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QUÉ ES EL HOMBRE ?

Por Pedro LAÍN ENTRALGO

Si hay algo por lo que realmente el ser humano debería estar verdaderamente interesado es por conocerse mejor a sí mismo. Somos el ser más evolucionado conocido en el universo. Desde esa posción central en el cosmos, intentemos comprender un poco mejor la realidad y empecemos preguntándonos por nosotros mismos: qué somos, quienes somos?

Desde la concepción del hombre como "animal racional, ( Aristóteles ) hasta, entre nosotros, las definiciones implícitas o explícitas de Ortega, Zubiri y Marías, docenas y docenas de fórmulas han sido propuestas para decir lo que el hombre es. No voy a glosarlas. Me propongo tan sólo añadir a ellas una más, a un tiempo actual y mía. Para lo cual consideraré la realidad del hombre según los dos principales puntos de vista que la ciencia de nuestro tiempo impone al antropólogo: el genético y el conductista.

 

La especie humana, el conjunto de los animales que los científicos pueden y deben llamar hombres, apareció sobre la superficie del planeta hace como 3 millones de años. Sometido a la exigencia que sobre su organismo ofrecía el paso de un medio a otro, del bosque a la sabana, un homínido antropoide, el australopiteco, dio lugar por mutación biológica a otro homínido ya humano, el Homo habilis. Dos interrogaciones surgen sin demora: ¿qué diferencia hubo entre el australopiteco originario y el recién aparecido hombre? ¿qué pasó en la viviente realidad de aquél par que como resultado de una mutación surgiera la realidad viviente de éste? En la respuesta a esta pregunta deben ser discernidas tres lineas, dos ampliamente representadas y otra todavía incipiente. Así las veo yo.

1. Una rápida y expeditiva acomodación de lo verdaderamente esencial en la antropología del génesis -el hombre, ente creado por Dios a su imagen y semejanza- a la concepción científica del antropogénesis.

2. La mutación biológica en cuya virtud el australopiteco dio origen al hombre no difiere esencialmente de las que a lo largo de miles de millones de años, desde los más antiguos protozoos, han conducido a la génesis de la especie humana.

3. En los últimos años, no pocas mentes reflexivas se han preguntado si entre y sobre las dos tesis precedentes no podrá formularse otra, en cuya estructura sea acogido lo que en cada una de ellas parece esencial: la irreductible singularidad y las radical novedad de la especie humana entre todas las que constituyen el reino animal y la concepción evolutiva de la génesis del hombre en la dinámica de la biosfera. A mi manera y en mi medida, con esas dos mentes está la mía. Diré en qué forma.

 

Conducta

Para entender científicamente la génesis del hombre, hecho que nunca podremos observar, es necesario tener en cuenta su conducta como tal hombre. Por tanto, decir si esa conducta puede o no puede ser equiparada a la de los restantes animales, y en consecuencia saber si hay un comportamiento genéricamente animal, pero no específicamente humano.

Es sobremanera evidente, que entre la conducta de la ameba, la de la abeja y la del chimpancé hay enormes diferencias. ¿Es posible, sin embargo, descubrir un básico riesgo común en la actividad vital de esas tres especies animales? ¿Hay un modo de vivir genéricamente animal? En mi opinión, sí, y se halla constituido por dos momentos: la vida quisitiva (para vivir, el animal necesita buscar y encontrar) y la pauta que Jennings describió en la ameba y denominó ensayo y error (cuando encuentra lo que busca, el animal trata de hacerlo suyo, y si fracasa, procura corregir su error con un intento nuevo).

La conducta del hombre ¿puede ser entendida según esa doble pauta? En cierta medida, sí, porque el hombre vive apeteciendo, buscando y encontrando o rectificando su error, si el encuentro no se produjo. En último extremo, a esto pueden ser reducidos los métodos del conductismo originario y ortodoxo, el de Watson y Skinner. Pero acontece que el conocimiento de la conducta humana queda irremisiblemente manco si nos limitamos a estudiar al hombre "desde fuera", como si fuese cosa entre cosas; esto es, si hacemos caso omiso de tres hechos ineludibles:

a) Que yo soy consciente de mí mismo, de mi propia intimidad.

b)Que mi conocimiento de los demás hombres queda incompleto si para obtenerlo sólo me tengo a la observación objetiva de su cuerpo y sus obras, es decir, si no conjeturo la intención de sus acciones y el sentido de los testimonios objetivos a que éstas tan lugar, un libro, una firma, una escultura o un campo bien arado.

c)Que, adviértalo yo o no lo advierta, en mi conocimiento de otro hombre interviene de algún modo mi experiencia de mí mismo. A la metódica unificación de todos estos requisitos he llamado yo "conductismo comprensivo".

 

Cinco actividades.

Pues bien, un examen riguroso de la conducta de cualquier hombre permitirá descubrir en ella hasta cinco actividades que no existen en el animal.

1. Desde nuestros lejanísimos abuelos que hace millones de años tallaban piedras para fabricar puntas de lanza o hachas de sílex, el hombre ha mostrado ser un animal capaz de proyectar, crear lo proyectado y transmitir a los demás lo que por su cuenta hizo. El ruiseñor actual canta como el más antiguo de los ruiseñores. Un chimpancé listo y hambriento es capaz de empalmar dos cañas para hacerse con un plátano al que ni saltando llegaría y de aprender mil habilidades diferentes, pero sus hijos no se beneficiarán de estos hallazgos. A lo largo de una accidentada tradición, el hombre, en cambio, ha pasado de tallar hachas de sílex a fabricar astronaves, televisores y píldoras anticonceptivas. Hasta los negritos centroafricanos son animales históricos, aún cuando tan poco hayan progresado desde el nivel de vida humana vigente en el neolítico.

