Ecología integral: Habitar la Tierra (y II)
Habitar el mundo. «Necesitamos una ecología humana integral que transforme nuestros estilos de vida, nuestra relación con los recursos de la Tierra; que incluya no sólo las cuestiones ambientales, sino también al hombre en su totalidad, respondiendo al clamor de los pobres». Algunas actitudes positivas: a) Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de una vida humana auténtica en la Tierra. b) Incluye en tu acción actual, como objeto también de tu querer, la integridad futura del hombre. c) Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra. d) Es un deber legar a las generaciones futuras el universo al menos no peor de cómo lo hemos encontrado.
Algunos conceptos a redescubrir: “Habitar”, “Buen vivir”, “Paradigma del cuidado”. El planeta Tierra una pequeña y multifacética aldea, nuestra “casa común”. Sin embargo, un número creciente de personas no pueden experimentarlo como tal, porque se ven rechazadas, excluidas, desechadas. Ello expresa la incapacidad humana para hacer realidad un mundo que todos los pueblos sientan como su hogar.
2. El buen vivir, otra comprensión del habitar
Los pueblos Quechua y Aymara conciben el habitar de otra manera. Las culturas andinas poseen su propio modo de comprender la realidad, muy diferente a la desarrollada por la racionalidad occidental. Media, por lo tanto, una gran distancia entre estos dos modos de comprender y de estar en el mundo, entre el “habitar” de Heidegger y el pensamiento andino. Vinculación importante ya que los pueblos indígenas de América Latina constituyen la raíz primera de nuestra identidad y “son poseedores de innumerables riquezas culturales, que están en la base de su identidad actual”.
La filosofía heideggeriana puede interpretarse como fruto del “pensamiento propio de una burguesía europea que siente la crisis del individuo y que trata de remediarla”. El pensamiento indígena, en cambio, procede con otra racionalidad, desde otras historias, se ha desarrollado en otras tramas y, en nuestros días, “se va construyendo en el contexto de las luchas anticoloniales y descolonizadoras de los pueblos indígenas”. El pensamiento indígena es un “pensamiento de tipo seminal”, en el sentido latino de semen como ‘semilla, germen, origen, fuente’, como lo que se ve crecer y no se sabe por qué, y que por eso mismo pareciera trascendente, ajeno al yo y a la realidad cotidiana.
Si el problema del “habitar” y de redescubrir la esencia de lo humano concierne “a cada persona que habita este planeta”, no será en vano intentar un diálogo, entre diversas racionalidades. Un diálogo que signifique un dar y un recibir recíprocos que enriquezca el sentido del universo que habitamos. Porque “El proceso de cambio que emerge hoy en la región, desde la visión de los pueblos ancestrales indígenas originarios, irradia y repercute en el entorno mundial, promoviendo un paradigma, uno de los más antiguos: el “paradigma comunitario de la cultura de la vida para vivir bien”, sustentado en una forma de vivir reflejada en una práctica cotidiana de respeto, armonía y equilibrio con todo lo que existe, comprendiendo que en la vida todo está interconectado, es interdependiente y está interrelacionado.
En el contexto de la aceleración de la crisis del sistema capitalista neoliberal, que agravó la situación, ya de por sí precaria de los indígenas, surge la formulación del paradigma del buen vivir. La expresión tiene bases en las lenguas y culturas andinas (Sumak kausay, en quechua y Suma Qamaña en aymara), evoca las sabidurías ancestrales, hunde sus raíces en lo mejor de la tradición de un pueblo y expresa el deseo de un convivir más humano y en armonía con la naturaleza. En las actuales circunstancias históricas caracterizadas por las luchas anticoloniales y la violencia depredadora de la globalización neoliberal, conecta con la memoria colectiva, moviliza la utopía y, por lo mismo, resulta ampliamente convocante.
Podemos descubrir las raíces del habitar andino, es decir, de la utopía del buen vivir: la convicción andina de que todos y todo pertenecen a una sola familia bajo un solo techo. Fuera de la casa (universo o pacha), no hay nada; y dentro de ella, todo está relacionado. La casa andina “no es simplemente una vivienda, sino un universo en miniatura”. Ella está en toda su orientación y disposición de sus elementos, “en plena complementariedad y correspondencia con el macrocosmos”.
