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«Filosofía» oculta de nuestro tiempo. Nuestra «filosofía» de la vida

La filosofía oculta de nuestro tiempo y nuestra propia filosofía de la vida

¿Eres tan libre como crees o más bien te dejas llevar por los dictados del sistema asumidos por la mayoría, a menudo inconscientemente?

“Una vida sin examen no merece la pena ser vivida” es la conclusión a la que llega Sócrates apelando a la importancia de examinarse a sí mismo y a los demás para mantener una actitud crítica sobre nuestros actos y sobre nuestras vidas con la finalidad de evolucionar para ser la mejor persona posible. Sócrates está convencido de que todo aquel que persigue una "vida buena", (es decir, una vida humana de calidad y no tanto una "buena vida") en vez de preocuparse por las cosas que preocupan a la mayoría de las personas (hacienda, negocios, éxito, admiración, fama...) debería preocuparse por ser lo mejor y los más sensato que se puede ser. La sentencia nos invita a hacer de vez en cuando un alto en el camino para examinar nuestra vida y encontrarnos con nosotros mismos, a examinar la propia biografía de manera auténtica, sincera y sin autoengaño. Es necesario examinar la propia vida para saber si se está transitando por los caminos adecuados para encaminarnos así mejor hacia la "vida buena". La crítica debe ayudarnos a hacernos conscientes de la pertinencia o no de nuestra perspectiva vital cara a una vida de mayor plenitud y apuntar posibles sendas correctoras. El llamado a examinar la vida no sólo tiene una dimensión individual. Se extiende hasta la sociedad y sus instituciones públicas y privadas.

La actividad reflexiva, filosófica, bien entendida, siempre ha tenido esta función de pensamiento crítico dentro de la sociedad. La «filosofía», entendida en sentido amplio, es aquella actividad por la que el ser humano busca de forma lúcida y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella. Esta actividad ha estado presente siempre en el seno de cualquier civilización. La filosofía ha formado parte de la raíz de toda civilización. Todas las grandes civilizaciones se han asentado, entre otros, en unos cimientos de naturaleza filosófica. Cada tiempo, cada época, tiene su propia cosmovisión, su propia filosofía de la vida. La filosofía no se puede suprimir; constituye el entramado más íntimo de la cultura. Nuestro tiempo tiene su propia concepción del mundo, de la vida, de la condición humana, continúa teniendo también “su” filosofía de la vida y alimentándose y nutriéndose de ella. En nuestra sociedad, lejos de desaparecer, sigue impregnándola, pero de forma larvada. También cada uno de nosotros –consciente o inconscientemente- tiene su propia filosofía de la vida que determina nuestra forma de ver y estar en el mundo. Todo el mundo tiene una filosofía de la vida, pero no tantos son los que gozan del buen hábito del autoexamen. La experiencia es una gran maestra, pero también precisamos reflexionar sobre nuestras experiencias. Necesitamos pensar con una actitud crítica. Nuestra filosofía de la vida puede ser el origen de algunos de los problemas que padecemos. Comprender nuestra propia filosofía puede ayudarnos a evitar, resolver o abordar muchos problemas. Eh aquí algunas cuestiones a reflexionar: ¿Quién soy? ¿En qué o en quién creo? ¿A qué le doy importancia? ¿Cuáles son mis principales valores? ¿Qué significa para mí la vida? ¿Qué espero de ella? ¿Cuáles son mis mayores fortalezas? ¿Qué significado tiene para mí la familia? ¿Cómo quiero que sea mi vida profesional? ¿Qué significa para mí la religión, la política, el dinero...? ¿Cuáles son mis principales metas? ¿Qué me haría profundamente feliz? ¿Por qué cosas considero que vale la pena luchar? ...

