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Humus cultural en medio del cual afloró el cristianismo

Cosmovisión en cuyo seno se gestó el cristianismo

Los apócrifos del Antiguo Testamento son muchísimo más importantes para la comprensión del cristianismo primitivo y para iluminar sus orígenes que cualesquiera apócrifos del Nuevo Testamento, pues estos escritos judíos de la época helenística constituyen una gran parte del trasfondo, o base, que sustenta muchas de las ideas religiosas que aparecen en el Nuevo Testamento.

Adentrarnos en un mejor conocimiento de nuestros orígenes culturales como cristianos puede contribuir a relativizar, purificar y comprender mejor nuestras creencias, nuestra fe y nuestras esperanzas. Constituye un aspecto de la cultura bíblica por la que todo cristiano en este s. XXI debería estar interesado. Veamos un conjunto de ideas, una cierta cosmovisión, que a través del cristianismo ha llegado hasta nosotros y en las que nos podemos reconocer puesto que en cierto grado somos deudores de ella. ¿Cuál era el humus cultural dentro del cual afloró el cristianismo primitivo?  ¿Cuál era la cosmovisión y la mentalidad de aquella época? Seguiremos para ello algunas de las ideas expuestas por A. PIÑERO(1) en la introducción a su obra “Apócrifos del Antiguo y del Nuevo testamento”.

Las religiones abarcan textos de referencia, estructuras organizativas, normas de conducta, ritos, etc. dando lugar a libros sagrados, textos fundacionales, cleros más o menos jerarquizados, templos, actos rituales de muchos tipos y códigos de conducta personal y social. Los textos sagrados constituyen parte esencial de la mayoría de las religiones institucionalizadas. Para los cristianos son conocidos los libros que forman parte del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pero además de los libros de la biblia hebrea que pasaron a formar parte del canon oficial de la Iglesia cristiana (conjunto de textos considerados por ella como inspirados, sagrados), existe también toda una literatura judía, denominada literatura apócrifa, que aunque no forma parte de ese canon, es muy importante para la comprensión del cristianismo primitivo: los apócrifos no constituyen una literatura de marginados, sino de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente. Es una literatura muy importante para la comprensión del cristianismo primitivo pues estos escritos judíos de la época helenística constituyen una gran parte del trasfondo, o base, que sustenta muchas de las ideas religiosas que aparecen en el Nuevo Testamento.

Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. Comprimida entre dos grandes potencias, el Egipto de los Ptolomeos y la Gran Siria de los Seléucidas, no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadía la cuenca mediterránea. Entre su población podemos diferenciar dos grupos: la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas. Las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, que veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel.

Esa situación de pugna y angustia nacional, que ya venía de antiguo y se prolongaba más de lo deseado, contribuyó poderosamente a la formación de grupos de «piadosos» (en hebreo hasidim), que luchaban por mantenerse fieles a la Ley y a su entidad nacional como pueblo teocrático. De tales grupos de «piadosos», y de otros similares de clara mentalidad apocalíptica, es de donde nace el deseo de prolongar la vida espiritual y el mensaje del Antiguo Testamento, y lo que condujo a la producción de la mayoría de los escritos apócrifos. En realidad, sociológicamente considerados, estos escritos no intentaban más que contribuir a salvaguardar la propia esencia religiosa, nacional, de Israel. Por este motivo, y aunque dirigidos en principio a grupos reducidos, selectos, los apócrifos veterotestamentarios no constituyen una literatura de marginados, sino de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente. Jesús y los primeros cristianos, sin duda, debieron también vivir inmersos en ese ambiente espiritual.

