La sabiduría recobrada
La filosofía como terapia
La filosofía perenne: el camino por excelencia hacia la plenitud
Ante la desorientación y la necedad generalizadas y la anemia anímica tan extendida a la que nos aboca la sociedad que nosotros mismos hemos creado son de agradecer mentes lúcidas y preclaras que como faros en medio de la oscuridad nos orienten y sirvan de referencia para llegar a buen puerto y nos muestren la senda por la que transitar para recuperar la cordura necesaria que nos permita recobrar el contacto con nuestra voz más íntima y recuperar nuestro verdadero centro, descubriéndonos y facilitándonos el acceso a las fuentes de la mejor sabiduría de todos los tiempos en el «arte de vivir», fuente de vida y alimento para espíritus sedientos de autenticidad, deseosos de veracidad y anhelantes de plenitud.
Por su valioso interés formativo, presentamos una síntesis de la introducción a la magnífica, sugerente, crítica y provechosa obra de la filósofa Mónica CAVALLÉ: «La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia». Este libro es una invitación a conocer la mejor sabiduría de todos los tiempos, una sabiduría imperecedera, perenne, a adentrarnos en el conocimiento de la altura real que podemos alcanzar cada uno de nosotros, de la enorme riqueza de nuestro potencial. Una obra dirigida a quienes sienten sed de verdad, hambre de autenticidad, deseo de auto-mejoramiento, anhelo de plenitud.
Mónica CAVALLÉ, filósofa
La actividad «filosófica» como actividad «terapéutica»
Parecen quedar lejos de nosotros aquellos tiempos en que la «filosofía» tenía un profundo impacto en la vida de quienes la cultivaban, cuando era una práctica que conllevaba toda una ejercitación cotidiana y un estilo de vida. La palabra «filosofía» ha llegado a ser sinónimo de especulación divorciada de nuestra realidad concreta, de pura teoría, de reflexión estéril, pero durante mucho tiempo fue considerada el camino por excelencia hacia la plenitud, y una fuente inagotable de inspiración en el complejo camino del vivir.
La «filosofía» nació, en torno al 600-400 a. C. en la antigua Grecia —y paralelamente en otros lugares, como India o China—, no sólo como un saber acerca de los fundamentos de la realidad, sino también como un arte de vida, como un camino para vivir en armonía y para lograr el pleno auto-desarrollo. La filosofía no era únicamente una actividad teórica que podía tener ciertas aplicaciones prácticas; en ella, esta división entre teoría y práctica, entre conocimiento y transformación propia, carecía de sentido. Los filósofos de la antigüedad sabían que una mente clara y lúcida era en sí misma fuente de liberación interior y de transformaciones profundas; y sabían también que esta mente lúcida se alimentaba del compromiso cotidiano con el propio perfeccionamiento, es decir, de la integridad del filósofo.
Esta convicción de que sabiduría y vida son indisociables hacía de la filosofía el saber terapéutico por excelencia. El término «terapia» alude aquí a su función liberadora y sanadora: era «remedio» para las dolencias del alma. Los primeros filósofos sostenían que el conocimiento profundo de la realidad y de nosotros mismos era el cauce por el que el ser humano podía llegar a ser plenamente humano; que el sufrimiento, en todas sus formas, era, en último término, el fruto de la ignorancia. Consideraban que la persona dotada de un conocimiento profundo de la realidad era, al mismo tiempo, la persona liberada, feliz, y el modelo de la plenitud del potencial humano: el sabio.
Dos tipos de filosofía: la filosofía sapiencial y la filosofía especulativa
Pero la filosofía fue progresivamente abandonando su función terapéutica. Poco a poco, fue dejando de ser arte de vida, para convertirse en una actividad estrictamente teórica o especulativa. ¿Qué ha pasado para que la filosofía, que fue maestra de vida por antonomasia, a la que acudían aquellos que aspiraban a una vida plena y feliz, haya llegado en buena medida a ser un conocimiento inoperante, vitalmente estéril, y, en ocasiones, mayor fuente de confusión interior que de claridad, serenidad lúcida, alegría y equilibrio?
La filosofía originaria, la que era sabiduría de vida, ha sido en gran medida desplazada en nuestra cultura por una filosofía bien distinta: la filosofía especulativa que todos conocemos. Pero, aunque relegada y silenciada en nuestra cultura, dicha filosofía originaria no ha muerto; ha seguido activa en Occidente, generalmente al margen de los ámbitos oficiales y académicos, y ha estado profundamente viva, y lo sigue estando, en gran parte de las culturas orientales.
