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Prioridad del «ser» sobre el «hacer»

De la «praxis» a la «contemplación» (la mirada directa, atenta y desinteresada de la realidad)

La sabia experiencia de los antiguos: la dimensión creadora de la «contemplación»

La Sabiduría antigua nos enseña que el hacer-por-el-hacer-mismo y el producir-siempre-más conciernen sólo a lo exterior: no llenan al hombre, sino que, por el contrario, lo vacían.

Sabiduría griega: El hombre no ha nacido para «hacer», sino para «contemplar», el mismo «hacer» hay que entenderlo en función del «contemplar».

La contemplación tiene un significado preciso y una importancia decisiva en la dimensión política: salva no sólo al individuo, sino a través del individuo, a la toda ciudad.

Nuestras vidas a veces corren enfrascadas y ajetreadas. Solemos vivir activos, atareados y anhelantes. Los hay que cuando se paran y están inactivos lo pasan mal: amantes del bullicio ambiental, no soportan el sosiego y menos aún la soledad; tienen miedo a pensar, a reflexionar. Nuestra vida transcurre a menudo en la superficie, de forma epidérmica. Pocas veces nos atrevemos a adentrarnos en nosotros mismos.

La sociedad moderna parece haberse quedado sin horizonte ni destino claros, sin metas ni puntos de referencia consistentes. Nos encontramos insertos en una cultura que mitifica la productividad, la eficacia, el activismo y el éxito. Anestesiados como estamos por el consumismo y la industria del entretenimiento, en su seno una gran mayoría de personas se convierten en seres pasivos, dóciles, a veces parecen enajenados de sí mismos, viviendo sumergidos en el engranaje social artificiosamente montado a base de consumismo, hiperactivismo, superficialidad, artificiosidad, enajenación y falta de auténtico sentido y horizonte. Nos perdernos en las cosas accidentales y secundarias, olvidándonos de lo esencial. No hay detenimiento, pausa, escasea el sosiego, escapamos del silencio, tanto exterior como interior. Atrapados por lo urgente, lo importante se eclipsa. Lo esencial se desatiende. Una sensación de insatisfacción y de vacío nos invaden.

A pesar del ajetreado mundo de la cultura moderna, al afrontar las distintas situaciones de la vida alguna vez nos hemos preguntado qué es lo realmente importante, a qué dar importancia y a qué no. La reflexión serena invita a considerar nuestras limitaciones últimas, a vivir el presente con más intensidad y juzgar los objetivos con más lucidez. Todas las personas buscan referencias que les sirvan de orientación, que aclaren su horizonte, que motiven su esfuerzo, que nos orienten hacia metas que sean capaces de despertar nuestro entusiasmo, nuestra confianza, la ilusión. En definitiva, encontrar horizontes por los cuáles valga la pena realmente vivir.

Entre perseguir y llenar sus vidas de cosas materiales y cuidar las necesidades más hondas del ser humano, los más sabios de los antiguos lo tenían bastante claro. La lucidez por ellos alcanzada hacía que defendieran: «Conócete a ti mismo». Entra a fondo en tu interioridad. Conoce tu verdadero ser. Reflexiona, piensa por ti mismo. Ten capacidad de enjuiciamiento, ten ideas propias, ten una mirada crítica y profunda sobre la realidad. No te quedes en la superficie, en la epidermis de las cosas.

La pausa, el sosiego, la tranquilidad, la tarea contemplativa parecen haber quedado casi orilladas, aparcadas, de la vida actual. Y emplear el tiempo en algo sin un rendimiento productivo directo y tangible nos parece una barbaridad. Así vamos dejando de lado el cultivo del «ser» para centrarnos a menudo, demasiado obsesivamente, en el «hacer».

Mucho tenemos que aprender de los antiguos. Entre los sabios de la antigüedad clásica existía una clara supremacía de la actividad contemplativa, del «contemplar» (theoréin) sobre el «hacer», el «actuar»; del «ser» sobre el «hacer» (la praxis: actividad, acción, producción). Para el pensamiento antiguo en sentido originario «theoría» quería significar contemplación, mirada directa, atenta y desinteresada; un sentido muy alejado del que la ha llegado a identificar con una cierta construcción intelectual. Para ellos la «teoría» sería así algo opuesto a la «praxis», la «acción», el «hacer», la «práctica», mientras la «contemplación» sería una de las formas —sino la forma más alta— de la vida verdaderamente activa. Profundicemos un poco más en este aspecto.