Apócrifos del Antiguo testamento

Las obras o fragmentos que pertenecen a este apartado son cerca de 65, aunque el número no es fijo. Forman parte de la literatura judía de la época helenística también denominada «intertestamentaria». Y constituyen en realidad una verdadera Biblia (del Antiguo Testamento) fuera de la Biblia. Dentro de esa literatura encontramos un buen número de escritos que complementan o reelaboran libros y temas conocidos por el Antiguo Testamento canónico. Hay otro grupo que se denomina hoy literatura de «testamentos», porque todos sus componentes se acomodan, más o menos, a un cierto tipo de género literario ya conocido desde el Génesis, a saber: una gran figura religiosa reúne a sus descendientes a la hora de su muerte, les cuenta los hechos más importantes de su vida, les orienta sobre el modo recto de proceder, les exhorta a cumplir los mandamientos de la Ley y termina con algunas predicciones sobre el futuro. Otro bloque importante es la literatura sapiencial. Hay también un bloque de salmos y oraciones.  Por su contenido y temática parece que el lugar sobre el que brotó esta literatura apócrifa fue Palestina. Carecemos de datos sobre sus autores. La fecha de composición de esos apócrifos veterotestamentarios comprendería un marco temporal amplio, que abarca desde el 250 a. C. -o quizás antes- hasta el 150 o 200 d. C.

Los apócrifos del Antiguo Testamento y el cristianismo. Los apócrifos del Antiguo Testamento son muchísimo más importantes para la comprensión del cristianismo primitivo y para iluminar sus orígenes que cualesquiera apócrifos del Nuevo Testamento, pues estos escritos judíos de la época helenística constituyen una gran parte del trasfondo, o base, que sustenta muchas de las ideas religiosas que aparecen en el Nuevo Testamento.

Los creadores del movimiento cristiano vivieron y se formaron en el ambiente religioso que se ve reflejado en los apócrifos veterotestamentarios. No puede explicarse el nacimiento del movimiento cristiano, y sus ideas teológicas peculiares, recurriendo solamente a motivos literarios e históricos del Antiguo Testamento.

Contexto histórico en el que se generó esa literatura intertestamentaria

Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. Comprimida entre dos grandes potencias, el Egipto de los Ptolomeos y la Gran Siria de los Seléucidas, no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadía la cuenca mediterránea.

Poco a poco, el país se fue dividiendo intelectual y afectivamente en dos grupos de muy diverso tamaño. Uno, formado por la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas, que debían de aparecer a sus ojos como un verdadero modernismo. Otro, muy numeroso, constituido por las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, que veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel. La gran batalla comenzó de hecho, como es sabido, cuando los hermanos Macabeos se levantaron en armas tras rechazar las terribles imposiciones del rey seléucida Antíoco IV Epífanes. Este pretendía incorporar a Israel a la superior cultura helenística, para lo que le era preciso acabar, ni más ni menos, y en un asalto definitivo, con una nación teocrática, de una religión muy particular y exclusivista, que se resistía a integrarse en su imperio y su cultura.

Esta situación de pugna y angustia nacional, que ya venía de antiguo y se prolongaba más de lo deseado, contribuyó poderosamente a la formación de grupos de «piadosos» (en hebreo hasidim), que luchaban por mantenerse fieles a la Ley y a su entidad nacional como pueblo teocrático. Entre estos «piadosos» destacaron los fariseos y los esenios. De tales grupos de «piadosos», y de otros similares de clara mentalidad apocalíptica, es de donde nace el deseo de prolongar la vida espiritual y el mensaje del Antiguo Testamento, y lo que condujo a la producción de la mayoría de los apócrifos. En realidad, sociológicamente considerados, estos escritos no intentaban más que contribuir a salvaguardar la propia esencia religiosa, nacional, de Israel. Por este motivo, y aunque dirigidos en principio a grupos reducidos, selectos, los apócrifos veterotestamentarios no constituyen una literatura de marginados, sino de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente.

Jesús y los primeros cristianos, sin duda, debieron también vivir inmersos en ese ambiente espiritual que se formaba tanto por la continua lectura del Antiguo Testamento como por los comentarios de la escuela y la sinagoga, que bebían de este tipo de literatura pseudónima, casi sagrada.

