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Nutriéndonos de los clásicos

Acudiendo a los clásicos en busca de alimento para nuestro espíritu.

No se trata de bucear en la nada, de hacer simplemente mera arqueología histórica. Se trata más bien de buscar en los antiguos unas reglas de vida y pensamientos de los que hoy carecemos, experiencias de vida y pensamientos primordiales en los que todos podemos inspirarnos para elaborar nuestra propia trayectoria personal. Es una invitación más bien a reencontrarnos con la atmósfera cultural que respiraron y aprender de la sabiduría vital por ellos alcanzada.

La cultura clásica ha alimentado y fundamentado nuestra cultura europea. Permanece presente entre nosotros de una y mil formas: lengua, costumbres, historia, artes, filosofía, arquitectura, literatura, derecho… Sin embargo, su tesoro cultural ya no llega en nuestros días al común de los mortales. Hemos perdido nuestra relación con los antiguos. Las fuerzas contenidas en ese legado siguen siendo hoy indispensables para cada uno de nosotros.

En un mundo complejo, conflictivo, agobiante y saturado de mensajes, cada vez es más necesaria esta inmensa reserva de experiencias humanas, ejercicios anímicos, reglas de vida y métodos de reflexión que constituyen las obras de los antiguos. Y, sin embargo, precisamente en el momento en que más los necesitamos, más necesarios nos son, nos vemos privados de su compañía.

  • En qué tipo de sociedad nos encontramos. Hoy prevalece una cultura predominantemente científico-técnica, estamos atrapados por el paradigma científico-técnico, una visión del mundo que reduce la realidad a términos cuantitativos y tecnológicos, y muy poco preocupado por el «cultivo del espíritu».
  • No es cierto que solo la formación científico-técnica sea útil en el mundo de hoy o en el del futuro.
  • Los «clásicos» pueden sernos de muchísima "utilidad" en circunstancias muy diversas y muy concretas de la vida diaria.
  • El vigor humano, estratégico y emocional que nos aportan pueden resultarnos tan útiles o más que lo que nos aportan las “ciencias”.
  • La frondosidad de lo humano requiere del cultivo y florecimiento de las humanidades.
  • El humanismo no es tanto un exceso de humanidad, sino un intento de combatir su reducción, su merma.

El mundo actual, nuestro tiempo  

¿Cuál es la filosofía de fondo de nuestro tiempo, las consignas de nuestra época, los ideales que la animan, los valores individuales o colectivos predominantes, a menudo inducidos por la publicidad, los medios de comunicación o por una burda propaganda y mayoritariamente asumidos?

Vivimos en un mundo en el que predominan las leyes del bienestar material, el éxito y el poder, en el que las reglas utilitarias y pragmáticas rigen la vida de la mayoría de los ciudadanos. Un mundo teñido por una artificiosidad impostada que hoy ha mutado de anecdótica a categorial. Volcados en el trabajo, en los estudios o en el ocio, no solemos pararnos a reflexionar sobre aquellas cuestiones importantes que fundamentan la estructura de una personalidad madura. Pasamos la mayor parte de nuestras vidas preocupados por cosas nimias, orillando las cuestiones esenciales.

Muchas de las aspiraciones que tenemos, a veces parece que no sean sino las que el sistema nos impone.

El ser humano tiene «hambre», pero nuestras necesidades no quedan satisfechas sólo con tener asegurado el pan. El ser humano necesita y anhela mucho más. Es un hambre de la que tal vez algunos no tengan conciencia, abducidos como estamos por el consumismo y por el entretenimiento. Nuestra gran tentación es hoy reducirlo todo a la necesidad de pan, restringir cada vez más el horizonte de nuestra vida a la mera satisfacción de nuestros deseos, hacer de la obsesión por un bienestar siempre mayor o del consumismo desenfrenado, el ideal casi único de nuestras vidas. Dispersión y fragmentación son características propias del mundo actual. Una sociedad que arrastra las personas hacia el consumismo y hacia la autosatisfacción, no hace sino generar vacío existencial, superficialidad e insolidaridad entre las personas. Muchas de las aspiraciones que tenemos, a veces parece que no sean sino las que el sistema nos impone. Víctimas de la obsesión por el rendimiento rápido, a menudo ante la evidencia del fracaso de nuestras expectativas, aparece el desengaño. Cada vez son más, sin embargo, los que descubren que el estilo de vida que ha imperado estos años basado en el «tener» más que en el «ser», en poseer más que en compartir, más en la apariencia y artificiosidad que en la autenticidad, más en la evasión, el escape fácil y la diversión que en la asunción de la propia responsabilidad, no nos reporta la felicidad anhelada ni erige escenarios más constructivos y solidarios. Parece que la filosofía de vida de una gran mayoría se resuma en un hiperactivismo vacuo, a veces sin saber muy bien para qué y por qué. ¿Este es el camino a seguir en pos de un auténtico «progreso liberador»?

Cada vez son más los que descubren que el estilo de vida que ha imperado no nos reporta la felicidad anhelada ni escenarios más constructivos y solidarios.

