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Ser guía para uno mismo (I)

Ser nuestro propio guía en el cuidado de sí y en el arte de vivir.

Algunos obstáculos que encontramos habitualmente en la tarea de pensar por nosotros mismos.

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Kant nos invita a que cada cual se responsabilice plenamente de sí mismo, a que sea su propio sacerdote, su propio abogado y su propio médico, es decir, su propio guía en el cuidado de sí y en el arte de vivir.

 

Trasladando la invitación kantiana a emancipamos de todas las tutelas a nuestras circunstancias, a nuestro contexto, reflexionaremos sobre algunos obstáculos, tanto externos como internos, que encontramos habitualmente en la tarea de pensar por nosotros mismos.

Obstáculos externos: los tutores

Al igual que en la época de Kant, hoy en día los obstáculos externos bien pueden sintetizarse en la expresión «tutores»: aquellas instancias o personas que «toman sobre sí la tarea de superintendencia»; que no promueven nuestra plena emancipación; que debilitan nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestro criterio; que exageran y dramatizan los errores que conlleva seguir el propio camino; que nos intimidan de forma obvia o sutil cuando nos apartamos de sus directrices.

La Instrucción religiosa

«Tutores»: aquéllos que no promueven nuestra plena emancipación; que debilitan nuestra confianza en nosotros mismos; que nos intimidan cuando nos apartamos de sus directrices.

Un ámbito en el que han abundado los tutores es el religioso. Frente a la genuina educación espiritual, la que favorece el cultivo de la sensibilidad hacia lo profundo tal como se manifiesta en nuestra propia interioridad, cierta instrucción religiosa ha promovido, con demasiada frecuencia, actitudes y consignas que van en dirección opuesta a la que define nuestra mayoría de edad.

Por ejemplo, se nos invita a tener «fe», pero no entendida como confianza en nuestro propio fondo, que es uno con el fondo de la realidad, sino como asentimiento a dogmas y creencias inverificables. Hay quienes se erigen en mediadores entre nosotros y lo divino, quienes afirman conocer cuál es la voluntad de Dios para nosotros y quienes sostienen que sus palabras han de ser asumidas como infalibles. Códigos de conducta, lastrados por condicionamientos culturales, se proponen como referentes externos del bien y el mal. Se nos repite que el espíritu propio es mal consejero y que ha de ser subsanado por la obediencia a una autoridad externa, etc. renunciando a nuestra autorresponsabilidad, esto es, a ejercitar el propio discernimiento en cuestiones que nos conciernen íntimamente y en las que nadie nos puede sustituir (pues no hay especialistas en nosotros mismos, aunque algunos tutores del alma y de la psique, y algunas megaempresas,se arroguen esta distinción).

La renuncia al ejercicio del propio discernimiento en el ámbito más íntimo, el de la vida espiritual, constituye un punto ciego estructural que propicia que también se incurra en esa abdicación en otras esferas de la vida.

La ciencia y los ámbitos de investigación y de práctica científicas

Sería desacertado pensar que hay ámbitos que de modo intrínseco garantizan la mayoría de edad del pensamiento. Aunque admitamos que unos la favorecen más que otros, ningún factor externo garantiza una actitud personal de amor incondicional a la verdad o la convicción en el valor absoluto de la libertad.

De este modo, si bien los espacios de investigación científica tienen como lema la plena libertad del pensamiento, y si bien pertenece a la naturaleza de los mismos la aspiración a la absoluta independencia, sería ingenuo concluir que están a salvo de los tutores. El dogmatismo no es solo propio de la religiosidad inmadura. Con mucha frecuencia se disfraza de razón y de ciencia. Por eso, la vigilancia que posibilita el logro de la mayoría de edad del pensamiento no deja fuera ningún ámbito de la actividad humana; incluye también el cuestionamiento de la práctica científica y del uso que se hace de la razón, lo que permite discernir entre la genuina razón crítica y la racionalización obtusa.

No solo los dogmas religiosos han frenado históricamente los avances de la ciencia. También los dogmas científicos han entorpecido esos avances. Por ejemplo, hay científicos que pasan por alto que los hechos científicos han de ser interpretados y que la elección de teorías interpretativas ya no es un hecho científico, sino una decisión que, al menos en parte, es extracientífica, es decir, que puede dejar paso a dogmas y prejuicios.

Los científicos-tutores son aquellos que se instalan en dogmas científicos indiscutibles que actúan a modo de prejuicios; los que adoptan en la defensa de los mismos actitudes en ocasiones tan combativas como las propias de los proselitistas más sectarios.

El médico-tutor

Kant ironiza, en su descripción de los tutores, con la figura del médico-tutor: el sacerdote de bata blanca a quien se cede el cuidado del propio cuerpo, en quien se abandona la responsabilidad por el cuidado de uno mismo en el ámbito psicofísico. La relación médico-paciente también ha de aspirar al ideal de la mayoría de edad. No sucede así, es decir, el médico actúa como tutor, cuando no fomenta que sus pacientes sean los protagonistas en el cuidado de su salud: que sean proactivos al respecto y que estén instruidos sobre su enfermedad.

El médico de la mente-tutor. Todo lo dicho es extensible al marco de cualquier relación de ayuda establecida entre adultos, como, por ejemplo, las psicoterapias o las terapias psiquiátricas. Si bien estas relaciones de ayuda están, en principio, directamente comprometidas con la superación de la minoría de edad del pensamiento, y si bien en la mayoría de los casos cumplen satisfactoriamente este objetivo, tampoco se hallan libres de los tutores. El tutelaje en estos ámbitos se manifiesta en las actitudes paternalistas de aquellos terapeutas que creen conocer mejor que sus pacientes lo que estos últimos necesitan.

La universidad

Las universidades son el ámbito por excelencia de conservación y transmisión de la herencia cultural, así como de creación de conocimiento, de nuevas ideas y valores. Forma parte intrínseca del concepto contemporáneo de universidad la aspiración a ser un espacio de cuestionamiento constante, de fomento de la investigación independiente y del pensamiento crítico. La plena autonomía de la universidad frente a los poderes religioso y político -que frenaron en ella en el pasado los avances científicos y culturales- es una conquista históricamente reciente.

Ahora bien, esta autonomía está lejos de ser plena. Es frágil, requiere una conquista permanente, pues el alto grado de honestidad, independencia y libertad que precisa la mayoría de edad del pensamiento es poco habitual, y la pereza, la cobardía o el oscurantismo siempre adoptan nuevas formas.

Los que no viven para el conocimiento, sino de él. Nos detendremos en una modalidad habitualmente larvada de asfixia de la libertad de pensamiento presente en los ámbitos universitarios. Adopta la forma de obstrucción de la excelencia por parte de personas y camarillas que buscan defender sus espacios de poder y, en último término, su mediocridad.

Se trata de «la vieja contraposición de los que viven para una cosa frente a los que viven de ella, de los que son frente a los que aparentan», de los que se ponen al servicio de una causa que los trasciende, «la verdad, la sabiduría, la belleza, el bien, de quienes subordinan su ego y sus opiniones en aras de un servicio desinteresado a la realidad objetiva de las cosas», frente a los que utilizan dichas causas para sus fines personales. La mediocridad está presente allí donde no hay aspiración a la verdadera excelencia.

M. CAVALLÉ: El arte de ser

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Ver también: En pos de la mayoría de edad y la plena emancipación de uno mismo

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