Temática y teología de los apócrifos del Antiguo Testamento

Los libros judíos hoy no canónicos son herederos de la teología de la Biblia hebrea, a la que desean matizar, complementar y en algunos casos corregir. Por ello son fieles al marco general de esta teología cuyos rasgos esenciales son los siguientes: Dios existe y su existencia no necesita demostración alguna ni necesita probarla; ni se cuestiona. Tampoco duda de que se trata de un Dios único, el Dios de Israel, el mismo que el de los cristianos; el politeísmo ha sido desterrado de Israel hace siglos. Este Dios es absolutamente trascendente, es decir, está muy por encima de todo lo humano y no se puede representar con ningún rasgo de hombre.

Dios es creador del mundo y del ser humano, pero el estado idílico del principio duró muy poco. La mala inclinación del hombre, su «corazón maligno», condujo al pecado, y éste trastornó todos los planes divinos sobre el cosmos y la historia.

Dios interviene en la historia; ha elegido para sí entre los pueblos a uno sólo, Israel. La historia no es cíclica o circular; no se repiten el universo y los acontecimientos en él ocurridos después de un período más o menos largo y tras una conflagración o fuego purificatorios finales, sino que es lineal: la historia camina directamente hacia un objetivo. Es una línea más o menos recta que va desde los orígenes hasta un fin predeterminado por Dios: la restauración del estado primigenio del paraíso antes del pecado, la salvación de Israel y, en algunos autores de los apócrifos, la salvación también de los gentiles, o al menos de algunos de ellos.

Dios ha concedido a Israel una Alianza y una Ley. Si se cumplen los términos de la Ley, Dios se mostrará benévolo e Israel gozará, ya en esta vida, de un estado normal de felicidad y abundancia. Luego gozará de una vida y felicidad eternas y perfectas.

Dios es el rey verdadero de Israel. Para todos los judíos, cualquier realeza terrena, incluso la judía si no obraba conforme a la Ley, era contraria a esta realidad, pues sustituría el régimen ideal, el gobierno de Dios sobre su pueblo, postulado una y otra vez por los profetas, por el dominio de un rey humano. La religión judía era en tiempos de los apócrifos una religión a la espera del reinado de Dios, primero sobre la tierra; finalmente, en el cielo o el paraíso renovado.

La realización práctica de este reinado habría de ser llevada a cabo por una personalidad misteriosa, el mesías. Sobre su figura circulaban muy diversas ideas y perspectivas, pero todas convergían en una idea simple y fundamental: sería la «mano de Dios» para implantar su reino en la tierra. En algunos ambientes la teología de Dios como rey de Israel se irá combinando con una teología de Dios como rey del mundo entero, incluidos los paganos. Si una cara de la Alianza era la firme creencia en la providencia divina, la otra era la necesidad de una absoluta obediencia a Dios por parte del ser humano. A esta obediencia se unen sentimientos de temor respetuoso, de confianza hacia el gobierno de Dios y de agradecimiento por sus dones. La insurrección contra ese Dios o contra sus designios es el pecado.

De resultas del pecado y del mal mundano la historia se divide en dos grandes mitades: la «edad presente» y la «edad futura». La presente -que dura desde la creación del mundo hasta el final físico de éste- será sustituida por una edad futura, paradisíaca, donde todo será distinto y mejor. Las concepciones de esta edad futura varían: Unas veces, la mayoría, se piensa que ocurrirá en esta misma tierra, renovada y purificada. En otras ocasiones se habla de que la edad futura tendrá a su vez dos partes: la primera tendrá lugar en esta tierra -normalmente un Israel idílico y restaurado- durante un cierto lapso de tiempo; la segunda parte ocurrirá en un paraíso o cielo en el que entrarán unos cuantos, los justos salvados. Además, algunos, muy pocos, piensan que la edad futura se dará exclusivamente en un espacio ultraterreno: un paraíso, cielo en general o lugar celeste de supre­ma felicidad.

