Frente al predominio de los valores pragmáticos, pensamiento crítico
La imperiosa necesidad de la «reflexión filosófica» en el seno de una sociedad predominantemente pragmática.
La «filosofía» como actividad de «reflexión crítica» sobre la realidad y el mundo humano.
Solemos andar atareados, enfrascados, distraídos en nuestros quehaceres cotidianos. Nos encontramos absortos por las inquietudes y preocupaciones de cada día. Ajetreados como vamos, a menudo es ineludible detenernos y reparar en que de vez en cuando es conveniente elevar nuestra mirada.
Y para ello, el ser humano dispone de la facultad de pensar, de razonar, de reflexionar sobre la realidad, sobre sí mismo, sobre la vida, sobre todo lo que nos rodea y todo cuanto existe. Corremos el riesgo de no "vivir la vida", sino de "dejarse llevar" por ella. A veces, no disponemos de la suficiente calma para considerar los acontecimientos con cierta objetividad y tomar conciencia de la propia situación existencial.
Una vida orientada prioritariamente hacia los bienes utilitarios, se asfixia esencialmente, aunque existencialmente parezca floreciente y envidiable. Allí donde los valores pragmáticos tienen una clara hegemonía, han de estar presentes en igual medida los medios de distracción, de entretenimiento, que se encargarán de ocultar y evadir el dolor esencial y el vacío interior a los que aboca necesariamente todo ese vértigo orientado hacia el tener. Nuestra sociedad actual es un ejemplo nítido de esta dinámica.
La «filosofía» es considerada hoy como actividad meramente marginal, como actividad social simplemente prescindible, como algo propio para «ociosos», pero no apta para industriosos, una actividad no propia, por inútil, para una sociedad regida en su seno por los valores del pragmatismo y del «neg-ocio» ... La supuesta «esterilidad» o «inutilidad» de la filosofía es el principal argumento que esgrimen sus detractores y lo que les ha llevado a considerarla un saber culturalmente perfectamente prescindible. Así anda nuestra sociedad, así andan nuestros dirigentes políticos y de rebote así nos luce el pelo a todos los demás… Hemos de cultivar actividades y actitudes que nos permiten ser en plenitud. Frente al predominio de los valores pragmáticos, pensamiento crítico.
Si una persona no se plantea las preguntas fundamentales de la vida y solamente vive al día, en lo más profundo de su ser no habrá llegado a encontrarse a sí mismo; no se habrá convertido en verdaderamente «humano». La «actitud filosófica» es una de las dimensiones que nos caracterizan, una dimensión de lo humano. Sin esa dimensión, sin esa actitud, sin «filosofía» ni somos seres humanos plenos y libres, ni podemos llegar a ser ciudadanos verdaderamente autónomos. Esta reflexión la vamos a llevar a cabo de la mano de las serenas y lúcidas consideraciones de una joven filósofa, Mónica CAVALLÉ, recogidas en uno de los epígrafes de su sugerente obra «La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia», titulado “Acerca de la utilidad de la filosofía”.
Preámbulo
La filosofía, entendida en sentido amplio, como aquella actividad por la que el hombre busca de forma lúcida y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella, ha formado parte de la raíz de toda civilización. Todas las grandes civilizaciones se han asentado, entre otros, en unos cimientos de naturaleza filosófica. Estos proporcionaban una determinada forma de mirar la realidad y de estar en el mundo, y daban respuesta a las cuestiones más básicas y radicales, como las de quién es el ser humano y cuál es su destino. Los demás saberes y las demás artes orbitaban en torno a esta «sabiduría», y era esta última la que definía el correcto lugar, el sentido último y la función de dichos artes y saberes.
