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ENSEÑAR LA IDENTIDAD TERRENAL (2): El legado del s. XX 

Para atravesar esta era bárbara primero hay que reconocer su herencia. Esta herencia es doble, al mismo tiempo herencia de muerte y de nacimiento.

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2. EL LEGADO DEL SIGLO XX

El siglo XX fue el de la alianza de dos barbaries: la primera viene desde el fondo de la noche de los tiempos y trae consigo guerra, masacre, deportación, fanatismo. La segunda, helada, anónima, viene del interior de una racionalización que no conoce más que el cálculo e ignora a los individuos, sus cuerpos, sus sentimientos, sus almas y multiplica las potencias de muerte y de esclavización técnico-industriales.

Para atravesar esta era bárbara primero hay que reconocer su herencia. Esta herencia es doble, al mismo tiempo herencia de muerte y de nacimiento.

2.1 La herencia de muerte

El siglo XX pareció dar razón a la fórmula atroz según la cual la evolución humana es un crecimiento del poder de la muerte. La muerte introducida en el siglo XX no es solamente la de las decenas de millones de muertos de las dos guerras mundiales y de los campos de concentración nazi y soviética, también es la de las dos nuevas potencias de muerte.

2.1.1 Las armas nucleares

La primera es la posibilidad de la muerte global de toda la humanidad a causa del arma nuclear. Esta amenaza aún no se ha disipado con el inicio del tercer milenio; al contrario, se incrementa con la diseminación y la miniaturización de la bomba. La potencialidad de auto-aniquilamiento acompaña en lo sucesivo el camino de la humanidad.

2.1.2 Los nuevos peligros

La segunda es la posibilidad de la muerte ecológica. Desde los años 70, hemos descubierto que los desechos, emanaciones, exhalaciones de nuestro desarrollo técnico-industrial-urbano degradan nuestra biosfera, y amenazan con envenenar irremediablemente el medio viviente del cual hacemos parte: la dominación desenfrenada de la naturaleza por la técnica conduce la humanidad al suicidio.

Por otra parte, fuerzas mortales que creíamos en vía de extinción se han rebelado: el virus del SIDA nos ha invadido, es el primer virus desconocido que surge, mientras que las bacterias que creíamos haber eliminado vuelven con nuevas resistencias a los antibióticos. Así pues, la muerte se introduce de nuevo con virulencia en nuestros cuerpos los cuales creíamos haber esterilizado. Al fin la muerte ha ganado terreno al interior de nuestras almas. Los poderes de auto-destrucción, latentes en cada uno de nosotros, se han activado, particularmente con la ayuda de drogas severas como la heroína, ahí donde se multiplican y crecen las soledades y las angustias. La amenaza planea sobre nosotros con el arma termonuclear, nos envuelve con la degradación de la biosfera, se potencializa en cada uno de nuestros abrazos; se esconde en nuestras almas con el llamado mortífero a las drogas.

2.2 Muerte de la modernidad

Nuestra civilización, nacida en Occidente, soltando sus amarras con el pasado, creía dirigirse hacia un futuro de progreso infinito que estaba movido por los progresos conjuntos de la ciencia, la razón, la historia, la economía, la democracia. Ya hemos aprendido con Hiroshima que la ciencia es ambivalente; hemos visto a la razón retroceder y al delirio estalinista tomar la máscara de la razón histórica; hemos visto que no había leyes en la Historia que guiaran irresistiblemente hacia un porvenir radiante; hemos visto que el triunfo de la democracia definitivamente no estaba asegurado en ninguna parte; hemos visto que el desarrollo industrial podía causar estragos culturales y poluciones mortíferas; hemos visto que la civilización del bienestar podía producir al mismo tiempo malestar. Si la modernidad se define como fe incondicional en el progreso, en la técnica, en la ciencia, en el desarrollo económico, entonces esta modernidad está muerta.

2.3 La esperanza

Si es cierto que el género humano, cuya dialógica cerebro <-> mente no es cerrada, posee los recursos inagotados para crear, entonces podemos avizorar para el tercer milenio la posibilidad de una nueva creación: la de una ciudadanía terrestre, para la cual el siglo XX ha aportado los gérmenes y embriones. Y la educación, que es a la vez transmisión de lo viejo y apertura de la mente para acoger lo nuevo, está en el corazón de esta nueva misión.

2.3.1 El aporte de las contracorrientes

El siglo XX ha dejado como herencia en el ocaso, contracorrientes regeneradoras. A menudo, en la historia, corrientes dominantes han suscitado contracorrientes que pueden desarrollarse y cambiar el curso de los acontecimientos. Debemos anotar:

La contracorriente ecológica que con el crecimiento de las degradaciones y el surgimiento de catástrofes técnicas/industriales no puede más que aumentar;

La contracorriente cualitativa que en reacción a la invasión de lo cuantitativo y a la uniformación generalizada se apega a la calidad en todos los campos, empezando por la calidad de la vida;

La contracorriente de resistencia a la vida prosaica puramente utilitaria que se manifiesta con la búsqueda de una vida poética dedicada al amor, a la admiración, la pasión, el festejo;

La contracorriente de resistencia a la primacía del consumo estandarizado que se manifiesta de dos maneras opuestas: la una por la búsqueda de una intensidad vivida («consumación»), la otra por la búsqueda de una frugalidad y una templanza;

La contracorriente, aún tímida, de emancipación con respecto de la tiranía omnipresente del dinero que se pretende contrarrestar con las relaciones humanas solidarias, haciendo retroceder el reino del beneficio;

La contracorriente, también tímida, que como reacción al desencadenamiento de la violencia, alimenta éticas de pacificación de las almas y de las mentes.

