Independentismo de corazón y de conveniencia
La frustración por el Estatuto recortado y la crisis hacen eclosionar el secesionismo en Cataluña
Emerge un independentismo tranquilo, que vive la opción de abandonar España sin dramas
Milagros Pérez Oliva, Diario EL PAIS, 16 SEP 2012
La manifestación independentista que el martes reunió en Barcelona a cientos de miles de personas bajo el lema Cataluña, un Estado de Europa, ha provocado un terremoto político. Una Diada histórica, un antes y un después, un nuevo escenario. Las valoraciones han sido unánimes y la sorpresa también. “Pensábamos que iba a ir mucha gente, pero no tanta”, confiesa Carme Forcadell, presidenta de la Asamblea Nacional de Cataluña, la entidad que convocó la manifestación. Un año antes, la marcha independentista apenas había reunido a 10.000 personas en el mismo lugar. ¿Qué ha pasado en Cataluña para que una parte importante del catalanismo se haya desplazado de repente hacia el independentismo?
Las causas son múltiples pero todos coinciden en que el punto de inflexión hay que situarlo en la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía. “Con esa sentencia se nos dijo que España no nos quiere en tanto que catalanes”, sostiene Carme Forcadell. Al desengaño del Estatuto se ha sumado la crisis económica, que ha aumentado el sentimiento de agravio, y la emergencia de nuevas generaciones de catalanistas, desacomplejadas y cosmopolitas, que viven la demanda de independencia sin ningún dramatismo.
La sentencia del Estatuto cerró la vía prevista en la Constitución para poder mejorar el encaje de Cataluña en España
La gestación de la propia Asamblea es una demostración de la aceleración que ha vivido la dinámica independentista. Heredera del movimiento que a partir de 2009 organizó consultas populares en diferentes municipios, la plataforma se constituyó en marzo con el único objetivo de luchar por la independencia. Para ello adoptó como forma de organización de eficacia probada en la lucha contra el franquismo, una combinación de estructura territorial y sectorial al tiempo. En unos meses ha reclutado 9.000 socios y 15.000 simpatizantes activos, agrupados en 300 asambleas locales y otras muchas sectoriales. “Desde la Diada, tenemos los teléfonos colapsados. Mucha gente quiere apuntarse”, explica la presidenta. Lingüista de profesión, Carme Forcadell es una mujer decidida, que expresa con la máxima calma la más férrea convicción. Es la cara del independentismo tranquilo. “Lo importante son las asambleas locales”, dice. “En ellas hay también militantes de partidos, pero lo que cuenta es trabajar por la independencia”.
La idea de que Cataluña se está empobreciendo se ha abierto paso en los últimos meses de forma angustiosa
“Esta forma de organización es muy efectiva”, explica Joan Subirats, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona. “Recuerda mucho a la del Tea Party de Estados Unidos: una estructura cívica de base territorial, con enlaces concretos en los partidos, pero sin depender de ellos. La base territorial es la que le da cohesión y sentido de comunidad”. La gran ola que emergió en la Diada había sido detectada ya en las encuestas periódicas del Centre d’Estudis de Opinió, el equivalente del CIS en Cataluña. La de junio pasado reveló que un 51,1% de la población votaría a favor de la independencia en un eventual referéndum, frente a solo un 21,1% que votaría en contra.
Los datos de la encuesta indican que, aunque más del 70% de los partidarios de la independencia se sitúan en posiciones de centroizquierda, el recuerdo de voto indica que hay independentistas entre los votantes de todos los partidos. Así, según el sondeo, votarían a favor de la independencia, algo muy lógico, el 95,7% de los votantes de ERC; pero también el 64,5% de los CiU; el 53,2% de los ICV; el 29% de los del PSC y hasta un 8,8% de los del PP. Y todo indica que la tendencia es al alza.
