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Religión, mensaje y lenguaje

Cuando el lenguaje oscurece el mensaje

En algunos titulares podemos leer: "El Dios del teísmo ha dejado de ser creíble porque resulta incompatible con los presupuestos de la cosmovisión moderna". El desprestigio que hoy tienen los relatos bíblicos y otros textos sagrados tiene que ver especialmente con que nos hemos vuelto incapaces de entender el lenguaje empleado por esas religiones. Las religiones deberán sufrir una transformación de gran alcance, para cubrir las necesidades religiosas actuales. Necesitan una revisión radical para cumplir con las necesidades religiosas del ser humano actual. Y ese necesario cambio debería empezar por el propio lenguaje utilizado.

El problema viene de lejos: el cristianismo de las primeras comunidades al extenderse por el Mediterráneo fue sometido a un proceso de “helenización”. Un proceso que consistió en pensar y presentar el cristianismo, originalmente judío, en categorías filosóficas griegas. Se vertió el cristianismo originario en nuevas categorías (Dios, verdad, misterio, naturaleza, esencia, sustancia, persona...) propias de la cultura griega dominante en aquel tiempo. Y todavía hoy porta ese lastre en términos de visión, de categorías y de actitud y de cuyo anacronismo aún no se ha tomado suficiente conciencia. El lenguaje religioso que los cristianos actuales hemos recibido está constituido por una terminología, una serie de conceptos, imágenes y representaciones cosmológicas, antropológicas, culturales, etc. los cuales nos mantienen dentro de una atmósfera y un mundo cultural muy alejado del nuestro. Ese lenguaje propio de otra cosmovisión y de otra antropología muy distintas a la nuestra, para muchos cristianos actuales resulta ya incomprensible e incluso inasumible. Como consecuencia se produce una quiebra entre conceptualización transmitida, lenguaje utilizado y mensaje captado. Ello provoca en muchos creyentes incomunicación, incomprensión, desinterés, apatía, desidia…

Lenguaje e interpretación de la realidad

La realidad será en sí misma la misma, independientemente de la descripción o interpretación que hagamos de ella. Esa realidad la podemos expresar o referirnos a ella a través de diversos tipos de lenguaje (descriptivo, mítico, metafórico, narrativo, experiencial…). Todas nuestras explicaciones sobre las cosas son intentos de interpretar la realidad. Estas interpretaciones están condicionadas por nuestra propia cosmovisión y por el lenguaje propio de esa cosmovisión que nos permite expresarla. Esas cosmovisiones son expresadas a través del lenguaje. En este sentido los lenguajes son la expresión que cada época tiene de su visión del mundo. Las cosmovisiones evolucionan y con estas los lenguajes con los que se expresan. Pero el lenguaje es poder y quién lo domina y controla o quién es capaz de transformarlo y manipularlo tiene capacidad para cambiar la percepción que la gente tiene de la realidad.

En el campo de las religiones en nuestros días un gran obstáculo para la fe es la utilización de un lenguaje religioso que no acaba de adaptarse a la cosmovisión de la nueva sociedad moderna y secular y que permanece aburridamente prosaico. Las palabras son importantes como puentes de comunicación y relación entre las personas. Los cristianos disponemos de la Palabra bíblica, repetida y leída a lo largo de la historia, para que cada persona, más allá de la literalidad del texto, pueda entender su mensaje en la cosmovisión de su tiempo, en su situación, en las circunstancias de su vida. No cabe pues una lectura e interpretación literalista y fundamentalistas de la Biblia.

De una entrevista al fundador de “Cristianismo y comunicación” entresacamos las siguientes ideas: Desde la fundación se pretende ayudar a vivir y comunicar un cristianismo que sea una propuesta inteligente y significativa para los hombres y mujeres de hoy, una experiencia que realmente toque la vida. Muchas de las palabras y símbolos con los que hasta ahora se ha vivido la experiencia cristiana hoy no significan nada para la vida de la gente. Se trata de encontrar nuevos lenguajes capaces de comunicar esa experiencia. La sociedad del bienestar y la sociedad tecnológica nos resuelven las necesidades básicas, pero no nos dan respuesta al sentido de la vida. El sufrimiento, la desgracia, el dolor, la falta de perspectivas de futuro o la muerte… nos pillan desprevenidos. Nuestro sistema de vida excluye pensar en nuestros propios límites. El cristianismo puede y debe dar respuesta a esos interrogantes. La fe debe entrar también a través de los poros y no solo a base de discursos, prohibiciones y razonamientos. Es muy necesaria la comunicación tú a tú, y más todavía el compartir en profundidad la experiencia humana derivada de la fe. La Iglesia ha de replantearse su lenguaje, sus modos comunicativos. Muchos conceptos, palabras y símbolos con los que se comunican y celebran su fe para gran parte de los fieles y más aún para los no practicantes son insignificantes o se entienden de forma muy distorsionada. Nacieron en contextos culturales muy diferentes y existe el peligro de que ya no tengan ninguna resonancia en nuestra experiencia cotidiana.