Se puede pensar igualmente que todas las aspiraciones que han alimentado las grandes esperanzas revolucionarias del siglo XX, pero que han sido engañadas, podrían renacer bajo la forma de una nueva búsqueda de solidaridad y responsabilidad.

Se podría esperar también que la necesidad de volver a las raíces, incitada hoy en día por los fragmentos dispersos de la humanidad y provocada por la voluntad de asumir las identidades étnicas o nacionales, se pudiera profundizar y ampliar, sin negar dicho regreso a las raíces en el seno de la identidad humana del ciudadano de la Tierra-Patria.

Se podría esperar una política al servicio del ser humano inseparable de una política de civilización que abriría la vía para civilizar la tierra como casa y jardín de la humanidad.

Todas estas corrientes prometen intensificarse y ampliarse durante el siglo XXI y constituir múltiples principios de transformación; pero la verdadera transformación sólo podría llevarse a cabo con una transformación entre sí, operando entonces una transformación global que retroactuaría sobre las transformaciones de cada uno.

2.3.2 En el juego contradictorio de las posibilidades

Una de las condiciones fundamentales para una evolución positiva sería que las fuerzas emancipadoras inherentes a la ciencia y a la técnica pudieran superar las fuerzas de muerte y esclavitud. Los desarrollos de la tecno-ciencia son ambivalentes: han religado la Tierra, permiten a todos los puntos del Globo estar en comunicación inmediata, proporcionan los medios para alimentar todo el planeta y asegurar a todos sus habitantes un mínimo de bienestar, pero en cambio han creado las peores condiciones de muerte y de destrucción. Los humanos esclavizan a las máquinas que esclavizan la energía, pero al mismo tiempo son esclavizados por ellas. La saga de ciencia-ficción de Hyperion de Dan Simmons, supone que en un milenio en el futuro las inteligencias artificiales (I.A.) tendrán domesticados a los humanos sin que estos sean conscientes, preparando su eliminación. La novela describe peripecias sorprendentes al cabo de las cuales un híbrido de humano y de I.A. portador del alma del poeta Keats, anuncia una nueva sabiduría. Este es el problema crucial que se plantea desde el siglo XX: ¿Estaremos sometidos a la tecnósfera o sabremos vivir en simbiosis con ella?

Las posibilidades que ofrece el desarrollo de las biotecnologías son prodigiosas tanto para lo mejor como para lo peor. La genética y la manipulación molecular del cerebro humano van a permitir normalizaciones y estandarizaciones nunca antes logradas por los adoctrinamientos y las propagandas sobre la especia humana; y van a permitir la eliminación de taras deformadoras, una medicina predictiva y el control por la mente de su propio cerebro.

La importancia y la aceleración actual de las transformaciones parecen presagiar una mutación mucho más considerable que la que hizo pasar al neolítico pequeñas sociedades arcaicas de cazadores y recolectores sin Estado, sin agricultura ni ciudad, a las sociedades históricas que desde hace ocho milenios están desplegadas por el planeta.

También podemos contar con las inacabables fuentes del amor humano. Cierto es que el siglo XX ha sufrido horriblemente carencias de amor, indiferencias, durezas y crueldades. Pero también ha producido excesos de amor consagrado a los mitos engañosos, a las ilusiones, a las falsas divinidades, o petrificado en pequeños fetichismos como la colección de estampillas.

De igual manera, podemos confiar en las posibilidades cerebrales del ser humano que están aún inexploradas en gran parte; la mente humana podría desarrollar aptitudes aún desconocidas en la inteligencia, la comprensión, la creatividad. Como las posibilidades sociales están relacionadas con las posibilidades cerebrales, nadie puede asegurar que nuestras sociedades hayan agotado sus posibilidades de mejoramiento y de transformación, y que hayamos llegado al fin de la Historia. Podemos confiar en el progreso de las relaciones entre humanos, individuos, grupos, etnias y naciones.

La posibilidad antropológica, sociológica, cultural y mental de progreso, restaura el principio de esperanza pero sin certeza «científica» ni promesa «histórica». Es una posibilidad incierta que depende mucho de la toma de conciencia, las voluntades, el ánimo, la suerte... Por esto, las tomas de conciencia se han vuelto urgentes y primordiales.

Lo que conlleva el peor peligro conlleva también las mejores esperanzas (en la misma mente humana) y por esta razón el problema de la reforma del pensamiento se ha vuelto vital.

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Edgar Morin: Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
Publicado en octubre de 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura - 7 place de Fontenoy - 75352 París 07 SP – Francia


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