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Nuestra relación con la naturaleza

El viático de la Naturaleza en la gran prueba del Antropoceno

Recuperar la relación contemplativa y silenciosa con la naturaleza puede ser un verdadero viático, un antídoto sanador contra la superficialidad y la dispersión, para atisbar nuestra comunión con las maravillas de la creación y con la Divinidad omnipresente.

Presentamos un resumen del artículo de JM MALLARACH: El viático de la Naturaleza en la gran prueba del Antropoceno, aparecido en la revista IGLESIA VIVA, nº 283

Josep Maria MALLARACH. Geólogo. Consultor ambiental en la Comisión Mundial de Areas Protegidas.
Fundador de la asociación "Silene"

Tiempos de excepción, indudablemente. La gran excepción en la historia humana han sido los dos últimos siglos durante los cuales se ha desarrollado el crecimiento exponencial de la población y del consumo de recursos que nos ha llevado a la crisis global. Hace medio siglo que el impacto de la humanidad empezó a desbordar la capacidad de la Tierra. La comunidad científica hizo sonar alarmas ante el escepticismo de los tecno-optimistas. Se promovieron importantes tratados y estrategias globales, como la Agenda 21, sin que fuéramos capaces de cambiar las tendencias insostenibles.

La prodigiosa resiliencia de los ecosistemas terráqueos y oceánicos absorbió durante las primeras cuatro décadas nuestros excesos, haciendo parecer exageradas las graves advertencias sobre la gravedad de las tendencias insostenibles. Se han repetido los avisos, con evaluaciones globales cada vez más rigurosas, pero ha sido en vano. Hemos llegado al período en que las diversas facetas de la crisis confluyen creando sinergias sistémicas que nos sorprenden por sus múltiples derivadas: intensificación de olas de calor, temporales y devastadores, incendios forestales de magnitud nunca vista, fusión masiva de hielos polares, glaciares, sequías y hambrunas en zonas áridas, crecientes migraciones de refugiados climáticos, conflictos armados por agua o hidrocarburos, etc.  Este año se ha sumado la crisis sanitaria de la Covid-19 que ha confinado casi la tercera parte de la humanidad en un período que ha coincidido con la Cuaresma cristiana y el Ramadán musulmán, creando una oportunidad inédita para los creyentes de ambas religiones (que suman más de la mitad de la humanidad) a la interioridad, a profundizar nuestra conversión, a ser más conscientes de nuestras responsabilidades, aceptando que la salud humana es interdependiente de la salud de la Tierra.

Vivimos inmersos en la desestabilización de los equilibrios dinámicos de los ecosistemas terrestres y marinos globales. La respuesta de nuestra Madre Tierra a la explotación, destrucción y devastación generalizada, ha sido paciente, pero superados sus límites homeostáticos se suceden los inexorables reajustes - a veces lentos, otras puntuados de eventos súbitos, catastróficos- que tienden a restablecer otros equilibrios distintos, en los que está por ver si la humanidad contemporánea tendrá cabida.

Las causas de la crisis global son múltiples y complejas. Siguiendo la triada clásica, podríamos agruparlas en físicas, psíquicas y espirituales.