Tres décadas de encontronazos
Desde la instauración del Estado autonómico, los Gobiernos de la Generalitat y del Estado han mantenido continuas diferencias de criterios que se han dirimido en la prensa o los tribunales. Ni los acuerdos que se alcanzaban con el tiempo han servido para cerrar carpetas abiertas.
La armonización autonómica (1982) El Congreso aprueba la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico. La Generalitat recurre al Constitucional al considerar que lamina muchas competencias que figuraban en el Estatuto.
Caso Banca Catalana' (1984) Querella de la Fiscalía contra el entonces presidente catalán, Jordi Pujol, por su anterior participación en la gestión del banco, que acabó desapareciendo. CiU convirtió la imputación del mandatario catalán en un ataque a la autonomía.
Autodeterminación (1989) El Parlamento proclama el derecho de Cataluña a su autodeterminación.
Pujol y Aznar pactan un nuevo modelo de financiación (1997) La cesión del 30% del IRPF no acaba de contentar a Pujol.
El 'CAT' en las matrículas (2000) España cambia sus matrículas y Cataluña pide que figure el distintivo 'CAT'. Aznar responde: “No voy a discutir de las chapas de los coches”.
El Gobierno de Aznar aprueba un nuevo modelo de financiación autonómica (2001) Artur Mas, entonces conseller en cap, declara: "Nos proporciona más dinero, más capacidad para decidir y nos permite depender menos de las transferencias del Estado".
El trasvase del Ebro (2001) El Gobierno, con el apoyo de CiU, aprueba el Plan Hidrológico Nacional, con gran contestación en el sur de Cataluña.
El tripartito (2003) Tras 23 años de pujolismo, los socialistas llegan al poder de la mano de los independentistas de ERC. El cambio no acaba con los encontronazos.
Reunión Carod-ETA (2004) El conseller en cap de la Generalitat Josep Lluís Carod se reúne en secreto con la banda terrorista ETA en Perpiñán. La filtración de la reunión, que Carod atribuyó al Gobierno de Aznar, provoca su dimisión.
El Estatuto (2005) Todos los partidos catalanes excepto el PP aprueban el nuevo Estatuto de Cataluña, que supone un notable salto en el autogobierno. El PP empieza una campaña de recogida de firmas contra el texto. Artur Mas, entonces líder de la oposición catalana, y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero acaban pactando el recorte del texto. El PP lo lleva al Constitucional.
El hastío por las infraestructuras (2007) Un socavón en la estación de Renfe de Bellvitge provoca el caos en la red de Cercanías, el enésimo en meses. El hastío desemboca en una gran manifestación.
El Gobierno de Zapatero aprueba un nuevo modelo de financiación autonómica (2009) El presidente catalán, José Montilla (PSC), dice: “España ha hecho justicia con Cataluña, ha saldado una deuda con ella. Era injusto que, pagando los catalanes muy por encima de la media, recibiéramos por debajo de la media para atender nuestros servicios”.
Las consultas independentistas (2009) El municipio barcelonés de Arenys de Munt celebra una consulta popular sobre la independencia de Cataluña. La convocatoria se acaba extendiendo a más de medio millar de municipios, en la que acaban participando 900.000 catalanes.
La sentencia del Estatuto (2010) Tras casi cuatro años de deliberaciones, el Tribunal Constitucional falla sobre el Estatuto: declara 14 preceptos inconstitucionales y reinterpreta otros 27.
La inmersión lingüística (2010): El Tribunal Supremo sentencia que se ha de modificar el sistema de escuela en catalán para dar al castellano el peso de lengua vehicular.
El pacto fiscal en el Parlamento catalán (2012) Mas consiguió en julio que el Parlamento refrendara una propuesta unitaria de pacto fiscal. El PP se abstuvo y el PSC lo apoyó parcialmente.
