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SÉNECA: Sobre la brevedad de la vida (I)

¿Qué hacer con la propia vida?

Vivir sí, pero ¿de qué modo, de qué manera? ¿Bajo qué parámetros? ¿Bajo qué principios? ¿Con qué valores? ¿Qué tipo de vida hemos construido y cuáles son los paradigmas vitales que imperan?

  • Séneca nos introduce en el hecho de vivir, en la filosofía de la vida, en la brevedad de ese espacio de tiempo que se nos concede y que denominamos «vida».
  • Durante ese limitado espacio de tiempo, que es exiguo, debemos aprender a «vivir» y a «morir».
  • Algunos de los grandes hombres a pesar de renunciar y abandonar todo aquello que les servía de rémora para aprender a vivir, dejaron este mundo confesando que no lo habían conseguido.
  • «La brevedad de la vida» es solo para aquellos que la malgastan con actividades múltiples y distintas del estudio de la filosofía, entendida como búsqueda de la sabiduría en el arte de vivir.
  • La vida, con que sepas servirte de ella, resulta larga.
  • Solo los «sabios» son los que han entendido y han aprendido a valorar el tiempo y han aprendido a «vivir» y a «morir».

 

Las apreciaciones que nos ofrece SÉNECA(1) en el texto que presentamos nos invitan a reflexionar sobre nuestra propia época, sobre el enfoque que estamos dando a nuestra propia vida. Los tiempos modernos consideran que el mundo ha llegado a su “mayoría de edad”. El hombre se siente autónomo y responsable de su destino. Los valores imperantes, el positivismo, el pragmatismo, la inmediatez, la eficacia y el disfrute del presente son los determinantes principales del comportamiento de la sociedad actual. Los individuos viven al día, consumen el presente, se dejan fascinar por mil futilezas.

Sabemos que la humanidad vive hoy un periodo complicado, regida por un ramillete interminable de deseos insaciables y exaltando unos egos inhumanos, absortos en su vívido individualismo. La posmodernidad nos conduce al apogeo de ese individualismo, a la deificación del consumismo, propiciando un pensamiento débil, con una pérdida de visión crítica y con una preocupante obnubilación respecto los mejores valores que emergen a nuestro alrededor. En medio de este sombrío panorama, producto de la vida moderna, nos podemos plantear: ¿qué crees, vives como tú has escogido vivir o vives como otros quieren que vivas? ¿tu vida te la haces tú, siendo tú el principal sujeto protagonista o te permites vivir más como dictan los cánones al uso que no como tú, reflexiva y conscientemente, quisieras vivir? Los enfoques, las motivaciones, las trayectorias vitales emprendidos por la gente, las filosofías de la vida presentes en el mercado de la vida son múltiples y muy diversas. ¿Es posible hallar la propia voz cuando la saturación de información nos abruma y la multiplicidad de voces ajenas han falseado nuestras más hondas necesidades, nuestras más esenciales necesidades reales?

M. CAVALLÉ en su obra “La sabiduría recobrada” presenta una atinada visión crítica ante tan enmarañado paisaje humano creado por nuestra propia civilización: Una vida orientada prioritariamente hacia los bienes utilitarios, se asfixia esencialmente, aunque existencialmente parezca floreciente y envidiable. Por eso, allí donde los valores pragmáticos tienen una clara hegemonía, han de estar presentes en igual medida los medios de distracción, de entretenimiento, que se encargarán de ocultar y evadir el dolor esencial y el vacío interior a los que aboca necesariamente todo ese vértigo orientado hacia el tener. Nuestra sociedad actual es un ejemplo nítido de esta dinámica. Desarrollemos actividades y actitudes que nos permiten ser en plenitud —aquellas sin las cuales todos nuestros logros son sólo los vestidos con que cubrimos el espectro de nosotros mismos, los ornamentos con los que adornamos nuestro vacío. Y A. EINSTEIN, opinaba ya en su tiempo:  Los ideales que han iluminado mi camino y me han proporcionado una y otra vez un nuevo valor para afrontar la vida alegremente, han sido la Belleza, la Bondad y la Verdad [...]. Los objetivos triviales de los esfuerzos humanos (posesiones, éxito público, lujo,…) me han parecido despreciables.