  • En el ámbito físico, son causas humanas indiscutibles: el consumo excesivo, la destrucción, contaminación y deterioro de ecosistemas y los servicios y recursos que ellos nos ofrecen; la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera; la contaminación de los océanos; la sobreexplotación y contaminación de acuíferos, ríos y lagos; la erosión y contaminación de suelos debido a un modelo agroganadero intensivo apoyado en fertilizantes químicos, pesticidas y cultivos transgénicos; el exterminio de especies, la destrucción de hábitats, y la aniquilación de pueblos indígenas, que conservan, a día de hoy, el 90% de las lenguas vivas y el 40% de la biodiversidad de la Tierra la mitad de los cuales están amenazados de extinción.
  • En el plano psíquico, la desconexión profunda de la naturaleza, que genera olas de suicidios, síndromes de tristeza, angustia y depresión vinculados a la pérdida de sentido de la existencia; el fomento sistemático de la inconsciencia y la ignorancia del lugar que ocupamos en la naturaleza y los deberes que se derivan de ello, el cultivo del individualismo, del egoísmo, la ambición, y el consumo compulsivo e irresponsable. Por vez primera en la historia, la mayor parte de la humanidad vive en ciudades, la mayoría en grandes urbes, ha perdido el contacto cotidiano con la naturaleza, el trabajo al aire libre, la relación habitual con las plantas y animales silvestres, con las inagotables y cambiantes bellezas de la naturaleza y con los ritmos majestuosos del cosmos. La fascinación hacia las nuevas tecnologías, provoca una adicción que causa dispersión de la atención y una exterioridad incompatible con la percepción de los vínculos más profundos que tenemos con nuestra Madre Naturaleza, hasta el punto que se ha hecho difícil de imaginar, incluso a los creyentes, que podamos orar en ella, con ella y por ella. El totalitarismo del paradigma tecnocrático crea ambientes cada vez más artificiales, tecnológicamente controlados, alienando una parte creciente de la sociedad de lo que es verdaderamente humano y natural -conceptos inseparables en el fondo- llevando a la humanidad a una encrucijada en la que debe optar.
  • En el plano espiritual, el reduccionismo materialista, la veneración del capital y la tecnología, el olvido de la dimensión misteriosa, epifánica, teofánica o sagrada de la naturaleza, incluso por parte de las mayores religiones mundiales -en grados diversos- ha eliminado o debilitado el vínculo sacramental con la Creación, como dice la tradición cristiana, o con la contemplación de los 'signos maravillosos' de la naturaleza, como enseña la tradición islámica. Dicha escisión ha hecho perder la consciencia no sólo de nuestra propia dependencia -física y psíquica- respecto la naturaleza, sino también de que todos los seres -animados e inanimados- 'glorifican al Creador', cada cual en su propio lenguaje, aunque no lo comprendamos.

    La Tradición enseña que sólo los seres humanos tenemos la libertad de alabar, o no, a la Fuente de la Vida, nuestro Creador. En la medida que lo hacemos sinceramente, con todo nuestro ser, nos armonizamos con el resto de la Creación, entramos en resonancia espiritual. El hecho que los mayores referentes espirituales de la humanidad (Jesús de Nazaret, Moisés, Mahoma, Buda Sakyamuni, etc.) hubieran pasado largos períodos de su vida en retiros solitarios en plena naturaleza, y que fuera allí -precisamente- donde alcanzasen inspiraciones o revelaciones decisivas en sus vidas, no puede estar desprovisto de sentido para todos los que 'tienen ojos para ver y orejas para escuchar'. En un mundo cada vez más artificializado, ajetreado y ruidoso, recuperar la relación contemplativa y silenciosa con la naturaleza puede ser un verdadero viático, un antídoto sanador contra la superficialidad y la dispersión, para atisbar nuestra comunión con las maravillas de la creación y con la Divinidad omnipresente.

Tiempos de excepción, 'apocalípticos' incluso, en el sentido etimológico del término; "tiempos de siega" de recogida de los frutos del 'reino del hombre' que inició su marcha triunfal en el Siglo de las Luces, afirmando orgullosamente el dominio humano sobre la naturaleza. Tiempos para cultivar la humildad ante el carácter sistémico de la crisis global, para asumir nuestra responsabilidad y pedir perdón ante la aniquilación cotidiana de innumerables especies de plantas y animales impulsada por la avidez del 20% de la humanidad -del que formamos parte- que consume más del 80% de los recursos mundiales, extendiendo sus tentáculos explotadores por toda la Tierra, creando sufrimientos indecibles y dejando una estela de devastación y corrupción.

En el contexto que vivimos ya no es suficiente orar y cuidar a nuestro prójimo humano, sino que hemos sido invitados a extender nuestra actitud amorosa y compasiva a todas las criaturas

Tiempos de excepción y de grandes pruebas. Como toda prueba, en la gran aceleración del Antropoceno, la actitud más humana es aceptarla plenamente, en todo lo que tiene de ineluctable, para entender sus causas, descubrir qué nos muestra, en qué sentido nos interpela y actuar en consecuencia. En el contexto que vivimos ya no es suficiente orar y cuidar a nuestro prójimo humano, sino que hemos sido invitados a extender nuestra actitud amorosa y compasiva a todas las criaturas de la 'Hermana-Madre Tierra' como reconocía San Francisco de Asís en su magnífico Cántico de las criaturas, y como ha desarrollado por medio de la teología y creativas iniciativas, el Patriarca Bartolomé de Constantinopla a lo largo de su patriarcado. La Tierra es hermana como criatura, pero madre porque nos sostiene, acoge y alimenta desde que nacemos hasta que morimos, de lo cual derivan deberes filiales, como nos recuerdan todas las culturas más ancestrales del mundo.

