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Crisis de liderazgo

Democracia, participación y también liderazgo. El ideal de sociedad sería aquella en la que no fuera necesario ningún líder porque cada quien asume su responsabilidad, su liderazgo, al servicio del bien común. Pero la humanidad no está madura para este ideal de sociedad. Es por eso que la realidad demanda que entre la sociedad civil organizada surjan hombres y mujeres que asuman un liderazgo.

Ahora bien, este liderazgo debe ajustarse a la ética social, de manera que el líder «mande obedeciendo al pueblo». Lo que equivale a decir que el protagonista de los destinos de una sociedad es el pueblo organizado. De ahí la necesidad del empoderamiento individual y colectivo mediante el desarrollo de la sociedad civil organizada. ¿Es posible una sociedad sin líderes?  En una democracia participativa todos deberíamos ser líderes y corresponsables a un tiempo.  (F. BERMÚDEZ LÓPEZ: Ética del liderazgo)

Necesitamos auténticos líderes en todos los ámbitos. Nuestra sociedad necesita más testigos que maestros; vidas verdaderas, más que gentes que expliquen o implementen teorías o simples gestores de lo público. La regeneración de la sociedad, conlleva también la regeneración moral de la vida pública. Sin la honradez y ejemplaridad de nuestros dirigentes, difícilmente al pueblo se le puede exigir lo mismo.  En el terreno de la actividad pública, por ejemplo, lo que necesitamos son políticos con vocación y no simplemente profesionales, vividores de la política, gente sin otra experiencia, sin otro oficio ni beneficio conocidos que las energías derrochadas para trepar, para abrirse paso aunque sea a codazos, dentro de la organización interna del propio partido. Ese tipo de personajes son los que luego saltan a la vida pública, sin ningún filtro ni control democrático, y nos gobiernan; los mismos quienes a partir de su actividad pública condicionan nuestro destino. El actual sistema electoral dificulta, entorpece, impide llegar a la vida pública a los mejores, a los realmente democráticamente competentes y vocacionales.

Los servidores públicos deben demostrar cierta tensión  moral en su actividad pública como reflejo de esa misma tensión e interés en su esfera personal y privada, mostrando así algunas de las cualidades importantes de todo buen dirigente: coherencia, ejemplaridad y credibilidad. Es así como recuperaremos la confianza en nuestros políticos. La moralidad pública no existe si no es sostenida por la personal moralidad privada: los abundantes casos de corrupción en distintos niveles de la administración y en la esfera privada, es una buena prueba de ello. En ciertos momentos pierden su vigor las leyes y solo queda la moralidad personal, carecen de fuerza los imperativos de acción y convencen únicamente las virtudes acreditadoras. Y esto especialmente en políticos, jueces y profesores, en quienes no es posible separar la legitimidad jurídica de la legitimidad moral. Cuando se ejerce el poder sin credibilidad se ejerce violencia y se empuja al desacato. Hay correlación entre la ejemplaridad del que manda y la docilidad de quien obedece.

Si no hay una fuerte y convencida tensión moral, nutrida por la responsabilidad hacia el bien común y de conciencia orientada hacia el servicio, si no se vuelve a concebir la política como alta forma de servicio público, de poco valdrán nuevos mecanismos  electorales o reformas del control democrático.

En España hay una crisis de liderazgo, tanto en el pueblo como en los políticos. Somos muy dados a criticar al oponente, pero sin ofrecer propuestas alternativas serias. Es bueno y necesario ser críticos con el poder establecido. Ser críticos significa apoyarlos en todo lo que beneficie al pueblo, pero al mismo tiempo cuestionando los errores que cometan para que cambien de rumbo. A esto le llamamos «crítica constructiva». ¿Cuáles son las caracterísitcas de un verdadero lider?

