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Individualismo posesivo y antropología de las necesidades (y III)

Sobre las búsquedas del ser humano

Desde la lógica de la escasez a la utopía de la abundancia

Hay recursos que se caracterizan por requerir ser compartidos para crecer. Sólo en el darse, crecen.

Los seres humanos nos sentimos inquietos, no paramos de buscar, perseguimos llenar el vacío interior que nos corroe acudiendo a las más diversas distracciones o accediendo a diversidad de sucedáneos en busca de aquello que calme nuestro ávido desasosiego… pero en lo más hondo de nosotros mismos ¿qué demonios andamos buscando?

Hay en cada ser humano una necesidad inmensa de ser aceptado, de ser acogido, de religarse, de reconectarse con algo que lo trascienda. Esta necesidad se ve ofuscada, obnubilada, por nuestra concepción de un mundo regido por la escasez. La lógica de la escasez considera que, dada la existencia de recursos limitados y escasos, esos recursos para evitar perderlos mejor no compartirlos. Esa misma lógica hace también que se tornen invisibles aquellos recursos que son abundantes.

Existe entre nosotros una cierta corriente de pensamiento que vocifera/voxifera por ahí la idea que ante la escasez de ciertos recursos (trabajo, recursos sanitarios, plazas escolares, vivienda, ayudas sociales, etc.) mejor no compartirlos con los de fuera, pues de hacerlo seríamos nosotros, sus legítimos propietarios, quienes nos veríamos privados de ellos. Esa mentalidad sostiene que ante la disponibilidad de recursos escasos aquel que los comparte los pierde, es decir que si alguien gana es porque otro pierde (suma cero). Pero existen también otras lógicas distintas en la vida para las que no sólo existe el juego suma cero (en los que si alguien gana es porque necesariamente otro pierde), sino que también existen otros juegos: juegos en los que todos ganan, mediante los que todos salen ganando. Hay recursos que se caracterizan por requerir ser compartidos para crecer. Sólo en el darse crecen. La ideología dominante nos reduce el ámbito de lo posible, acota y limita nuestros sueños, invisibiliza amplios segmentos de la realidad, nos impide confiar y amar sin cálculo, dificulta nuestra solidaridad y compasión. La visión economicista y mercantilista de la realidad nos lleva a un error de apreciación: existen recursos escasos que al ser compartidos se pierden para aquel que los comparte. Para superar ese error de apreciación será necesario, pues, transitar hacia una nueva creencia, la de una utopía de la abundancia.

En el paradigma economicista, en el necesario equilibrio entre medios y fines se abandona la ideal adecuación, coherencia, congruencia entre unos y otros y se persigue por encima de todo la eficiencia. Lo que importa es conseguir los fines propuestos, no importa tanto a qué precio, con qué medios alcanzarlos. En esta forma de razonar se buscar imponer nuestra voluntad a toda costa. Esa forma de razonar ha incrustado en nuestro psiquismo y en nuestra manera de actuar un creciente divorcio entre medios y fines, entre procesos y metas. Cada vez se produce una mayor disociación entre fines y medios (no importa tanto qué medios utilizar con tal que nos permitan alcanzar/conseguir los fines pretendidos. El fin justifica los medios. No importante el instrumento a emplear con tal de que nos lleve al fin propuesto.)

Ese creciente divorcio, disociación, separatividad entre fines y medios propios de esa lógica, de esa tal mentalidad, trasladada a otros ámbitos no estrictamente económicos o mercantiles provoca en nosotros mismos un quiebre o disociación interna que nos produce infelicidad, dolor, angustia, insatisfacción y sufrimiento (los fines no justifican los medios). Gran parte del dolor y de la infelicidad humana son producto de la percepción incorrecta del carácter de estos recursos producida por la ideología de la escasez. Existen, sin embargo, recursos como el afecto, el amor, el saber y el conocimiento, la información… y otros recursos de los que cada uno disponemos que pueden quedarse ocultos y escondidos por temor a perderlos o crecer arriesgándose a compartirlos.

Hay recursos que por su naturaleza son creadores de vida, instauradores de potencialidad y de virtualidad transformadora, generadores de diversidad y de enriquecimiento colectivo. Recursos sinérgicos tales como el amor, el saber, la información, la creatividad, el poder sobre uno mismo, la memoria colectiva, la identidad grupal.

