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La tiranía actual de la ciencia y la técnica

La mentalidad tecnomorfa: el cientificismo a ultranza

La supervivencia impone revolucionar el futuro. Tenemos que llegar a otro porvenir. Esta debe ser la toma de conciencia decisiva del nuevo milenio» (E. Morin).

  • Sin desarrollo no pueden surgir, evidentemente, nuevos valores. Pero estos no son consecuencia necesaria del desarrollo.
  • La religión tecnocrática: todo aquello que es de algún modo realizable debe ser realizado. La religión de la técnica no tiene ley alguna: «su progreso conduce hacia el abismo».(E. Morin)
  • «La falsa racionalidad, esto es, la racionalización abstracta y unidimensional, triunfa sobre la tierra. Ello ha multiplicado las periferias decadentes. (E. Morin)
  • Las periferias decadentes, las ciudades nuevas que se convierten rápidamente en islas de aburrimiento, de suciedad, de degradación, de descuido, de despersonalización, de delincuencia».
  • El cambio por el cambio mismo (el hacer por el hacer) ha representado el fin último. Se ha llegado a pensar que lo mejor era justamente el cambio en sí mismo, prescindiendo de sus resultados específicos.
  • Debemos desembarazarnos del paradigma pseudo-racional del homo sapiens faber, según el cual la ciencia y la técnica toman sobre sí y llevan a cabo la realización del desarrollo humano.
  • La tragedia del desarrollo y el subdesarrollo del desarrollo, la carrera desenfrenada de la tecno-ciencia, la ceguera producida por el pen­samiento parcial y reductivo: todo esto nos ha lanzado a una aventura incontrolada».
  • Sería necesario impe­dir que la técnica, con sus violentas irrupciones en la civilización y en las culturas, las ponga en grave peligro.
  • Tenemos que lle­gar a otro porvenir.

La ciencia invita a releer el mundo, la tecnología invita a actuar sobre el mundo, la medicina alivia, cura y alarga la vida: proporcionan medios para nuestras actuaciones y permiten vivir más años, pero no nos aclaran cuáles deben ser las finalidades y prioridades que nos sirvan de guía.

No hablan de ética ni de sentido de la vida, no hablan de Amor ni del Otro; aceleran el ritmo de la historia, pero no nos dicen hacia dónde vamos; nos inundan de informaciones y de distracciones, pero no nos descubren la sabiduría del conocimiento de sí mismo, del compromiso para con el otro y de la fruición de la serenidad y de la belleza. (David JOU)

 

Latécnica amenaza con convertirse en tirana de la sociedad humana [...]. Una actividad que, por su esencia, tendría que ser “medio” en vista de un fin se ha convertido en fin en sí misma.

El pragmatismo y el tecnologicismo constituyen las manifestaciones más evidentes del malestar actual. Ambos llevan al extremo la transformación del mundo, es decir, es verdadero aquello que se hace o se puede hacer, esto es, son «verdaderas» la praxis y la técnica; todos los valores son absorbidos en el hacer y el producir. En consecuencia, las cosas y la naturaleza en su conjunto corren el riesgo de perder toda «sacralidad» es decir, su estatuto y su independencia ontológica. Su sentido queda reducido casi íntegramente al hecho de ser «servible», a su «utilidad».

Las raíces de este mal se remontan a las polémicas iniciadas en el Humanismo y el Renacimiento acerca de la superioridad de la vida activa sobre la vida contemplativa.

Posiciones que caracterizan hoy el cientificismo a ultranza

Para Francis Bacon, conocer es poder, de aquí ha nacido esa imagen de la ciencia como fundamento de la técnica, la cual promete que, tarde o temprano, todo problema humano será resuelto por los «expertos» capaces de transformar el saber en una constelación de intervenciones eficaces. Con él se ha impuesto una nueva latría laica de la ciencia. Ello haría posible un mundo mejor no colocado en un más allá, sino en el más acá. En otras palabras: los hombres pueden transformar el ambiente en el que viven en un paraíso terrestre, aprovechando sus creaciones tecnológicas. Para Bacon, lo útil presuponía aún lo verdadero y de lo verdadero derivaba lo útil: para el hombre contemporáneo vale lo opuesto.

El punto extremo al que hemos llegado: el hombre ha olvidado que ha sido expulsado del jardín del Edén y ha vivido la ilusión de que este se hallaba delante de él, situado en un futuro más o menos cercano. Pero, con sus excesos, el extremismo técnico-científico amenaza expulsarnos de aquel paraíso terrestre que queríamos conquistar o que creíamos haber conquistado pero que, en realidad, no hemos logrado jamás.

Los análisis de Lorenz y de Morin.

