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Los 7 saberes necesarios para la educación

CAPÍTULO I. LAS CEGUERAS DEL CONOCIMIENTO:
EL ERROR Y LA ILUSIÓN (1)

Una educación que cure la ceguera del conocimiento. La educación debe armar a cada uno en el combate vital para la lucidez.

Una de las muchas necesidades que tenemos los humanos es la necesidad de saber, el deseo de conocer. Desde el principio el ser humano ha buscado entender el universo, entender su propia existencia. Ha estado impulsado siempre por su tendencia a escudriñar la realidad, movido a comprender la inmensidad y multidimensionalidad de la realidad. Los seres humanos captamos el mundo que nos rodea, percibimos la forma como nos relacionamos con él y buscamos explicar los sucesos que en él acontecen, procuramos comprendernos a nosotros mismos y explicarnos lo que nos pasa.

El conocimiento tiene por objeto la comprensión de la realidad. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿qué es la realidad? ¿es posible el conocimiento objetivo de la realidad? Para el escepticismo, el conocimiento no es posible. Frente a esta postura está el dogmatismo, según el cual el conocimiento es posible; más aún: las cosas se conocen tal como se ofrecen al sujeto. La opinión más extendida, sin embargo, es que el conocimiento es posible, pero no de un modo absoluto, sino sólo relativamente. El conocimiento humano tiene límites  y existe la posibilidad del error. Los prejuicios, por ejemplo, que nos impiden captar lo realmente valioso de los demás ‑sus buenas intenciones, carácter, etc.‑ o no ver realmente cómo son -con sus vicios y defectos-, son producto, entonces, de nuestra ignorancia e ilusiones.

El conocimiento es una actividad mental y como tal sujeta a la posibilidad de error y equivocación. Todo conocimiento lleva consigo la posibilidad del error y de la ilusión. La educación debe contar siempre con esa posibilidad. El conocimiento humano es frágil y está expuesto a alucinaciones, a errores de percepción o de juicio, a perturbaciones y «ruidos», a la influencia distorsionadora de los afectos, al modelaje al que nos somete la propia cultura, al conformismo, a la selección meramente sociológica de nuestras ideas, etc.

Se podría pensar, por ejemplo que, despojando de afecto todo conocimiento, eliminamos el riesgo de error. Es cierto que el odio, la amistad o el amor pueden enceguecernos, pero también es cierto que el desarrollo de la inteligencia es inseparable del de la afectividad. La afectividad puede oscurecer el conocimiento pero también puede fortalecerlo. Se podría también creer que el conocimiento científico garantiza la detección de errores y milita contra la ilusión perceptiva. Pero ninguna teoría científica está inmunizada para siempre contra el error. Incluso hay teorías y doctrinas que protegen con apariencia intelectual sus propios errores.

La primera e ineludible tarea de la educación es enseñar un conocimiento capaz de criticar el propio conocimiento. Debemos enseñar a evitar la doble enajenación: la de nuestra mente por sus ideas y la de las propias ideas por nuestra mente. "Los dioses se nutren de nuestras ideas sobre Dios, pero inmediatamente se tornan despiadadamente exigentes". La búsqueda de la verdad exige reflexibilidad, crítica y corrección de errores. Pero, además, necesitamos una cierta convivencialidad con nuestras ideas y con nuestros mitos. El primer objetivo de la educación del futuro será dotar a los alumnos de la capacidad para detectar y subsanar los errores e ilusiones del conocimiento y, al mismo tiempo, enseñarles a convivir con sus ideas, sin ser destruidos por ellas. Es un deber importante de la educación armar a cada uno en el combate vital para la lucidez.

Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe afrontar el problema desde estos dos aspectos: error e ilusión. El reconocimiento del error y de la ilusión es tan difícil que su existencia no se reconoce en absoluto. Error e ilusión parasitan la mente humana desde la aparición del homo sapiens. Cuando consideramos el pasado, incluyendo el reciente, sentimos que ha sufrido el dominio de innumerables errores e ilusiones. Los hombres siempre han elaborado falsas concepciones de ellos mismos, de lo que hacen, del mundo donde viven.