Es fácil vivir en el mundo según la opinión del mundo. El hombre grande es aquel que en medio de la muchedumbre conserva con perfecta dulzura la independencia de la soledad. Al hombre firme que conoce el mundo, le es bastante fácil soportar la hostilidad de las clases ilustradas. Ser uno mismo en un mundo que constantemente trata de que no lo seas, es el mayor de los logros. No es la longitud de la vida lo que importa, sino su profundidad. No se trata de prolongarla, sino de vivirla más allá del tiempo y esto no lo conseguiremos más que viviendo para el bien. La cultura es una cosa y el barniz otra. (R.W. EMERSON)

El despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad, una señal de los tiempos y del pragmatismo asfixiante que los caracteriza. (M. CAVALLE, filósofa)

La filosofía, entendida en sentido amplio, como aquella actividad por la que el hombre busca de forma lúcida y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella, ha formado parte de la raíz de toda civilización. Todas las grandes civilizaciones se han asentado, entre otros, en unos cimientos de naturaleza filosófica. Estos proporcionaban una determinada forma de mirar la realidad y de estar en el mundo, y daban respuesta a las cuestiones más básicas y radicales, como las de quién es el ser humano y cuál es su destino. Los demás saberes y las demás artes orbitaban en torno a esta sabiduría, y era esta última la que definía el correcto lugar, el sentido último y la función de dichos artes y saberes.

La filosofía tuvo, en sus orígenes, un influjo directo en la vida individual, social y política. ¿Se considera actualmente a la filosofía como uno de los ejes de nuestra cultura contemporánea? Parece que no, que hace tiempo que perdió, ante la conciencia de los occidentales, ese papel central.  Hoy en día su capacidad de influencia es prácticamente nula. Ahora bien, precisamente porque la filosofía constituye siempre uno de los cimientos de toda civilización, no puede, sin más, ser eliminada.

Nuestro tiempo también tiene “su” propia filosofía de la vida.

Nuestra sociedad actual también tiene su propia filosofía de vida. Forma parte del entramado más íntimo de la cultura. Hoy nuestro tiempo continúa teniendo “su” propia filosofía de la vida, una filosofía que por ser la filosofía dominante va conformando y nutriendo al conjunto de la sociedad. En nuestra época continúa fluyendo una determinada filosofía, una determinada concepción de la vida, del cosmos, del ser humano, de la acción política, etc. Cuando esta filosofía ya no es ampliamente reconocida y explícita, como sucede en nuestra sociedad, lejos de desaparecer de la misma, sigue impregnándola, pero de forma larvada. De ser consciente, pasa a ser inconsciente. De reflexiva y critica, se convierte en irreflexiva y acrítica. Pocos son los indignados u preocupados por el despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos que está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad. Una sociedad en que la filosofía — la reflexión crítica— no tiene un lugar central y explícito, es siempre una sociedad adocenada, un caldo de cultivo de toda forma de manipulación.

¿Cuál es la filosofía oculta de nuestro tiempo?

¿Cuál es la «filosofía de la vida» de nuestro tiempo? ¿Cuál es la ideología que nos penetra de modo indirecto, sin darse a conocer como tal, eludiendo la crítica, es decir, de modo impositivo? Nos pueden dar pistas sobre cuál es la filosofía oculta de nuestro tiempo, las consignas que nuestra época da por supuestas, los ideales que la animan y que son mayoritariamente asumidos, los valores individuales y colectivos predominantes que tan bien revelan la publicidad o los medios de comunicación.

Nuestra época no invita precisamente a avanzar en la dirección que nos propone la sabiduría. De hecho, ha conducido a la exaltación de la personalidad — una personalidad que se afirma desde sí misma y no queda referida a algo que la supera— a unas cotas asombrosas de necedad. Pareciera que a toda costa se tratase de llegar a ser «alguien». Se exalta la fama por encima de todo. Se nos pretende convencer de que estamos en una sociedad libre y democrática porque en ella todo el mundo puede llegar, si se lo propone, a ser «especial», a saborear las mieles del éxito y del reconocimiento social.

Saber para poder, para estar al día, para dotarnos de un aura de intelectualidad, para tener algo de qué hablar, para lograr un puesto de trabajo, para «tener» conocimientos que exhibir; amar para comprar el amor de otros; jugar para ostentar nuestra habilidad y nuestra superioridad; crear para demostrar algo a los demás o a nosotros mismos; trabajar exclusivamente para ganar dinero... ; nada de esto es saber, amor, juego, creación o trabajo genuinos. No negamos que algunas de estas metas sean, en ocasiones, legítimas, pero no pueden proporcionar al ser humano la plenitud que le es propia, y nadie debe sorprenderse de que conduzcan al hastío y a la mediocridad cuando se convierten en el tipo de metas predominantes. Nadie debe sorprenderse tampoco de que la depresión sea uno de los padecimientos característicos de nuestra civilización, básicamente mercantil, astuta, ávida y utilitaria. Porque la astucia, la tendencia a convertir todo — hasta lo más digno de ser considerado como un fin en sí mismo— en algo de lo que esperamos obtener un beneficio interesado, es un camino directo al estancamiento de nuestra esencia, al vacío y a la enajenación.