Religiones: mensaje y comunicación

Las religiones son grandes ”sistemas” interpretativos, organizativos, y también doctrinales. Las religiones generan grandes cosmovisiones del mundo, de la vida, de la existencia. Crean grandes formas de interpretación de la realidad, del mundo, que posteriormente son transmitidas, asimiladas e integradas por los fieles y de las que viven sus seguidores. Cada cosmovisión es heredera y reflejo de la mentalidad de su época. Interpretan el mundo y se expresan con los parámetros interpretativos y hermenéuticos propios de su época.

También son grandes “sistemas comunicativos”. Desde una cierta óptica las religiones también las podemos considerar como “sistemas de comunicación”. Sistema de comunicación que contribuyen a ponernos en comunicación con la dimensión trascendente de la realidad, con la esfera de lo divino. Y como todo sistema comunicativo disponen de un determinado código (conjunto de signos y símbolos con los que se expresan) para transmitir sus mensajes. Pero como cualquier otro código, para que ese código surta efecto, este ha de ser dominado por ambos polos del sistema comunicativo, emisor y receptor: ha de ser dominado por el EMISOR para expresarse adecuadamente y comprendido por el RECEPTOR para captar apropiadamente el mensaje transmitido. Y aquí reside uno de los problemas que lleva a la quiebra de la comunicación entre E y R. Las religiones a menudo transmiten sus mensajes en un código comunicativo desconocido por los receptores (mitos, narraciones, metáforas, conceptos, símbolos, rituales…). Unos receptores que ya no dominan el código con el que se transmiten los mensajes porque están expresados de forma un tanto exótica y resulta extraña para la mentalidad de nuestro tiempo y de la cosmovisión actual de la realidad. Los fieles han perdido el contacto y desconocen el significado y sentido originarios de los símbolos y formas expresivas utilizadas por la religión y en consecuencia surge la incomunicación y por tanto el desinterés y la apatía por la rica savia viva que los inspira y les da vida.

Algunas religiones, entre ellas la cristiana, tienen pues un serio problema comunicativo. Ya no se las entiende, porque quizás se dedican más a transmitir verdades doctrinales que a ricas experiencias vivenciales (se mueven más cómodamente en el ámbito de la racionalización del mensaje que en el actitudinal y auténticamente vivencial). Utilizan un lenguaje no apropiado a los tiempos actuales. Continúan utilizando un lenguaje que nuestra sociedad ni entiende ni conoce. No han sido capaces de adaptar su lenguaje a la mentalidad de cada época. Ese fue el esfuerzo que hizo el cristianismo en sus orígenes intentando expresar en cosmovisión griega, la rica tradición hebrea. Hoy la Iglesia continúa expresándose con categorías greco-romanas semidesconocidas para el ciudadano medio actual, categorías muy alejadas de la mentalidad de la sociedad moderna y secular acostumbrada a manejarse en un paradigma tecno-científico y tecnológico. Un lenguaje desfasado, no apropiado, para las sociedades postindustriales. Nos encontramos en pleno s. XXI y las grandes religiones siguen empleando un lenguaje pre-industrial. Su mensaje no llega a ser comprendido por sus fieles.

Es necesario y urgente que las Iglesias se replanteen su forma de comunicar, su lenguaje. Muchos de los conceptos, expresiones, símbolos etc. utilizados pertenecen a una cosmovisión que para el ciudadano del s. XXI, para la sociedad moderna inmersa en un paradigma científico-técnico y tecnológico, resulta ya incomprensible. Esa desconexión entre significantes y significados que sufren los fieles en la actualidad produce incomunicación y desencanto. Esos conceptos, terminología, imágenes, símbolos, formas expresivas, rituales, etc. nacieron en contextos culturales muy distintos a los nuestros y son propios de unas sociedades muy diferentes a la actual. Existe pues el peligro cierto de que ya no tengan ninguna resonancia significativa en nuestra experiencia cotidiana.

