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EL PROYECTO SOCIAL DE UNA IZQUIERDA QUE HA PERDIDO EL NORTE (2)

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Dentro de esta realidad, común a toda Europa, ¿cuál es la realidad, qué sucede en España?

La pirámide de los valores está absolutamente invertida. A la cola de los principales valores se sitúan la búsqueda del bien común, la ética y la honestidad, el respeto y el compromiso, la lealtad y la fidelidad.

El relativismo es la esencia del proyecto político de Rodríguez Zapatero. Para él, el relativismo, la crisis de valores, es un fin en sí mismo, en la medida en que conduce a una sociedad aletargada, formada más por dóciles votantes que por ciudadanos comprometidos.

Su objetivo no es la construcción de una sociedad sin clases, sino el crear una sociedad que no acepta las leyes de la naturaleza humana, a la que se pretende dominar y alterar moralmente con el pretexto de su supuesta liberación.

El futuro sólo lo podremos afrontar con garantías de éxito si estamos dispuestos a llevar a cabo una profunda regeneración de nuestra propia sociedad.

Esa regeneración pasa por la recuperación, la redefinición y el fortalecimiento de los valores más esenciales del ser humano.

Atreverse a decir la verdad constituye un imperativo moral y el mejor antídoto que tenemos ante el relativismo.

Hay que defender aquello en lo que se cree, sin temor y sin miedo a supuestas mayorías dominantes.

El retrato de España puede hacerse extrapolando una reciente encuesta que se ha realizado en Guipuzcoa sobre cuáles son los principales valores, principios y comportamientos en este territorio. En los resultados, se ve claramente cómo la pirámide de los valores está absolutamente invertida respecto a lo que debería ser conforme a la ética y la moral.

El valor predominante de la sociedad guipuzcoana en un 53% es el consumismo -comprar, gastar...- seguido de los valores de la comodidad, la competitividad, la búsqueda del éxito y la consecución de dinero. A la cola de los principales valores, en la base más baja de la pirámide, se sitúan la búsqueda del bien común, la ética y la honestidad, el respeto y el compromiso, la lealtad y la fidelidad. Sólo un 10% de los encuestados consideran éstos como valores predominantes.

Pues bien, como digo, este análisis es perfectamente extrapolable a la sociedad española en su conjunto. ¿Qué hace, a mi juicio, que esa expansión del relativismo y esa profundidad de la crisis moral que afecta a toda Europa tenga una profundidad y una relevancia mayor aún en España?

A mi juicio, dos características específicas de nuestra realidad. La primera, la exageración en la ejecución del proyecto. La exageración ha sido siempre una característica de España, un auténtico cáncer que siempre ha afectado a nuestra convivencia, una especie de maldición que nos persigue históricamente, confirmando nuestra condición peninsular europea. Y, en segundo lugar, el hecho de que, a diferencia de otras naciones europeas, en España ese relativismo se ha convertido en un proyecto de Gobierno, en la esencia misma de una visión de España y de un proyecto gubernamental, algo que no sucede en ningún otro país de Europa.

El relativismo es la esencia del proyecto político de Rodríguez Zapatero, un proyecto que está ejecutando material e implacablemente. Un proyecto que a menudo tengo dudas de que una mayoría de españoles comprendan en toda su dimensión y significado

A la hora de analizar ese proyecto, me veo siempre obligado a partir de una obviedad, para evitar tergiversaciones: no, no estoy diciendo que el Presidente del Gobierno quiera destruir España, aunque a veces lo parezca. Lo que sí busca es llegar a una España debilitada, a una España alejada de los principios y valores que a lo largo de la Historia han forjado su identidad y su personalidad, una identidad y una personalidad que queden sustituidas por un vacuo relativismo.

Basta recordar los principales debates abiertos en España durante los últimos tiempos y que son el mejor retrato, la mejor fotografía y síntesis de ese proyecto. Por una parte, está el debate de la Ley del Aborto. Por otra, estamos siendo testigos del inacabable debate del Tribunal Constitucional ante el Estatuto de Autonomía de Cataluña. Y ambos debates no son sino caras de una misma moneda. Ambos debates, aparentemente de una naturaleza tan diferente, comparten en realidad una misma base, un mismo origen, como es la crisis de valores, la crisis de identidad, el relativismo que caracteriza y alimenta el proyecto político de Rodríguez Zapatero.

Y lo mismo cabría decir de otros debates, como la propuesta de eliminar el crucifijo en las aulas de los colegios públicos y concertados o la anunciada Ley de Libertad Religiosa. Todo ello forma parte de ese objetivo único que es avanzar en la relativización moral de nuestra sociedad, a partir de un laicismo radical, precisamente porque no encuentran una resistencia social y moral con la suficiente fortaleza.

Para Rodríguez Zapatero, el relativismo, la crisis de valores, es un fin en sí mismo, en la medida en que conduce a una sociedad aletargada, formada más por dóciles votantes que por ciudadanos comprometidos y decididos a tomar las riendas de su propio destino.

