titulo de la web

Políticos corrosivos y democracia participativa

Bien es cierto que tenemos lo que nos merecemos, por no cambiarlo. A veces los políticos son peores de lo que nos merecemos.

Hay quien dijo que la política no es otra cosa que «el arte de mentir simulando la verdad».

Debemos exigir un mayor control de los ciudadanos respecto a sus representantes políticos.

  • En pleno s. XXI hay quienes proponen una España negra, entendida casi como su cortijo particular, dados a interpretar la realidad y la ley a su arbitrio, dispuestos a amordazar cualquier otra posible interpretación, que se niegan a ver la realidad y por tanto tergiversadores de la misma, partidarios del "palo al mono" como método de solución de los conflictos.
  • Una España estrecha en la que solo caben ellos y los que son como ellos. Un verdadero peligro para la sociedad del s. XXI, empoderada y dispuesta a ejercer su ciudadanía.
  • Su estrechez política y su manera africanista de solucionar los problemas, principal causante de la crispación y división actual.
  • A quienes alientan corrosivamente la crispación y autoritarismo y el secuestro o concentración del poder hay que desalojarlos de ese poder y dar paso a unos políticos abiertos, dialogantes, aptos para gobernar la sociedad del XXI.

Bien es cierto que tenemos lo que nos merecemos, por no cambiarlo (y no lo cambiamos por no ser ciudadanos reflexivamente suficientemente activos). A veces los políticos son aún peores de lo que nos merecemos. La causa es el sistema político y la estructura política que se ha ido consolidando. La concepción, disputa, reparto y ostentación del poder causa de lucha intestina, inestabilidad y división social. Una ola de centralismo, autoritarismo jacobino, amordazamiento, subyugación, incluso preocupantes tics fascistoides se otean en el horizonte. Una concepción estrecha, angosta del país se ha enervado nuevamente, resurgiendo un nacionalismo españolista impositivo, con mentalidad colonizadora, hegemónico, abortista de otras realidades nacionales, inconsciente y excluyente de todo aquello que no se ajuste a su patrón. El autoritarismo de algunos nos retrotrae al fantasma de los totalitarismos europeos de primera mitad del s. XX. La mentalidad y actitudes de los verdaderos causantes de la fractura social, aquéllos cuyo concepto de España lo hacen tan estrecho que sólo caben ellos y sus afines, son incompatible con una sociedad española propia del s. XXI, evolucionada y empoderada, no dispuesta a dejarse encorsetar y amordazar por formas autoritarias de ejercicio del poder. Por salud democrática debemos contener y oponernos a tan perversa corriente de fondo y expulsar de la vida política a quienes, partidos y dirigentes políticos, corroen, crispan y envenenan por intereses espurios, algunos de ellos inconfesables, el ambiente político. Entre otros, debemos exigir un control directo de los ciudadanos respecto a sus representantes políticos. Con listas abiertas ¿cuántos políticos corrosivos y crispadores empedernidos quedarían en la escena política? Exigirlo también es responsabilidad nuestra.

Ahora, ante unas próximas elecciones, tenemos la oportunidad de expulsar de la vida pública a aquellos políticos y partidos que hacen de la crispación y el enfrentamiento sus principales banderas para llegar al poder y se sumergen en la corrupción una vez instalados en él. Hay quienes lejos de reconocer la evolución y la realidad actual de la sociedad española, no la teóricamente heredada del año 78, y buscar soluciones a algunos de los graves problemas actuales de nuestra sociedad, en algunos casos se empeñan en ignorarlos o agudizarlos en otros como forma de recabar apoyos, alcanzar el poder y perpetuarse en él, y ello socavando los fundamentos éticos que toda democracia debe tener y, utilizando torticeramente la ley y el estado de Derecho, para amordazar derechos fundamentales y criminalizar procesos políticos pacíficos legítimos y reiterados en el tiempo. A menudo la acción política de un incuestionable y poderoso nacionalismo españolista se desarrolla de forma concertada. En ella confluyen las grandes instituciones del Estado y el gran capital, con el debido encauzamiento de la opinión pública a través del control de los grandes medios de comunicación.

