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LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA: UN RETO PARA NUESTRO TIEMPO (una visión positiva de la EpC).

ESFERAS DE CIUDADANIA

 
Presentamos aquí un sugerente conjunto de reflexiones en torno al concepto de "ciudadanía", su desarrollo histórico y sus implicaciones actuales. Un enfoque positivo sobre las diversas esferas del concepto de ciudadanía y cómo desde esta asignatura (EpC) se podría contribuir a una verdadera formación de la dimensión "cívica" de los ciudadanos.
 

La conciencia de ciudadanía ha sido una de las notas distintivas de la cultura occidental desde sus orígenes. La ciudadanía es el resultado de una larga historia de experiencias y tradiciones. Ha ido conformando sus núcleos esenciales mediante un proceso abierto en permanente interacción con el contexto histórico y social en el que se vive y en constante referencia con un ideal emancipatorio.

 
1. La esfera de lo común
 

En tiempos de exaltación de la diversidad, es bueno aprender a argumentar a favor de lo común, a favor de aquello que se estima porque es de todos, a favor de lo que puede ser compartido. Sean valores compartidos, lugares públicos o bienes comunes, constituyen la experiencia civilizatoria de lo público.

El ejercicio de ciudadanía es un modo de reconocerse como familia humana, capaz de trascender los compromisos particulares, la lealtad limitada al grupo de pertenencia y los intereses de parte; por la ciudadanía se crea una identidad que vincula a personas lejanas en el espacio y en el tiempo, distanciadas por las religiones, por las clases, por las etnias o por las naciones. La idea de que todos los pueblos del mundo forman una humanidad única no ha sido ciertamente consustancial al género humano. Al contrario, lo que ha distinguido durante mucho tiempo a los hombres de las demás especies es precisamente que no se reconocían unos a otros. ¡Cuánto ha tardado el ser humano en sentir que pertenecía a una única especie! ¡Cuantos esfuerzos educativos para superar el individualismo que conforma a muchos individuos hoy! Invocar el principio de ciudadanía es reconocer un espacio público, común y unitario, con vocación universal e inclusiva que posibilite la convivencia entre personas, cualquiera sea su étnica, su condición social y su credo religioso.

El advenimiento de la ciudadanía resulta emancipador cuando suscita procesos de reconocimiento en la casa común de lo humano y nos capacita para entendernos más allá de nuestras circunstancias particulares, culturas o religiones. El proceso ha sido históricamente difícil y educativamente complejo. El tamaño de la dificultad educativa lo conocen bien los educadores que tienen que pleitear contra las pautas posesivas introyectadas por los alumnos, y reforzadas por los padres y por la cultura mercantil dominante.

 
2. La esfera de la libertad
 

Cuando se estima lo común compartido, estamos en condiciones de valorar lo propio, como propulsor de la identidad personal y social. La ciudadanía hace referencia a la persona que decide autónoma y libremente y participa en las decisiones que le afectan. La ciudadanía moderna nace para acabar con la condición de súbdito, vasallo y esclavo. La defensa del individuo y de su autonomía moral constituye un desiderátum de civilización que puede ser el objetivo de la pedagogía de la libertad en el ámbito educativo y también en el social y político.

Si la asignatura logra facilitar la estima de la libertad y el compromiso con la participación, habrán valido la pena todos sus esfuerzos. Entender que la ciudadanía no se limita al ejercicio del voto político, sino que se puede ejercer, efectivamente y en profundidad, en todos los ámbitos de lo cotidiano, es algo profundamente contracultural. Se trataría de una educación para formar no solo al ciudadano sino al verdadero hombre.

 
3. La esfera de lo exigible
 

La ciudadanía expresa el estatuto de cada uno de nosotros en la esfera del Estado. Somos productores y consumidores en la esfera del Mercado, somos amigos, vecinos y familiares en la esfera de los mundos vitales, somos ciudadanos en la esfera del Estado-nación. La ciudadanía, en consecuencia, connota incorporación y pertenencia a un Estado y a su jurisdicción, que comportan una serie de derechos y obligaciones, prestaciones y servicios que vienen establecidos por la Constitución. En este contexto, ciudadano se opone a extranjero.