Es cierto que se atisban reacciones y cambios de actitud parcial y colectiva, como lo han sido las movilizaciones sociales frente a las aberraciones contempladas en la Ley del Aborto. Pero lo cierto es que, a pesar de mi convicción personal de que hay una mayoría social que sostiene y defiende valores radicalmente diferentes a los que sostienen esas iniciativas, el proyecto de Rodríguez Zapatero tiene la ventaja de enfrentarse a una sociedad inerme y en exceso conformista y acomodaticia.

Hacer frente al proyecto relativista

Pues bien, a ese proyecto se le debe y se le puede hacer frente. Y existen instrumentos para ello. Especial valor y consideración merece, en ese sentido, la firme defensa de la institución familiar por su importancia en este ámbito. Yo creo que la familia es la primera y más determinante fuente de transmisión de valores en la sociedad y es absolutamente necesario que todos comprendamos las posibilidades que esto ofrece para la defensa o la recuperación de valores que se quieren destruir, pero al mismo tiempo el enorme riesgo que supone su utilización como instrumento de transmisión de esa nueva cultura del relativismo.

A mi juicio, el Sr. Rodríguez Zapatero ha entendido perfectamente la importancia de la familia y en el desarrollo de su proyecto ha dedicado una atención especial a su banalización, para que a su vez sean las propias familias las que transmitan esta corriente de banalización y destrucción de valores. El afán por desnaturalizar el concepto de familia por parte de Rodríguez Zapatero, de difuminar su esencia y de debilitar el vínculo que supone ha sido una constante en su proyecto gubernamental. Nos encontramos pues en un momento en que las familias pueden estar siendo utilizadas para su propia banalización y es absolutamente preciso y urgente emprender acciones decididas dirigidas a la defensa del valor de una auténtica familia.

Otra pieza indispensable es la educación. Está claro que la educación constituye una pieza clave dentro del proyecto ideológico de Rodríguez Zapatero, de ahí la infinita dificultad de alcanzar en España un Pacto de Educación.

El objetivo del proyecto relativista de Rodríguez Zapatero, ese afán de crear nuevos ciudadanos al que antes me refería, hace que el Estado se atribuya una especie de ‘misión liberalizadora' cuyo objetivo no es ya construir una sociedad sin clases sino una sociedad que algunos han llegado a definir como ‘posthumana', es decir, una sociedad que no acepta las leyes de la naturaleza humana, a la que se pretende dominar y alterar moralmente con el pretexto de su supuesta liberación.

Esa operación, que como decía antes constituye una auténtica obra de ‘ingeniería social' tiene dos ingredientes fundamentales: Primero, fortalece el papel del Estado como educador, como educador de la nueva moral. Segundo, combate de manera directa a quienes pueden ser los representantes de la moral a la que se pretende sustituir, que son básicamente las religiones y sus aliados, es decir, quienes defienden los rasgos fundamentales de nuestra civilización, la civilización judeocristiana, lo cual enlaza de manera directa con ese laicismo radical que caracteriza el proyecto de Rodríguez Zapatero.

Pero no se puede franquear el principio de que los padres son los primeros y más importantes responsables de la educación de sus hijos y son ellos quienes tienen el derecho de decidir el tipo de educación que quieren para sus hijos conforme a sus convicciones morales, religiosas, filosóficas y pedagógicas.

El Estado no puede invadir un terreno que corresponde esencialmente a los padres. Ni puede tratar de debilitar y destruir los valores esenciales que determina una estructura familiar. La trágica historia de Europa ya nos ha dicho hacia dónde conducen esas concepciones del Estado educador que siempre han pretendido la separación de los hijos de sus padres en el cimiento de su formación. En definitiva, éste es el diagnóstico de Europa y, en especial, de España.

Como decía al comienzo, hemos vivido una década en la antesala y en la manifestación de la crisis. En la próxima década, nos corresponde vivir el desenlace de la misma. La crisis económica y financiera tendrá su manifestación social. Probablemente, la tendrá en términos de una mayor desigualdad entre naciones, regiones y personas. Esta crisis de dimensión social y de desigualdad la estamos viendo de manera muy clara en la Euro-zona.

No es fácil pasar del diagnóstico al pronóstico, pero está claro que a lo largo de la próxima década hay razones fundadas para pronosticar etapas singularmente difíciles. Frente a quienes afirmaban que la salida de la crisis era fácil, casi inmediata, viendo sólo la dimensión económica y financiera de la misma, la realidad ha confirmado y puesto de manifiesto la profundidad de esa crisis, sus múltiples rostros, más allá del económico y financiero. A ello se suma, en el caso de España, un proyecto gubernamental fuertemente anclado en el más agresivo relativismo, que agudiza y profundiza en nuestro país las características de esa crisis global.

Ésa es la realidad. Ése es el diagnóstico que hay que hacer del presente para poder afrontar el futuro.

Regeneración social

Y ese futuro sólo lo podremos afrontar con garantías de éxito si estamos dispuestos a llevar a cabo una profunda regeneración de nuestra propia sociedad.

Esa regeneración pasa por varios aspectos ineludibles, aspectos todos ellos que han de perseguir un fin común, como es la recuperación, la redefinición y el fortalecimiento de los valores más esenciales del ser humano.

