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La laicidad deseable:
ni «confesionalidad» encubierta ni «laicismo» excluyente

De las hondas raíces antropológicas de la espiritualidad y religiosidad de los humanos, a la gestión pública del «hecho religioso». Las relaciones de la sociedad, a través del Estado, con el «hecho religioso»: la laicidad deseable.

  • A pesar de que algunos continúan anclados en el viejo debate ideológico sobre el valor de lo religioso, son las más recientes ciencias de la vida (neurociencias) las que hoy están destacando el interés adaptativo, su probable inevitabilidad, la importancia y los «beneficios antropológicos y sociales» del hecho religioso.
  • Que, en cualquier lugar del mundo civilizado, haya en las universidades aulas de teatro o campos de deporte, bares, espacios para el intercambio y la relación..., nos hace plantearnos por qué no van a existir espacios interconfesionales comunes abiertos a todas las confesiones religiosas dentro de la universidad, por definición templo de la tolerancia, la libertad de pensamiento o creencia y de apertura a la universalidad, donde, quienes creen, puedan expresar y compartir su espiritualidad y su dimensión trascendente, vertebradora de lo más profundo de las necesidades humanas o su experiencia de Dios.
  • El «espacio público» como ágora de diálogo, convivencia y mestizaje intercultural y no como pretexto para la exclusión sectaria.

Estos días algunos medios de comunicación, a raíz de la celebración del juicio oral, han rememorado el lamentable y paradigmático asalto laicista a la capilla católica de la universidad Complutense de Madrid por parte de un colectivo radical de jóvenes universitarios protestando por la existencia de la capilla en el espacio universitario. Quiénes eran, cuál era su finalidad, en qué derivó el contenido de su acto reivindicativo..? A pesar de que algunos continúan anclados en el viejo debate ideológico sobre el valor de lo religioso, son las más recientes ciencias de la vida (neurociencias) las que hoy están destacando el interés adaptativo, su probable inevitabilidad, la importancia y los «beneficios antropológicos y sociales» del hecho religioso. Que, en cualquier lugar del mundo civilizado, haya en las universidades aulas de teatro, instalaciones deportivas, bares o espacios para el ocio, el intercambio y la relación, nos hace plantearnos por qué no van a existir espacios interconfesionales abiertos a todas las confesiones religiosas dentro de la universidad, por definición templo de la pluralidad, la tolerancia, la libertad de pensamiento o creencia y de apertura a la universalidad, donde, quienes creen, puedan expresar y compartir su espiritualidad y su dimensión trascendente, vertebradora de lo más profundo de las necesidades humanas o su experiencia de Dios.

En nuestro días, sin embargo, una cierta juventud, posmoderna y poco madura socialmente, ideológicamente radicalizada y poco ponderada, se jacta todavía entre nosotros de mostrar su peor rostro y su impresentable intolerancia, irrespetuosa y violenta, contra un sector de la ciudadanía que, en ejercicio de su libertad, expresa y comparte sus creencias (expresión de las más íntimas e intransferibles libertades personales) con prácticas religiosas en el espacio público. Su finalidad, difusa y poco clara: laicidad excluyente?, anticlericalismo?, feminismo radical superideologizado? prejuicio antirreligioso?, protesta por la presencia del hecho religioso en el espacio público..? Su “performance”, una muestra de laicismo radical militante, muy ideologizado, intransigente, irrespetuoso hacia las creencias de los demás, violencia verbal y física, invasiva intolerancia ideológica y posiblemente movidos por prejuicios ideológicos contra la religión, etc… Muy ilustrados ellos, pero legos en el auténtico conocimiento de la más pura esencia del ser humano, posiblemente fruto de un supino «analfabetismo antropológico» indigno de ciertos sectores que se autocalifican de «ilustrados», pero por desgracia demasiado propio de la peor tradición de una casposa e impresentable pseudoizquierda juvenil, posiblemente anclada todavía en viejos prejuicios ideológicos sobre la religión, que no se ha enterado todavía de la actualización, renovación y puesta al día de un gran sector de la Iglesia y tampoco del importante y provechoso papel de la espiritualidad y la religión a nivel antropológico y social. La auténtica laicidad respeta que cada ciudadano manifieste públicamente las propias convicciones, estén o no inspiradas en creencias religiosas, con tal de que no se hallen en contradicción con el orden convivencial. Su objetivo, en vez de alinearse en una laicidad comprensiva e integradora, respetuosa y positiva con el hecho religioso, ir menospreciando, ridiculizando, minimizando y arrinconando a la esfera privada, es decir, expulsando del espacio público la expresión de dimensión antropológicamente tan vertebral para cualquier ser humano (¿será que necesitan despejar el campo para desarrollar sus "procesiones/manifestaciones" laicas? A continuación presentamos un esclarecedor artítulo al respecto titulado «Cuatro laicidades».