Nuestro mundo nos sobrepasa. La artificiosidad creada obnubila la armoniosa naturalidad. A menudo andamos perdidos, desorientados, perplejos... A causa del sistema imperante muchos ciudadanos, vaciados de verdaderos ideales, si aún no han sufrido el ofuscamiento mental que la cultura dominante y mediática suelen generar, tienen necesidad de encontrar puntos estables y consistentes de referencia que les permitan una vida más sustanciosa y plena. En las formas de vida implantadas por occidente podemos apreciar, a pesar de su aparente manto de libertad, un agotamiento, una «agonía» sin retorno. Se ha querido terminar con todo aquello que parecía caduco, cortando sus mismas raíces y bloqueando la savia vital que de ellas procedía. Hay que tomar conciencia de que no sólo de pan y bienestar vive el hombre. Las necesidades, las inquietudes, las esperanzas, las preguntas y anhelos que se viven en nuestra época van mucho más allá de todo eso. El alma necesita también alimento.

No solo de pan vive el hombre

La «cultura» bien entendida es alimento para el espíritu. Sin embargo, aún en tiempos de crisis, en épocas de dificultades, en períodos de desorientación y desconcierto, aún en esos momentos… no solo de pan vive el hombre. Necesitamos también de la manutención, del sustento de nuestro espíritu. Nuestro espíritu necesita cultivo, y nutrientes que lo sostengan. «Pan y circo», es lo que a veces da la impresión que se nos pretende ofrecer para mantenernos entretenidos, narcotizados y alejados de lo esencial.

Frente a ello se impone la necesidad de una nueva educación y formación emancipadora que nos libere de las cadenas que nos someten y contribuya a rescatarnos de las ataduras que nos atenazan. Una Educación que esté atenta a las inquietudes del espíritu humano, que nos ayude a otear horizontes que nos permitan vivir más plenamente, ofreciéndonos escaleras que nos permitan subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Así lo expresaba Federico García Lorca: Ataco a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales. La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. La agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Acudiendo a los clásicos como terapia

En tiempos de perplejidad y zozobra acudir a los clásicos en busca de consejo, orientación y ayuda puede resultar una buena terapia, un remanso balsámico. Nunca como en este período los antiguos clásicos sernos más necesarios y útiles. Pueden sernos muy beneficiosos en circunstancias muy diversas y concretas de nuestra vida diaria. El contacto con los grandes clásicos, con su sabiduría vital, bien entendidos y asimilados, aunque no logren curarnos completamente de nuestros males, pueden al menos atenuar las inquietudes del hombre moderno, erosionando las raíces de las cuales derivan.

¿Qué proceso nos ha alejado de ellos? Hoy el entorno que predomina a nuestro alrededor es sobretodo científico-técnico. Parece que todo cuanto caiga fuera de ese paradigma actualmente sea considerado como de segunda categoría. Así ha sucedido, por ejemplo, en España en los planes de estudio de la enseñanza obligatoria en estas últimas décadas. No es cierto que solo las matemáticas y la formación “científica” sean útiles en el mundo de hoy o en el del futuro. También las” humanidades” contienen un gran potencial formativo, no menos útil y necesario que las disciplinas científicas. La necesidad de enseñar las disciplinas científicas en un mundo cada vez más tecnificado ha sido ciertamente imperativa. Sin embargo, esta necesidad no ha impedido nunca a nadie formarse también en humanidades. Con la virtuosa intención de restablecer el equilibrio entre “ciencias” y “humanidades” y acabar con la discriminación patrimonial de las clases menos favorecidas, se ha conseguido privar a todo el mundo —¡y en primer lugar a los menos favorecidos! — de la indispensable riqueza cultural de los antiguos.

Un director de recursos humanos, un emprendedor, un ingeniero, un comercial podrían, sin duda, sacar provecho del vigor humano, estratégico y emocional que encierra la sabiduría de los grandes clásicos.

A veces nos interesamos por las técnicas con las que los griegos construían sus naves a vela o por las que los romanos utilizaban para organizar la canalización del agua. Cuestiones que poca relación tienen con las necesidades, las inquietudes, las esperanzas y los anhelos que se viven en nuestra época. Aunque no tenían nuestra tecnología y nuestra ciencia, en la Antigüedad sabían comprender al hombre bajo ciertos aspectos con más profundidad que hoy en día, tratando de moverse no sólo en la superficie de las apariencias, sino contemplando también los fundamentos de la condición humana. Las fuerzas contenidas en ese rico legado cultural procedente del mundo clásico siguen siendo actuales e indispensables para cada uno de nosotros. Hoy son, incluso, más necesarias aún que hace unas décadas. En un mundo complejo, conflictivo, agobiante y saturado de mensajes abrumadores, cada vez es más necesaria esta inmensa reserva de experiencias humanas, ejercicios anímicos, reglas de vida y métodos de reflexión que constituyen las obras de los antiguos. Y, sin embargo, precisamente en el momento en que más los necesitamos, más necesarios nos son, nos vemos privados de su compañía. Un director de recursos humanos, un emprendedor, un ingeniero, un comercial podrían, sin duda, sacar provecho cada día de las tragedias de Sófocles, de la moral de Epicuro o de las estrategias en la guerra del Peloponeso, tanto o más que de la trigonometría y las de­rivadas. Estos hombres de acción pueden adquirir de la obra de los antiguos un vigor humano, estratégico y emocional que puede adaptarse constantemente a circunstancias diversas y que no les resultará menos útil en su trabajo que los datos que les proporcionen las ciencias.

