, and physical.1861). En lenguaje usual del término, la educación no consiste solo en desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales de la persona, del niño o del joven mediante la transmisión y adquisición de los fundamentos necesarios para la existencia de una convivencia próspera y pacífica, sino también la enseñanza y en general la cultura del aprendizaje. El asumir y profesar sin discriminación el respeto y consideración al semejante, la solidaridad, la responsabilidad, la sinceridad o la dignidad y la honradez, constituye los valores y principios necesarios para el progreso de cualquier sociedad civilizada. Lo contrario es la ignorancia y la incultura, y como resultado el enfrentamiento social, el odio, la envidia y el analfabetismo funcional que tienen como única meta la supervivencia doméstica a cualquier precio y bajo el sistema hipotecario que proceda. Y sin árboles no hay bosque.

Conocido, en orden a sus resultados, el desastre que hoy, en general, representa la educación en España, es un fraude social, como suelen hacer los representantes de los poderes públicos , limitarse a dar un salto anunciando soluciones que obvian las causas a través de las cuales se ha llegado a esta situación, cuyos perjudicados son los menores, los jóvenes y la sociedad en la que se incardinan. En lo que hace a la autoría del desastre, los responsables siempre son los otros. La escuela culpa a la familia, la familia a la escuela, y todos al Estado, a los efectos incorpóreo ente de ficción que no se conoce por dónde habita, y este, Gobierno, a la sociedad.

Mientras tanto, y a modo de ejemplo, aumenta el índice de delincuencia entre los menores; en materia de enseñanza preuniversitaria España ocupa el puesto 25 entre los 33 países miembros de la OCDE (Informe PISA-2009); los jóvenes en edad de votar abdican de su responsabilidad pública, como se demuestra por su baja participación electoral; se multiplican las agresiones físicas y morales de hijos a padres; y se extienden la «cultura del botellón» y lo que ello acarrea. Después, los que llegan a la Universidad se encuentran con unas enseñanzas descafeinadas por la implantación del mal llamado «Plan Bolonia» y sus desaciertos, con un profesorado carente de motivación, y el desolador panorama de una titulación que ya no les garantizará un trabajo.

En el aspecto estricto de las antes llamadas «enseñanzas medias» la bajada de la calidad, aplicando los indicadores del Informe PISA, es consecuencia de la caótica Logse (Ley orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo) vigente desde el año 1990, que vino a derogar la LODE (Ley orgánica reguladora del Derecho a la Educación) de 1985. El llamado «efecto Logse» pivota sobre tres cuestiones fundamentales: la descentralización educativa (cada comunidad autónoma puede promulgar, y de hecho ya ha sucedido, su propia ley de educación a medida de su conveniencia política); la ideologización de las enseñanzas, y la bajada en el nivel de exigencia para superar curso. Después, y también por el Gobierno socialista, se promulgaría la Lopeg (Ley orgánica de Participación, Evaluación y Gobierno de los centros docentes) en 1995; la LOCE (Ley orgánica de Calidad de la Enseñanza) en 2002 por el Gobierno popular; y, la última por ahora, en 2004 la LOE (Ley orgánica de la Educación). Esta dictadura legislativa ha originado, como no podría ser de otra forma, un incoherente y desconcertante desarrollo sobre el contenido y aplicación de las enseñanzas. Caos que se acrecienta con las leyes promulgadas por las comunidades autónomas en el ámbito de sus respectivas competencias.

Resultado de esta demencia normativa: abandono escolar, fracaso del sistema educativo y lo que es indudablemente mucho más grave desde el punto de vista social, unos jóvenes sin la preparación suficiente para incorporarse al mercado laboral o a cualquier otra actividad parecida. De esta situación de engaño y fraude puede echarse la culpa a quien se deje, incluidos la inmigración o el hombre del tiempo, pero los responsables son los poderes públicos, por orden y en su orden.

La familia, el ámbito familiar, como órgano básico de la sociedad, tiene una gran parte de responsabilidad en la educación, crianza y desarrollo físico, psíquico y moral de los hijos.

La falta de dedicación para compartir y prever su formación, en unos casos, y el desarraigo y su desestructuración en otros, traducidos en una culpabilidad redentora con regalos, agasajos y complacencias, han provocado el efecto perverso de convertirlos en el eje sobre el que gira el contexto familiar. En los años ochenta la dejadez y permisividad de los padres se reflejó en que la televisión educaba a sus hijos. En el presente siglo estamos en la era de la tecnología usable y desechable, internet, telefonía móvil y añadidos. Hoy los vástagos, desde temprana edad y según los casos, disponen de un desarrollo vital independiente que circula por las vías de tales instrumentos y de sus controladores, mientras los padres, con una ignorancia sobrevenida fruto de la irresponsabilidad, desconocen qué hacen los hijos, amistades, entretenimientos, diversiones y un largo etcétera. Y cuando surge el problema ya es tarde para solucionarlo.

En el campo del derecho el absurdo se ha codificado. Dos ejemplos: el Código Civil, al tratar de las relaciones paterno-filiales, entre otras cuestiones disponía en su art. 154 que «podrán también (los padres) corregir razonable y moderadamente a los hijos». La frase fue suprimida por la Ley 54/2007, de 28 de diciembre. Es decir, hoy «corregir razonable y moderadamente» a un hijo puede acarrear la pérdida de la patria potestad, cuando no ser objeto de una sanción penal. Otro disparate: la mujer de 16 o 17 años puede, actuando como una mayor de edad, consentir la interrupción de su embarazo en los términos fijados por la ley orgánica 2/2010, de 3 de marzo. Si una mujer se produjere un aborto o consintiere que otra persona se lo cause, fuera de los casos permitidos por la ley, será enjuiciada con arreglo al Código Penal (art. 145.2). Pero ¿qué sucede si tiene 16 o 17 años?, que deberá ser tratada como lo que es, una menor de edad, y se le aplicará la ley orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la responsabilidad penal de los menores. Mayor de edad para interrumpir su embarazo, y menor, en su caso, para abortar.

Y se podría continuar con el corrupto y poco ejemplarizante lenguaje basura, ya sea este el vejatorio y descalificador que los políticos exteriorizan como argumento en sus descalificaciones públicas del adversario o el insultante y envilecedor que algunas televisiones utilizan como espectáculo. La relación sería larga y copiosa.

La educación, la enseñanza y la cultura son el origen y fundamento de la libertad del hombre y de la sociedad. Y toda sociedad inculta y en crisis es terreno abonado para ser dominada y manipulada.

http://www.abc.es/20110203/latercera/abcp-educacion-crisis-social-20110203.html

Para continuar ver: EL RELATIVISMO NO PUEDE EDUCAR

Manifest de la societat civil catalana per l'Educació


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