  • Una de las cuestiones nucleares del pensamiento helénico: supremacía del «contemplar» (theoréin) sobre el «actuar», el «hacer» (la praxis: actividad, acción, producción).
  • Entre el «hacer» y el «ser»: prioridad del «ser» sobre el «hacer».
  • El problema verdadero, el problema de fondo no es ¿qué «hacer»? sino ¿qué «ser»?
  • El fin principal de la vida no es tanto el «hacer», sino el llegar a «ser», llegar a ser a través de la «contemplación».
  • El fin principal de la vida no es tanto el «hacer», sino la «contemplación» de la «verdad».
  • La contemplación busca descubrir, alcanzar, la «verdad».
  • La importancia ontológica (la dimensión creadora) de la «contemplación»

La contemplación es para el hombre el más rico y fecundo silen­cio: es el «silencio metafísico», en el que él (el ser humano) se construye (a sí mismo).

Este es el aspecto del modo de pensar del hombre griego que cons­tituye, ciertamente, la mayor antítesis del pragmatismo del hombre de hoy, anclado en el «productivismo tecnológico a ultranza».

  • La generación del «ser» es el resultado de la contemplación. La contemplación produce», es «productiva», coadyuva a acrecentar, desarrollar nuestro «ser».
  • No se trata tanto de tener o de hacer, sino de llegar a ser, de ser, y ser en profundidad. No se trata de ampliar las cosas que el hombre tiene o hace, sino que se busca hacerle crecer a través de la contemplación de la Verdad.
  • Platón presenta la contemplación de la Verdad y del Ser como fuente de los valores morales del hombre, condición indispensable del espesor ético que caracteriza a todo ser humano.
  • Qué es un hombre y qué cosa específicamente le corresponde hacer o sufrir como humano: estas son las «cosas» de las que va en búsqueda (persigue) el auténtico «sabio» y en cuya indagación se empeña a fondo.
  • ¿Cuál es el fin en vista del cual la naturaleza y Dios nos han engendrado? Interrogado sobre esto, Pitágoras respondió: “observar el cielo”. Además, solía afirmar que él especulaba sobre la naturaleza y que en vista de este fin había venido al mundo.
  • Contemplar la verdad y el ser, esto es, el «todo» implica un alejamiento de aquellas cosas que los hombres estiman y, por tanto, una forma de vida ascética en sentido helénico:
  • Contemplando el «Todo»* cambian necesariamente las perspectivas usuales limitadas a las partes y, en una óptica global, cambia el significado que se da a la vida humana y se impone una nueva jerarquía de valores.
  • Los mejores hombres serán aquellos que más claramente han visto y contemplado la Verdad. La vida moral depende estructuralmente, pues, de la contemplación de la «verdad».
  • La contemplación tiene un significado preciso y una importancia decisiva en la dimensión política: salva no sólo al individuo, y a través del individuo, a la ciudad.

La contemplación, actividad «ontológica», generadora, acrecentadora de nuestro «ser».

Si queremos tener el coraje de romper las cadenas que nos atan a la esclavitud del pragmatismo y del tecnicismo debemos recuperar, en su justa medida, el sentido griego de la dimensión ontológica de la contemplación de la «verdad» y del «Todo».

La Sabiduría antigua nos enseña que el hacer-por-el-hacer-mismo y el producir-siempre-más conciernen sólo a lo exterior: no llenan al hombre, sino que, por el contrario, lo vacían.

El problema verdadero no es ¿qué hacer? sino ¿qué ser? En otros términos, no se trata de aumentar (con la praxis y la técnica) las cosas que el hombre tiene, sino que se busca hacer crecer al mismo hombre a través de la contemplación de la Verdad.

Dice Plotino (Plotinus; 205-270 d. C.) provocativamente: Tú, pues, te aumentas a ti mismo cuando desechas todas las demás cosas y el Todo se te hace presente cuando las has eliminado; pero, a quien sigue con esas otras cosas, él no se manifiesta» (VI 5, 12).

Si queremos tener el coraje de romper las cadenas que nos atan a la esclavitud del pragmatismo y del tecnicismo debemos recuperar, en su justa medida, el sentido griego de la dimensión ontológica de la contemplación de la verdad y del Todo.  Está en juego no sólo la verdad y el Todo, sino también, y fundamentalmente, cada uno de nosotros. Sería incorrecto, agrega Plotino, imaginar que la Verdad o el Todo «vengan» al hombre, por el contrario, es éste el que «se va», cuando el Todo «no está presente».

