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EL FRACASO DE UNA GRAN PROMESA (y 2)


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Eh aquí un lúcido y penetrante análisis realizado hace ya algunas décadas pero todavía útil para la comprensión de la situación actual y una dura crítica al tipo de sociedad que nosotros mismos hemos creado.

El capitalismo del siglo XVIII efectuó un cambio radical: la conducta económica se separó de la ética y de los valores humanos.

Se nos hizo creer que las cualidades mismas que el sistema requería de los seres humanos (egotismo, egoísmo y avaricia) eran innatas a la naturaleza humana.

El industrialismo moderno ha creado un tipo de hombre: es el autómata, el hombre "enajenado". En él su razón se deteriora a la vez que crece su inteligencia.

El hombre actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado.

Su autoestima depende de factores externos y de sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás.

Este tipo de sociedad necesita hombres que se sientan libres o independientes, y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social.

Una nueva sociedad es posible sólo si, en el proceso de desarrollarla, también se forma un nuevo ser humano.

Debe volver a adquirir el sentimiento de ser él mismo y retomar el valor de su vida interior.

El cambio de orientación en la mentalidad colectiva operado en el s. XVIII

El hedonismo radical y el egotismo ilimitado no habrían surgido como principios orientadores de la conducta económica, de no haber ocurrido un cambio radical en el siglo XVIII. En la sociedad medieval, como en muchas otras sociedades muy desarrolladas y también en las primitivas, la conducta económica estuvo determinada por los principios éticos. El capitalismo del siglo XVIII efectuó un cambio radical: la conducta económica se separó de la ética y de los valores humanos. En realidad, se supuso que la máquina económica era una entidad autónoma, independiente de las necesidades y de la voluntad humana. Era un sistema que funcionaba sólo, y obedecía a sus propias leyes. El sufrimiento de los obreros y la quiebra de un número cada vez mayor de empresas pequeñas en bien del desarrollo de las empresas mayores era una necesidad económica que podía lamentarse, pero que debía aceptarse como resultado de una ley natural. EL desarrollo de este sistema económico ya no quedó determinado por la pregunta: ¿qué es bueno para el hombre?, sino por la pregunta: ¿qué es bueno para el desarrollo del sistema? Se trataba de ocultar lo enconado de este conflicto suponiendo que lo que era bueno para el desarrollo del sistema también era bueno para la gente. Esta interpretación se vio reforzada por una interpretación subsidiaria: que las cualidades mismas que el sistema requería de los seres humanos (egotismo, egoísmo y avaricia) eran innatas a la naturaleza humana;  por ello, no sólo el sistema, sino la misma naturaleza humana las fomentaba; se suponía que las sociedades en que no existía el egotismo, el egoísmo y la avaricia, eran  "primitivas" y sus habitantes eran como "niños". La gente se negó a reconocer que estos rasgos que habían dado el ser a la sociedad industrial no eran impulsos naturales, sino productos de las circunstancias sociales.

No es menos importante este otro factor: la relación de la gente con la naturaleza se volvió muy hostil. Hemos tratado de resolver nuestro problema existencial renunciando a la visión mesiánica de la armonía entre la humanidad y la naturaleza, y al conquistar a la naturaleza, al transformarla para nuestros fines, su conquista se ha convertido, cada vez más, en equivalente de destrucción. Nuestro espíritu hostil y de conquista nos ciega al hecho de que los recursos naturales tienen límites y pueden agotarse, y la naturaleza luchará contra la rapacidad humana. La sociedad industrial desprecia la naturaleza. Hoy día la gente se siente atraída por los objetos mecánicos, por el poder de las máquinas, por lo que no tiene vida, y cada vez más por la destrucción.

La necesidad económica de un cambio humano.

Hasta ahora, el argumento que hemos expuesto aquí dice que los rasgos de carácter engendrados por nuestro sistema socioeconómico, o por nuestra manera de vivir, son patógenos y a la larga enferman al individuo y, por consiguiente, a la sociedad. Sin embargo, hay un segundo argumento, desde un punto de vista enteramente distinto, en favor de procurar cambios psicológicos profundos en el hombre como alternativa a una catástrofe económica y ecológica. Informes del Club de Roma concluían que sólo unos cambios tecnológicos y económicos radicales a nivel mundial pueden "evitar una catástrofe mundial definitiva". Concluían, además, que estos cambios económicos sólo son posibles "si ocurren cambios fundamentales de los valores y las actitudes del hombre” (o como yo los llamaría, de la orientación del carácter humano) como una nueva ética y una nueva actitud hacia la naturaleza". Una nueva sociedad es posible sólo si, en el proceso de desarrollarla, también se forma un nuevo ser humano, o en términos más modestos, si ocurre un cambio fundamental de la estructura del carácter del hombre contemporáneo.

Esos informes por primera vez se refieren a la situación económica de toda la especie humana, a sus posibilidades y a sus peligros. Su conclusión: es necesaria una nueva ética y una nueva actitud hacia la naturaleza. E.F. Schumacher demanda también un cambio humano basándose en dos argumentos: nuestro actual orden social nos enferma; sufriremos una catástrofe económica a menos que cambiemos radicalmente nuestro sistema social.

La necesidad de un profundo cambio humano no sólo es una demanda ética o religiosa, ni solo una demanda psicológica que impone la naturaleza patógena de nuestro actual carácter social, sino que también es una condición para que sobreviva la especie humana. Vivir correctamente ya no es sólo una demanda ética o religiosa. Por primera vez en la historia, la supervivencia física de la especie humana depende de un cambio radical del corazón humano. Sin embargo, esto sólo será posible hasta el grado en que ocurran grandes cambios sociales y económicos que le den al corazón humano la oportunidad de cambiar y el favor y la visión para lograrlo.

