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Edgar MORIN: La mente bien ordenada

Una educación para una mente bien ordenada, bien formada

Una verdadera reforma del pensamiento está en marcha.

La organización de los conocimientos

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Los problemas importantes que enfrentamos, no pueden ser resueltos con el mismo nivel de pensamiento que teníamos cuando los creamos. Albert EINSTEIN. ¿Cómo pensamos, cómo percibimos la realidad, por qué tipo de cuestiones y problemáticas nos interesamos, cómo las percibimos y cómo enfocamos la solución de las mismas? Nuestra forma de pensar y de enfocar los problemas está determinada por el mayor o menor desarrollo de ciertas aptitudes y capacidades en función de la educación recibida. Esa estructuración mental que ha forjado la educación recibida condiciona el análisis y diagnóstico de los problemas y la búsqueda de soluciones más o menos complejas a los mismos… Constituye una necesidad cognitiva poner en su contexto los conocimientos particulares y situarlos respecto de un conjunto. La excesiva especialización en determinadas áreas del conocimiento a veces obstaculiza nuestra capacidad para la percepción de la complejidad, contextualización e interacción de los problemas...

Nuestro mundo y la solución a los problemas que en él se dan requieren de mentes bien amuebladas, pero especialmente bien formadas, bien estructuradas, de mentes “globales”. Entre los que deberían tener este tipo de formación están nuestros dirigentes políticos. Muchos de ellos adolecen de la formación “global” necesaria para afrontar la complejidad de los problemas de nuestro mundo. Ello es evidente en muchas de sus propuestas políticas, especialmente cuando pretenden inmiscuirse y regular determinados aspectos en el ámbito antropológico, de “ingeniería social”, algunos de los llamados “neo-derechos”, etc. El enfoque que realizan de muchos de esas problemáticas es todavía miope, reduccionista, coyuntural, cortoplacista y desde una perspectiva antropológica y civilizatoria les falta amplitud de miras, horizontes amplios… (por ejemplo, en cuestiones como derecho a la vida, maternidad subrogada, matrimonio del mismo sexo, ideología de género…).

La civilización es el reflejo del bagaje «cultural» que nuestra especie ha ido acumulando, por reflexión y experiencia, a lo largo del tiempo. Lo que a continuación se analiza son los avatares y consecuencias, para el progreso del pensamiento y de la humanidad, de la forma de estructurar y organizar ese complejo bagaje «cultural». 

El desarrollo tradicional de las disciplinas científicas fracturó y compartimentó cada vez más el campo del saber. Los «saberes», los «conocimientos», las distintas «disciplinas» sufren enormes atrasos en los casos en los que todavía reina la reducción y la compartimentación. Las nuevas perspectivas cognitivas animan a articular entre sí disciplinas que hasta ahora estaban desunidas. Con este nuevo espíritu científico, podemos pensar que una verdadera reforma del pensamiento se ha puesto en marcha. Tenemos que apostar por este espíritu si queremos beneficiar la inteligencia general, la aptitud para plantear problemas, la posibilidad de vincular conocimientos. A este nuevo espíritu científico habrá que agregarle el espíritu renovado de la cultura de las humanidades ya que esta favorece la aptitud para abrirse a todos los grandes problemas, la aptitud para reflexionar, para aprehender las complejidades humanas, para meditar sobre el saber y para integrarlo en la vida propia, para ver con mayor claridad la conducta y el conocimiento de uno mismo.

Para nuestro autor E. MORIN “una mente bien ordenada” significa que mucho más importante que acumular el saber es disponer simultáneamente de: a) una aptitud general para plantear y analizar problemas; b) principios organizadores que permitan vincular los saberes y darles sentido. Una educación para una mente bien ordenada, que ponga fin a la desunión entre las dos culturas, la volvería apta para responder a los formidables desafíos de la globalidad y de la complejidad en la vida cotidiana, social, política, nacional y mundial. Se trataría de un proceso continuo, a lo largo de los diversos niveles de la enseñanza, en los que debería movilizarse la cultura científica y la cultura de las humanidades.