La inculturación o transposición de la rica cosmovisión hebrea a la cosmovisión griega, posteriormente a la romana y más modernamente a las distintas lenguas vernáculas conlleva una serie de ventajas, pero también de peligros e inconvenientes.  La gran falacia de la Institución religiosa y la que ha hecho y hace más daño a las conciencias de los creyentes ha sido la manipulación del lenguaje gracias a que ha mezclado lo esencial con lo que tiene un carácter de forma doctrinal o ritual; ha mezclado el contenido con el continente y los ha puesto en el mismo nivel de verdad; ha confundido el vino con los botes, como si fueran una misma cosa y tuvieran la misma importancia y la misma incidencia salvadora. Y, en el fondo del fondo, esta manipulación -consciente o inconsciente- del lenguaje, es una de las causas últimas del descrédito de la religión actual. La iglesia cristiana manteniendo el mensaje del evangelio tendría que renovar, actualizar su lenguaje.

El lenguaje bíblico

La Biblia no es palabra directa de Dios. La Biblia, como otros libros -sagrados, filosóficos, poéticos, o legislativos- nos transmite palabras humanas surgidas de la experiencia de personas con un avanzado nivel de conciencia. La Biblia, y todos los libros sagrados, son valiosas antologías de destacadas experiencias religiosas y éticas. Dios, la Realidad inmanente y trascendente, no se manifiesta directamente en los libros sagrados; se ha manifestado en la conciencia humana, y esta experiencia ha sido traducida a los libros sagrados, inevitablemente mediante los conceptos culturales de su época, y con más o menos acierto.

El desprestigio que hoy tienen los relatos bíblicos tiene que ver especialmente con que nos hemos vuelto incapaces de entender el carácter realista del mito.

Cuando las realidades son demasiado grandes, nos faltan conceptos, palabras y términos para expresarlas. Términos que son formas de expresar lo indecible. No nos extrañemos, pues, de la forma de expresarse tan diferente a la nuestra que tienen los libros sagrados, de los mitos y leyendas empleadas por la Biblia, porque también Platón los empleaba cuando hay ciertos ámbitos de la vida mental-religiosa que se iluminan mejor con historias y leyendas que con sesudas definiciones de talante filosófico. Los textos sagrados y el mensaje en ellos contenido suele venir expresado en un lenguaje extraño, raro, oscuro, exótico para nosotros; mensajes expresados a través de los mitos, símbolos, narraciones, metáforas y rituales propios de una determinada época, una determinada área geográfica, una determinada cultura, en definitiva, una cosmovisión muy distante de la nuestra. Aquellas culturas tenían, como tiene cada cultura, su propia cosmovisión y su particular forma de expresarse.

¿Cómo referirse a realidades en puridad inefables? A Dios, por ejemplo, directamente nadie lo ha visto. El carácter simbólico de todas las imágenes, conceptos y manifestaciones religiosas sobre Dios tiene una inmensa importancia. Respecto a la forma de imaginarnos y expresar esa realidad última o trasfondo último que rige todo cuanto existe y que denominamos Dios, ese conjunto de imágenes, conceptos y manifestaciones religiosas que utilizamos para referirnos a Dios es absolutamente necesario, si se cae en la cuenta de que, por principio, la divinidad es lo esencialmente otro y, en principio también, incomunicable. En estricta puridad no podríamos hablar de lo inefablemente Otro si no es a base de símbolos, analogías, leyendas y mitos.

Se podría decir que el lenguaje religioso es simbólico, metafórico, analógico y basado en modelos; cada uno de estos marcos de referencia permite reconocer que el objeto del lenguaje religioso es trascendente y no está disponible de modo inmediato. Tal lenguaje, por tanto, no es el trasunto de una representación objetiva, no es referencial de modo inmediato, o lógicamente descriptivo o demostrativo en su referencia. El lenguaje religioso tiene siempre una estructura metafórica, porque su referente, Dios, se concibe siempre implícitamente ‘como’, como algo vehiculado por el lenguaje ordinario sobre objetos intramundanos. Este lenguaje es simbólico y análogo porque su objeto trascendente es similar y diferente al mismo tiempo a su análogo finito y simbólico. Tal símbolo, por tanto, apunta hacia lo trascendente, que está fuera de sí, y lo hace presente para que el ser humano pueda encontrarse con él” (Roger Haight: Jesús, símbolo de Dios).