Diagnóstico de la condición humana actual

Erich Fromm en su obra “La condición humana actual”  examina con detalle algunos temas de fundamental importancia para el hombre de hoy (el sexo y el carácter, el psicoanálisis y la psicología, la revolución y la paz…), a través de un análisis pormenorizado de las perspectivas de progreso que abrió la caída del mundo medieval -destrucción que permitió al hombre occidental la posibilidad histórica de un progreso sin límites, de una auténtica realización de la utopía- y de las causas de esta trayectoria inesperada. El hecho es que las sociedades modernas requieren un determinado tipo de hombre para funcionar y "el industrialismo moderno ha tenido éxito en la producción de esta clase de hombre: es el autómata, el hombre enajenado". El ideal de este hombre-autómata, añade Fromm, es que todo transcurra de acuerdo con el viejo slogan de la Kodak: "Usted apriete el botón, nosotros hacemos el resto". Los hombres son, cada vez más, autómatas que fabrican máquinas que actúan como hombres y producen hombres que funcionan como máquinas. Su razón se deteriora a la vez que crece su inteligencia. De este modo, y como dice el propio Fromm, lo más urgente es huir de esta situación y crear un nuevo hombre que deberá ser "temerario, valiente, imaginativo, capaz de sufrir y gozar", pero cuyas fuerzas estarán "al servicio de la vida, no de la muerte".

El hombre actual, según Fromm, se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe ser invertido provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor eterno y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito. Según este autor, en la sociedad actual el éxito y el fracaso se basa en el saber invertir la vida. El valor humano, se ha limitado a lo material, en el precio que pueda obtener por sus servicios y no en lo espiritual. La autoestima en el hombre depende de factores externos y de sentirse triunfador con respecto al juicio de los demás. De ahí que vive pendiente de los otros, y que su seguridad reside en la conformidad; en no apartarse del rebaño. El hombre debe estar de acuerdo con la sociedad, ir por el mismo camino y no apartarse de la opinión o de lo establecido por ésta.

La sociedad de consumo para funcionar bien necesita una clase de hombres que cooperen dócilmente en grupos numerosos que quieren consumir más y más, cuyos gustos estén estandarizados y que puedan ser fácilmente influidos y anticipados. Este tipo de sociedad necesita hombres que se sientan libres o independientes, que no estén sometidos a ninguna autoridad o principio o conciencia moral y que no obstante estén dispuestos a ser mandados, a hacer lo previsto, a encajar sin roces en la máquina social. Los hombres actuales son guiados sin fuerza, conducidos sin líderes, impulsados sin ninguna meta, salvo la de continuar en movimiento, de avanzar. Esta clase de hombre es el autómata, persona que se deja dirigir por otra. El humano, debe trabajar para satisfacer sus deseos, los cuales son constantemente estimulados y dirigidos por la maquinaria económica. El sujeto automatizado se enfrenta a una situación peligrosa, ya que su razón se deteriora y decrece su inteligencia, adquiriendo la fuerza material más poderosa sin la sabiduría para emplearla.

El peligro que el autor ve en el futuro del hombre es que éste se convierta en robot. Verdad es que los robots no se rebelan. Pero los robots no pueden vivir y mantenerse cuerdos. Entonces buscarán destruir el mundo y destruirse a sí mismos, pues ya no serán capaces de soportar el tedio de una vida falta de sentido y carente por completo de objetivos. Para superar ese peligro el autor sostiene que el ser humano debe vencer la enajenación, debe vencer las actitudes pasivas y orientadas mercantilmente que ahora le dominan y elegir en cambio una senda madura y productiva. Debe volver a adquirir el sentimiento de ser él mismo y retomar el valor de su vida interior.

¿Hay una alternativa para evitar la catástrofe?.

Lo casi increíble es que no se haya hecho un verdadero esfuerzo por evitar lo que parece un decreto final del destino. ¿Es posible que hayamos perdido el más fuerte de todo los instintos, el de conservación?  Parece que los gobernantes hacen muchas cosas para evitar una catástrofe; da la impresión de que los problemas se han identificado y que están haciendo algo para resolverlos. Gobernantes y gobernados anestesian sus conciencias y su voluntad de sobrevivir, aparentando que conocen el camino y que avanzan en la dirección correcta. Pero si el egoísmo es un pilar de la ética práctica contemporánea, ¿por qué  se habría de actuar de otra manera? No parecen saber que la avaricia vuelve a la gente estúpida aun en lo que atañe a su verdadero interés, al interés de sus propias vidas y de las vidas de sus esposas y sus hijos. Al mismo tiempo, el público en general está tan preocupado por sus asuntos particulares que presta muy poca atención a los problemas que trascienden el terreno personal.

Sin embargo, hay otra explicación más del debilitamiento de nuestro instinto de conservación: en la vida se requerirían cambios tan enormes que la gente prefiere una catástrofe futura al sacrificio que tendría que hacer hoy día. Además de esta explicación de la fatal pasividad humana en cuestiones de vida o muerte, hay otra: no tenemos otras alternativas que los modelos del capitalismo cooperativista, el socialismo socialdemócrata, o un fascismo tecnocrático con una cara sonriente. Hemos hecho muy pocos esfuerzos para estudiar la posibilidad de crear modelos sociales enteramente nuevos y de experimentar con éstos, nos falta imaginación para crear alternativas nuevas y realistas.

* egotismo: excesiva importancia concedida a uno mismo y a las propias experiencias vitales

Erick Fromm: Tener o ser y otras obras

 

Ver también: Vida y obra de Erich Fromm


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