  • Es mejor una mente bien ordenada que otra muy llena (Montaigne).
  • Una mente bien ordenada es una mente que es apta para organizar los conocimientos y evitar una acumulación estéril.
  • El desarrollo de la aptitud para contextualizar y totalizar los saberes se convierte en un imperativo de la educación.
  • La inteligencia general es necesario en todos los campos de la cultura de las humanidades y en la cultura científica y, por supuesto, en la vida.
  • Para pensar localmente hay que pensar globalmente, de la misma manera que, para pensar globalmente hay que saber, también, pensar localmente.
  • El desarrollo anterior de las disciplinas científicas fracturó y compartimento cada vez más el campo del saber. Quebró las entidades naturales: el cosmos, la naturaleza, la vida, el ser humano.  Hoy, sin embargo, las nuevas tendencias llevan a vincular, contextualizar y totalizar saberes hasta ahora fragmentarios y compartimentados.
  • Una verdadera reforma del pensamiento se ha puesto en marcha. Tenemos que apostar todo a este espíritu si queremos beneficiar la inteligencia general, la aptitud para plantear problemas, la posibilidad de vincular conocimientos.
  • La cultura de las humanidades favorece la aptitud para abrirse a todos los grandes problemas, la aptitud para reflexionar, para aprehender las complejidades humanas, para meditar sobre el saber y para integrarlo en la vida propia para comprender con mayor claridad la conducta y el conocimiento de uno mismo.
  • Una educación para una cabeza biem formada, la volvería apta para responder a los formidables desafíos de la globalidad y de la complejidad en la vida cotidiana, social, política, nacional y mundial.

No se les enseña a los hombres a ser honestos, se les enseña todo el resto. PASCAL

La finalidad de nuestra escuela es enseñar a repensar el pensamiento, a des-saber lo sabido y a dudar de la propia duda, único modo de comenzar a creer en algo. JUAN DE MAIRENA

 

La primera finalidad de la enseñanza fue formulada por Montaigne: vale más una mente bien ordenada que otra muy llena. El significado de “una cabeza muy llena” es claro: es una cabeza en la que el saber se ha acumulado, apilado, y no dispone de un principio de selección y de organización que le otorgue sentido. “Una mente bien ordenada” significa que mucho más importante que acumular el saber es disponer simultáneamente de: una aptitud general para plantear y analizar problemas; principios organizadores que permitan vincular los saberes y darles sentido.

LA APTITUD GENERAL

El desarrollo de las aptitudes generales del pensamiento permite un desarrollo mejor de las competencias particulares o especializadas. Cuanto más poderosa es la inteligencia general, mayor es la facultad para analizar problemas especiales. La educación debe favorecer la aptitud natural del pensamiento para plantear y resolver los problemas y, correlativamente, estimular el pleno empleo de la inteligencia general.

Este pleno empleo necesita del libre ejercicio de la facultad más extendida y más vivaz, la curiosidad, que con demasiada frecuencia la instrucción apaga y que habría que estimular o despertar. Por lo tanto, se trata de apoyar, aguijonear la aptitud para interrogar y orientarla hacia los problemas fundamentales de nuestra propia condición y de nuestro tiempo. El desarrollo de la inteligencia general requiere que su ejercicio esté relacionado con la duda,  germen de toda actividad crítica que, como indica Juan de Mairena, permite “repensar el pensamiento” pero también implica “la duda de la propia duda”. Debe recurrir al ars cogitandi que incluye el buen uso de la lógica, de la deducción, de la inducción - el arte de la argumentación y de la discusión. También implica esa inteligencia que los griegos denominaban metis,  “conjunto de aptitudes mentales que combinan el olfato, la sagacidad, la previsión, la ductilidad de espíritu, la maña, la atención vigilante, el sentido de la oportunidad”.