Sin prejuicio de las justas críticas de las que toda institución humana pueda ser merecedora, una invitación pues a abandonar viejos prejuicios ideológicos y a descubrir los saludables y positivos beneficios de una espiritualidad no alienante y unas formas religiosas antropológicamente adecuadamente integradas (ver aquí).

Por Olegario GONZÁLEZ DE CARDEDAL

Hay que pasar de una laicidad de resentimiento y rechazo a otra de reconocimiento mutuo y colaboración.

«Europa tiene que mostrar fortaleza en la defensa de los principios y derechos humanos ya irrenunciables. Pero a la vez debe ser honesta, acogedora y flexible»

Un Estado, gobierno y sociedad que no realicen permanentemente la tarea de diferenciar, definir y coordenar están a merced de las fuerzas irracionales. Y cuando estas se imponen perecen al mismo tiempo la libertad y la justicia.

Los dos grandes hechos constitutivos de la era moderna son: en perspectiva cultural y política, la Ilustración; en perspectiva religiosa y moral, el Concilio Vaticano II. Nada es inteligible en Europa y especialmente en España sin referirnos a estas dos realidades. No hay otra España legítima y moral sino la que se deriva y se orienta por la Constitución de 1978. No hay otra Iglesia católica sino la que se identifica a sí misma desde la comprensión y la realización del cristianismo propuestas por el Vaticano II. Quienes se comprenden y comportan al margen o contra estas dos realidades se comportan violentamente contra la nación y contra la Iglesia. Ambas son hechos dinámicos, y por ello ni están agotados ni son absolutizables: miran abiertos y ampliables hacia el futuro, pero no son negables en el pasado. La dignidad y fecundidad histórica de España depende de la forma en que integre hoy esos dos hechos determinantes de nuestra realidad cultural y moral.

La madurez política de un pueblo y de un gobierno se mide por su capacidad de comprender e integrar los hechos nuevos en los viejos marcos legales y de modelar estos conforme a las realidades nuevas.

Una de las cuestiones clave para entretejer hoy esos dos hilos en el bordado del alma española es la laicidad, o la relación entre política, cultura y religión. Nosotros no la estamos estrenando en Europa. En la mayor parte de ella lleva vigente siglos, y por ello nos encontramos con modelos diversificados. En cada uno de los países está determinada por la historia anterior, por la configuración de la propia sociedad y por los elementos dinamizadores de su progreso. Existen el modelo anglosajón, tanto de Inglaterra como de Estados Unidos, el modelo alemán y el modelo francés. El francés ya lleva más de un siglo afirmándose y corrigiéndose. Las palabras repetidas de Sarkozy sobre una «laicidad positiva» no niegan, pero tampoco repiten, la ley de Combes (1903). Ni la Iglesia católica es ya la misma ni la presencia del islam en Francia es hoy la que era a comienzos del siglo XX. La madurez política de un pueblo y de un gobierno se mide por su capacidad de comprender e integrar los hechos nuevos en los viejos marcos legales y de modelar estos conforme a las realidades nuevas. Para nosotros la pregunta simple es esta: ¿a cuál de esos cuatro modelos de laicidad (británico, norteamericano, alemán, francés) se quiere asemejar la propuesta hispánica?

La decisión supone un esclarecimiento del contenido de la palaba. Ella posee cuatro niveles de significación y de realización. Hay la laicidad de abstención propia del Estado (laicidad negativa), a tenor de la cual «ninguna confesión religiosa tendrá carácter estatal», según la fórmula de nuestra Constitución. Ella es la condición indispensable tanto para la igualdad de derechos y deberes en ese orden como para la libertad religiosa en su vertiente positiva de ejercicio y negativa de distancia. En este sentido, se prohíbe al Estado la imposición directa o indirecta de una religión a los ciudadanos. A este respecto el Estado no piensa, no elige. Su inhibición institucional le libera en una dirección: no discriminar, y le obliga en otra: posibilitar que se afirme la realidad ciudadana, defenderla y favorecerla.

Hay también una laicidad de confrontación (laicidad dialéctica). En una sociedad viva surgirán grupos religiosos e ideológicos, políticos y culturales. De entrada, ninguno de ellos tiene una plusvalía o primacía. Su dinamismo los llevará a entrar en relación y a confrontarse, a ofrecer a los ciudadanos su propuesta para organizar la sociedad y hacerla más rica, abriéndola a las múltiples posibilidades que la realidad ofrece: ética, estética, política, religión… Y, dentro de esta última, las diversas formas que ella puede abarcar. M. Gauchet habla de la «salida de la religión». Con esta frase designa tanto un hecho consumado en muchas partes del mundo como una propuesta pendiente para otras: la religión (cristiana) ha dejado y quiere dejar de ser el marco único que ofrezca sentido a la existencia, al cual los demás órdenes de realidad tendrían que plegarse.