Quién es un líder

Enrique ROJAS, catedrático de Psiquiatría
Diario ABC 

Decía el director de cine americano George Lucas, en una entrevista que leí de él, que le gustaría hacer las películas que le hubiera gustado ver. Quisiera escribir un artículo breve, ordenado y que lo pudiera entender todo el mundo, sobre cuáles deben ser los principales ingredientes de un líder. El ser psiquiatra tiene la ventaja de que uno está acostumbrado a bucear en la vida ajena y a perforar superficies. A fijarse con mucha atención en la conducta. Lo importante en esta vida no es tener buenas cartas, sino saber jugarlas. El que no sabe lo que quiere no puede ser feliz.

El término líder procede del inglés, leader, que significa guía, jefe, el que va dirigiendo a un grupo, el que conduce y abre camino, el que tira y arrastra de los demás. ¿Cuáles son esas características a las que aludo en el título del presente artículo?

1. Debe tener una personalidad atrayente. Toda personalidad es transparente y opaca. Clara y difusa. De perfiles bien definidos y a la vez imprecisa. Pero aquí lo que hay que destacar es su capacidad de seducción: una mezcla de hechizo, carisma, admiración, cordialidad, que nos arrastra y empuja hacia él. Es como imán que nos atrae y que es capaz de llevar a su terreno a mucha gente y convencerla con sus ideales. Las palabras mueven, el líder arrastra.

2. Debe ser coherente, que entre lo que dice y lo que hace, que entre la teoría y la práctica de su vida exista una buena proporción, un equilibrio, conformidad entre el pensamiento y la realidad. Uno es lo que hace, no lo que dice. Habla la conducta y esa deja claro lo que somos. Trata de vivir en la verdad: no se miente a sí mismo ni a los demás. Es una persona verdadera. Aspira a no tener varias caras, sino que lucha, pretende y se esfuerza por no mostrar diferentes personalidades según el ambiente y la gente con las que se encuentra. Carece de contradicciones fuertes o al menos pone todo su empeño en que se desdibujen y pierdan solidez. Los cazadores de tesoros marinos tienen aquí buena presa. En una palabra: sinceridad de vida. También: autenticidad. Sabe que la ética es su soporte, como el arte de vivir con dignidad o el arte de usar de forma correcta la libertad. Liderar es servir. Es alguien auténtico, en quien se puede confiar, que no busca el aplauso ni el consenso, de ahí su grandeza. Por eso pasa de largo de las críticas que inevitablemente caerán sobre su figura. Hay solidez de piedra castellana.

3. Hay en él un buen equilibrio entre corazón y cabeza, entre los sentimientos y el mundo de los instrumentos de la razón. Sabe ser afectivo, emocional, vibrando con la alegrías y las tristezas que suceden a su alrededor y, a la vez, maneja bien la inteligencia: la lógica, la argumentación, el juicio ponderado. Como un rayo de sol que entra oblicuo por la ventana, haciendo brillar estos dos mundos complementarios, que le llevan a tener capacidad para superar adversidades y reveses de la existencia y tener una positiva filosofía de vida. Hay talento, orden, disciplina. Si es un líder de altura, de mucho nivel, llega a tener la sencillez de los sabios. Es la síntesis de lo esencial.

4. Estas personas tienen autoridad. Esta palabra procede del latín auctoritas y significa aquel que te hace crecer como persona. Que tira de ti hacia arriba, tratando de sacar lo mejor que llevas dentro. Es el arte de saber dirigir (sin querer hacerlo) y de hacerse obedecer. Es un referente. Un faro que ilumina y que sirve para aclarar el camino. Lo diré de una forma más categórica: la autoridad es la superioridad poseída por méritos propios y que es seguida por muchos. Supremacía, dominio, mando. Los clásicos distinguían dos ideas: auctoritas por un lado y potestas por otro. La primera es señorío, jefatura, imperio, prestigio, estimación, ser escuchado y observado para aprender, siendo capaz de proponer una doctrina de vida, que fascina y se hace sugerente. La segunda, potestas, se refiere al que manda y por eso tiene poder…, pero cuando deja de mandar, de estar en el poder, una vez suspendido en sus funciones, desaparece su fuerza y en el lenguaje coloquial lo decimos de forma gráfica: a fulanito se lo ha tragado la tierra. Todos lo vemos con cierta frecuencia, personas que tienen poder pero que no tienen autoridad. El que solo tiene poder manda, pero no gobierna.