Ya a principios de nuestra era SÉNECA con la frase «el espacio que vivimos no es vida sino tiempo», nos introduce de lleno en la filosofía de la vida, en el hecho de vivir, en la brevedad de ese espacio de tiempo que se nos concede. Pero en ese espacio, que es exiguo, debemos, nos dice el filósofo latino, aprender a vivir y a morir, cosa que no es fácil, afirma también. "Aprende a vivir y sabrás morir bien". Al parecer, sigue diciendo el maestro, algunos grandes hombres que han existido, a pesar de renunciar, abandonar y desprenderse de todo aquello que les servía de rémora, como las riquezas, empleos y placeres, para aprender a vivir, muchos de ellos dejaron este mundo confesando que no lo consiguieron. Según Séneca «la brevedad de la vida» es solo para aquellos que la malgastan con actividades múltiples y distintas al amor por la filosofía, al interés apasionado por descubrir la sabiduría en el «arte de vivir». Estos desconocen el valor del tiempo, el pasado no lo controlan, el presente se les va de las manos y tienen pánico al futuro, es decir, solo los filósofos son los que han entendido y han aprendido a valorar el tiempo en sus tres momentos y han aprendido a vivir y a morir, por lo tanto, solo el sabio es el único capaz de disfrutar íntegramente de la vida.

No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho. No recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos indigentes de ella, sino dilapidadores. Nuestra vida resulta muy extensa para quien se la organiza bien.

Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en abundancia para la realización de las más altas empresas, si se invierte bien toda entera; pero en cuanto se disipa a través del lujo y la apatía, en cuanto no se dedica a nada bueno, cuando por fin nos reclama nuestro último trance nos percatamos de que ya ha transcurrido la vida que no comprendimos que corría. No recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos indigentes de ella, si no se dilapida nuestra vida resulta muy extensa para quien se la organiza bien.


La mayor parte de los mortales, Paulino, se queja de la malicia de la naturaleza, porque somos engendrados para un tiempo escaso, porque estos espacios de tiempo que nos da discurren tan velozmente, tan rápidamente, que, salvo muy pocos, a los demás la vida les deja plantados en los propios preparativos de su vida. Y por esta desgracia, en su opinión común, no sólo gimen la gente y el vulgo ignorante: este sentimiento ha provocado las quejas también de insignes varones. De ahí viene la proclama del mejor de los médicos: «La vida es corta, largo el conocimiento»; de ahí viene el pleito, muy poco apropiado en un hombre sabio, Aristóteles, cuando presenta una reclamación contra la naturaleza: «Ha otorgado a los animales tanta vida que la alargan cinco o diez generaciones, para el hombre, engendrado para tan numerosas y notables cosas, mucho más próximo se halla el término».

No recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos indigentes de ella, sino dilapidadores.

No tenemos escaso tiempo, sino que perdemos mucho. Nuestra vida es suficientemente larga y se nos ha dado en abundancia para la realización de las más altas empresas, si se invierte bien toda entera; pero en cuanto se disipa a través del lujo y la apatía, en cuanto no se dedica a nada bueno, cuando por fin nos reclama nuestro último trance nos percatamos de que ya ha transcurrido la vida que no comprendimos que corría. Así es: no recibimos una vida corta, sino que nos la hacemos, y no somos indigentes de ella, sino dilapidadores. Tal como los caudales vastos y dignos de un rey, en cuanto van a parar a un mal dueño, al instante se desvanecen y, en cambio, por más que sean modestos, si se ponen en manos de un buen administrador, crecen con su uso, así nuestra vida resulta muy extensa para quien se la organiza bien.