La contemplación como fin supremo del hombre

¿Qué puede decirnos acerca de estas consideraciones la sabiduría de los griegos? La respuesta es: el hombre no ha nacido para hacer, sino para contemplar, el mismo hacer hay que entenderlo en función del contemplar.

Recorramos las etapas esenciales de este fecundo razonamiento. El texto base que nos introduce en esta problemática es un fragmento del Teeteto. En ese diálogo, para explicar que el fin principal de la vida del «filó­sofo» es la contemplación, Platón toma como ejemplo emblemático al primero de los filósofos, Tales de Mileto. El «filósofo», en cuanto tal, no se interesa por las cosas políticas que suceden en la ciudad y, en general, no se ocupa de las cosas exteriores por los siguientes motivos:

SÓCRATES.— [...] Es sólo el cuerpo [del filósofo] el que se encuentra en la ciudad y allí reside, mientras que su mente, juzgando esto poca cosa y, más aún, de ningún valor, no las estima para nada y vuela por todas partes, como dice Píndaro: bajo la tierra, midiendo las superficies como un geómetra, estudiando los astros allá arriba en el cielo y explorando por todas partes la naturaleza íntegra de las cosas existentes, de cada una en su totalidad, sin rebajarse a ninguna de aquellas que le están cerca.

TEODORO.— ¿Qué tratas de decir con esto, oh Sócrates?

SÓCRATES — Aquello, oh Teodoro, que se cuenta aún de Tales, quien, al estudiar los astros y mientras miraba hacia arriba, cayó en un pozo: su joven esclava de Tracia, inteligente y graciosa, se burló de él observando que se preocupaba tanto de conocer las cosas que están en el cielo y, sin embargo, no veía las que tenía delante, ante sus pies. La misma burla puede referirse a todos aquellos que dedican su vida a la filosofía. En realidad, a un hombre semejante se le escapa no sólo aquello que hace su prójimo, incluso su vecino, sino casi hasta si es un hombre o algún otro animal. Por el contrario: qué es un hombre y qué cosa diversa le corresponde hacer o sufrir a la naturaleza humana en relación a las otras naturalezas, estas son las cosas de las que va en búsqueda y en cuya investigación se empeña a fondo. (173E-174B).

Y en la República, Platón escribe: ¿cuáles son los verdaderos filósofos? Quienes aman contemplar la verdad» (475E).

La «contemplación» según Aristóteles

Aristóteles, en el Protréptico, afirma por su parte conceptos análogos, haciendo referencias puntuales a Pitágoras y a Anaxágoras:
El más noble de los animales de aquí abajo es el hombre, de modo que es claro que haya sido engendrado por la naturaleza y en conformidad con la naturaleza.

¿Cuál es, pues, el fin en vista del cual la naturaleza y Dios nos han engendrado? Interrogado sobre esto, Pitágoras respondió: “observar el cielo”; y solía afirmar que él especulaba sobre la naturaleza y que en vista de este fin había venido al mundo. Y dicen que Anaxágoras, interrogado acerca del fin en vista del cual uno podía desear ser engendrado y vivir, respondió: “observar el cielo y los astros que están alrededor de él, la Luna y el Sol”; como si no considerara de ningún valor todas las demás cosas».

Y al hacer suya esta tesis, Aristóteles añade:

Uno puede apreciar que nuestra tesis es más verdadera que ninguna otra. En la isla de los Beatos. Allí, en efecto, no hay necesidad de nada, ni se saca ventaja de ninguna otra cosa, sino que sólo permanece el pensar y el especular, lo que todavía, en este momento, llamamos vida libre [...] Entonces, no es despreciable la recompensa que deriva a los hombres de la ciencia, ni es pequeño el bien que de ella deriva. Como en el Hades, efectivamente, según cuanto cantan los poetas más sabios, recibiremos el premio de la justicia; del mismo modo en la isla de los Beatos, por cuanto parece, deberemos recibir el premio de la sabiduría».

Y más aún:

No existe, por lo tanto, nada de extraño, si la sabiduría no parece útil ni ventajosa, puesto que no decimos que es útil, sino que es buena; ni es justo desearla por causa de alguna otra cosa, sino por sí misma. Nosotros, en verdad, nos dirigimos a Olimpia en vista del espectáculo mismo, aun si del mismo no derivara nada más —puesto que el mismo espectáculo vale más que mucho dinero— y no nos quedamos a mirar las representaciones dionisíacas para recibir algo de parte de los actores, sino más bien lo hacemos pagándoles y preferiremos otros espectáculos en lugar de mucho dinero. Del mismo modo, también la especulación sobre el universo debe estimarse más que todas las cosas que se consideran útiles».