La filosofía tuvo, en sus orígenes, un influjo directo en la vida individual, social y política. ¿Se considera actualmente a la filosofía como uno de los ejes de nuestra cultura contemporánea? Parece que no. La filosofía ya no impregna la vida ni la sociedad. Hoy en día su capacidad de influencia sobre la esfera pública, es prácticamente nula. Sin embargo, la «filosofía» no ha desaparecido de nuestra sociedad. Implícitamente seguimos impregnados, aunque inconscientemente, hasta los tuétanos de una determinada «filosofía» de la vida, la que nos impone el sistema dominante. Cuando la «filosofía» ya no es ampliamente reconocida y explícita, como sucede en nuestra sociedad, lejos de desaparecer de la misma, sigue impregnándola, pero de forma larvada. Es por ello que hoy legítimamente podemos seguir preguntándonos… ¿cuál es la filosofía oculta de nuestro tiempo, las consignas que nuestra época da por supuestas, los ideales que la animan y que son mayoritariamente asumidos, los valores individuales y colectivos predominantes que tan bien revelan la publicidad o los medios de comunicación.
¿Por qué la «filosofía» ha llegado a parecemos accesoria, ha llegado a considerarse un saber culturalmente perfectamente prescindible?
Si la «filosofía» ya no ocupa un lugar central en nuestra cultura es, en gran medida, porque ha perdido aquello que le confería un papel vital en el desarrollo del individuo y de la sociedad: su dimensión transformadora, terapéutica; porque ha dejado de ser maestra de vida y porque el conocimiento filosófico ya no es aquel saber que era, al mismo tiempo, plenitud y libertad.
Una sociedad en que la «filosofía» — la reflexión crítica— no tiene un lugar central y explícito, es siempre una sociedad adocenada, un caldo de cultivo de toda forma de manipulación.
Una sociedad no puede prescindir, sin más, de la «filosofía», olvidando que una cultura sin «sabiduría» está abocada al gregarismo, a la destrucción y al caos.
Acerca de la «utilidad» de la filosofía
¿Qué hay, ¡por los dioses inmortales!, más deseable que la «sabiduría», más trascendente, más útil y más digno del hombre? Los que se entregan con ardor a su consecución se llaman «filósofos». (Cicerón)
Hace un cierto tiempo tuvo lugar en España una importante polémica desencadenada por las decisiones gubernamentales que buscaban reducir al mínimo la asignatura de filosofía en los planes de estudio. Esta decisión no era más que una entre las muchas que veían en las asignaturas de humanidades disciplinas prescindibles en una sociedad en la que crecientemente se requieren, se valoran y se remuneran, por encima de todo, los conocimientos técnicos especializados.
Pocos filósofos, además de indignarse justamente por el despotismo creciente de los valores estrictamente pragmáticos que está provocando la anemia espiritual de nuestra sociedad, se preguntaron en qué medida ha contribuido a este estado de cosas la misma filosofía. Pocos filósofos se preguntaban: ¿Por qué la filosofía ha llegado a ser considerada por la mayoría como algo abiertamente inútil? ¿Por qué ya no se acude a los filósofos ante los grandes retos y problemas de nuestro tiempo? ¿Por qué el estudiante de secundaria que aprende la asignatura suele afirmar que de poco le ha servido ese vertiginoso paseo por las reflexiones de los grandes filósofos (sistemas de pensamiento que se suceden e invalidan entre sí y en los que tan sólo con dificultad puede ver alguna conexión consigo mismo y con sus inquietudes más íntimas)? ¿Por qué tantas personas piensan que la filosofía es un reino inaccesible, lingüísticamente hermético e inabordable, del que sospechan que pocas cosas relevantes pueden obtener?... En esa decisión no sólo se podía ver una señal de los tiempos y del pragmatismo asfixiante que los caracteriza; sino también un síntoma del estado de salud de la filosofía.
La filosofía, entendida en sentido amplio, como aquella actividad por la que el hombre busca de forma lúcida y reflexiva comprender la realidad y orientarse en ella, ha formado parte de la raíz de toda civilización. Todas las grandes civilizaciones se han asentado, entre otros, en unos cimientos de naturaleza filosófica. Estos proporcionaban una determinada forma de mirar la realidad y de estar en el mundo, y daban respuesta a las cuestiones más básicas y radicales, como las de quién es el ser humano y cuál es su destino. Los demás saberes y las demás artes orbitaban en torno a esta «sabiduría», y era esta última la que definía el correcto lugar, el sentido último y la función de dichos artes y saberes.