Como el buen uso de la inteligencia general es necesario en todos los campos de la cultura de las humanidades y en la cultura científica y, por supuesto, en la vida, en todos estos campos habría que subrayar el “buen pensar” que de ningún modo conduce a convertirse en un buen pensante.

LA ORGANIZACIÓN DE LOS CONOCIMIENTOS

Una mente bien formada es una mente apta para organizar los conocimientos y evitar una acumulación estéril. Todo conocimiento constituye al mismo tiempo una traducción y una reconstrucción a partir de señales, signos, símbolos, en forma de representaciones, ideas, teorías, discursos. La organización de los conocimientos, implica operaciones de unión (conjunción, inclusión, implicación) y de separación (diferenciación, oposición, selección, exclusión). El conocimiento implica al mismo tiempo separación y unión, análisis y síntesis. Nuestra civilización y, por consiguiente, nuestra enseñanza, privilegiaron la separación en detrimento de la unión, el análisis en detrimento de la síntesis. Unión y síntesis quedaron subdesarrollados.

Como nuestro modo de conocimiento desune a los objetos, tenemos que concebir qué los une. Como aísla a los objetos de su contexto natural y del conjunto del que forman parte, constituye una necesidad cognitiva poner en su contexto un conocimiento particular y situarlo respecto de un conjunto. En efecto, la psicología cognitiva demuestra que el conocimiento progresa por la aptitud para integrar estos conocimientos en su contexto y su conjunto total. Por consiguiente, el desarrollo de la aptitud para contextualizar y totalizar los saberes se convierte en un imperativo de la educación.

El desarrollo de la aptitud para contextualizar tiende a producir el surgimiento de un pensamiento “ecologizante” en el sentido de que sitúa todo acontecimiento, información o conocimiento en una relación inseparable con el medio -cultural, social, económico, político y, por supuesto, natural-. No hace más que situar un acontecimiento en su contexto, incita a ver cómo éste modifica al contexto o cómo le da una luz diferente. No basta con inscribir todas las cosas y hechos en un “marco” u “horizonte”. Se trata de buscar siempre las relaciones e inter-retro-acciones entre todo fenómeno y su contexto, las relaciones recíprocas entre el todo y las partes. Al mismo tiempo, se trata de reconocer la unidad dentro de lo diverso, lo diverso dentro de la unidad, reconocer, por ejemplo, la unidad humana a través de las diversidades individuales y culturales, las diversidades individuales y culturales a través de la unidad humana. Finalmente, un pensamiento que vincule se abre hacia el contexto de los contextos, el contexto planetario.

Para seguir este camino el problema no reside tanto en abrir las fronteras entre las disciplinas sino en transformar lo que genera estas fronteras: los principios organizadores del conocimiento. Considero imposible conocer las partes sin conocer el todo y conocer el todo sin conocer particularmente las partes... Para pensar localmente hay que pensar globalmente, de la misma manera que, para pensar globalmente hay que saber, también, pensar localmente.

Hay un problema clave que permanece: ¿cuáles son los principios que podrían elucidar las relaciones de reciprocidad entre partes y todo y reconocer el vínculo natural e insensible que relaciona las cosas más alejadas y las más diferentes? ¿Cuáles son los modos de pensar que nos permitirían concebir que una misma cosa pueda ser causada y causante, ayudada y ayudante, mediata e inmediata?

UN NUEVO ESPÍRITU CIENTÍFICO

La segunda revolución científica del siglo xx puede contribuir hoy a lograr una cabeza bien formada. Esta revolución, que comenzó en varios frentes en los años sesenta, opera grandes desmembramientos que llevan a vincular, contextualizar y totalizar saberes hasta ahora fragmentarios y compartimentados y que, desde su aparición, permiten articular de manera fecunda las disciplinas entre sí.