Cuando la encíclica Laudato si' nos invita a la conversión ecológica, nos recuerda que 'vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana'; subraya que 'la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un sacrificio vivo, santo y agradable » (... ) que le impone una grave responsabilidad que surge de su fe", y nos invita a orar con la Creación y por ella. La Tradición nos enseña que la oración sincera involucra todo nuestro ser. Cuando oramos sinceramente por la integridad de la naturaleza, descubrimos que es incompatible con un estilo de vida consumista o una actividad dispersa y eventualmente dañina, y encontramos fuerzas e inspiración para abandonarlas y abrazar con gozo la justa frugalidad. La coherencia es la piedra de toque de toda conversión. La conversión ecológica, nos pide un esfuerzo perseverante para ser más conscientes de las consecuencias de nuestros pensamientos, palabras y acciones, recuperar, en la medida que nos sea posible, la actitud de custodios amorosos de la creación, siguiendo el ejemplo de todos los hombres y mujeres sabios y santos que han vivido en comunión con todo.

Aquellos que creemos en la primacía de la realidad espiritual no consideramos que las causas de la crisis sistémica global sean demográficas, políticas o económicas. Las causas verdaderas se sitúan a un nivel más profundo, provienen de una visión del mundo fundamentalmente errónea -materialista y tecnocrática­ que, desarrollándose desde la revolución industrial, se ha expandido de la mano de la occidentalización del mundo hasta dominar las tendencias mundiales. Por consiguiente, los esfuerzos para remediar las tendencias destructivas globales que ignoren estas realidades decisivas, pretendiendo cambios de comportamientos o actitudes sin cambios de valores o de creencias (metanoia), están condenadas al fracaso, como muestra la historia de la educación ambiental desde la Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano de Estocolmo

¿Cómo impulsar cambios profundos y resilientes en nuestras vidas, nuestras familias o comunidades, nuestras organizaciones o empresas el seno de las tendencias autodestructivas en las que nos encontramos inmersos? ¿Como cultivar la fuerza, la perseverancia y la esperanza de las personas creyentes en un contexto tan adverso? El movimiento ecologista está siendo un revulsivo para volver a las fuentes teológicas, profundizar en el significado de la tradición sacramental (tan vivo en las iglesias cristianas orientales), recuperar una antropología relacional, redescubrir una mística de alabanza al Creador, rehabilitar la categoría de sacrificio y expandir el horizonte ético del pensamiento social cristiano. En una perspectiva más amplia, la creciente convergencia discursiva interreligiosa sobre la ecología, fundada en el reconocimiento de la gravedad de la crisis ecológica ha hecho surgir una narrativa compartida y plural basada en la justicia social, el cuidado de la creación y la solidaridad intergeneracional. En muchos lugares, las organizaciones religiosas contribuyen al debate socio-ambiental, ocupando un lugar intersticial en el ámbito de la sostenibilidad, al mismo tiempo que la sostienen y profundizan.

La recuperación efectiva de los principios sagrados de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad, sus métodos y ritos vinculados a la naturaleza puede revitalizar una ética religiosa capaz de llegar al corazón de los creyentes es decir, a más del 85% de la humanidad contemporánea, inspirando y sosteniendo los cambios colectivos radicales indispensables para impulsar un decrecimiento que, abrazando la justicia social y ambiental, permita minimizar el dolor y la destrucción del declive inexorable, con toda la fraternidad humana y con nuestra Madre Tierra.

https://www.silene.ong/

Fuente: IGLESIA VIVA, nº 283, El viático de la Naturaleza en la gran prueba del Antropoceno


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