Pero ¿se considera actualmente a la filosofía como uno de los ejes de nuestra cultura contemporánea? Parece que no, que hace tiempo que perdió, ante la conciencia de los occidentales, ese papel central. La filosofía ya no impregna la vida ni la sociedad, pues se ha relegado a los ámbitos académicos y especializados. No estamos en los tiempos en que los reyes o los emperadores reclamaban a los filósofos y a los sabios para que fueran a la corte. Hoy los gobernantes demandan especialistas en estadística y tecnócratas, no pensadores.
La «filosofía» tuvo, en sus orígenes, un influjo directo en la vida individual, social y política. Con el tiempo, en la misma medida en que perdía su eficiencia para la vida cotidiana, fue aislándose de la esfera pública, hasta el punto de que hoy en día su capacidad de influencia sobre esta última es prácticamente nula. Ahora bien, precisamente porque la filosofía constituye siempre uno de los cimientos de toda civilización, no puede, sin más, ser eliminada. Por eso, cuando esta filosofía ya no es ampliamente reconocida y explícita, como sucede en nuestra sociedad, lejos de desaparecer de la misma, sigue impregnándola, pero de forma larvada. De ser consciente, pasa a ser inconsciente. De reflexiva y critica, se convierte en irreflexiva y acrítica. Nos puede dar pistas sobre cuál es la filosofía oculta de nuestro tiempo, las consignas que nuestra época da por supuestas, los ideales que la animan y que son mayoritariamente asumidos, los valores individuales y colectivos predominantes que tan bien revelan la publicidad o los medios de comunicación.
La filosofía no se puede suprimir; constituye el entramado más íntimo de la cultura. Una sociedad en que la filosofía — la reflexión crítica— no tiene un lugar central y explícito, es siempre una sociedad adocenada, un caldo de cultivo de toda forma de manipulación.
¿Es útil la filosofía?
¿Por qué la filosofía ha llegado a parecemos accesoria? Si la filosofía ya no ocupa un lugar central en nuestra cultura es, en gran medida, porque ha perdido aquello que le confería un papel vital en el desarrollo del individuo y de la sociedad: su dimensión transformadora, terapéutica; en otras palabras, porque ha dejado de ser maestra de vida y porque el conocimiento filosófico ya no es aquel saber que era, al mismo tiempo, plenitud y libertad; porque la esterilidad de muchas de las especulaciones denominadas filosóficas ha llegado a ser demasiado manifiesta.
La supuesta «esterilidad» o «inutilidad» de la filosofía es el principal argumento que esgrimen sus detractores y lo que les ha llevado a considerarla un saber culturalmente prescindible. La mayoría de los filósofos — y de quienes piensan que es indispensable salvaguardar la cultura de las humanidades— consideran, por el contrario, que el valor de la filosofía, lo que le otorga su especial dignidad, radica precisamente en que no es un saber directamente «útil», en que es una actividad libre que no precisa venderse a ningún resultado. El carácter irreconciliable de estas posturas es sólo aparente; de hecho, cada una de ellas otorga un sentido distinto al término «utilidad». Ambas posiciones han advertido una dimensión real de la filosofía: que ha de ser «útil», por un lado, y que ha de ser «libre», por el otro. Su error radica en considerar que ambas dimensiones son excluyentes.
¿Ha de ser útil la filosofía? ¿O no radica su dignidad precisamente en su carácter libre, en que su valor es intrínseco y no se deriva de los resultados que posibilita? Este dilema es una falacia. Una falacia que ha favorecido, por una parte, que algunos piensen que una sociedad puede prescindir, sin más, de la filosofía, olvidando que una cultura sin sabiduría está abocada al gregarismo, a la destrucción y al caos. Y que ha favorecido, por otra parte, que otros cultiven una filosofía estéril, una filosofía-florero, auto-referencial y hermética, relegada a unos pocos especialistas, que ha ocultado su vacuidad y su infecundidad bajo el aura de una «dignidad» y «libertad» mal entendidas. Los primeros intuyen, acertadamente, que la filosofía ha muerto, pues ha perdido su eficiencia; pretenden simplemente quitar del medio un cadáver que les estorba. Los segundos intuyen, también acertadamente, que la verdadera filosofía, como saber libre, no puede ni debe morir.
Fuente: Mónica CAVALLÉ: La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia. (Acerca de la utilidad de la filosofía)