«El prado de la verdad»

El vértice de esta problemática ha sido analizado por la línea especulativa que une a Platón con Plotino a lo largo de más de seis siglos. En el Fedro, Platón presenta la contemplación de la Verdad y del Ser como fuente de los valores morales del hombre, condición indispensable del espesor ético que lo caracteriza de manera específica.

La contemplación consiente la aparición de la responsabilidad individual y del deber político. A. E. Taylor escribió: «Es en virtud de tal contemplación que dioses y hombres realizan la tarea práctica de establecer y mantener el orden natural y moral en el reino de la mutabilidad y del devenir».

Contemplar la verdad y el ser, esto es, el «todo» implica un alejamiento de aquellas cosas que los hombres estiman y, por tanto, una forma de vida ascética en sentido helénico: en efecto, contemplando el todo cambian necesariamente las perspectivas usuales limitadas a las partes y, en una óptica global, cambia el significado que se da a la vida humana y se impone una nueva jerarquía de valores. Los mejores hombres serán aquéllos que más han visto y contemplado la Verdad. La vida moral depende estructuralmente de la contemplación.

En la República, Platón dice sin rodeos que la contemplación tiene un significado preciso y una importancia decisiva en la dimensión política (en sentido griego): la visión del Bien Supremo se convierte en una fuerza que salva no sólo al individuo, sino también, a través del individuo, a la ciudad.

Las consecuencias obtenidas por Plotino

Para dar una idea completa del sentido absoluto del «contemplar» (theoréin) griego remito a Plotino, quien, en sus Enéadas, lleva hasta sus últimas consecuencias este punto central del pensamiento helénico, cuando atribuye a la contemplación el rango de actividad ontológica. La generación del ser es el resultado de una contemplación, de una pura contemplación. La contemplación «produce», «genera», es «productiva» por el hecho de ser «contemplación».

Más aún, según Plotino, la misma praxis -es decir, acción y producción— mira, aunque sin saberlo, a la contemplación: ella busca alcanzar la verdad, aún si procede por la vía equivocada del puro hacer y producir. Aun para quienes hacen, la contemplación es el fin: lo que ellos no han podido alcanzar por el recto camino, tratan de obtenerlo a través de un rodeo»

La contemplación es para el hombre el más rico y fecundo silen­cio: es el «silencio metafísico», en el que él (el ser humano) se construye (a sí mismo).

Este es el aspecto del modo de pensar del hombre griego que cons­tituye, ciertamente, la mayor antítesis del pragmatismo del hombre de hoy, anclado en el «productivismo tecnológico a ultranza»:

El mensaje de la Sabiduría antigua nos enseña que el hacer-por- el-hacer-mismo y el producir-siempre-más conciernen sólo a lo exte­rior: no llenan al hombre, sino que, por el contrario, lo vacían.

El problema verdadero no es ¿qué hacer? sino ¿qué ser?

En otros términos, no se trata de aumentar (con la praxis y la técnica) las cosas que el hombre tiene, sino que se busca hacer crecer al mismo hombre a través de la contemplación de la Verdad.

Dice todavía Plotino, provocativamente: Tú, pues, te aumentas a ti mismo cuando desechas todas las demás cosas y el Todo se te hace presente cuando las has eliminado; pero, a quien sigue con esas otras cosas, él no se manifiesta» (VI 5, 12).

Nuevamente, pues, si queremos tener el coraje de romper las cadenas que nos atan a la esclavitud del pragmatismo y del tecnicismo debemos recuperar, en su justa medida, el sentido griego de la dimensión ontológica de la contemplación de la verdad y del Todo. Téngase presente que aquí está en juego no sólo la verdad y el todo, sino también, y fundamentalmente, cada uno de nosotros. Plotino agrega inmediatamente en el pasaje citado que sería incorrecto imaginar que la Verdad o el Todo «vengan» al hombre, sino que, por el contrario, es éste el que «se va», cuando el Todo «no está presente».

(*) Todo: aquello en lo cual no falta ninguna de sus partes constitutivas, aquello que resulta de su contemplación plena, en toda su integridad, en todos sus aspectos o facetas, contemplándolo en su totalidad, no obviando ninguna de sus partes.

Fuente: G. REALE: La sabiduría antigua


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