Algunos, mentirosos empedernido o ególatras compulsivos y faltos de credibilidad dibujan una España negra, jacobina, autoritaria, casposa, partidarios de la mano dura y “leña al mono”, dispuestos a criminalizar y tratar como enemigos a todo aquél que no se ajuste a su modelo de país. Ciegos al empoderamiento social de la ciudadanía, quieren continuar ajustando la sociedad a una realidad que es ya muy diferente a la de los años 70. Representan un peligro cierto para los derechos y libertades fundamentales y de ciudadanía que caracterizan las sociedades avanzadas del sigo XXI. Parten de concepciones obsoletas y restrictivas de "ley", "democracia", "justicia", "derechos de la ciudadanía". El “trio de colón” podría encontrarse aquí. Otros ofrecen un modelo más abierto, menos autoritario, más dialogante, más comprensivo y respetuoso con la diversidad y pluralidad de la sociedad española, más dispuestos a descentralizar el poder político y acercarlo más a los ciudadanos, abiertos a un futuro de mayor cohesión, igualdad e integración, intentando convencer con la fuerza de la razón y no por la razón corrosiva de la fuerza. Hagamos un repaso crítico al actual panorama político de fondo existente en España.

El pensamiento ha de ser posesión de muchos, no el privilegio de unos cuantos. Hay quienes piensan que es mejor que los individuos sean estúpidos, amorfos y tiránicos, antes de que sus pensamientos sean libres. Puesto que, si sus pensamientos fueran libres, seguramente no pensarían como nosotros. Y este desastre, piensan, debe evitarse a toda costa. (Bertrand RUSSEL)

Sentido ético del poder

El poder es un componente necesario de la vida de la sociedad. Es una realidad también que el poder es una de las grandes ambiciones del ser humano. Sin embargo, la experiencia muestra que el poder político, con frecuencia, ha sido causa de dominación, corrupción, represión e incluso muerte. Cuando se habla de política el poder está en el centro del debate. Empresarios, organizaciones sociales, movimientos y plataformas se organizan para alcanzar el poder y desde ahí realizar los cambios que anhelan.

El fundamento de la autoridad no es sino lograr una sociedad con justicia social y evitar la explotación humana. El poder político auténtico radica en la defensa de los más desfavorecidos. Su sentido radica en ser instrumento de liberación. Cuando no cumple este papel, la autoridad pierde legitimidad. El poder se humaniza cuando asume una actitud de servicio y de búsqueda de la libertad y del bien común, cuando busca el consenso de todo el pueblo y posibilita una participación efectiva. Un poder así no tiene necesidad de usar la fuerza para imponerse ni la represión como forma de adhesión porque su arma es de carácter moral.

Democracia y participación popular

Hay dos formas de entender la democracia: Una es la representativa. El pueblo elige a sus representantes mediante el voto, y una vez electo el gobierno, el pueblo se limita a obedecer. Pierde su voz y su capacidad de decisión. Este es el modelo de democracia que el sistema capitalista nos ha impuesto, y en la que se han instalado muchos sistemas políticos. Esa es una tergiversación de la democracia y una forma de someter al pueblo.

El otro modelo de democracia es la participativa, que no sólo es el derecho del pueblo a elegir a sus representantes sino también y, sobre todo, a controlar el modo de ejercer el poder y a participar en la gestión pública mediante asociaciones, consejos, sindicatos, comisiones de auditoría social o de incidencia política, entidades o asociaciones de la sociedad civil. Esta sería la democracia más perfecta, no la que se nos ha impuesto, en la que el poder es controlado por el sector poderoso de la nación o por la clase política.

La mayoría de las democracias occidentales no se corresponden con lo que el término «democracia» significó en la Atenas clásica. Los ciudadanos ya no expresan, como entonces, de forma directa su voluntad con respecto a los asuntos públicos; se limitan a elegir a sus representantes.  Los representantes no son elegidos directamente por los ciudadanos sino indirectamente a través de partidos políticos (listas cerradas). El partido político, a su vez, no se constituye como un mero medio al servicio de la elección de los representantes del pueblo. Los representantes, una vez elegidos, quedan sujetos a la disciplina de partido. Los actores reales de la vida política son, en consecuencia, los partidos.

La democracia será más auténtica cuando todo el pueblo tenga oportunidad de participar, a través de las organizaciones sociales, en las decisiones públicas. Se precisa una democracia que apunte hacia la consolidación de la libertad, la justicia social y el bien común, con amplia participación de la sociedad civil, de los diversos sectores sociales y populares: foros ciudadanos, sindicatos, asociaciones de mujeres, maestros, estudiantes, profesionales, ONG‘s…, ejerciendo la incidencia política.

Líderes corrosivos

¿Es posible una sociedad sin líderes? El ideal de sociedad sería aquella en la que no fuera necesario ningún líder porque cada quien asume su responsabilidad, su liderazgo, al servicio del bien común. Pero la humanidad no está madura para este ideal de sociedad. Es por eso que la realidad demanda que entre la sociedad civil organizada surjan hombres y mujeres que asuman un liderazgo. Ahora bien, este liderazgo debe ajustarse a la ética social, con un perfil honestidad, coherencia y credibilidad, verdaderos trabajadores por el bien común, de manera que el líder «mande, pero obedeciendo al pueblo».

