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El «reto educativo» en una sociedad que ha perdido de vista su identidad.

La esencia del hombre como origen de la verdadera «educación». El norte: el deseo de una vida más plena.  

En general lo que se practica es “enseñanza” y no tanto  «educación». La enseñanza entre nosotros va descaminada, está desenfocada, se aparta de lo esencial. Se queda en la espuma, en lo epidérmico y obvia lo esencial. A menudo deviene mera “enseñanza” y no se transforma en auténtica  «educación».

Frente a cualquier reducción ideológico-política, tecnicista o económico-instrumental, una verdadera educación sólo es posible si atiende a lo que el hombre es.

Los ciudadanos necesitan un sistema educativo que les desvele con claridad, con nitidez, el norte, la esencia de toda auténtica educación.

Y los jóvenes necesitan maestros de la vida, que les enseñen el gusto por las cosas.

Educar es ayudar a comprender al que se está educando que es posible encontrar respuestas al anhelo profundo del corazón humano.

La razón y la libertad son dos realidades que conducen al hombre a descubrir su verdadero ser.

"La libertad no coincide con la mera posibilidad de elección", sino que, por el contrario, "es completamente libre aquél que es capaz de aferrarse al destino bueno y misterioso de sí mismo".

1. Una «educación» light

Parece que hoy día, partiendo de un tratamiento groseramente materialista de las necesidades del ser humano, lo importante, la preocupación, en «educación» sea que los alumnos reciban un título (con el solo propósito de mejorar nuestro ranking  en la U.E. ¿?) o que estén formados en el nuevo espíritu nacional.  Para algunos, perdidos en la nube de lo inmediato y contingente, parece que lo prioritario no sea que los alumnos reciban una auténtica  «educación».

Para alcanzar esa buena «educación» los cambios requeridos no pueden quedar limitados a reformas en la estructura organizativa, reformas curriculares cosméticas, eliminación o incorporación de nuevos contenidos, dotar de más “autoridad” al profesorado…. La “emergencia educativa” en la que está sumida la sociedad española requiere de un cambió menos superficial y cosmético y por tanto mucho más profundo. En un marco de conocimientos compartido, y con el objetivo de crear una cultura de la responsabilidad personal es imprescindible introducir en la escuela el espíritu del trabajo. Se trata también de comprender y valorar las diversas aptitudes de cada estudiante. Y para ello habría que empezar a desterrar las rigideces, los modelos uniformadores. La enseñanza debería ser más flexible, más abierta, más integradora: los jóvenes deberían ser capaces de interesarse y disfrutar de un proceso de enseñanza que tuviera en cuenta sus intereses y sus aptitudes. La capacidad para la innovación surgiría casi naturalmente. También se empezaría a acabar con el escandaloso porcentaje de abandono escolar, una de las causas del paro juvenil de nuestro país. Un 28 por 100 de los jóvenes sin título ni cualificación profesional suficiente para entrar en el futuro mercado del trabajo, que será mucho más exigente. Esto es lo que  se debería empezar a cambiar, con el objetivo de retener a los jóvenes que abandonan su formación tempranamente y elevar la preparación de todos.

2. Una auténtica «educación»  debería ir mucho más allá

Pero una buena educación no puede quedarse ahí. La auténtica  «educación»  conduce al hombre a descubrir lo que él es, su esencia, su verdadero ser, y a relacionarse “productivamente” con la realidad. Una buena educación sólo es posible si atiende a lo que el hombre es. La verdadera «educación» debería estar orientada a ayudar al sujeto que se está formando a descubrir su esencia (sus profundas necesidades como ser humano) y el deseo profundo que a todos nos embarga de una vida más plena (sin embargo, en la práctica en la consecución de esta finalidad educativa nos quedamos en la epidermis).

Un 30% de nuestros jóvenes con fracaso escolar y un 40% de paro juvenil serían insostenibles sin un ambiente cultural y social que “fabrica” jóvenes sumisos y manipulados, sin apenas conciencia crítica. A imagen de los adultos que les educamos. Sería imprudente caer en el error de creer que no hay concepción antropológica alguna en un enfoque u otro del sistema educativo. Que no se les robe el alma con un ambiente social o una pseudocultura hedonista, permisiva, relativista, alienante y vacía.

Los ciudadanos necesitan un sistema educativo que les desvele con nitidez el norte, la esencia de toda auténtica «educación». Muchos adultos, al no tener capacidad para educar verdaderamente, no son ejemplos a quienes seguir. Los jóvenes necesitan de maestros de la vida, que les enseñen el gusto de las cosas, el sentido, una razón adecuada. El joven necesita ver en nosotros una respuesta adulta, combativa. Los verdaderos educadores quisieron liberar a sus educandos comprometiéndose con ellos en la tarea de comprender y transformar el mundo desde sus estructuras.