Si la emoción fundamental en la cual ha estado instalada nuestra cultura ha sido la codicia y el egoísmo, el mundo que de allí emergerá será de codicia y de egoísmo, y el producto resultante la exclusión, la miseria y el hambre, la violencia y la guerra. Si por el contrario nuestra emoción fundamental llega a ser el afecto y la generosidad, fluirán de ésta la cooperación, la solidaridad, la paz y la aceptación del otro, la alegría del compartir, la sinceridad, la autenticidad, la plenitud, la felicidad…

Por Antonio Elizalde Hevia

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La naturaleza humana es producto de una doble condición: nuestra condición de mamíferos, esto es de animales que se desarrollan desde el momento de su gestación en el útero de la hembra y nacen mediante una expulsión del útero materno; y la existencia de una conciencia, esto es una capacidad reflexiva sobre nuestra propia existencia o condición, incluida el nacimiento mediante una expulsión. De allí que el relato bíblico de la expulsión del paraíso, sea no sólo una metáfora, sino que incluso sea vivenciado por el ser humano como una realidad. ¿Cuánto dolor inconsciente es producto del sentimiento de rechazo y de pérdida propia de un mamífero consciente de su forma de nacer? ¿Qué cicatrices llevamos en nuestra memoria genética? ¿Cuánto hay aún por cicatrizar en nuestro interior producto de esta "herida" primigenia?  Tengo la convicción que es en este sentimiento de pérdida y rechazo donde radica la explicación para gran parte de todas las búsquedas humanas. Hay en cada ser humano una necesidad inmensa de ser aceptado, de ser acogido, de religarse, de reconectarse con algo que lo trascienda. Sin embargo, esta necesidad se ve imposibilitada por la creencia instalada en nosotros respecto a la existencia de una concepción de un mundo regido por la escasez.

Esta es una construcción ideológica que es fundamental erradicar. La ideología dominante nos reduce el ámbito de lo posible, acota y limita nuestros sueños, invisibiliza amplios segmentos de la realidad, nos impide confiar y amar sin cálculo, dificulta nuestra solidaridad y compasión. Requerimos por lo tanto transitar hacia una nueva creencia, la de una utopía de la abundancia, la cual es más acorde con los descubrimientos que tanto la física como la biología nos aportaron durante el siglo recién pasado, así como con los aportes provenientes de las grandes tradiciones espirituales de la humanidad.

Desde la lógica de la escasez a la utopía de la abundancia

La lógica de la escasez, surge del hecho de que como algunos recursos - los económicos - son escasos y limitados, hemos tendido a ver todos los recursos como limitados y hemos hecho invisibles todos aquellos recursos que son abundantes. Nuestra cosmovisión anclada en la escasez los hace invisibles.

Es necesario develar el profundo error que subyace tras esta visión de la realidad gobernada por el paradigma economicista. Por una parte, existen recursos escasos, es decir recursos que están sometidos a la Segunda Ley de la Termodinámica, los cuales al ser compartidos se pierden para aquel que los comparte. Con aquellos ocurre lo mismo que a un cuerpo que irradia su calor a otro pero al hacer esto pierde su propio calor. Si alguien tiene dinero y se lo da a otra persona, ésta última lo gana pero aquel lo pierde. Es lo que ocurre en aquellos juegos a los cuales se denomina "suma cero", si alguien gana es porque otro pierde.

Este tipo de recursos opera dentro de una lógica en la cual los fenómenos o acontecimientos se encuentran vinculados unos a otros en relaciones de causalidad y/o de secuencialidad. Unos se ubican antes y otros después, unos se encuentran en el origen y otros en el resultado, a los primeros se les denomina causas y a los otros se les llama efectos. Pero también para otros efectos, cuando ya no se busca el explicar sino el operar sobre la realidad con un propósito determinado, se denomina a los primeros medios y a los segundos fines. Estos recursos actúan en consecuencia inmersos en relaciones lineales y monocausales. En ese razonamiento se ha buscado incrementar en el máximo grado posible la relación de adecuación o coherencia existente entre los primeros y los segundos y a eso se le llama eficiencia.

El abuso en esta forma de razonar sobre el universo y de buscar imponer nuestra voluntad a toda costa sobre la realidad nos ha conducido a un creciente divorcio entre medios y fines, entre procesos y metas. Vivimos actualmente inmersos en una disociación casi absoluta entre la racionalidad sustantiva, la que dice relación con los fines o metas de nuestro existir y operar en el mundo, y la racionalidad instrumental que tiene que ver con los medios de los cuales hacemos uso para alcanzarlas. Esta rotunda y honda división ha ido reforzando y a la vez retroalimentando una noción de separatividad que profundiza en nosotros mismos un quiebre o disociación interna que nos produce infelicidad, dolor, angustia, insatisfacción y sufrimiento.

Sin embargo, todos tenemos evidencias y profundas intuiciones que nos indican que existen otros caminos, otras formas de realidad donde no sólo existe el juego suma cero, donde alguien gana y necesariamente alguien pierde, sino que también existen otros juegos; juegos donde todos ganan. Juegos colectivos donde lo que importa es el jugar y no el ganarle a otros. Juegos donde el goce y la felicidad se obtiene no en la meta, sino que en el disfrute mismo del juego.

Hay recursos que por su naturaleza son creadores de vida, instauradores de potencialidad y de virtualidad transformadora, generadores de diversidad y de enriquecimiento colectivo.