En el último medio siglo, la idea de sistema comenzó a minar, progresivamente, la validez de un conocimiento reduccionista. La teoría general de los sistemas, partiendo del hecho de que la mayoría de los objetos forman parte de sistemas, es decir, conjuntos de partes diversas que constituyen un todo organizado (el todo no es más que el conjunto de las partes que lo componen). La rutina de la ciencia disciplinaria era tan fuerte que el pensamiento sistémico estuvo durante mucho tiempo confinado fuera de las ciencias naturales y humanas y, hoy todavía, sigue siendo marginal.

Dado que el desarrollo anterior de las disciplinas científicas fracturó y compartimento cada vez más el campo del saber, quebró las entidades naturales sobre las que siempre se produjeron los grandes interrogantes humanos: el cosmos, la naturaleza, la vida y, en última instancia, el ser humano. Las nuevas ciencias, la ecología, las ciencias de la Tierra, la cosmología, son poli o transdisciplinarias: su objeto no es un sector o una parcela sino un sistema complejo que forma un todo organizador. Al mismo tiempo, resucitan las entidades naturales: el Universo (cosmología), la Tierra (ciencias de la Tierra), la naturaleza (ecología), la humanidad (a través de la nueva prehistoria del proceso multimilenario de hominización). De esta manera, todas estas ciencias rompen el viejo dogma reduccionista de explicación por lo elemental: consideran sistemas complejos en los que las partes y el todo se producen conjuntamente y se organizan mutuamente y, en el caso de la cosmología, una complejidad que va más allá de todo sistema.

ECOLOGÍA. La idea de sistema se insertó y luego se impuso a partir de la noción de ecosistema. La noción de ecosistema significa que el conjunto de las interacciones entre poblaciones vivas dentro de una unidad geofísica que puede ser determinada constituye una unidad compleja de carácter organizador: un ecosistema. El ecólogo, que tiene como objeto de estudio un ecosistema, debe apelar a múltiples disciplinas físicas para concebir el biotipo y a las disciplinas biológicas (zoología, botánica, microbiología) para considerar la biocenosis. Además, debe convocar a las ciencias humanas para considerarlas interacciones entre el mundo humano y la biosfera.

CIENCIAS DE LA TIERRA. Las ciencias de la Tierra consideran al planeta como un sistema complejo que se autoproduce y se autoorganiza. Articulan entre sí disciplinas que habían estado separadas como la geología, la meteorología, la vulcanología, la sismología. Nos encaminamos hacia una concepción geo-bio-física de la tierra en la que se integran sistémicamente las características físicas del origen biológico (el oxígeno del aire, el calcáreo, etc.), en el que la vida no es sólo un producto sino un actor de la física terrestre.

COSMOLOGÍA. El cosmos había sido liquidado a comienzos de siglo por la concepción einsteniana del espacio-tiempo. A partir los años sesenta se impuso la concepción de un cosmos singular en su devenir. Para conocerlo se asocia la observación astrofísica con los resultados de las experimentaciones microfísicas, es decir, la disciplina de lo infinitamente pequeño con la disciplina de lo infinitamente grande. Y algunos cosmólogos que, a la manera de Pascal, reflexionan sobre la situación humana entre estos dos infinitos, intentan introducir la posibilidad de la vida y de la conciencia en su idea de cosmos (principio antrópico). De este modo, disciplinas diversas (astronomía de la observación, física, microfísica, matemática), más una reflexión casi filosófica, se utilizan de manera reflexiva para acceder de la mejor manera posible a la inteligibilidad de nuestro Universo.

LOS RETRASOS

Lamentablemente, la revolución de la concentración de los campos pluridisciplinarios dista mucho de estar generalizada y, en muchos sectores, ni siquiera comenzó, especialmente en lo que concierne al ser humano, víctima de la gran desunión entre naturaleza/cultura, animalidad/humanidad, que sigue despedazado entre su naturaleza de ser vivo estudiado en la biología y su naturaleza física y social estudiada en las ciencias humanas.