El significado de la palabra aymara qamaña puede orientarnos sobre el sentido que tiene para el ser humano andino el habitar en esta casa. Qamaña es ‘habitar, vivir [en determinado lugar o medio], morar, radicar’ (…) y qamasiña, ‘vivir con alguien’. Qamaña es también el nombre que se da al lugar abrigado y protegido de los vientos, construido con un semicírculo de piedras, para que, desde allí los pastores, mientras descansan, cuiden a sus rebaños. Es decir, qamaña, desde sus diversos ángulos, es vivir, morar, descansar, cobijarse y cuidar a otros. En su segundo uso, insinúa también la convivencia con la naturaleza, con la Madre Tierra Pacha Mama. El término incluye también el significado de vivir y de vida. Por eso, cuando en el mundo andino, y en tantos otros pueblos indígenas originarios, se afirma que las suyas son culturas para la vida, no se refieren sólo a este hecho físico de vivir sino también a todo este conjunto de relaciones sociales con un ambiente de acogida. Por eso se habla además de “cuidar” y “criar” la vida, como algo que hacemos juntos, en familia.
El vocablo chakana significa fundamentalmente “vincular” y expresa, que “el verdadero arjé para la filosofía andina es la relacionalidad del todo, la red de nexos y vínculos que es la fuerza vital de todo lo que existe”. La palabra es compuesta y proviene del verbo chakay, que significa ‘cruzar’, ‘trancar la puerta o entrada’. “Chakana” es el ‘cruce’, la transición entre dos puntos, el ‘puente’ como nexo entre dos regiones”. El ser humano andino, concibe al cosmos (pacha) como un todo interrelacionado.
El universo/casa del yamqui es como una morada donde cada lugar está claramente diferenciado, donde cada elemento, cada ser y cada realidad tiene su lugar existencial y se realiza en complementariedad, correspondencia y reciprocidad con los otros. Todo vive en el Pacha y cada ser es diferente y, desde lo que es, desde la diversidad complementaria y relacional se realiza la armonía. Cuando se rompen las relaciones armoniosas sobreviene el caos (sequías, inundaciones, plagas, epidemias) y el desequilibrio universal, que siempre es posible restaurar, ya sea devolviendo los elementos a su lugar de origen o reparando el daño ocasionado.
“Los medios restauradores de la armonía universal son los ritos". El ritual y la celebración son lugares predilectos del conocimiento andino y el lugar donde la armonía rota puede ser restaurada. Corresponde a “la pareja humana la función esencial de cumplir (…) con la obligación religiosa de los ritos que aseguran la armonía cósmica.” Es así como, en la resolución de los conflictos interpersonales, tanto a nivel familiar como comunal, lo religioso tiene un papel muy importante que cumplir en todos los ámbitos de la vida cotidiana de la familia, la comunidad, el trabajo de la tierra, la crianza de los animales, los viajes, los negocios. La casa, que en aymara se dice uta y en quechua wasi, es el centro “del cuidado físico y ritual del equilibrio entre todos los actores, incluyendo a los ancestros, los espíritus tutelares, las futuras generaciones, los antepasados y todos los elementos de la vida, desde el mismo ser humano hasta las piedras”.
En el mundo andino se tiene la convicción de la interrelacionalidad del todo. El ser humano se halla insertado en este orden cósmico y su función específica es ser su chakana y cuidante, lo cual es realizado principalmente “mediante la ‘presentación’ ritual y ceremonial”. De este modo, el Buen Vivir es estar en permanente armonía con el Todo, celebrando los ritos sagrados que continuamente renuevan la conexión cósmica y con Dios. Por eso en el buen vivir hay una clara dimensión espiritual con los valores que la acompañan como el sentimiento de pertenencia al universo, la compasión hacia los que sufren, la solidaridad entre todos, la capacidad de sacrificarse por la comunidad. Puede decirse que “el cuidado está ligado a cuestiones vitales que pueden significar o la destrucción de nuestro futuro o que se mantenga nuestra vida sobre este pequeño y bello planeta.”. Pero hay más, el cuidado es constitutivo del “ser hombre/mujer” y configura el “sentido relacional de la vida”.
3. El cuidado esencial
Hoy asistimos a la emergencia de un nuevo paradigma interrelacional y holístico que ofrece un nuevo modo de entender el cosmos y el ser humano, a partir de la experiencia y comprensión de la realidad como un todo orgánico y abierto, en el que todo está conectado y que, por lo tanto, “requiere una preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a un constante compromiso ante los problemas de la sociedad” (LS 91). Leonardo Boff afirma que “el holismo no significa la suma de las partes, sino la captación de la totalidad orgánica, una y diversa en sus partes, pero siempre articuladas entre sí dentro de la totalidad y constituyendo esa totalidad”.
El teólogo brasilero ubica el nacimiento de la ecología integral en la visión de los astronautas, que vieron “la Tierra desde fuera de la Tierra”, desde las naves espaciales o desde la luna. “Desde aquella distancia, se borran las diferencias entre ricos y pobres, occidentales y orientales, neoliberales y socialistas. Todos son humanos”. Desde allí, “Tierra y seres humanos emergen como una única entidad. El ser humano es la propia Tierra en cuanto siente, piensa, ama, llora y venera”.