La razón y la libertad son dos realidades que, inseparables la una de la otra, conducen al hombre a descubrir su verdadero ser, su verdadera esencia, al relacionarse con la realidad. La razón nos abre al reconocimiento de todos los elementos constitutivos de la realidad. No hay educación si no se entiende qué es la razón: "Sin el elemento agónico de la razón (encuentro dialógico con el otro) desaparece toda posibilidad de transmisión del verdadero saber".

Es ese diálogo con el otro el que da origen al reto educativo del ejercicio recto de la libertad. "La libertad no coincide con la mera posibilidad de elección", sino que, por el contrario, "es completamente libre aquél que es capaz de aferrarse al destino bueno y misterioso de sí mismo". De ahí la necesidad de adultos que “comuniquen” que es posible encontrar respuestas al anhelo del corazón humano. Es decir, la auténtica «educación» consiste en comunicarse uno mismo, en transmitir una experiencia de la vida, cómo uno se relaciona con la realidad. Sólo así uno puede batallar con lo que recibe y descubrir si responde a su deseo.

La educación no será tal si no se trata de una propuesta que desafíe la libertad de cada persona, y que la empuje a hacer un camino de verificación experiencial personal.

Sólo hombres que afrontan así la «educación» pueden transmitir la verdadera esencia de una vida plena, que satisface el deseo del corazón. Sólo hombres, conocedores de su identidad, pueden comunicarla. Sólo esos hombres, que miran la realidad con una razón abierta, pueden provocar la libertad del otro. Sólo esos hombres, que libremente se adhieren al verdadero significado de la vida, estimulan la razón del otro.

3. Un factor clave: «educadores» y no sólo «enseñantes»

Hoy urge la reflexión sobre el perfil del «educador»  del siglo XXI. El déficit de formación del profesorado, su falta de «auctoritas», en general es evidente. Hablamos de la consecución de las necesarias competencias para actuar y convivir en un futuro muy diverso. En concreto, todo ello nos predispone de forma diversa ante la búsqueda de la verdad, la manera de desarrollar la formación integral, la creatividad y el compromiso ante los problemas, la relación con el diferente ... Esta autoexploración no es terapéutica pero no creo que se pueda llegar a ser un buen educador sin ella.

Así, requerimos maestros que formen en la identidad personal y colectiva en un contexto de multiculturalidad y globalización. Docentes con perspectiva de sistema, visión del conjunto e implicación calificada en su espacio para dar "juego" a los demás. Profesores con capacidad de comprender, interrogar o rechazar los posibles cambios propuestos por nuestra sociedad. En definitiva, maestros que ejerzan como verdaderos promotores de sentido. Sólo hombres, conocedores de su identidad, pueden comunicarla.

Las culturas reconocen en la educación un hecho fundamental. La educación ha sido, es y será un tema capital. Sea desde la perspectiva de su incidencia y significación en el ámbito del desarrollo de la persona, entendida como promoción de las naciones o como facilitadora de la cohesión social, enfocada como actitud solidaria o hacia la cooperación, relacionada con la construcción y consolidación de la identidad de un pueblo, vivida como la enorme y prioritaria responsabilidad de padres o como la loable labor de los profesionales de la enseñanza ..., la educación nos abre un gran abanico de escenarios y connotaciones.

En este sentido, la «educación»  sin dejar de ser un logos (palabra, discurso, conocimiento), un ethos (comportamiento o manera de hacer) y un pathos (un estado o asentimiento existencial), se convertiría en una hermenéutica o arte de interpretar la vida.

No hay verdadera educación si no hay integración personal. La verdadera excelencia en la «educación » debe provocar un «efecto» o «principio de integración» en el ser. Y este consistiría en la capacidad proactiva de comprensión de lo que soy yo y los demás, de lo que sucede y de lo que no convendría que pasara y, finalmente, de lo que habría que hacer. No hay verdadera educación si el educando no integra en su persona el contenido educativo. La actitud «educativa» integrada en las raíces de la persona lo reinterpreta todo (los elementos básicos de la identidad personal, la tarea profesional, la relación ciudadana o la actuación como progenitor, por decir algunos ejemplos). La «educación», sin duda, es una experiencia con una dinámica de reciprocidad entre educador y educando pero no podemos obviar la dimensión reflexiva. En efecto, una experiencia que tiene el enorme potencial de ayudar a comprender, proyectar e interpretar la historia personal y la colectiva. Ésa es la «humanidad» que engendra la identidad de Occidente.

Adaptación a partir de:

Lluís BOU: El valor educativo del deseo - http://www.paginasdigital.es/v_portal/informacion/informacionver.asp?cod=1552&te=&idage=&vap=0&codrel=593

Andreu IBARZ: L'Educació Superior i els «signes dels temps» Publicat a Catalunya Cristiana, edició 1640, 27 de febrer de 2011, p.14 -

y otros.

 

Ver también: Emergencia educativa


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