Una de las ideas que propone este libro es precisamente la de que hay, en realidad, dos filosofías cualitativamente diferenciadas, de dos actividades distintas, con intenciones, metas y presupuestos diferentes. Una la filosofía especulativa que se enseña en las aulas. La otra filosofía, la filosofía originaria tiene una naturaleza bien distinta. Esta segunda filosofía —la que ha permanecido fiel a su sentido originario— es, ante todo, una sabiduría de vida: un conocimiento indisociable de la experiencia cotidiana y que la transforma de raíz, un camino de liberación interior. Más que una doctrina es un conjunto de indicaciones operativas, de instrucciones prácticas para adentrarnos en dicho camino. La «filosofía» así entendida se propone inspirar más que explicar; no nos invita a poseer conocimientos, sino a acceder a la experiencia de un nuevo estado de saber y de ser, cuyos frutos son la paz y la libertad interior. El modelo de esta filosofía no es un sistema teórico, ni un libro, sino la persona capaz de encarnarla: el «sabio», el «maestro de vida».
Esta última filosofía ha sido armónica y coherente en su esencia y en su espíritu en los distintos lugares y tiempos. Se trata de una filosofía imperecedera, que no decae con las modas intelectuales, que no es desbancada por otras. Por ello, numerosos pensadores del siglo veinte la han denominado «filosofía perenne», sabiduría o filosofía sapiencial. La filosofía —en su acepción restringida— no ha de ser confundida con la sabiduría, ni el mero filósofo con el sabio. No llamaremos «sabio» sólo a aquel que ha alcanzado las cumbres del conocimiento y de la virtud (rara avis) sino, más genéricamente, al que está comprometido con lo que hemos denominado la «experiencia de un nuevo estado de saber y de ser», al que no confunde sus especulaciones subjetivas con la sabiduría y la «visión directa» que sólo esa experiencia proporciona.
La filosofía especulativa ha sido la exclusiva de un reducto de especialistas; los «legos» difícilmente han tenido acceso a ella. La sabiduría, en cambio, ha sido accesible a todos. La medida del propio amor a la verdad ha sido su única criba. Las tradiciones de sabiduría sostienen que el conocimiento de lo más importante, de las verdades más significativas, no es el privilegio de ningún experto o «entendido», sino que está al alcance de quienes lo anhelan con pureza, persistencia y radicalidad. Si son pocos los que se adentran en la sabiduría, no es por su inaccesibilidad, sino porque es limitado el número de quienes la desean realmente, porque son pocos los veraces y «puros de corazón».
La psicología, heredera de la antigua función terapéutica ejercida por la filosofía
En las últimas décadas, la Psicología ha sido la disciplina que ha decidido tomar el relevo de las cuestiones y tareas originariamente propias de la filosofía sapiencial relativas a la consecución de una vida plena y liberada. Nos referimos, en concreto, a la psicología humanista y la psicología transpersonal. Estas nuevas vertientes de la psicología tienen mucho de filosofía de vida pues saben que sólo el conocimiento profundo de uno mismo, arraigado en el conocimiento de nuestro lugar en el cosmos, puede ser fuente de plenitud y de verdadera y permanente transformación. No piensan en términos de salud y enfermedad psíquica, sino de crisis, conflictos y reajustes dentro del movimiento global de la persona hacia su completa realización. Requieren que el individuo se abra a la dimensión trascendente de sí mismo que le pone en conexión con la totalidad de la vida. Saben que nada es realmente conocido si no se conoce en su contexto, y el del ser humano (el de su comportamiento, deseos, temores, búsquedas...) es la realidad en su integridad. Creen que una práctica psicoterapéutica que no conlleve un incremento de nuestro nivel de comprensión, de conciencia, tiene un alcance muy limitado y es a la larga ineficaz; en otras palabras, saben que hay una relación íntima entre el conocimiento profundo de la realidad y el despliegue de nuestras potencialidades. Estas nuevas psicologías han hallado una importante fuente de inspiración en la sabiduría de todos los tiempos, en la filosofía perenne. Han sabido detectar y aprovechar su inmenso potencial para la transformación.
Este libro es una invitación a conocer esa sabiduría. ¿A quién va dirigida esta obra? Se dirige a quienes siempre han sospechado que la filosofía les sería útil. A aquellos que creen que la filosofía debería ser algo mucho más relevante y directamente concerniente a la propia vida. A los que tienen demasiada sed de verdad, de claridad en su mundo interno y en su vida, a quienes buscan verdades que sacien su sed, y no simplemente que satisfagan su curiosidad. También a quienes no creen que el acceso a los conocimientos más relevantes —los concernientes a los secretos últimos del ser humano y de la vida — deba ser el privilegio de ciertos especialistas. A los que saben que la verdad se protege a sí misma. Se dirige asimismo a quienes echan en falta un conocimiento más global y esencial que les aporte el horizonte que su formación no les ha aportado. También a los que, interesados en su propio auto-conocimiento y auto-mejoramiento, quieren conocer cómo la sabiduría de todos los tiempos ha abordado y cimentado estas tareas.