Sin embargo, el perfil de algunos de nuestros actuales dirigentes políticos deja mucho que desear. Entre nosotros, y en nuestra vida pública, pululan engreídos personajillos lanzando mensajes, slogans y soflamas, empeñados en persuadir al personal, con la burda finalidad de reclutar adeptos y forofos incondicionales. Son artífices de la palabra. Su discurso es locuaz, pero a menudo vacuo de verdadero contenido. Charlatanes empedernidos, agitadores sociales, con sus trampas dialécticas y manipulando el lenguaje, van a la caza del voto cautivo, potenciales adeptos para tenerlos a su servicio incondicional y absoluto. Prestidigitadores de la palabra, a menudo instalados en la ciénaga de la post-verdad, eructando razonamientos falaces, con argumentos capciosos, van esparciendo como lluvia fina, y sembrando su ponzoña tóxica a ver si cala en la parte más frágil de la opinión pública en parte, como consecuencia de la propaganda sensiblera y demagógica desplegada. Para algunos de ellos la verdad ya no existe, la «verdad» ya no interesa. Lo importante es embelesar al personal. Para ello, si fuera necesario tergiversan la verdad, crean realidades paralelas, construyen «relatos» ficticios, criminalizan procesos políticos legítimos, retuercen las leyes a su antojo, niegan la realidad, inventan, manipulan, mienten, insultan, difaman al adversario. Emponzoñan el debate público utilizando razonamientos falsos con la intención de persuadir y engañar. A menudo cargan con el argumentario de sus aparatos, aunque personalmente les sobrepase, pero es lo aceptan, es lo que hay, es el rol que asumen adoptar, es lo que hay que proclamar. Y así pierden todo su prestigio y credibilidad. Su escasa credibilidad y autoridad es heredera de su exigua autenticidad. Son los nuevos y modernos falaces «sofistas».

Algunos líderes políticos parecen seguir el eslogan «buscad el poder y todo lo demás vendrá por sí mismo». Los políticos saben que una buena parte de su eficacia en el ejercicio de este poder se encuentra en la capacidad de persuadir y provocar adhesiones. Parece que lo único que de verdad les importa es el poder. Con las técnicas de manipulación y especialmente a través de la manipulación del lenguaje intentan hacer pasar por verdadero y real lo que es tan sólo opinión e interpretación, independientemente de que lo que afirman sea verdadero o no. Con la intención de que la masa abrace esas ideas creyendo que esas ideas son verdaderas. Se proponen como líderes con la intención de guiar a otros, pero intentando mantener ciegos a los demás. Poseedores de un nivel de informaciones que no posee el ciudadano corriente, quieren que la gente siga ciega para así mejor dominar. Así emponzoñan el ambiente. El discernimiento correcto pide un conocimiento objetivo de la realidad. Algunos no quieren ver la realidad y se sienten con autoridad para juzgar a los otros. La realidad se interpreta, pero en política se tiende a mirar la realidad, seleccionando los hechos que justifican o refuerzan la opción política particular. Los otros hechos son silenciados o interpretados interesadamente. Aunque reconocemos que la realidad se interpreta ... hay que ser honesto con la realidad. A menudo quieren imponerse con la razón de la fuerza y no por la fuerza de la razón.

Partitocracia

Los partidos, aunque explícitamente dicen trabajar por el bien común, siempre defienden en primer lugar su interés. En la práctica no siempre persiguen el interés general. En democracias imperfectas y poco representativas se suele producir este divorcio de intereses. Nuestro sistema electoral está pensado para que los partidos nos tutelen, y no para que el pueblo pueda controlar asiduamente la acción política. Los partidos son reflejo de la sociedad. En otras palabras: tenemos los partidos que nos merecemos. Pero también los ciudadanos somos reflejo de la sociedad. Solo cuando los ciudadanos sean conscientes de su inmenso poder y entiendan que ese poder no se limita al voto, cambiarán los partidos.

La actividad política se ha convertido en una cloaca y la representación de los intereses ciudadanos a través de los actuales sistemas de representación es apenas una caricatura. Una de las causas de nuestra decadencia en la vida política es indudablemente la partitocracia. Aquél que milita en un partido corre el riesgo de terminar identificándose tanto con él, por encima incluso de las razones que le animan a estar en política. A las castas dirigentes de los partidos solo les interesa el voto que les lleve al poder. Cierta casta política ha pretendido patrimonializar nuestro país en beneficio propio y convertirlo en un coto particular al que controlar y dominar para posteriormente medrar en provecho propio, convirtiéndose así una verdadera lacra nacional.