El independentismo tiene una larga historia en Cataluña, pero siempre había sido minoritario. La eclosión de la Diada no se explica, sin embargo, sin un caldo de cultivo en el que destacan los siguientes elementos:
FRUSTRACIÓN Y CANSANCIO. La palabra hartazgo define bien un estado de ánimo muy generalizado que alcanzó un punto de no retorno con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto. Las fuerzas políticas catalanas habían adoptado con ilusión la Constitución de 1978 porque era lo suficientemente abierta como para permitir un amplio autogobierno. Pero el desarrollo del Estatuto de 1979 costó más de 25 años de trabajosas negociaciones y con las mayorías absolutas del PP, cualquier ley orgánica podía laminar las competencias. Bajo la presidencia de Pasqual Maragall se hizo un último esfuerzo por reforzar y blindar el autogobierno y lograr un encaje duradero de Cataluña en España. Pero, pese a que el texto había sido consensuado en el Parlamento catalán; negociado, recortado y aprobado en las Cortes Españolas, y aprobado en referéndum por los catalanes, el intento fracasó.
La frustración fue enorme en Cataluña. El fallo del Constitucional fue celebrado por el PP como un triunfo sobre el nacionalismo catalán, y así era. Pero a costa de quebrar definitivamente la confianza. Porque del Ebro para arriba fue mayoritariamente percibido como un fracaso que cerraba de forma irreversible la única vía prevista en la Constitución para mejorar el encaje de Cataluña en España. “La gente interpretó que España despreciaba la mano tendida del Estatuto”, afirma Jordi Sánchez, adjunto al Síndic de Greuges de Cataluña.
En julio de 2010, cientos de miles de personas se manifestaron en Barcelona contra la sentencia. Silencio. Al día siguiente todo volvió a su cauce. Muchos en Madrid respiraron con alivio. Otros con satisfacción. Ya está. Capítulo superado. Pero no era así. Dos años después, aquellos mismos y muchos más salían de nuevo a la calle, ya no para defender el Estatuto, sino para reclamar la independencia.
HOMBRES DE NEGRO. Sobre este estado de ánimo dominado por la decepción cayó como un rayo la crisis económica. Los catalanes fueron los primeros españoles en sentir los efectos del dogma de la austeridad, que el Gobierno de CiU comparte de forma entusiasta con Merkel y con Rajoy. Recortes en educación, sanidad y servicios sociales, copago por partida doble y doble rebaja salarial para los funcionarios. Hay mucho malestar, mucho descontento por unas políticas antisociales de cuya responsabilidad se ha zafado CiU hábilmente echando la culpa al déficit de las balanzas fiscales. Si Cataluña no tuviera un déficit fiscal con España de 16.500 millones de euros anuales, ni siquiera notaría la crisis, repite el Gobierno.
En tiempos de bonanza, la discusión sobre cuánto debe aportar Cataluña a las arcas comunes y cuánto debe recibir en retorno es un debate que puede tomar su tiempo, pero con una deuda pública de 44.000 millones de euros, los mercados financieros cerrados a cal y canto y una asfixia de tesorería que impide incluso pagar los conciertos sanitarios, eliminar o reducir el déficit fiscal se convierte en una cuestión de supervivencia. A la humillación de tener que pedir un rescate al Gobierno central se ha sumado en las últimas semanas una imagen demoledora: la posibilidad de que unos hombres de negro enviados por Cristóbal Montoro pudieran un día llamar al Palau para exigir las cuentas de la Generalitat, con todo lo que ello significa. Mas proclamó que antes convocaría elecciones que permitir que eso ocurriera. Pero puede ocurrir, entre otras cosas, porque hay una ley que lo permite, y fue aprobada con votos de CiU.
MÁS POBRES, MENOS COMPETITIVOS.