Una vida orientada prioritariamente hacia los bienes utilitarios, se asfixia esencialmente, aunque existencialmente parezca floreciente y envidiable. Allí donde los valores pragmáticos tienen una clara hegemonía, han de estar presentes en igual medida los medios de distracción, de entretenimiento, que se encargarán de ocultar y evadir el dolor esencial y el vacío interior a los que aboca necesariamente todo ese vértigo orientado hacia el tener. Nuestra sociedad actual es un ejemplo nítido de esta dinámica.

Todos tenemos nuestra propia filosofía de vida

Lo reconozcamos o no, todos tenemos una filosofía de vida, un sustrato de ideas abstractas que configuran nuestra existencia concreta. Todo ser humano depende  radicalmente en su modo de existir y de obrar de una forma específica de interpretar el mundo en el que vive. Es siempre una determinada visión del mundo, forjada por los particulares esquemas interpretativos de cada cual, la que nos permite entender, aunque sea de forma provisional y precaria, quiénes somos,  cuál es el sentido de nuestra existencia y de nuestra actividad, cuál es nuestro lugar en el mundo, cómo debemos vivir, cómo hemos de gestionar nuestra vida afectiva, etc.

Todo hombre tiene su propia filosofía, tanto si es consciente de ello como si no. Es esta filosofía (escala de valores, creencias sobre sí mismo y sobre la realidad) la que configura su mundo propio y determina su modo de estar y de sentirse en el mundo. Cuanto menos conscientes seamos de que esto es así, de que todos tenemos de hecho una filosofía de vida (no siempre coherente y unitaria), y de que son nuestras ideas básicas sobre la realidad las que determinan el modo en que vivimos y nos sentimos, peor filosofía será, y con mayor probabilidad muchas de dichas concepciones serán ocasión de situaciones existenciales confusas, insatisfactorias, frustrantes o dolorosas. Sólo la lucidez, la reflexión crítica, la toma de conciencia de la realidad de ese sustrato de pensamiento que, muchas veces a nuestro pesar, condiciona nuestra vida y nuestro obrar, nos permite dejar de reaccionar y comenzar a actuar; nos permite empezar a retomar las riendas de nuestra vida y ser los cocreadores conscientes de nuestro propio destino.

Se trata de tomar conciencia: de cuál es nuestra filosofía de la vida y descubrir el modo en que determinadas concepciones abstractas están influyendo en nuestra existencia; e identificar aquellos valores, creencias, fines, ideas, etc., que configuran nuestra visión del mundo y están en el trasfondo de las situaciones vitales que nos inquietan. Esta toma de conciencia tiene un efecto liberador y transformador, pues otorga cierto dominio sobre lo que antes eran procesos automáticos y seguramente inconscientes y concede la posibilidad de modificarlos.

En resumen: cada una de nuestras acciones, omisiones, elecciones, respuestas emocionales, esperanzas, frustraciones, deseos, etc., está revelando una filosofía personal, ciertas ideas y creencias subyacentes (qué pensamos acerca de la vida, de nuestra identidad, de lo que somos y deberíamos ser, de lo que es realmente importante, valioso y deseable, de lo que podemos y debemos esperar, etc.). Estamos viviendo a cada instante una filosofía; encarnamos y evidenciamos de continuo una determinada manera de ver –de interpretar y valorar lo que nos acaece, los hechos y situaciones–, y nuestros problemas cotidianos son, en buena medida, un reflejo de las inconsistencias, contradicciones y puntos ciegos presentes en nuestras particulares filosofías de vida.

Elaboración a partir de M. CAVALLÉ. La sabiduría recobrada + otros artículos de la autora

Ver también:

Sobre la brevedad de la vida:¿Qué hacemos con la propia vida?

FILOSOFIES PER A LA VIDA


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