Estructura de la obra
Hemos estructurado este libro en dos partes. En la primera, ahondaremos en algunas de las ideas apuntadas:
¿Es útil la filosofía? ¿Debe serlo? ¿En qué sentido lo es y en qué sentido no? ¿Qué queremos decir cuando afirmamos que hay un conocimiento que transforma? ¿Qué es la «filosofía perenne»? ¿Por qué buena parte de la filosofía dejó de ser «sabiduría»? ¿Ha asumido históricamente la religión la función liberadora y sanadora (la del «cuidado de la salud del alma») que dejó de tener la filosofía? ¿Dónde están los sabios en nuestra cultura? Etc.
En la segunda parte, nos adentraremos en lo que hemos denominado filosofía perenne. Intentaremos hacer ver cómo ciertas ideas básicas sostenidas por la sabiduría de todos los tiempos pueden iluminar nuestra vida cotidiana y desvelar su hondura y sus posibilidades. Estas reflexiones, a la vez que servirán de introducción a la sabiduría imperecedera, irán dando respuesta a preguntas del tipo:
¿Cómo desenvolvernos en medio de la complejidad creciente del mundo actual, sin desvincularnos de nuestro espacio interior y de sus exigencias? ¿Cómo entrar en contacto de modo habitual con ese espacio, el único que nos permite obrar con autenticidad, simplicidad y lucidez? ¿Es posible hallar la propia voz cuando la saturación de información y de voces ajenas ha falseado nuestras necesidades reales? ¿De qué manera conservar la inocencia, la puerta hacia la plenitud interior y hacia la sabiduría, cuando parece que todo nos invita a la astucia y a la lucha descarnada? ¿Cabe hacer de nuestra actividad habitual, cuando se imponen la celeridad o la rutina, un camino de crecimiento? ¿Cómo ser eficientes siendo a la vez creativos, es decir, sin que la búsqueda de resultados mediatice nuestra propia verdad y nuestra necesidad de expresión auténtica? ¿De qué modo habitar en la complejidad y en la incertidumbre sin caer en la desorientación o en la dispersión?...
Nuestras reflexiones no se impondrán como explicaciones cerradas ni como recetas para la acción; buscarán sólo sugerir, de modo que el lector pueda ir encontrando y despertando sus propias respuestas dentro de sí.
Esta segunda parte de este libro orbitará en torno a ciertas máximas de la sabiduría perenne y a las intuiciones centrales de algunos filósofos (de filósofos sabios que han compartido la señalada concepción terapéutica de la filosofía). Con ello buscaremos mostrar cómo obras y autores que quizá creíamos distantes o inaccesibles pueden resultar cercanos y sugerentes; sus palabras nos servirán de inspiración para pensar por cuenta propia.
Nos encontraremos con referencias a la filosofía presocrática, muy en particular a la figura de Heráclito. Al estoicismo romano (Epicteto, Marco Aurelio, etc.), los mejores herederos de lo que el pensamiento griego tuvo de «filosofía de vida». Haremos alusión a pensadores que nos son más cercanos en el tiempo y que, en mayor o menor grado, son emergencias más recientes de la sabiduría perenne, como Ralph W. Emerson, Soren Kierkegaard, Friedrich Nietzsche, Simone Weil, etc. A «sabios» contemporáneos que no han sido filósofos, como Jiddu Krishnamurti o Albert Einstein. A la denominada «mística especulativa» occidental, representada en la figura del Maestro Eckhart. Al pensamiento taoísta: Lao Tse y Chuang Tzu. Al hermetismo egipcio, en el que muchos filósofos griegos hallaron una importante fuente de inspiración. Al pensamiento índico, en concreto, a las Upanishad, el vedanta advaita o vedan-ta de la no-dualidad. Al budismo zen, muy en particular, a un breve texto, el Sin-sin-ming, que es una interesante confluencia del pensamiento budista con el no-dualismo índico y con el taoísmo. Etc.
En todos estos pensadores y enseñanzas, más allá de las disparidades individuales, culturales, geográficas y temporales, late un mismo espíritu, un mismo tipo de vigor que es un cauce de la fuerza transformadora y liberadora de la realidad, de la verdad viva. Todos ellos son una provocación, un desafío: ejemplos privilegiados de la altura real que podemos alcanzar, de la riqueza de nuestro potencial. Nos enseñan que la lucidez, la plenitud y el gozo sereno, como estados estables, no son una ilusión, sino nuestra naturaleza profunda: nuestra herencia y nuestro destino.
Fuente: Mónica CAVALLÉ: «La sabiduría recobrada. La filosofía como terapia» Introducción
Ver también la sección: FILOSOFIES PER A LA VIDA