Los cristianos disponemos como gran tesoro de la Palabra bíblica. ¿Debe la Biblia ser interpretada literalmente, es decir, al pie de la letra? ¿O, más bien, ha de ser comprendida en su contexto, realizando una interpretación que respete el sentido literal de los textos pero que procure entender el sentido profundo que va más allá de los contornos del género y de la circunstancia en la que fueron redactados? Las palabras por el solo hecho de ser dichas y escuchadas con seriedad causan (per se) un efecto en nosotros, positivo o negativo. Y lo que nos ocurre es que al leer la Biblia, por falta de formación suficiente, no entramos a fondo en el conocimiento conceptual del lenguaje transmitido, quedamos atascados en el significado superficial de los textos y eso hace que nos quedemos lejos del sentido original de las palabras que constituyen nuestro más preciado bagaje espiritual y religioso. Es de vital importancia no quedarse en la literalidad de las palabras. Nos han de ayudar a descubrir el sentido profundo de esos textos y empatizar con el sentido espiritual de los conceptos empleados ubicándolos en su propio contexto existencial. No entenderemos bien un texto si sólo nos sorprende por su novedad, pero queda fuera de nuestro contexto vital. Comprenderemos un texto si sabemos descubrir la conexión con lo que nosotros mismos sentimos o presentimos en nuestro interior. Un hecho aislado en la historia no se explica por sí solo, necesitamos el contexto para entenderlo. Nuestra historia es como nuestro contexto humano. Sabemos que el texto se ha de leer en su contexto, fuera del cual las palabras (el texto) adquieren otro sentido. Este contexto histórico nos ayuda a entender las palabras de una manera diferente de lo que querían transmitir cuando fueron dichas. Ahora bien, el contexto que tenemos que poner a las palabras dichas, por ejemplo, hace dos mil años no es tampoco o sólo el de las costumbres de aquel tiempo, sino la conciencia del profeta que las dijo. Si queremos conectar un poco con el fondo de las palabras del profeta o evangelista hemos de procurar conectar con su mentalidad.

La indocumentación produce lectura y escritura ingenuas; o, en el otro extremo, autoritarias. Porque la Biblia no es sólo palabra de Dios, sino también de quienes la transcriben en determinado idioma, época, cultura, mentalidad, entorno social e histórico; relativa a quien escribe; a cuándo y dónde y para quienes lo hace. El paso de la fase oral a la transcrita da origen a preguntas insoslayables, por ejemplo, sobre su redacción: qué es en ella original, qué añadido, qué suprimido, qué antes, qué después, cuál es la redacción más fiable...

Inculturación de la tradición cristiana

La vida histórica de Jesús había transcurrido en el país de los judíos. El arameo era la versión de la lengua hebrea que Jesús y sus discípulos hablaron. La historia de Jesús empezó por contarse en esa lengua; pero no avanzó mucho antes de enfrentarse a un mundo que hablaba griego, y reclamó una traducción. La tradición oral, pues, pasó a expresarse en otra lengua. Y ninguna traducción de acontecimientos, conceptos o experiencias de una lengua a otra puede hacerse sin distorsión. No existen traducciones absolutamente adecuadas, ni las palabras tienen un significado absolutamente idéntico en lenguas diferentes. La cosmovisión hebrea se tradujo al griego adoptando las categorías conceptuales propias de ese mundo. Se corría el riesgo de entender los datos de la vida cristiana en moldes de cultura griega. Del mundo griego pasó al mundo romano y su traducción a la cosmovisión romana a través del latín. Posteriormente se ha producido otra traducción del griego o del latín a cada una de las lenguas modernas, siendo por lo mismo una nueva lengua en la que se ha fijado la historia original. Jesús de Nazaret había nacido y había sido originariamente interpretado en una mentalidad judía premoderna. Doctrinas, credos y ortodoxia se establecieron en un mundo griego premoderno, se redefinieron en el Renacimiento y se reencarnaron en iglesias nacionales a los comienzos de la era moderna. Ahora, ya en pleno siglo XXI, nos hallamos ante el desafío de intentar expresar la rica tradición heredada con palabras de un mundo posmoderno, el cual quiere todavía establecer contacto con la verdad soterrada que creemos fluye profunda en los veneros más hondos de la historia cristiana y que desea continuar nutriendo a nuestros contemporáneos.