Desde una perspectiva similar es posible descubrir que hay recursos que se caracterizan por requerir ser compartidos para crecer. Sólo en el darse crecen. Estos son recursos que violan la ley universal de la entropía creciente del universo; aquella ley que señala que el universo camina hacia su homogeneización, hacia la igualación de las temperaturas de todos los cuerpos llegándose así a un cese del intercambio energético y por lo tanto a la desaparición de todo cambio, movimiento y transformación; en fin, a la muerte del universo. Hay recursos que por su naturaleza son creadores de vida, instauradores de potencialidad y de virtualidad transformadora, generadores de diversidad y de enriquecimiento colectivo. Recursos sinérgicos tales como el amor, el saber, la información, la creatividad, el poder sobre uno mismo, la memoria colectiva, la identidad grupal.

Gran parte del dolor y de la infelicidad humana son producto de la percepción incorrecta del carácter de estos recursos producida por la ideología de la escasez. ¿Cuántos de nosotros, si no todos, no hemos vivido sintiéndonos poco queridos e intentando acumular afectos a cualquier precio, incluso al de nuestra propia dignidad? ¿Cuántos no hemos sentido envidia y celos por que hemos visto que otro ser humano recibía el cariño y amor que creíamos nos pertenecía; aunque quien lo recibía era alguien a quien queríamos muy profundamente (padre, madre, hijo/a, hermano/a, pareja)? Sin embargo, estos recursos son los descritos en la parábola de los talentos: pueden quedarse ocultos y escondidos por temor a perderlos o crecer por arriesgarse a compartirlos. ¿Existe algo que implique más un darse que el amar? ¿No es de la naturaleza misma del amor la donación de sí mismo a otro? ¿No son el amor, el cariño y el afecto en sí mismos un compartir? ¿Por qué razón, entonces los vemos como la negación de lo anterior? ¿Es posible amar sin compartir lo más íntimo y propio con otro ser humano con absoluta generosidad, sin medida alguna y sin ningún tipo de cálculo? ¿Qué nos lleva a calcular y a medir lo incalculable y inconmensurable? ¿Por qué no vemos la profundidad de nuestro error perceptivo?

El saber y el conocimiento son recursos sinérgicos. Solamente llegan a ser tales en la medida en que al darse de unos a otros fructifican en la producción de nuevos sentidos, de nuevas significaciones, de nuevas verdades. Si no fuesen compartidos no lograrían llegar a ser lo que son, les estaría negado alcanzar su vocación o naturaleza peculiar y específica. El conocimiento se hace tal en un proceso de diálogo del sí mismo con el otro y de confrontación crítica del pensamiento y verdades propias con las de los demás. Es un construirse del yo, en su dimensión cognitiva, con la alteridad. Los saberes son conocimientos que se han ido acumulando durante largo tiempo mediante procesos en que han participado muchos seres humanos, interactuando de diversos modos y transmitiéndose unos a otros los logros individuales e incrementando de esa manera el saber individual y colectivo.

Otro recurso sinérgico es la información, por su propia naturaleza es antes que nada un flujo de comunicación entre varias personas. De no existir ese flujo de comunicación no existiría información. Asumiendo la aproximación propia de la Teoría General de Sistemas se afirma que la neguentropía es la cantidad de información requerida para la creación de orden; con este término se conjugan tanto la termodinámica como la teoría de la información. La neguentropía es el dato, el conocimiento que hace posible que disminuya la incertidumbre, la confusión y el desorden y se genere un estado temporal de certidumbre, claridad y orden en el sistema. Así pues, es deseable que todo sistema tenga los canales de comunicación que le permitan adquirir la información pertinente para bajar su estado entrópico.

Desde la perspectiva asumida en esta reflexión, la información tiene un carácter eminentemente relacional. Sólo hay información cuando existe un emisor y un receptor de ella. La información no compartida no cumple su vocación, muere en cuanto tal. De allí entonces su carácter fundamentalmente sinérgico. Sinergia que es positiva si contribuye a disminuir la incertidumbre y confusión, el temor a lo desconocido y la angustia respecto a lo ignorado. Sinergia negativa si desinforma, oculta o niega el antecedente, la precisión del detalle requerido, el dato iluminador que provee sentido y significado.

Si la emoción fundamental en la cual ha estado instalada nuestra cultura ha sido la codicia y el egoísmo, el mundo que de allí emergerá será de codicia y de egoísmo, y naturalmente fluirán de éste la exclusión, la miseria y el hambre, la violencia y la guerra. Si por el contrario nuestra emoción fundamental llega a ser el afecto y la generosidad, fluirán de ésta la cooperación, la solidaridad, la paz y la aceptación del otro como un legítimo otro, la alegría del compartir y del comer juntos, conducta esta última propia del linaje de primates del cual provienen los homínidos, los que al hacer así fueron los únicos que pudieron desarrollar lenguaje y de ese modo construir cultura.

Concluyo compartiendo las palabras de Pablo Neruda, quien al recibir el Premio Nobel señaló: “pienso con no menor fe que todo está sostenido - el hombre y su sombra, el hombre y su actitud, el hombre y su poesía - en una comunidad cada vez más extensa, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera los une y los confunde."

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Fuente: Estudios IGLESIA VIVA, Nº 211, jul-set, 2002 (https://iviva.org/archivo/?num=211)


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