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De la crisis global a la «restauración» antropológica

La salida de la crisis en la que nos encontramos no consiste en volver a la situación anterior. A partir de esta crisis debemos afrontar nuevos desafíos: de la búsqueda exasperada del bienestar económico, el materialismo práctico o el subjetivismo dominante debemos pasar a la creación de un nuevo escenario donde al ser humano se le devuelva su estatus. En el centro de la salida de la crisis se halla la necesidad de restaurar al ser humano al sitio que le corresponde, recuperando la centralidad que le es propia en el concierto del complejo entramado por nosotros mismos creado.

Tras la crisis la meta, el nuevo horizonte, debe ser el ser humano y el redescubrimiento de su verdadera identidad y no la sola búsqueda del beneficio económico y del bienestar material.

La nueva meta: el ser humano y el redescubrimiento de su verdadera identidad y no la sola búsqueda del bienestar material.

  1. Estamos viviendo en un mundo que se viene abajo, se desmorona. Nuestra sociedad, la sociedad occidental, se asemeja a un edificio que necesita ser apuntalado, reconstruido. Un mundo que se está desplomando y necesita reconstrucción. En medio de esta situación muchos son los individuos que viven como a la intemperie, en una situación casi de indigencia, expuestos a cualquier riesgo si no llevamos a cabo una honda reconstrucción. No caben ni son suficientes meros apuntalamientos, que siempre serán pasajeros y de no poco riesgo; se necesita, en verdad, reconstrucción, reedificación desde el mismo cimiento.
  2. Para ello necesitamos, en primer lugar, percibir, tomar conciencia, que nos hallamos en medio de ese desplome y, consecuentemente, sentir la necesidad urgente y apremiante de una nueva y sólida edificación sobre cimiento más firmes que los mantenidos en las últimas décadas. Pero se requieren perspectivas amplias y globales y no miopes o parciales para afrontar la superación de la situación actual.
  3. Una crisis global, amplia y profunda

  4. Nos hallamos ante una crisis que va más allá de lo económico, político o social y que incluso llega a afectar la consideración misma que otorgamos al ser humano. La crisis que nos embarga es amplia y profunda. Abarca una gran diversidad de aspectos. La economía, la política, los modelos de crecimiento y desarrollo, los estilos de vida, las ideologías,  los grandes referentes transmitidos por nuestro acervo civilizatorio, la concepción misma del ser humano, la orientación de la educación, los valores dominantes… son algunos de los flancos afectados por la crisis actual.
  5. Debemos preguntarnos, sin embargo, si la manera en que vivimos y el modo en que han evolucionado las finanzas y la economía son saludables y convenientes. La pregunta clave es si la dirección en la que vamos es la correcta; si un desarrollo solamente económico es capaz de liberar al hombre actual, encadenado a mil ataduras, y encaminarlo hacia un más auténtico desarrollo integral. El ser humano es totalmente libre sólo cuando es él mismo, en plenitud de derechos y deberes.
  6. Crisis económica

  7. Hemos de preguntarnos si nuestra economía está verdaderamente al servicio de toda la persona y de todas las personas. Es preciso preguntarnos si la sociedad opulenta y de consumo nos ayuda a ser más nosotros mismos o en vez de ello nos descentra y nos aliena; si se la puede considerar justa, frente al escándalo de la pobreza en el mundo y de las desigualdades económicas entre países y en el interior de los mismos, sean avanzados o emergentes.
  8. Entre sus raíces está la falta de control de los riesgos financieros y la búsqueda de beneficios fáciles a corto plazo. Los fallos en los mercados financieros evidencian una falta de ética. Perseguir resultados a corto plazo no favorece una economía real al servicio del hombre. Las empresas no deben regirse exclusivamente pensando en sus márgenes de beneficio; el dinero no lo es todo.
  9. Desmoronamiento del consenso moral