En primer lugar, pasa por recuperar la verdad. La verdad a la hora de actuar, de hacer política, de diagnosticar los problemas que nos afectan y de aportar soluciones para hacerles frente. Hemos de volver a la política-verdad. La política no puede basarse en un mero juego de poder, en la mera lucha de cambiar las siglas de quienes lideren un Gobierno. La política debe partir de la consideración de las personas como lo que son, como seres humanos con un proyecto vital, desde su nacimiento hasta su muerte, que implica la posibilidad de vivir, de educarse, de tener un trabajo, de crear una familia, de sentirse seguros y de saberse reconocidos. Las personas no pueden tratarse como meros votantes aletargados.

En segundo lugar, debemos alimentar los valores auténticos frente al relativismo moral que han propugnado y fomentado, en especial en España, quienes desde el Gobierno no creen en los valores sino en los antivalores. El valor del esfuerzo, de la superación, de la educación, del compromiso deben imponerse a la vacua cultura del ‘todo vale' y del mínimo esfuerzo.

En tercer lugar, debemos imprimir a la política una fuerte dosis de humanismo. La persona -y, por extensión, la familia- deben constituir el foco, el eje y el objetivo de toda acción política. La persona -sus necesidades, sus demandas, sus valores- debe constituir la principal preocupación del político, del economista, de los pensadores, de todos aquellos que de una u otra manera conforman y definen el modelo social en que vivimos.

Quiero insistir en la importancia de la persona en este cambio de comportamientos, que no solamente se refiere a los dirigentes políticos, sino a todas y cada una de las personas, a todos y cada uno de nosotros, porque acostumbrados como estamos a oír hablar siempre de instituciones, entidades, colectivos, siempre de carácter impersonal, olvidamos que la persona individual, y de forma individual, es el agente activo más importante en todas las áreas de actividad social.

Porque son personas individuales quienes gobiernan las naciones, quienes hacen sociedad, quienes componen las familias, quienes dirigen las empresas y, desde luego, quienes con su comportamiento determinan las vicisitudes de la economía. No nos acostumbremos, por tanto, a pensar que son los gobiernos quienes nos tienen que dar las cosas hechas, ni nos conformemos con echar la culpa de todo lo que pasa a las clases dirigentes. La evolución de las cosas depende de nuestro comportamiento individual y de la forma de conducirnos en la vida cada uno de nosotros.

En cuarto lugar, debemos devolver su fortaleza a los conceptos vertebradores de la sociedad. Y con esto no me refiero sólo a la familia, como elemento esencial de la organización social, sino al concepto de nación. Porque el primer paso para construir una Europa fuerte, una sociedad occidental fuerte, es fortalecer el concepto de nación, un concepto que tan debilitado ha sido en los últimos tiempos en el caso de España por un presidente de Gobierno que ve en ese concepto algo discutido y discutible. Sólo desde una nación fuerte, con identidad propia, puede construirse una Europa fuerte.

Eso es lo que yo entiendo por la regeneración moral y política que, a mi juicio, es la única receta para superar la actual crisis de valores. El diagnóstico de lo que es el proyecto del Sr. Rodríguez no es un invento. Es una realidad. El propio Sr. Rodríguez Zapatero lo resumió, lo sintetizó, en el ‘Desayuno de Oración' al que acudió recientemente en Washington. Una vez más, le escuchamos bellas palabras, esta vez además en un marco de espiritualidad y recogimiento. Y, como resumen de esas bellas palabras, una sentencia repleta de osadía: ‘La libertad os hará verdaderos'. Una cita propia frente a la auténtica cita evangélica: ‘La verdad os hará libres'. Esa imagen vale más que mil palabras para explicar y resumir la conferencia que les acabo de exponer.

El relativismo busca y necesita la mentira, la falsedad, para abrirse camino y desarrollarse. Como decía antes, el adversario al que tenemos que hacer frente es transversal, evanescente, contagioso, con capacidad de penetrar en nosotros mismos. Por todo ello, y ya termino, atreverse a decir la verdad constituye no sólo un imperativo moral sino también el mejor, yo diría que el único, antídoto que tenemos.

Porque atreviéndonos, todos y cada uno de nosotros, a decir la verdad, estaremos siendo capaces de crear una línea, una vanguardia de resistencia frente a este relativismo que padecemos y hacerlo es una prioridad de acción.

A lo largo de 35 años en que me he dedicado a la vida pública, he aprendido pocas cosas, pero les aseguro que algunas las he aprendido bien. Una es que hay que defender aquello en lo que se cree, sin temor y sin miedo a supuestas mayorías dominantes. La otra es que decir la verdad una vez es sencillo, no exige un gran esfuerzo.

Decir la verdad muchas veces es agotador, cansado, a veces difícilmente soportable y, en muchos casos, te lleva a ponerte en el punto de mira de quienes quieren imponer sus falsas verdades sobre cualquier voz discrepante. Pero decir siempre la verdad es un calvario, aunque también la única manera de hacer frente a esos mismos que tanto desearían nuestro silencio.

Fuente: Paginas digital.es http://www.paginasdigital.es


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