La dificultades, sin embargo, están ahí. En el caso de los Evangelios, por ejemplo, tan ligados como están a una determinada cosmovisión y a un determinado sistema de creencias, existen graves obstáculos para aprehender nítidamente su mensaje y nos encontramos con dificultades para leerlos y meditarlos como puros textos espirituales. Fueron escritos en un griego de la calle; hace casi dos mil años; en un contexto muy distinto al nuestro; con una mentalidad nada parecida a la de hoy; usando unos géneros literarios ajenos a los utilizados en esta época; en definitiva, en un mundo que nada tiene que ver con el que ahora nos toca vivir. Además, los autores escribieron un solo ejemplar, a mano y con muchas dificultades. Lo compusieron para una gran mayoría de personas analfabetas. El propósito de los evangelios no es elaborar una cronología de los hechos o proporcionar datos para el historiador moderno, sino proclamar la revelación de Dios en Jesús de Nazaret, en ellos se anuncia que, en Jesús, Dios ha actuado en la historia. Eso es por ejemplo lo que ocurre con los relatos de la Navidad.

Las historias de la natividad abordan el tema de los orígenes de aquel cuyos discípulos llegaron a considerar como el Mesías y el Salvador.

Las historias de la natividad. Las historias de la natividad abordan el tema de los orígenes de aquel cuyos discípulos llegaron a considerar como el Mesías y el Salvador. Sin embargo, no podemos dar valor histórico a la narración del lugar de nacimiento, la visita de los Magos, la huida a Egipto, y demás relatos de la infancia, “construidos” posteriormente a la pascua, para explicarse de alguna manera en mentalidad de la época lo inaudito de un "resucitado" (en todo caso esperado al final de los tiempos) y por tanto de su enigmática procedencia. Incluso círculos eruditos actuales se apresuran a rechazar el propio concepto de nacimiento de una mujer virgen entendido de una forma biológica literal, aunque las evidencias del Nuevo Testamento no excluyen del todo esa posibilidad. Esas narraciones eran la forma literaria de que se disponía en aquella época para buscar una explicación comprensible para aquellas gentes a la enigmática figura de Jesús de Nazaret y sus orígenes.

Las narraciones de la natividad de Jesús ni siquiera forman una parte original de la primera proclamación cristiana conocida, denominada kerigma. Se supone que la fuente Q (o Quelle, palabra alemana que significa «fuente») fue una colección primitiva de los dichos de Jesús y, de ser cierto, pudo haber constituido el primer documento escrito de la comunidad de fieles cristianos. Sin embargo, de esta fuente primitiva no surge tradición alguna sobre el nacimiento. Los evangelios de Mateo y Lucas, donde encontrarnos las únicas narraciones de la natividad, encontraron su forma escrita definitiva a finales del siglo primero de la era cristiana. El material sobre la natividad que encontrarnos en Mateo y en Lucas revela temas comunes y amplias divergencias. Esas narraciones pueden muy bien representar dos tradiciones distintas, e incluso divergentes. La conclusión mínima que cabe extraer de ello es que ninguna de las dos versiones puede ser históricamente exacta. La conclusión máxima es que ninguna de las dos es histórica. Esta última es la que ha encontrado un consenso abrumador entre los eruditos bíblicos actuales. En consecuencia para hacer una interpretación correcta del mensaje contenido en dichas narraciones, la primera y gran tarea interpretativa del erudito debe consistir en separar las narraciones de Mateo y Lucas sobre la natividad. Eso permitirá al lector captar el propósito de cada evangelista al incluir la narración, para ver después en qué medida cada parte de la historia de la natividad servía para otros propósitos más amplios. Al hacerlo así, vemos que las narraciones de la natividad se convierten en introducciones en miniatura a temas más importantes, que se desarrollarán en los últimos capítulos de ambos evangelistas. También sirven para revelar la comprensión única que tuvieron Mateo y Lucas del Jesús adulto.

Es posible que con el tiempo, la narración sobre la natividad corra la misma suerte que la de Adán y Eva o la historia de la ascensión cósmica, reconocidas claramente como elementos mitológicos en nuestra tradición de fe, cuyo propósito no era describir literalmente un acontecimiento, sino captar las dimensiones trascendentes de Dios con las palabras terrenales y los conceptos propios de los seres humanos del primer siglo de la era cristiana. Esos relatos tratan más bien de forzarnos a ver la verdad en dimensiones mucho mayores que la verdad literal, de comprender cómo el lenguaje del mito y la poesía terminó por convertirse en el lenguaje empleado por quienes trataban de describir el encuentro entre lo divino y lo humano que creían haber experimentado.

Ver también:

El llenguatge de les religions: la seva problemàtica

Sección: RELIGIONS


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