Lorenz ilustra eficazmente el límite alcanzado por el tecnologismo: «Al día de hoy, muchos son ya conscientes de los peligros que se acumulan sobre la humanidad a causa del desarrollo tecnológico». Muchísimos, sin embargo, están ya habituados a pensar en modo “tecnomorfo” y están convencidos de que todo «desarrollo» genera nuevos «valores».

Si entendiéramos por «desarrollo» simplemente la diferenciación y la subordinación de las partes al entero de un todo— esta visión seguiría siendo falaz. Sin desarrollo no pueden surgir, evidentemente, nuevos «valores». Pero estos no son consecuencia necesaria del desarrollo. En un orden universal de tipo tecnocrático, el mismo desarrollo, en el sentido más estrechamente reductivo del término, se considera la quintaesencia de la creación de nuevos valores.

Para el pensamiento tecnomorfo la simple técnica de poder realizar un determinado proyecto es permutada con el deber de ponerlo efectivamente en acto. Se trata de un verdadero mandamiento de la religión tecnocrática: todo aquello que es de algún modo realizable debe ser realizado. Hoy la mayor parte de la gente es prisionera de la convicción de que el progreso de nuestra civilización material debe llevar necesariamente, según vías preestablecidas, a un aumento del valor de la vida».

Morin considera que la carrera emprendida en nombre de la religión de la técnica no tiene ley alguna: «su progreso conduce hacia el abismo».

Edgar Morin, encuentra el mismo malestar: «La falsa racionalidad, esto es, la racionalización abstracta y unidimensional, triunfa sobre la tierra. Ello ha multiplicado las periferias decadentes, las ciudades nuevas que se convierten rápidamente en islas de aburrimiento, de suciedad, de degradación, de descuido, de despersonalización, de delincuencia».

Esta mentalidad tecnomorfa se adopta con el primado político y social que se ha impuesto con la revolución espiritual de «1968». El viejo dicho de Goethe —«en el principio era la acción»— ha recobrado actualidad gracias a todos aquellos que proclamaban que era mejor cambiar las cosas, aunque no se supiera en que sentido había que cambiarlas. El cambio por el cambio mismo (el hacer por el hacer) ha representado el fin último. Se ha llegado a pensar que lo mejor era justamente el cambio en sí mismo, prescindiendo de sus resultados específicos, en cuanto constituía, de todos modos, la ruptura con un presente que era juzgado como inaceptable.

Morin considera que la carrera emprendida en nombre de la religión de la técnica no tiene ley alguna: «su progreso conduce hacia el abismo».Y precisa: «A la visión eufórica de Bacon, Descartes, Marx, en la que el hombre, dueño de la técnica, se convierte en señor de la naturaleza, sucede la visión de Heisenberg y de Gehlen, en la que la humanidad se convierte en el instrumento de un desarrollo meta-biológico animado por la técnica. Debemos abandonar los dos mitos principales del Occidente moderno: la conquista de la naturaleza-objeto, por parte del hombre, sujeto del universo, y el falso infinito hacia el que se lanzan el crecimiento universal, el desarrollo y el progreso. Debemos abandonar las racionalidades parciales y cerradas, las racionalizaciones abstractas y delirantes que consideran como irracional toda crítica que las toca. Debemos desembarazarnos del paradigma pseudo-racional del homo sapiens faber, según el cual la ciencia y la técnica toman sobre sí y llevan a cabo la realización del desarrollo humano. La tragedia del desarrollo y el subdesarrollo del desarrollo, la carrera desenfrenada de la tecno-ciencia, la ceguera producida por el pensamiento parcial y reductivo: todo esto nos ha lanzado a una aventura incontrolada».

Sería necesario, apunta Morin, que tomaran la dirección del desarrollo fuerzas de control y de regulación. Sería necesario impedir que la técnica, con sus violentas irrupciones en la civilización y en las culturas, las ponga en grave peligro: «Se trata de moderar la marcha para evitar una explosión o una implosión. Se trata de desacelerar para poder regular, controlar y preparar la transformación. La supervivencia impone revolucionar el futuro. Tenemos que llegar a otro porvenir. Esta debe ser la toma de conciencia decisiva del nuevo milenio».

Y finalmente: «El desarrollo es una finalidad; no obstante, debe cesar de ser una finalidad miope o una finalidad terminal. La finalidad del desarrollo está sujeta ella misma a otras finalidades [...]. La economía debe ser controlada y regulada por normas antropo-éticas».

Adaptación a partir de G. REALE: La sabiduría antigua. (cap. 3. Pragmatismo y productivismo tecnológico)

Ver también: Incompatibilitats del paradigma tecnocràtic


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