En su momento el verdadero humanismo significó la educación del hombre de acuerdo con la verdadera naturaleza humana, con su auténtico ser. Ese tipo de humanismo tiene que ver con el conocimiento del ser humano mismo y la realización de su ser. Y a través de él podemos redescubrir el verdadero ser del hombre, las certezas básicas en torno a lo que es el ser humano, su origen y destino… Los antiguos pueden sernos de muchísima ayuda en cada instante, en circunstancias diversas de la vida diaria. Lo único que debemos hacer es cambiar nuestra mirada hacia ellos, dejar de ver la Antigüedad como una cosa muerta y aburrida, e inútil para vivir en el mundo de hoy.

A todos nos corresponde mejorar nuestra sociedad

A todos nos corresponde mejorar nuestra sociedad. La cultura moderna ha roto con sus raíces, se ha desarraigado. Esa rica y noble herencia procedente de los clásicos va perdiendo, consistencia, vigencia y coherencia. Se ha producido una trasmutación de esos valores imperecederos que ella nos legó, por otros de endeble fundamento y escasa consistencia. La dictadura del relativismo puede ser hoy una buena manifestación de ello. No existe una verdad objetiva, todo es relativo. Los puntos de referencia tradicionales se han desvanecido. Hoy nos encontramos ya en la época de la post-verdad. La «verdad» ya no interesa. Lo importante es conseguir el objetivo, no importa a través de qué medios. Igualmente, el progreso del hombre se limita a mejorar su bienestar material, el progreso moral ya no es el motor de nuestra historia. Sin embargo, intuimos que un «progreso» desvinculado de su naturaleza esencial supone un retroceso, y que tan solo aparentemente nos permite vivir mejor. Se necesita una mayor toma de conciencia de todo ello y un cambio de modelo de desarrollo. La economía, la política, los modelos de crecimiento y desarrollo, los estilos de vida, las ideologías, los grandes referentes transmitidos por nuestro patrimonio civilizador, la concepción misma del ser humano, la orientación de la educación, los valores dominantes ... son algunos de los flancos afectados por la crisis global actual. Estos son algunos de los problemas de nuestro mundo.

Se requiere esfuerzo y un mayor grado de lucidez para combatir la ceguera y la ofuscación actual y recuperar la capacidad de apuntar a lo esencial.

La pregunta clave es si la dirección en la que vamos es la correcta. En medio de una sociedad que mitifica la eficacia, el activismo y el éxito y que satura nuestras conciencias con mensajes, reclamos, consignas, estilos de vida para muchos convertidos en ideales y guías a seguir, se requiere un cierto esfuerzo y un mayor grado de lucidez para combatir la ceguera y la ofuscación actual y recuperar la capacidad de apuntar a lo esencial. Nunca los seres humanos se habían sentido tan aislados y con una vida tan carente de sentido. Para desembarazarnos de dicha situación necesitamos un replanteamiento del horizonte de nuestra existencia. Necesitamos un cambio de conciencia que nos permita disipar los espejismos que nos deslumbran (materialismo, consumismo, superaceleración, utopías tecnológicas, posthumanismo…) e intentar esbozar un horizonte con un sentido menos banal y más profundo de la existencia. Hay que regenerar el marco social y trabajar para una rehumanización de nuestro entorno. Necesitamos revisar y reorientar la noción misma de «progreso». Nuestra sociedad necesita una profunda reconversión del sentido de la «cultura» y redescubrir de nuevo valores de fondo que nos sirvan de verdadero asidero y fundamento. Volver a poner en valor el ser humano, la persona entera en su integridad.

El «paradigma tecnocrático» dentro del cual nos encontramos actualmente, una visión del mundo que reduce la realidad a términos cuantitativos y tecnológicos, está poco preocupado por el cultivo del espíritu. No es cierto que solo la formación científica-técnica sea útil en el mundo de hoy o en el del futuro. Los «clásicos» pueden sernos de muchísima "utilidad" en circunstancias concretas de la vida diaria. El vigor humano, estratégico y emocional que nos aportan pueden resultarnos tan útiles o más que lo que nos aportan las "ciencias". La frondosidad de lo humano requiere del cultivo y florecimiento de las humanidades. El «humanismo» no es tanto un exceso de humanidad, sino un intento de combatir su reducción, su merma. Tenemos que garantizar un «progreso» que realmente nos «humanice». Los clásicos, maestros en el «arte de vivir», con su lucidez y su sabiduría nos pueden ayudar en tan ingente y noble tarea.

Elaboración propia, a partir de recursos y materiales diversos


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