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Por un «contenido» educativo más humanizante

En la edad escolar solemos aprender los instrumentos imprescindibles del trabajo intelectual: la lectura, la escritura, el cálculo... Y a ellos añadimos un conglomerado de conocimientos teóricos y prácticos, que muchas veces para nada útil nos sirven luego en la vida.

Sin embargo, no hemos aprendido cosas que nos son absolutamente necesaria a todos, algo que hemos de utilizar todos los días y a todas horas: conocernos a nosotros mismos, gestionar nuestro mundo mental, aprender a relacionarnos con nosotros mismos, con los demás y todo ello en la perspectiva de una vivencia de la existencia más plena y fecunda.

Con el tiempo, y como respuesta a las cada vez más crecientes necesidades individuales y sociales, la escuela ha ido asumiendo cada vez con mayor fuerza tareas fuera del terreno estrictamente académico, como el cuidado de la salud física, la higiene, la educación vial, la nutrición o la formación afectiva-sexual y eso es positivo en la perspectiva de una formación integral de los individuos. Una Educación integral se basa en el desarrollo global del ser humano, tiene en cuenta los conocimientos, la conciencia corporal, el pensamiento y la educación emocional, y junto a los conocimientos y las habilidades da importancia a aprender a ser (actitudes).

También tenemos que cambiar la manera de concebir y enfocar la «formación» y la «educación». Ciertas concepciones de la formación y la educación exacerban la formación científico-técnica en detrimento de una perspectiva más humanizante de la misma. Hacia dónde debería virar el «contenido educativo»  para que éste resultara más auténticamente educativo?

Hoy también se le pide a la escuela que enseñe a los alumnos a tomar conciencia de sus emociones y de las de los otros, y que aprendan a gestionarlas debidamente. Debemos educar emocionalmente, y esto comporta que la formación no esté centrada en la información, sino en una acción que coordine lo que pensamos y lo que sentimos. Una formación intelectual impecable no garantiza una vivencia emocional ponderada ni una actitud ética solidaria.

Una «Educación» orientada a todas las etapas del ciclo vital. La educación no es sólo para los niños y para los jóvenes. Todas las personas necesitamos formarnos permanentemente, también los ya adultos.

 

Admitir la necesidad de afecto.

  • Necesitamos conocer el mundo que nos rodea y necesitamos estímulos que nos impulsen hacia este conocimiento. Pero para tener ganas de una y otra cosa necesitamos sentirnos reconocidos y aceptados. La necesidad humana esencial es la necesidad de afecto. Todo proceso de de conocimiento de uno mismo y del entorno debe partir del reconocimiento de esta necesidad primordial. Somos seres profundamente necesitados de afecto y de estima.
  • Pero esta necesidad, aún siendo la más imperiosa y también la más entrañable que tenemos, muy a menudo es la que más nos cuesta admitir, seguramente porque implica reconocer/admitir a la vez la necesidad del otro, y darnos cuenta de ello nos hace sentir débiles, dependientes, vulnerables, y deja un margen muy estrecho a la vanidad, al orgullo, a la autosuficiencia, y a tantas otras cosas que nos producen sensación de grandeza, pero a costa de renunciar a la autenticidad y de aumentar la soledad.
  • Para crecer física y psíquicamente sanos tenemos que sentirnos amados por el otro y a la vez debemos aprender a amarlo.
  • La educación de las emociones sólo será enriquecedora y efectiva si parte de esta necesidad y se dirige hacia ella. Yo necesito al otro y el otro me necesita a mí. Vivir y educar nuestras emociones nos debe conducir hacia la sintonía mutua, y de aquí hacia el horizonte ético así como tomar conciencia de que yo soy el otro para el otro, y que debemos perseguir la dignidad y la felicidad conjunta.
  • Conviene que seamos autónomos y aprendamos a darnos cuenta de la dosis de afecto que necesitamos para seguir adelante y que podemos proporcionarnos nosotros mismos. Pero para encontrar el equilibrio tenemos que caminar hacia la interdependencia, y no hacia la independencia, y esto significa compartir lo que somos y sentimos para avanzar conjuntamente, ser capaces de dar y recibir afecto, y también de pedirlo cuando nos hace falta. Sólo desde el afecto y desde la estima podremos asumir y pedir responsabilidad.
  • La necesidad del otro no la debemos vivir como una debilidad, sino como la más rica en posibilidades de todas las necesidades humanas.

Educarnos a lo largo de toda la vida.