La nueva prehistoria nos permite unir lo biológico y lo humano y procura concebir la hominización, aventura de algunos millones de años,  como el paso de lo animal a lo humano y el de la naturaleza a la cultura. Tiene que apelar a la ecología (cambios climáticos que estimularon la hominización), a la genética (mutaciones sucesivas desde el australopitecus hasta el homo sapiens), a la anatomía (el vínculo entre bipedestación y uso de las manos, cuerpo erguido, modificación del cráneo), a las neurociencias (crecimiento y reorganización del cerebro), a la sociología (transformación de una sociedad de primates en una sociedad humana), a las teorías de Bolk (el adulto que conserva los caracteres no especializados del embrión y los caracteres psicológicos de la juventud).  Aquí se anuda el primer vínculo indisoluble entre ciencias de la vida y ciencias humanas.

En las ciencias cognitivas se busca el vínculo entre el cerebro, órgano biológico, la mente, entidad antropológica y la computadora, inteligencia artificial.

En lo que respecta a las ciencias de la vida y a las ciencias del hombre, los prodigiosos progresos de la biología molecular y de la genética permiten concebir el vínculo entre física, química y biología, ya que la vida se diferencia del mundo físico-químico por la organización y no por la materia. En tanto que la biología molecular se esfuerza por reducir cualquier comportamiento de lo viviente a juegos genético- químicos, en otro horizonte de las ciencias biológicas se desarrolló una visión etológica que revela la complejidad de las estrategias no sólo animales sino vegetales, la inteligencia y la complejidad de las relaciones entre monos superiores, especialmente en los chimpancés, la existencia no de hordas sino de verdaderas sociedades en los mamíferos. De manera que las ciencias biológicas progresan en múltiples frentes, pero estos frentes no están coordinados entre sí y llevan a ideas divergentes.

Por otra parte, las ciencias propiamente humanas también están compartimentadas: historia, sociología, economía, psicología, ciencias de lo imaginario, mitos y creencias, sólo se comunican en algunos investigadores marginales. Sin embargo, la historia tiende a convertirse en ciencia multidimensional, que integra en su seno las dimensión económica, antropológica (el conjunto de las costumbres, hábitos, ritos sobre la vida y la muerte) y vuelve a integrar el acontecimiento.

De esta manera, las grandes concentraciones de campos sufren enormes atrasos en los casos en los que todavía reina la reducción y la compartimentación. Pero cosmología, ciencias de la Tierra, ecología, prehistoria, nueva historia, permiten articular entre sí disciplinas que hasta ahora estaban desunidas. Con este nuevo espíritu científico, podemos pensar que una verdadera reforma del pensamiento se ha puesto en marcha, pero que todavía es muy desigual.

Tenemos que apostar todo a este espíritu si queremos beneficiar la inteligencia general, la aptitud para plantear problemas, la posibilidad de vincular conocimientos. A este nuevo espíritu científico habrá que agregarle el espíritu renovado de la cultura de las humanidades. No olvidemos que la cultura de las humanidades favorece la aptitud para abrirse a todos los grandes problemas, la aptitud para reflexionar, para aprehender las complejidades humanas, para meditar sobre el saber y para integrarlo en la vida propia para, correlativamente, ver con mayor claridad la conducta y el conocimiento de uno mismo.

De manera podemos considerar los caminos que permitirían encontrar la finalidad de la cabeza bien puesta. Se trataría de un proceso continuo, a lo largo de los diversos niveles de la enseñanza, en los que debería movilizarse la cultura científica y la cultura de las humanidades. Una educación para una cabeza bien formada, que ponga fin a la desunión entre las dos culturas, la volvería apta para responder a los formidables desafíos de la globalidad y de la complejidad en la vida cotidiana, social, política, nacional y mundial.

Por lo tanto, es necesario que, de manera imperativa, restauremos la finalidad de la cabeza bien organizada, en las condiciones de nuestro tiempo y con sus propios imperativos.

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Fuente: Edgar MORIN: La mente bien ordenada (resumen cap. 2)


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