La idea de que Cataluña se está empobreciendo se ha abierto paso en los últimos meses de forma angustiosa. El nacionalismo catalán ha sabido dirigir la culpa hacia Madrid, aunque también hay quien cuestiona las opciones económicas de corte neoliberal que Mas está aplicando en Cataluña. Al margen de estas críticas, una idea ha penetrado con fuerza en el imaginario colectivo: el vigente sistema de financiación está sangrando el país y le impide competir en el mundo globalizado. Si Cataluña ocupa el segundo lugar de España en capacidad fiscal, se dice una y otra vez, no puede ser que después de hacer su contribución a la solidaridad con el resto de España quede en octava posición en recursos disponibles, porque eso la empobrece. Igual les ocurre a Madrid y a Baleares, pero en Cataluña esto se considera inaceptable y hasta el PP catalán defiende una financiación más justa.El 64,5% de los votantes de CiU votaría sí en un referéndum por la independencia, frente al 29% de los del PSC
En su dialéctica de confrontación, los independentistas no hablan de déficit sino de “expolio fiscal” y siempre que pueden recurren al mantra de que “Madrid nos roba”, un mensaje tan simple como eficaz. El problema es que los hechos salen en su ayuda: los presupuestos de inversiones nunca se ejecutan del todo, las disposiciones financieras del Estatuto han quedado en papel mojado, y cuando Cataluña reclama el corredor ferroviario del Mediterráneo, el Gobierno maniobra para priorizar el central.
NUEVOS ACTORES POLÍTICOS. La eclosión independentista tiene mucho que ver también con la emergencia de unas nuevas generaciones de catalanistas nacidos y educados en democracia, que no miran al pasado, sino al futuro y que viven la posibilidad de la independencia como algo normal. “Ellos ven las cosas mucho menos dramáticamente que nosotros, también la independencia”, observa Joan J. Queralt, profesor de Derecho Penal de la Universidad de Barcelona. “Para estos jóvenes, todo es más natural. Nosotros venimos de una cultura con mucha culpa y mucha preocupación por las consecuencias. Ellos no. No hay dramatismo en su vida, tal vez porque todo les ha sido dado hasta ahora. Son responsables, pero de otra manera. Para ellos todo es posible. ¿Irse de España? Si no nos quieren, ¿por qué no? ¿dónde esta el problema?”.
Este “pensamiento plácido”, en cierto modo ingenuo, no concibe que quienes predican democracia, no permitan un proceso de secesión planteado de forma democrática. ¿Dónde está el problema? El catalanismo ha crecido en estos jóvenes como una piel que lo envuelve todo. Tienen un arraigado sentido de pertenencia y han crecido viendo con normalidad cómo banderas esteladas ondeaban en los conciertos de rock. En un contexto de crisis general, de falta de referentes, en el que tampoco hay ideologías fuertes a las que acogerse, la independencia es para ellos una causa ilusionante, positiva, algo que merece la pena.
NOSOTROS Y ELLOS. Para que exista un proyecto nacional, tiene que haber una comunidad que se sienta de esa nación. Tienen razón los que, a favor o en contra, ven en el término nación una cuestión nuclear. Para crear comunidad, tiene que haber sentido de pertenencia. Se ha de definir un nosotros y en el caso de las naciones discutidas, ese nosotros se construye en contraposición a ellos. En este caso, ellos es España. “La idea de nosotros es una construcción social", explica Jordi Argelaguet, director del Centre d’Estudis de Opinió (CEO). “Una vez definida la idea de nosotros, cuando ese colectivo percibe que es cuestionado, lo que hace es cohesionarse aún más”. A esa cohesión contribuyen poderosamente unos medios de comunicación en catalán, en general de muy buena factura profesional, que tienden a presentar todo lo que ocurre en el mundo desde la óptica del interés nacional de Cataluña. El discurso dominante suele amplificar los agravios y se retroalimenta con los efectos que provoca, de manera que esos medios son identificados como los nuestros y eso les otorga el liderazgo en Cataluña. Un buen ejemplo de círculo virtuoso.
En la emergencia del independentismo hay un componente emocional muy fuerte, pero también influyen otros factores. Según Jordi Argelaguet, entre los que votarían a favor de la independencia se observan dos perfiles diferenciados: los que lo harían por razones de identidad y los que lo harían por cálculo de oportunidad. Hay pues un independentismo doctrinal, basado en la identidad, de corte emocional, que difícilmente cambiará de posición, y un independentismo más racional, no necesariamente nacionalista, que llega a esa posición por un cálculo de coste-beneficio. Ese es un fenómeno nuevo, que también se ha observado en Quebec, según un estudio de Jordi Muñoz y Raúl Tormos editado por el CEO.