  10. El consenso moral que nos sostenía se ha ido desmoronando. Se han perdido los referentes que tradicionalmente nos han sostenido y nos hemos embarcado en una etapa de inseguridad e incertidumbre. El mundo está angustiado por la impresión de que el consenso moral se está disolviendo y su sustitución por ideologías relativistas de escasa entidad y consistencia no da la seguridad necesaria. Con la irrupción de un exacerbado relativismo y sin un mínimo consenso moral no funcionan ni las estructuras jurídicas ni las políticas. La disolución de ese consenso y su sustitución por las nuevas actitudes morales de fondo que han emergido, provocaron la ruptura de los muros que hasta ese momento habían protegido la convivencia pacífica entre los hombres. Las fuerzas movilizadas para defender dichas estructuras de estabilidad y cohesión parecen estar destinadas al fracaso ante el pavoroso ímpetu de las tendencias disruptivas. Está en juego el futuro del mundo.
  11. Estos factores son de hecho estructurales y no coyunturales, y provocan situaciones angustiantes que van desde la total exclusión social a la parcial, y manifiestan las carencias de fondo de nuestro modelo económico, social y cultural. Muchos de ellos apunta a una crisis del modelo de economía, de crecimiento, y de gobierno, de ámbito global. Otros señalan las implicaciones éticas, antropológicas y culturales de la crisis.
  12. Se requiere un cierto esfuerzo para combatir la ceguera de la razón y conservar la capacidad de ver lo esencial, lo que es bueno y verdadero, es el propósito común que ha de unir a todos los hombres de buena voluntad. Sólo si existe un consenso semejante sobre lo esencial, las constituciones y el derecho pueden funcionar. Un consenso basado en las verdades esenciales de la naturaleza humana y no en ideologías banales con escaso fundamento.
  13.  Una nueva orientación

  14. En épocas de profunda crisis como la actual vemos con meridiana claridad hacia dónde nos conduce el paradigma desarrollista actual, que las cosas no pueden seguir así. Hoy vemos claramente que urge una profunda renovación de nuestro modelo social, urge una inversión de la escala de valores dominantes y una profunda renovación «cultural», que es tanto como crear un nuevo paradigma en el que asentar los nuevos planteamientos vitales, sustentado por valores sólidos que respondan a la verdad del ser humano y no a ideologías banales. Nuevo paradigma y nuevos valores capaces de regenerar la sociedad desde sus raíces más profundas y a los individuos en lo más íntimo de sus necesidades vitales, en sus deseos de salud y felicidad, en sus irrenunciables ansias de plenitud. 
  15. La situación reclama una profunda renovación «cultural», redescubrir valores básicos y proyectar algo nuevo. Y no sólo un retoque cosmético y superficial de la situación actual. Como se ha afirmado nuestro mundo necesita una profunda renovación cultural y el redescubrimiento de valores de fondo. Esto lejos de constituir una visión amarga de la realidad, es un principio básico para comenzar a construir la ciudad de todos sobre las bases de la solidaridad y de la “primacía de lo humano”.
  16. El problema de fondo estriba en que el éxito de la actividad económica se mide en términos de rendimiento económico o beneficio, y, por tanto, su búsqueda lleva naturalmente a convertir a las personas empleadas en “factores de producción” al servicio de dicho éxito. En la actividad económica las personas no pueden ser consideradas simples “factores de producción”. En este contexto estamos convirtiendo al ser humano en un apéndice del sistema. Aparece reducido a un apéndice del sistema al servicio de los valores de la economía y del mercado. El bienestar material y económico amenaza la dignidad intrínseca del ser humano. Son tiempos en los que la dignidad del ser humano ha sido reducida a la categoría de una cosa o de una función. Eso desde una perspectiva civilizatoria supone un retroceso, una actitud regresiva en nuestra dilatada aventura civilizatoria y humanizadora. Es necesario volver a poner a la persona en el centro de la actividad económica lo que significa mucho más que un reparto equitativo de la riqueza.
  17. Las crisis tienen su lado oscuro, negativo, doloroso, pero también su lado positivo si sabemos aprovecharlo. La crisis se convierte así en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. La crisis supone cesura, desequilibrio, ruptura, contraste con la situación anterior. Su amplitud y profundidad nos obliga a replantearnos a fondo nuestra situación actual y muchos de nuestros planteamientos presentes, si queremos salir reforzados de la misma. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada. No basta con sanear los bancos, ajustar los presupuestos, censurar la estructuración del Estado, nuestro modelo de producción o nuestras conductas de consumo. Hay que ir más a fondo.
  18. Un «progreso» diferente