Ser ciudadano significa saber cómo quiere el Estado relacionarse conmigo y de qué manera yo quedo comprometido en la construcción de un sujeto colectivo, que puede llamarse casa común, patria, nación, estado o país. El ciudadano necesita saber que en razón de su ciudadanía hay un conjunto de protecciones y beneficios, como bienes de ciudadanía garantizados por los poderes públicos, que marcan la línea de dignidad. La pertenencia a un estado comporta el reconocimiento de un conjunto de derechos, prestaciones y responsabilidades. Supone una iniciación a una pedagogía de la responsabilidad. La EpC debería ayudar a cultivar el sentimiento colectivo de arraigo en una tierra y en una tradición; e incluso a estimar la patria como bien común.

 
4. La esfera de la solidaridad
 

Si la cultura de la ciudadanía se deja fecundar por las grandes tradiciones religiosas recibirá suficientes razones para trascender sus propios límites. La ciudadanía actual está mutilada porque se condiciona a la nación, al mérito, a la financiación. Antes de ser inmigrante o extranjero el otro es prójimo; antes de ser “los subsaharianos”, son personas con nombre propio y trayectoria personal aunque no sean ciudadanos de este país. Alguien decía dolido por la incomprensión: “Estoy seguro de que si conocieran mi historia y la de mis compañeros no me obligarían a volver de donde vengo ni me abandonarían en un desierto sin ninguna posibilidad de supervivencia. Quiero vivir y ayudar a vivir a mis hermanos, sólo pido eso”. De este modo perdieron su nombre propio a favor del genérico: inmigrantes, subsaharianos, musulmanes, ocultaron su origen a favor de su destino, diluyeron sus capacidades personales a favor de intereses laborales, aceptaron humillaciones a favor de beneficios mercantiles.

Mientras la condición de ciudadano es requerida para mantener la cohesión social, la condición de persona es requerida en orden a participar en el nacimiento de una nueva civilización más humana: eso implica la conquista del derecho a ser reconocidos absoluta, integral y dignamente como persona. Y entonces, la ciudadanía o se convierte en cosmopolita y mundial o no cumple el papel emancipador que ha desempeñado históricamente. Los jóvenes serán invitados a construir redes trasnacionales de solidaridad más allá de las fronteras nacionales. La nueva ciudadanía deja de ser un privilegio para convertirse en un derecho universalizable.

Educar para la ciudadanía significa, finalmente, gustar la solidaridad que implica la inteligencia y el corazón, los sentidos y la intuición, la razón y las emociones, la ética y la estética. Lo que durante mucho tiempo se ha considerado un saber de segundo orden, aquellos elementos, que torpemente se han ido excluyendo del ámbito educativo, como el saber práctico, la experiencia directa, la capacidad creativa, la evocación de la belleza, la emoción ante el sufrimiento. Entran en juego la subjetividad, las emociones, la creatividad, la belleza, la alteridad, la vitalidad, la sensualidad, el cuerpo y el alma. Es un conocimiento que se aleja del paradigma ilustrado para explorar mundos posibles, rutas no navegadas, alternativas de acción y supera la escisión entre teoría y práctica, el divorcio entre el amor y el conocimiento, la polaridad entre la pasión y la racionalidad, la fractura entre el pensar y el sentir, la oposición entre objetividad y subjetividad, entre lo abstracto-general y lo concreto-particular, entre cultura y naturaleza, entre lo público y lo privado. Nace otro paradigma de la educación basada menos en el dominio que en la colaboración.

A través de esta asignatura, cuando se basa en el ejercicio del poder, no sólo se crean clientes, sino que promueve “ciudadanos siervos”o “ciudadanos conformes” en la euforia de un permanente consumo de bienes y experiencias, pero no se garantiza una auténtica educación, ya que la fuerza y la potencia no garantiza una verdadera educación. La EpC nos obliga a vivir la transición hacia otras lógicas que recuperen los caminos humildes, las estrategias cooperantes, el valor del encuentro personal y la lógica cooperativa. Suficientes razones para asistir al deseo activo de llegar a buen puerto.

 
Adaptació a partir de:
J. GARCÍA ROCA. Cuaderno nº 149 de CiJ. http://www.fespinal.com/
 

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