¿Qué descubre y alumbra más entretelas de la vida humana?, ¿qué la hace más «buena», libre, fecunda y esperanzada?, ¿qué crea más gloria y dignidad para el hombre: la abertura a una trascendencia religiosamente comprendida o un atenimiento excluyente a la finitud que fenece?

Esto, que vale para la religión, vale igualmente para los demás órdenes. También la ciencia, la ética y la política deben retirarse a su rincón y participar en la rica complejidad de la vida común sin erigirse en monolitos soberanos que dictan la verdad a la sociedad. Por ello, frente a todo monismo, hay que reclamar la equivalente laicidad de la cultura, de la ética y de la política. Todos estamos ante estas preguntas: ¿qué descubre y alumbra más entretelas de la vida humana?, ¿qué la hace más «buena», libre, fecunda y esperanzada?, ¿qué crea más gloria y dignidad para el hombre: la abertura a una trascendencia religiosamente comprendida o un atenimiento excluyente a la finitud que fenece? Y entre las religiones, ¿cuál de ellas responde a mayores necesidades y ofrece mayores posibilidades al hombre?

La tercera sería la laicidad de diálogo (laicidad activa). Se trata de la referencia y colaboración permanente entre el Estado y la sociedad civil. El Estado es responsabilizado en sus funciones propias por el partido político que asume en cada momento el gobierno de la nación. Pero el gobierno no es dueño del Estado ni de la sociedad, que no pueden ser puestos a disposición de fines partidistas, doblegados a una orientación ideológica, ni utilizados en provecho propio. También en este sentido el Estado debe ser positivamente laico. No puede haber una religión integrista ni una laicidad integrista. Esta última existe cuando un gobierno desconoce o rechaza la ejercitación de la vida humana elegida por los ciudadanos, siempre que estos cumplan respetuosamente las leyes del Estado. Aquí entramos en campos difíciles; por ejemplo, la educación. Es tarea de los padres y de la sociedad, en cuyo nombre la lleva adelante el Estado, siendo responsable de que tenga lugar en la justicia, la solidaridad y la eficacia. La educación no es solo del Estado ni solo de los padres: en la medida en que el hombre es persona, es responsabilidad inicial de los padres; en la medida en que es ciudadano, es responsabilidad inicial del Estado. Y la responsabilidad final es del propio sujeto.

El Estado laico tiene que proveer a una pluralidad integrada e integradora, ofreciendo fuentes de sentido y de comunidad. Si no lo hace y deja a los ciudadanos remitidos a la soledad y el egoísmo individualistas, la sociedad se fragmentará.

Este Estado laico tiene que proveer a una pluralidad integrada e integradora, ofreciendo fuentes de sentido y de comunidad. Si no lo hace y deja a los ciudadanos remitidos a la soledad y el egoísmo individualistas, la sociedad se fragmentará en competencia o sufrirá de esa soledumbre que amaga con desolación y desesperanza. En este orden, Europa tiene que mostrar fortaleza en la defensa de los principios y derechos humanos ya irrenunciables. Pero a la vez debe ser honesta, acogedora y flexible. Su cultura no es «la cultura», su religión no es «la religión». Un filósofo francés tan riguroso y ponderado como P. Ricoeur se ha preguntado por qué una chica francesa, cristiana o atea, puede pasearse por la calle casi completamente desnuda, y una chica musulmana, en cambio, no puede llevar cubierta su cabeza, en la calle o en la escuela? Tal discriminación, ¿no es pura injusticia y duro fariseísmo? ¿Por qué hoy en Francia el islam es más integrador que las ideologías laicistas?

Nos queda una cuarta forma de laicidad: laicidad de servicio (laicidad cooperativa). Más allá de las propias diferencias, los grupos religiosos están llamados a colaborar entre sí al servicio de la sociedad común, y con otros grupos de naturaleza social o cultural. Estamos ante la tarea de ofrecer convicciones y crítica, en afirmación de lo específico aportado al acervo común, a la vez que cooperación en una sociedad regulada por la justicia en igualdad y libertad. Una vez clarificadas todas las diferencias y realizadas las necesarias separaciones, hay que pasar de una laicidad de resentimiento y rechazo a otra de reconocimiento mutuo y colaboración.

Ver también: Bárbaros, laicismo excluyente y libertad de culto


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