1.  EL TALÓN DE AQUILES DEL CONOCIMIENTO

La ceguera del conocimientoLa educación debe mostrar que no hay conocimiento que no esté, en algún grado, amenazado por el error y por la ilusión. La teoría de la información muestra que hay un riesgo de error debido a las perturbaciones o ruidos, en cualquier transmisión de información, en cualquier comunicación de mensajes. Un conocimiento no es el espejo de las cosas o del mundo exterior. Todas las percepciones son a la vez traducciones y reconstrucciones cerebrales, a partir de estímulos o signos captados y codificados por los sentidos; de ahí los innumerables errores de percepción. Al error de percepción se agrega el error intelectual. El conocimiento en forma de palabra, de idea, de teoría, es el fruto de una traducción/reconstrucción mediada por el lenguaje y el pensamiento y por ende conoce el riesgo de error. Este conocimiento implica la interpretación, lo que introduce el riesgo de error al interior de la subjetividad del conociente, de su visión del mundo, de sus principios de conocimiento. De ahí provienen los innumerables errores de concepción y de ideas que sobrevienen a pesar de nuestros controles racionales.

La proyección de nuestros deseos o de nuestros miedos, las perturbaciones mentales que aportan nuestras emociones multiplican los riesgos de error. Se podría creer en la posibilidad de eliminar el riesgo de error rechazando cualquier afectividad. Pero el desarrollo de la inteligencia es inseparable de la afectividad, es decir de la curiosidad, de la pasión, que son, a su vez, de la competencia de la investigación filosófica o científica. La afectividad puede asfixiar el conocimiento pero también puede fortalecerlo. El desarrollo del conocimiento científico es un medio poderoso de detección de errores y de lucha contra las ilusiones. La educación debe dedicarse a la identificación de los orígenes de errores, de ilusiones y de cegueras.

1.1 Los errores mentales

Ningún dispositivo cerebral permite distinguir la alucinación de la percepción, el sueño de la vigilia, lo imaginario de lo real, lo subjetivo de lo objetivo. Dado que las vías de entrada y de salida del sistema neuro-cerebral que conectan el organismo con el mundo exterior representan sólo el 2% de todo el conjunto, mientras que el 98% implica al funcionamiento interior, se ha constituido en un mundo psíquico relativamente independiente donde se fermentan necesidades, sueños, deseos, ideas, imágenes, fantasmas, y este mundo se infiltra en nuestra visión o concepción del mundo exterior.

También existe en cada mente una posibilidad de mentira a sí mismo que es fuente permanente de error y de ilusión.  El egocentrismo, la necesidad de auto-justificación, la tendencia a proyectar sobre el otro la causa del mal hacen que cada uno se mienta a sí mismo. Nuestra memoria misma está sujeta a numerosas fuentes de error. Nuestra mente, de manera inconsciente, tiende a seleccionar los recuerdos que nos convienen y a rechazar, incluso a borrar, los desfavorables. También tiende a deformar los recuerdos. Existen, a veces, falsos recuerdos con la persuasión de haberlos vivido y también recuerdos que rechazamos porque estamos persuadidos de no haberlos vivido jamás. Así, la memoria, fuente irremplazable de verdad, puede estar sujeta a los errores y a las ilusiones.

1.2  Los errores intelectuales

Nuestros sistemas de ideas (teorías, doctrinas, ideologías) no sólo están sujetos al error sino que también protegen los errores e ilusiones que están inscritos en ellos. Forma parte de la lógica organizadora de cualquier sistema de ideas el hecho de resistir a la información que no conviene o que no se puede integrar. Las teorías resisten a la agresión de las teorías enemigas o de los argumentos adversos. Las doctrinas, que son teorías encerradas en sí mismas y absolutamente convencidas de su verdad, son invulnerables a cualquier crítica que denuncie sus errores.

1.3  Los errores de la razón

Lo que permite la distinción entre vigilia y sueño, imaginario y real, subjetivo y objetivo, es la actividad racional de la mente que apela al control del entorno, al control de la práctica, al control de la cultura, al control del prójimo, al control cerebral. La racionalidad es el mejor pretil contra el error y la ilusión. Por una parte, está la racionalidad constructiva que elabora teorías coherentes verificando el carácter lógico de la organización teórica, la compatibilidad entre las ideas que componen la teoría, el acuerdo entre sus afirmaciones y los elementos empíricos a los cuales se dedica: esta racionalidad debe permanecer abierta a la discusión para evitar que se vuelva a encerrar en una doctrina y se convierta en racionalización; por otra parte, está la racionalidad crítica que se ejerce particularmente sobre los errores e ilusiones de las creencias, doctrinas y teorías. Pero la racionalidad también lleva en su seno una posibilidad de error y de ilusión cuando se pervierte en racionalización cuando se funda sobre bases mutiladas o falsas y se niega a la discusión de argumentos y a la verificación empírica.