¿Por qué nos quejamos de la naturaleza? Ella se ha portado bondadosamente: la vida, con que sepas servirte de ella, resulta larga. Pero a uno lo domina la avaricia insaciable, a otro su oficiosa aplicación en inútiles empeños; uno se empapa de vino, otro se embota de indolencia; a uno lo agota su ambición siempre pendiente de las decisiones de los demás, a otro su arrebatado deseo de comerciar le lleva alrededor de todas las tierras, de todos los mares, con la esperanza de una ganancia; a algunos los atormenta su pasión por la guerra, sin dejar nunca de estar atentos a los peligros ajenos o angustiados por los suyos; los hay a quienes desgasta en una voluntaria esclavitud su veneración a sus superiores, en absoluto agradecida; a muchos les han mantenido ocupados sus pretensiones a la fortuna de otros o su preocupación por la propia; a los más, que no van detrás de nada concreto, los ha lanzado a renovados proyectos su volubilidad errática, inconstante, disgustada consigo misma; a algunos no les gusta nada a dónde pudieran enderezar su rumbo, sino que su destino los sorprende languideciendo y bostezando, de manera que no dudo de que sea cierto lo que en el más grande de los poetas está dicho a modo de oráculo: «escasa es la porción de la vida que vivimos».

Muchos grandes varones, no se ocuparon en otra cosa hasta el remate de su vida, sino en el arte de saber vivir.

De hecho, todo el trecho restante no es vida, sino tiempo. Los acosan y cercan por todas partes los vicios y no los dejan alzarse ni levantar los ojos para contemplar la verdad, sino que los retienen hundidos y fijos en su pasión. Nunca les es posible volver en sí. Si tal vez les toca por casualidad algún sosiego, como un mar profundo, en el que también después del vendaval hay agitación, se remecen y nunca tienen reposo de sus pasiones. ¿Piensas que hablo de esos cuyas desgracias están de manifiesto? Mira a aquellos a cuya prosperidad se arrima la gente: están ahogados por sus bienes. ¡Para cuántos resultan abrumadoras sus riquezas! ¡A cuántos ha chupado la sangre su elocuencia y la obligación diaria de ostentar su talento! ¡Cuántos andan demacrados por sus continuos placeres! ¡A cuántos no les deja ninguna libertad el hacinamiento de clientes que los asedia! En fin, repásalos todos desde los más bajos hasta los más altos: éste convoca, éste comparece, aquél está en un aprieto, aquél lo defiende, aquél lo juzga, ninguno se ocupa de sí mismo, cada uno se desgasta por el otro. Pregunta sobre esos cuyos nombres son bien sabidos, verás que se los reconoce por estas señales: aquél es servidor de aquél, éste de aquél; ninguno es su propio dueño. Además, la irritación de algunos es verdaderamente insensata: se quejan del desaire de sus superiores porque no han tenido tiempo para ellos cuando querían una audiencia. ¿Se atreve a quejarse de la altanería de otro uno que nunca tiene tiempo para sí mismo? Él, sin embargo, con un aire ciertamente impertinente, pero te ha mirado a veces, a ti, seas quien seas, él ha inclinado sus oídos a tus palabras, él te ha acogido a su lado: tú nunca te has dignado mirarte ni escucharte. Así pues, no tienes por qué hacer valer ante nadie esos buenos oficios, puesto que, cuando los llevabas a cabo, en realidad no querías estar con otro, sino que no podías estar contigo. Aunque todos los talentos que en algún momento han brillado están de acuerdo en este solo punto, en ningún momento se admirarán bastante de esta ofuscación de la mente de los hombres.

(...) El hombre ocupado, en ninguna cosa tiene menor dominio que en su vida, por ser dificultosísima la ciencia de vivir. De las demás artes dondequiera se encuentran muchos profesores, y algunas hay que aun los muy niños las han aprendido de modo que las pudieran enseñar; mas la de vivir, toda la vida se ha de ir estudiando, y lo que más se debe ponderar es que toda ella se ha de gastar en aprender a morir. Muchos grandes varones, habiendo dejado todos los embarazos, renunciando las riquezas, oficios y entretenimientos, no se ocuparon en otra cosa hasta el remate de su vida, sino en el arte de saber vivir: y muchos de ellos murieron confesando que aún no habían llegado a conseguirlo.

Fuente: SÉNECA: De la brevedad de la vida.

(1) Lucio Anneo SÉNECA (Córdoba, 4 a. C.-Roma, 65 d. C.),  fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moral. Séneca pasó a la historia como uno de los máximos representantes del estoicismo. Delineó las principales características del estoicismo tardío, del que junto con Epícteto y Marco Aurelio está considerado su máximo exponente. El diálogo Sobre la brevedad de la vida fue escrito con toda probabilidad en el año 55.

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