  19. Ante una sociedad de masas como la actual, con una creciente tendencia a la masificación, desvinculación y deshumanización, la profunda crisis que estamos atravesando puede ayudarnos a tomar conciencia sobre la necesidad de regenerar el marco social y trabajar para una rehumanización de nuestro entorno. El desarrollo es positivo cuando el progreso despliega todas las capacidades propias de la dignidad y naturaleza humanas, pero no cuando se convierte  en un narcótico alienante para el ser humano.
  20. Necesitamos revisar y reorientar la noción misma de «progreso». Es imprescindible reflexionar sobre la noción misma de «progreso» y «desarrollo» para evaluar su práctica actual y reorientarla de manera positiva. Para ello, es necesario enraizar dicha noción en la base misma del ser humano, para evitar así que se conviertan en una ideología a idolatrar. El desarrollo debe abarcar al ser humano en su integridad en sus dimensiones material, racional y espíritu.
  21. La salida de la crisis exige un profundo cambio cultural y de perspectiva. Nuestra sociedad necesita una profunda renovación «cultural» y el redescubrimiento de esos valores de fondo que nos sirvan de verdadero asidero y fundamento. Debemos caminar hacia una cultura a favor de la persona y de la comunidad humana. La denominada “cultura de la satisfacción”, que sólo busca mantener y mejorar nuestra propia situación, mina la cohesión social y las bases de la solidaridad.
  22. La «restauración» antropológica

  23. Muchas son las cosas positivas perdidas que habría que recuperar, entre ellas una de evidente y primordial: el ser humano, la persona entera en su integridad. Restaurar el papel medular del ser humano en todo este nuevo edificio por construir, el primer capital a preservar y valorar. Necesitamos situar nuevamente al ser humano al lugar que le corresponde el concierto del complejo entramado construido y volverle a reconocer la centralidad que le corresponde.
  24. La ciencia y la razón nos proporcionan conocimientos asombrosos sobre nuestra existencia que enriquecen y nos orientan sobre la comprensión de nosotros mismos y la naturaleza. Las neurociencias, por ejemplo, nos alertan respecto nuestra disgregación y frecuente descentramiento y distracción, sometidos como estamos habitualmente por el entorno a una inconsciente alienación y nos orientan sobre la necesidad de resituar y focalizar nuestra atención en aquello que verdaderamente sea valioso y que pueda colmar y llenar realmente los anhelos de nuestro corazón. Todos estos conocimientos nos deben ayudar a reorientar nuestro rumbo en pos de la verdad y de aquello que realmente vale la pena y permanece siempre, yendo a lo esencial, aquello que es importante y digno de verdadera confianza.
  25. Volver a poner en valor al ser humano, la persona entera en su integridad, y todo cuanto a él hace referencia, por encima de otras consideraciones de tipo materialista, economicista, utilitarista, etc. supone situarse en la senda de la necesaria «restauración» antropológica y del auténtico «progreso». Ello es primordial para un futuro esperanzador de la humanidad.
  26. La refundación de esa «nueva humanidad» debe basarse en la construcción de un «nuevo» ser humano, con valores alternativos a los predominantes hoy. Ello debe empezar con una buena «Educación». La formación del nuevo ser humano no debe diluirse y perderse en nimiedades. Debe recuperar el norte, debe ayudarle a centrarse, a descubrir lo esencial en la vida. Debe ayudarle a tomar conciencia de la precaria e indigente situación en la que se encuentra. Debe estimularle al conocimiento de sí mismo, y contribuir al descubrimiento de sus verdaderas necesidades. Dotarle de las herramientas necesarias para que, más allá incluso de la satisfacción de sus necesidades más visibles, aprenda a reconocer y satisfacer también su anhelo de crecimiento y plenitud. Su educación y el desarrollo de sus competencias deberían orientarse a despertar el deseo de justicia y de verdad que anida en el corazón humano, a partir del cual se puede construir una verdadera sociedad que permita establecer las bases de una auténtica convivencia dirigida al bien común, a la belleza, a la verdad y a la justicia y a la solidaridad en pos de una más auténtica «comunidad humana».

Elaboración a partir de materiales y artículos diversos


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