Los partidos políticos se justifican por ser «un medio al servicio de una determinada concepción del bien público». En la práctica, los partidos políticos se constituyen como fines en sí mismos. Su objetivo es el poder y el crecimiento ilimitados del propio partido. Ahora bien, desde que el mantenimiento y el crecimiento del partido se constituyen en un fin, se pervierte su sentido originario de medios al servicio del bien común. Los restantes partidos se convierten en enemigos a los que hay que atacar, debilitar o eliminar. Con este fin, se ningunean las afinidades existentes y se extreman las diferencias. Se sostiene con dogmatismo la propia posición, despreciando sistemáticamente la del «adversario». Los intereses estratégicos de partido prevalecen frente a los de la ciudadanía.  Los partidos suelen seleccionar, para que ocupen cargos públicos, no a los más capacitadas, sino a los más dóciles y más afines a sus intereses. Los partidos políticos, con el fin de crecer de forma ilimitada, presionan abierta o sutilmente el pensamiento de los ciudadanos a través de la propaganda y de la persuasión. La propaganda no es liberadora, sino colonizadora. Busca convencer a toda costa. La disciplina interna de partido tiene un efecto coercitivo sobre sus miembros.  El partido introduce una dinámica de dominio sobre el pensamiento de sus miembros.  Los miembros del partido teóricamente son libres; en la práctica, no son sino tarea de transmisión de su argumentario partidista. Los partidos, al sancionar la indocilidad, se constituyen en pequeñas sectas adoctrinadas. Los partidos políticos se convierten así en verdaderas sectas siempre que ejercen los mecanismos coercitivos descritos sobre sus miembros.

Ciudadanos ejerciendo su ciudadanía

Ante una sociedad que va despertando, que va ganando autonomía, consciencia social, y dignidad cívica y en la que crece la consciencia que los partidos y los políticos deben estar a su servicio y no al revés, a algunos capitostes de la clase dirigente les asalta la duda de si esa sociedad civil, movilizada, empoderada y consciente, no se estará haciendo demasiado poderosa y no tratará de ir contra sus propios partidos, lo cual podría dejarles sin el poder. Denotan así el miedo a una ciudadanía empoderada y crítica con la gestión que se hace de la cosa pública, a lo cual algunos de esos partidos políticos parecen estar dispuestos a oponerse sacrificando si fuera necesario el respeto a los derechos y libertades fundamentales. En pleno siglo XXI, ¿de verdad ese constructo histórico absolutamente respetable que llamamos “unidad de la patria” puede fagocitar y sacrificar la voluntad democrática libremente expresada de los pueblos de España? ¿O es que es el problema reside en que no se les permite ser libres, se les amordaza, para expresarse libremente sobre dicha cuestión?

Hoy en día, cada vez hay más ciudadanos que apuestan por implicarse de forma directa y responsable en la gestión de la vida en común a través de plataformas diversas de participación política. Y emerge un ciudadano mayor de edad que procura tener criterio propio. Se une a otros por vínculos de afinidad en un clima de plena libertad. Consciente de la complejidad social procura no incurrir en una mirada dualista (buenos frente a malos, correcto frente a equivocado). Mantiene una mirada amplia e integradora y no simplista y maniquea. Sabe que, dada la altísima complejidad de los asuntos políticos, las posturas al respecto han de someterse a constante revisión y ajuste. No confronta de forma simplista y excluyente. Tampoco confronta sectores de la sociedad fomentando la hostilidad entre ellos. Sabe que la única divergencia real está entre el que es sensible al bien común y lo promueve, y el que se orienta al mero interés propio. Allí donde haya alguna forma de injusticia u opresión, la denuncia y la rebate. No alimenta el rencor, ni fomenta el odio, ni la división.

Comprende que democracia no es tan solo votar cada 4 años. Que democracia es participar en las cosas que nos conciernen; en el tejido social, en las asociaciones de barrio, sindicatos, partidos, O.N.Gs. etc. Y desde esas plataformas contribuir a la mejora de nuestro entorno. Todos estamos llamados a hacer política, pero entendida en su sentido original, es decir, como “trabajar por el bien común”. Y para eso no es requisito tener un cargo público o pertenecer a un partido político, sino hacerlo diariamente, en la casa, con los vecinos, en el trabajo con los amigos… Menos crispación y líderes corrosivos y más empoderamiento de la ciudadanía y participación política.

Elaboración propia a partir de materiales diversos

Ver también la sección: REGENERACIÓ DEMOCRÀTICA

Nuestros sofistas contemporáneos


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...