Desde esta visión holística (globalizadora), se puede comprender mejor el ambiente y la forma de tratarlo con respeto, la sociedad, “que debe poseer sustentabilidad y ser la expresión de la convivencia no sólo de los humanos sino de todos los seres entre sí” y, finalmente, la necesidad de superar el antropocentrismo y de cultivar una intensa vida espiritual pues descubrimos la fuerza de la naturaleza dentro de nosotros y la presencia de las energías espirituales que hay en nosotros y que actúan desde el principio en la constitución del universo.
La visión holística del universo lleva a Leonardo Boff a preguntarse por la naturaleza del cuidado. Ya hemos visto cómo, tanto el concepto heideggeriano del habitar como el paradigma andino del Buen vivir incluyen, cada uno a su manera, el cuidado de la relacionalidad del todo como un elemento indispensable.
El teólogo brasilero señala que la sostenibilidad será alcanzada “el día en que cambiemos nuestra manera de habitar la Tierra, nuestra Gran Madre, de producir, de distribuir, de consumir y de tratar los residuos” (Boff, 2012). Cuidado y sostenibilidad son para él conceptos recíprocos, que se amparan mutuamente, como “dos pilares básicos, aunque no los únicos, que van a sustentar la necesaria transformación de nuestro estar en la Tierra.” Siguiendo especialmente a Martín Heidegger, Boff piensa existencialmente sobre el cuidado “en el ámbito de la práctica cotidiana de las relaciones humanas”.
El cuidado para Boff, incluye la precaución y la prevención que configuran aquellas actitudes y comportamientos que deben ser evitados por sus consecuencias dañinas, unas previsibles (prevención) y otras imprevisibles por falta de seguridad en los datos científicos y por lo imprevisible de los efectos perjudiciales al sistema-vida y al sistema-Tierra (precaución).
Por todo esto, puede decirse que “el cuidado está ligado a cuestiones vitales que pueden significar o la destrucción de nuestro futuro o que se mantenga nuestra vida sobre este pequeño y bello planeta.” . Pero hay más, el cuidado es constitutivo del “ser hombre/mujer” y configura el “sentido relacional de la vida”.
Conclusión
A lo largo de estas páginas he considerado el significado del habitar, desde dos perspectivas que invitan al diálogo intercultural: la de Martín Heidegger y la de los pueblos andinos. Esta visión es releída en nuestros días y reformulada como paradigma del Buen vivir, que se ofrece a la humanidad como sabiduría capaz de regir un nuevo vivir y con-vivir humanos en el contexto de la fragmentación de la crisis ecológica. Pese a los diferentes ámbitos desde los cuales se reflexiona, es posible visualizar puntos convergentes que contribuyan a la necesaria transformación del modo en el que habitamos la Tierra.
El pensar metafísico y poético de Heidegger permite concebir el habitar desde la interrelación que manifiesta la cosa que, haciendo cosa, reúne, alberga, recibe y escancia, alberga haciendo plaza. Una coligación que cuida, albergando lo que crece y lo que se erige o construye. El pensar seminal, ritual y contemplativo de las culturas andinas ofrece otra mirada, que funda la armonía cósmica o pachasófica en la relacionalidad del todo.
Ambas perspectivas miran por el cuidado que, como dice Boff (2012) “ya es en su esencia ética, en el sentido clásico de ethos como cuidado de la casa y de todos los que en ella habitan, sea la casa individual, sea la Casa Común que es el planeta Tierra (…) ese Hogar de todos, pues no tenemos otro que nos acoja.”
La ciencia moderna está siendo superada en nuestros días por una nueva clase de mentalidad científica que no mira ya al universo como una colección de objetos cuantificables y medibles, regido por leyes mecánicas, sino como sistema de sistemas.
Esta nueva ciencia, surgida de las intuiciones y descubrimientos de grandes científicos, entre los que se encuentra Einstein, “nos invita a mirar de nuevo con asombro y deleite” y a redescubrir una interrelacionalidad holística y solidariamente universal, abierta a la profundidad de la contemplación mística, poética, filosófica, amigable y precavida, al servicio del cuidado de toda vida.
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(1) María José Caram. Argentina. Doctora en Teología y maestranda en Filosofía, Religión y Cultura Contemporáneas. Directora del Instituto de Pastoral Andina (Perú) 1997-2000. Profesora de Pensamiento Social Cristiano y de Teología. Algunas de sus publicaciones son: El Espíritu en el mundo andino. Nuestra Tierra dará su fruto. ¿Por qué las mujeres no? “El ser humano en un universo evolutivo e interrelacionado”. Neomaterialismo. La vida humana, la materia viviente y el cosmos.
Ver también la SECCIÓN: ECOLOGIA INTEGRAL