5. El verdadero líder tiene capacidad para contagiar entusiasmo. Y además tiene un sentido positivo y sabe transmitir alegría. Su mirada aletea por encima de las dificultades y conflictos y sabe dar una visión optimista, a pesar de las dificultades y problemas que nunca faltan. No olvidemos que el pesimismo goza de un prestigio intelectual que no merece. El líder es una persona admirada en quien la gente confía, con capacidad de convocatoria y fuerza para ilusionar. La felicidad consiste en ilusión. Hay pocas cosas tan contagiosas como el entusiasmo. Pero el mundo está sumergido en una profunda crisis económica de proporciones gigantescas, de la que parece ser que estamos empezando a salir, aunque está dejando en nuestra sociedad notas dibujadas de melancolías rizadas de incertidumbres y alargadas en el tiempo. Un buen líder conoce la realidad pero mira con esperanza hacia delante. La esperanza es la virtud del caminante que sabe que va a llegar a la meta; es una mezcla de seguridad y certeza bien ajedrezadas. Hay empatía, buena capacidad para interactuar con él de forma positiva, sabe llegar a la gente de arriba y abajo. El líder debe ser un comunicador nato. Empuja, arrastra, se lleva a muchos a su lado con su mensaje de vida.

6. El líder es capaz de mostrar en público sus creencias, huyendo de lo políticamente correcto. Tiene el coraje de expresar lo que lleva dentro, aun a costa de caer mal o alejarse de lo que la mayoría espera que diga. Este punto es conflictivo, lo sé. Y difícil de llevar a cabo. Toda persona tiene dos facetas: la vida privada y la pública, la que es íntima y la que enseña a los demás. El líder es escrutado por la gente, que se cuela por los pasadizos de su ciudadela interior y si es alguien que está en la política, muchos periodistas entran en su vida y milagros para desguazarlo, mostrando al desnudo sus incongruencias y errores.

7. El líder es modelo de identidad. A la gente que sigue sus pasos le gustaría parecerse a él, hay algo que le empuja en esa dirección y le lleva a imitarlo de algún modo. El verdadero líder te ayuda a ser mejor. Te influye en positivo para sacar lo mejor de tu persona, para remover en el álbum de tu vida y extraer los mejores recuerdos. Es la fuerza de la credibilidad.

Quiero terminar oteando tres figuras estelares de abajo hacia arriba: el profesor, el maestro y el testigo. El profesor enseña una disciplina, explica una materia y se queda ahí. El maestro enseña lecciones que no vienen en los libros, su magisterio se esconde tras sus palabras y sus gestos; al alumno avezado le gustaría parecerse a él, hay algo sumergido en su conducta que le atrae con magnetismo. El testigo es una lección abierta de vida, un ejemplo a seguir, un camino claro por donde uno puede andar. Nuestra sociedad necesita más testigos que maestros; vidas verdaderas, más que gentes que explican teorías. Uno es lo que hace, no lo que dice.

Termino. No quiero dejarme en el tintero un matiz, la diferencia que hay entre líder e ídolo. Pueden confundirse o superponerse los conceptos. El líder es la autoridad conseguida por una trayectoria ejemplar, que es seguida de forma racional por una cierta mayoría. Arrastra, convence, atrae, lleva a muchos en esa dirección. Tener liderazgo significa influir de forma psicológica, cultural e intelectual.

El ídolo es alguien que es seguido por mucha gente de forma emocional y que se convierte casi en una divinidad social y está muy relacionada en nuestra sociedad con el deporte en sus distintas facetas; lo suelen fabricar los periodistas. Tener idolatría por una persona significa casi adorarle y tiene una influencia especialmente física y social.

Ver también: Perfil del buen gobernante


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