  • El proceso de desarrollo personal no finaliza nunca. Somos personas constantemente inacabadas y necesitamos estructurar de manera continuada todas nuestras dimensiones.
  • Educarnos toda la vida no significa sólo recibir formación intelectual. Significa convertir nuestras vivencias en conocimiento y aprender nuevas maneras más eficaces y gratificantes de relacionarnos, que nos permitan establecer lazos de afecto con los demás y realizar proyectos comunes.
  • Es necesario que seamos realistas. Las dimensiones emocionales y afectivas, como el resto de dimensiones, son educables pero no se cambia nada de un día para otro. A veces los resultados de un proceso largo y complejo de entrenamiento pueden tardar años en observarse y no por eso tenemos que dejar que prospere el desánimo si las cosas no nos salen cómo queríamos, ni a la primera ni a la segunda. Debemos adoptar una actitud responsable y voluntaria de aprendizaje y convertir nuestra vida en formación.
  • También tenemos que cambiar la manera de concebir y enfocar la formación. Debemos educar emocionalmente, y esto comporta que la formación no esté centrada en la información, sino en una acción que coordine lo que pensamos y lo que sentimos. Una formación intelectual impecable no garantiza una vivencia emocional ponderada ni una actitud ética solidaria. Es la creación de un clima emocional y humano propicio lo que puede dar un nuevo impulso a la educación.
  • Una educación orientada a todas etapas del ciclo vital. La educación no es sólo para los alumnos (para los niños y para los jóvenes). Todas las personas necesitamos formarnos permanentemente, también los ya adultos, y desarrollar habilidades cognitivas y socio-emocionales a lo largo de toda la vida. Padres, profesores y adultos en general no podemos convertirnos en transmisores de saberes que no tienen ningún tipo de valor para el destinatario si no van acompañados de su propia vivencia y significación personal. Y no podemos colocarnos tampoco en la posición jerárquica que adoptamos a veces. También nosotros somos personas en crecimiento, y más especialmente aún en las dimensiones socio-emocional y afectivas, que a pesar de que se acostumbran a dar por terminadas a partir de la incorporación a la vida adulta y al mundo laboral, son aquéllas en las que arrastramos un déficit mayor.
  • Muy a menudo para aprender no hay suficiente con tomar conciencia de lo que no sabemos o de lo que nos convendría saber.
  • En el caso concreto de las habilidades socio-emocionales conviene entrenarlas formalmente y transferir a la vida real los aprendizajes que estamos realizando, asumiendo al mismo tiempo el riesgo de equivocarnos y el compromiso de no desistir a pesar de las equivocaciones. Son un tipo de habilidades que aprendemos por aproximaciones sucesivas a los objetivos que previamente nos habíamos marcado. Estas aproximaciones no siempre serán lineales, sino que, aunque nos encontramos en una línea general de avance, ocasionalmente podemos experimentar retrocesos que en ningún caso deberían ser disuasorios.
  • Normalmente necesitan la observación directa o indirecta de un modelo, pero éste no debería promover la reproducción/imitación exacta, sino que tendría que potenciar la creatividad personal y la creación de un estilo propio.
  • La igualdad de oportunidades de la que tanto se habla en educación acostumbra a centrarse en los aspectos organizativos y académicos, y debería hacerse extensible también a los aspectos emocionales. Desde esta óptica, igualdad de oportunidades significa ayudar a cada ser humano a confiar en sí mismo y en los otros, y a vencer las resistencias que le pueden impedir una experiencia vital amplia y fecunda.
  • Vivir y educar las emociones en la línea que hemos propuesto promueve la igualdad sin anular la singularidad, en la medida en que enseña a cada individuo a obtener un beneficio de sus circunstancias únicas y particulares. Las personas con las que cada uno nos iremos encontrando y las situaciones que iremos viviendo no serán nunca idénticas a las de otro ni tenemos que pretenderlo. Pero es evidente que no todos sabemos aprovechar por igual las oportunidades que cada persona y situación representan. A veces ni tan sólo las vemos, y no llegamos a ser conscientes de ellas ni capaces de valorar lo que representan o lo que podrían representar en su totalidad.
  • Por este motivo, tanto en los contextos educativos como en la vida real, necesitamos crear un clima afectivo y emocionalmente rico en estímulos para que cada individuo sea capaz de aprovechar y también de crear las oportunidades que necesita para alcanzar el máximo desarrollo y bienestar, respetando su propio ritmo y estilos personales.

Fuente: BACH-DARDER, Sedúcete para seducir


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