En un contexto de crisis en el que tampoco hay ideologías fuertes, la independencia es una causa ilusionante
Ese estudio apunta que el marco conceptual catalocentrista de algunos medios de comunicación no tiene una influencia decisiva sobre los independentistas ya convencidos del núcleo duro, aquellos que lo son por razones de identidad, pero sí, y mucho, sobre aquellas personas susceptibles de engrosar el independentismo de oportunidad. Esto puede explicar en parte el rápido crecimiento de esta opción en los últimos tiempos. Y también su carácter transversal. “El independentismo reúne gente con recorridos biográficos y sociales muy diversos. Aunque predomina el de origen catalán, ha penetrado también en los castellanohablantes, sobre todo en los más jóvenes”, apunta Argelaguet. Este es un fenómeno natural. Durante mucho tiempo, una parte de la derecha española se ha sentido en la obligación de defender unos supuestos intereses de la población procedente del resto de España, supuestamente contrarios a los intereses de los catalanes. Si en algún momento hubiera existido ese peligro, hace tiempo que perdió virtualidad. Los hijos de quienes emigraron a Cataluña en los sesenta ya tienen 50 años, sus hijos han nacido aquí y están plenamente integrados gracias a que al principio de la transición se dijo que "es catalán todo el que vive y trabaja en Cataluña".
"Es catalán todo aquel que quiere serlo", proclama ahora Carme Forcadell. También aquí hay un cambio. Se puede tener una identidad de elección, un nacionalismo de adopción. En el mundo globalizado, eso será cada vez más frecuente. "En la opción por la independencia de muchos jóvenes hay un componente liberal muy importante", subraya Argelaguet. “Como hacen con muchas otras cosas, estos jóvenes miran, comparan y deciden. La libertad de elección es una parte sustancial de la educación que han recibido”. Quieren lo mejor y quieren progresar. Y muchos han llegado a la conclusión de que, tal como están las cosas, España es un lastre. Lo mejor es que Cataluña se constituya como entidad nueva en el contexto europeo. “En pleno siglo XXI, nadie concebiría que esta opción, manifestada de forma pacífica y democrática pueda suponer en Europa ningún riesgo”, indica el director del CEO. Cabe preguntarse si esta misma actitud crece en el resto de España.
ESCENARIO EUROPEO. El de las nuevas generaciones no es un nacionalismo romántico, excluyente, no busca alimentarse de glorias pasadas, ni está en ningún bucle melancólico. Se sitúa en el escenario europeo, el mismo en que se produjo la separación amistosa de Chequia y Eslovaquia y el mismo que ha visto alumbrar en las últimas décadas varios países independientes. Para ellos, la trágica experiencia de los Balcanes no es imaginable. España ya está en la Unión Europea. “La convicción de que un proceso secesionista puede hacerse sin traumas y solo con la convicción de la democracia, es un motor imparable. Se puede discutir cuál será el coste, pero la voluntad democrática en la urnas es invencible”, añade Jordi Sánchez.
Así están las cosas en Cataluña. La Diada ha dejado una sensación de punto y aparte. De cambio de época. Adiós al paradigma del victimismo. Atrás ha quedado el pujolismo y la política de “peix al cove”, o “pájaro en mano”, esa estrategia basada en conquistar penosa y cansinamente cotas de autogobierno por la vía de ser imprescindible en Madrid. Una estrategia que ha agotado a ambas partes. Para quienes participaron en la manifestación más multitudinaria vivida en Barcelona, esa vía está agotada y ahí estaba Jordi Pujol caminando bajo una bandera independentista para certificarlo. Sobre lo que pueda ocurrir a partir de ahora, nadie se atreve a hacer pronósticos.