2. El animal no racional se comunica con sus congéneres sólo mediante signos: el ladrido del perro, el canto de la alondra. El animal humano, en cambio, lo hace mediante signos y símbolos. Signo es una señal directa y unívocamente expresiva de aquello de que procede. Símbolo, en cambio, es una señal a la que cierta convención social expresa o tácita ha atribuido varias significaciones posibles, de las cuales prevalece en cada ocasión la correspondiente a la intención de quien lo emplea y a la situación en que se le emplea. La palabra nieve, por ejemplo, puede designar, como de ordinario sucede, la que cae en invierno, mas también la blancura de una piel femenina o -así en Alarcón- la frialdad y la sosera de unas palabras. El hombre es el único animal simbolizante y metafórico, y no parece gran osadía pensar que ya lo era antes de inventar el lenguaje articulado.

3. Salvo que haya sido adiestrado para no hacerlo, un animal hambriento comerá siempre el alimento que se le ofrezca; un hombre, no. Por causas muy diversas -ayuno religioso o dietético, pudor social, capricho-, el hombre puede dejar de comer la vianda para él más apetitosa. A su conducta -a su libertad- pertenece el poder ser, como escribió Scheler, "asceta de la vida". Es el único animal capaz dejar de serlo, porque sólo él es capaz de optar libremente.

4. Como tan certeramente hizo notar Ortega, el hombre puede caer y cae con cierta frecuencia en el ensimismamiento. El animal reposa, pero no se ensimisma. Así lo hará ver un examen atento de su conducta, sea ésta la de la ameba o la del mamífero.

5. El animal vive en todo momento entre estímulos, hállese despierto o dormido. El hombre vive entre realidades estimulantes; como tantas veces dijo Zubiri, es "animal de realidades". El entorno del animal es un medio estímúlico, el conjunto de los estímulos que específica e individualmente le afectan. Para él, la sensación de calor procede de un estímulo térmico emitido por su medio. El entorno del hombre, en cambio, es un mundo de realidades estimulantes; en el caso de la estimulación térmica, la percepción de una realidad que es o está caliente o fría, de una cosa que constante u ocasionalmente tiene en sí misma, independientemente de mí, la propiedad de calentar o de enfriar; la afirmación de esa diferencia entre uno y otro modo de la conducta no es una incomprobable sutileza mental; la observación atenta de la conducta animal y de la conducta humana permitirá descubrir que la diferencia esencial entre la vida entre estímulos y la vida en la realidad existe de hecho.

No sería difícil añadir a las cinco apuntadas otras peculiaridades de la conducto humana respecto a la conducta animal. Digan lo que digan los doctrinarios de la continuidad entre el animal no racional y al animal humano, un radical salto cualitativo -pequeño entre el australopiteco y el Homo hábiles, gigantesco luego- separa esos dos niveles evolutivo de la biosfera. Como animal que es, el hombre busca y ensaya, pero lo hace a su modo, al modo humano. He aquí una conclusión provisional:

La especie humana es el resultado de la mutación biológica de una especie animal, y entre su conducta y la de todas las restantes especies hay una radical diferencia cualitativa. ¿Cómo explicar la coincidencia de estos dos hechos? ¿Sólo invocando la superior complejidad de la actividad bioquímica y biológico-molecular de nuestro cuerpo, como desde el siglo XVIII viene proponiendo el materialismo reduccionista? ¿La vida humana es en verdad explicable mediante los principios, las leyes o los métodos de la física y la química?

Pienso que no; los principios, las leyes y los métodos de las ciencias de la naturaleza cósmica serán siempre necesarios para entender adecuadamente la realidad y la vida del hombre, pero éstas nunca podrán ser explicables sólo con ellos. Si la protoconciencia bioquímica de la ameba que acierta a corregir sus errores y la conciencia neural de todos los animales dotados de sistema nervioso son el presupuesto biológico de la autoconciencia humana, en modo alguno pueden ser su explicación. En tal caso, ¿habremos de recurrir al dualismo aristotélico o cartesiano?

 
Vulnerable tradición

Movidos por el peso de una vulnerable tradición antropológica, o por su invencible aversión hacia todo lo que huela a materialismo, o por una idea de la vida humana que no se decide a pasar de su descripción y su comprensión a la pesquisa de su fundamento real, no son pocos los que todavía se refugian en la visión dualista-alma-cuerpo, espíritu-materia, mente-cerebro- de la realidad del hombre.

No estoy con ellos. Pienso que la comunicación operativa entre el espíritu y la materia misteriosamente posible para la omnipotencia divina, no puede ser entendida por el hombre de un modo científica y filosóficamente satisfactorio. Para mí y para bastantes más, la intención razonable de la actividad y la conducta del hombre -comer y digerir humanamente, hablar, componer un poema, resolver una ecuación diferencial o aspirar a la unión mística- puede y debe ser abordada bajo una concepción no dualista y no reduccionista de su realidad.

Doy por cierto que el enigma de la condición humana nunca será íntegramente resuelto por nuestra inteligencia; pero creo también que la pertenencia de ese enigma al ingente conjunto de nuestros saberes y nuestras ignorancias puede ser más razonablemente entendido según la tercera vía antes apunta. Esa fue la ya añeja meta del emergentismo de Lloyd Morgan, Alexander y Whitehead, ésa ha sido la más reciente de Zubiri y ésa es la que, continuándola, con mis débiles y gastadas fuerzas me he propuesto yo.

 

Pedro LAÍN ENTRALGO, a la sazón miembro de la Real Academia Española
Artículo aparecido en el diario "El País"

 
 
 

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