Los problemas que angustiaban de un modo especial a las mentes judías de la época de los apócrifos eran los siguientes: la existencia del mal y su origen; las relaciones que debían mantener los israelitas con los paganos; la justicia de Dios en este mundo y el sufrimiento y fracaso aparente de los justos; la urgencia de la salvación y la figura que habría de ejecutarla: el mesías; el destino futuro del hombre: inmortalidad o no del alma, la resurrección, el juicio futuro; la libertad del ser humano y la de Dios a pesar de la predestinación; el intento de plasmar una ética interior que diera vida a los múltiples preceptos de la Ley y condujera a la salvación; los deseos de justificación partiendo de un estado de pecado.

Modelados por todas estas preocupaciones, los apócrifos veterotestamentarios desarrollan una cierta visión del mundo, un cierto talante espiritual, que muestra los siguientes rasgos comunes:

  • Se espera y se cree febrilmente en un fin del mundo muy próximo, en el que tendrá lugar la liberación de todos los justos. Las épocas anteriores han sido períodos de preparación; aquella en la que vive el escritor es la final.
  • Este fin del mundo será una gran catástrofe cósmica: se producirán grandes guerras y conflagraciones, y todo el universo se conmoverá, pero al final vencerán los justos.
  • El tiempo se divide en dos grandes períodos: uno, el presente (con toda su historia anterior), malvado, perverso, dominado por el espíritu del mal, adversario de la divinidad; otro, el futuro, regido por Dios, en el que los justos habrán de vivir una vida paradisíaca y dichosa.
  • El período presente evoluciona irremisiblemente hacia el futuro según un esquema predeterminado por el plan divino.
  • El espacio entre la divinidad y el hombre está poblado por seres intermedios, ángeles y demonios, que influyen en el comportamiento del hombre y del mundo.
  • Se espera la llegada de un salvador, o mesías, garante y ejecutor de la salvación. Será el rey davídico anunciado por los profetas, el héroe que aniquilará militarmente a los enemigos de Israel, pero ante todo, el juez supremo y el príncipe de la paz, y en algunos casos sumo sacerdote y experto en la ley divina. El mesías, al acabarse el período malo, abrirá de nuevo el paraíso de par en par para los justos. Dios oculta a su ungido durante un tiempo, pero al final aparecerá indefectiblemente.
  • La gloria es el estado definitivo del justo. Para la mayoría de los apócrifos, del israelita piadoso; para algunos, de todo ser humano justo.

Esta visión de la historia y su proceso es manifestada directamente a los autores de los apócrifos por la divinidad. Las revelaciones adquieren por lo general la forma de ensueños o visiones. Muchas veces acompaña al visionario un «ángel intérprete» que aclara, explica, dicta, o incluso escribe, el contenido de la revelación. Esta ha de guardarse, la mayoría de las veces, para ser leída por unos pocos, escogidos; en otras, se revelará en el momento oportuno.

Los ensueños y visiones tienen a menudo carácter simbólico: los pueblos, reyes y reinos aparecen en figura de animales, montañas, nubes, etc., y las especulaciones sobre el futuro toman generalmente la forma de complicadas combinaciones numéricas. Otras veces se relatan acontecimientos del presente como vaticinios puestos en boca del autor en el pasado (lo que se llama «vaticinios ex eventu», una vez ocurridos los sucesos que se narran). A las visiones y revelaciones, y a veces unidas a ellas, se añaden secciones parenéticas (exhortatorias), con reiteradas admoniciones a vivir conforme a un ideal moral elevado en torno al cumplimiento riguroso de la ley mosaica. Estas son pues, algunas de las características de este tipo de literatura intertestamentaria, reflejándose en ella la mentalidad espiritual de aquella época.

Extracto de A. PIÑERO “Apócrifos del Antiguo y del Nuevo testamento”.

(1)Antonio PIÑERO es Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.

Ver también: La cosmovisión hebrea como horizonte de comprensión de Jesús y el cristianismo


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