La racionalización es cerrada, la racionalidad es abierta. La verdadera racionalidad, abierta por naturaleza, dialoga con una realidad que se le resiste. Es el fruto del debate argumentado de las ideas. Un racionalismo que ignora los seres, la subjetividad, la afectividad, la vida es irracional. La verdadera racionalidad conoce los límites de la  lógica, del determinismo, del mecanismo ; sabe que la mente humana no podría ser omnisciente, que la realidad comporta misterio; ella negocia con lo irracionalizado, lo oscuro, lo irracionalizable ; no sólo es crítica sino autocrítica. Se reconoce la verdadera racionalidad por la capacidad de reconocer sus insuficiencias.

La racionalidad no es una cualidad de la cual dispondría en monopolio la civilización occidental. Durante mucho tiempo, el Occidente europeo se creyó dueño de la racionalidad, sólo veía errores, ilusiones y retazos de error en las otras culturas y juzgaba cualquier cultura en la medida de sus resultados tecnológicos. Ahora bien, debemos saber que en toda sociedad, comprendida la arcaica, hay racionalidad tanto en la confección de herramientas, estrategia para la caza, conocimiento de las plantas, de los animales, del terreno como la hay en el mito, la magia, la religión. En nuestras sociedades occidentales también hay presencia de mitos, de magia, de religión, incluyendo el mito de una razón providencial e incluyendo también una religión del progreso. La verdadera racionalidad no es solamente teórica ni crítica sino también autocrítica.

1.4  Las cegueras paradigmáticas

El juego de la verdad y del error no sólo se juega en la verificación empírica y la coherencia lógica de las teorías; también se juega a fondo en la zona invisible de los paradigmas. Esto lo debe tener bien en cuenta la educación. Un paradigma puede ser definido por: La promoción/selección de los conceptos maestros de la inteligibilidad. Así, el «Orden» en las concepciones deterministas, la «Materia» en las concepciones materialistas, el «Espíritu» en las concepciones espiritualistas, la «Estructura» en las concepciones estructuralistas son los conceptos maestros seleccionados / seleccionantes que excluyen o subordinan los conceptos que les son antinómicos (el desorden, el espíritu, la materia, el acontecimiento). El paradigma está oculto bajo la lógica y selecciona las operaciones lógicas que se vuelven a la vez preponderantes, pertinentes y evidentes bajo su imperio. Es el paradigma el que da validez y universalidad a la lógica que ha elegido. Los individuos conocen, piensan y actúan según los paradigmas inscritos culturalmente en ellos.

Tomemos un ejemplo: Hay dos paradigmas opuestos concernientes a la relación hombre - naturaleza.  El primero incluye lo humano en la naturaleza y cualquier discurso que obedezca a este paradigma hace del hombre un ser natural y reconoce la «naturaleza humana». El segundo paradigma prescribe la disyunción entre estos dos términos y determina lo que hay de específico en el hombre por exclusión a la idea de naturaleza.

El paradigma juega un rol al mismo tiempo subterráneo y soberano en cualquier teoría, doctrina o ideología. El paradigma es inconsciente pero irriga el pensamiento consciente, lo controla y, en ese sentido, es también sub-consciente. Se debe evocar aquí el «gran paradigma de Occidente» formulado por Descartes e impuesto por los desarrollos de la historia europea desde el siglo XVII. El paradigma cartesiano separa al sujeto del objeto con una esfera propia para cada uno: la filosofía y la investigación reflexiva por un lado, la ciencia y la investigación objetiva por el otro. Esta disociación atraviesa el universo de un extremo al otro : Sujeto / Objeto; Alma / Cuerpo; Espíritu / Materia; Calidad / Cantidad; Finalidad / Causalidad; Sentimiento / Razón; Libertad/Determinismo; Existencia/Esencia

Este paradigma determina una doble visión del mundo,
en realidad, un desdoblamiento del mismo mundo: por un lado, un mundo de objetos sometidos a observaciones, experimentaciones, manipulaciones; por el otro, un mundo de sujetos planteándose problemas de existencia, de comunicación, de conciencia, de destino. Así, un paradigma puede al mismo tiempo dilucidar y cegar, revelar y ocultar.

Edgar Morin: Los siete saberes necesarios para la educación del futuro
Publicado en octubre de 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura - 7 place de Fontenoy - 75352 París 07 SP – Francia

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