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LA TAREA MÁS PERSONAL, VIVIR

Una de las cuestiones fundamentales que atañen a cada individuo es la relativa al diseño de su propio proyecto vital, al sentido que queremos dar o estamos dando a nuestra existencia. Vivir supone interaccionar con el mundo que nos rodea, proyectar y llevar a cabo lo que quiero hacer con mi vida. En contraste con las apreciaciones de Séneca (ver aquí) y en contraste también con lo experimentado por tanta gente subida al carro de la inercia a la que nos impele la cotidianeidad, enfoques y proyectos de vida de mayor calidad también son posibles. Tú eres el arquitecto de tu propio destino. Cada quien es dueño de su propio destino. Al tener tu propio proyecto de vida sentirás: que la vida tiene sentido y un propósito por el que luchar.

Por Ana Romero IRIBAS

Eso había sido un descubrimiento. Tras vivir inmersa en el torrente vital que caracterizó los primeros años en el mundo profesional, vi con claridad que vivir se perfilaba como algo más que un mero “sobrevivir”: que vivir era una tarea, y una tarea apasionante que –con palabras de Ortega- “me han dado, pero no me han dado hecha”. Comprenderla así era como tener en las manos un libro: un libro en blanco que a cada uno nos corresponde escribir y que se redacta dando comienzo a la historia fascinante de vivir. Desarrollar esa historia exigía vivirla con protagonismo, en primera persona, evitando que fueran los acontecimientos, las circunstancias o las personas los que “me vivieran” a mí. Este protagonismo hacía que vivir se convirtiera en aventura, y que fuera tarea: el trabajo que yo tengo por delante para hacer de ella lo que quiero que sea; para hacer de mí lo que quiero ser. Para ir adonde quiero llegar. La vida es tarea porque hay que trabajarla si quiero vivirla desde la más íntima libertad personal y no sólo de modo superficial.

SOÑAR EL PROYECTO VITAL

La vida se presenta ante nuestros ojos como senda hacia el horizonte, puesto que se percibe como algo que yo —dentro de unos límites— crearé, diseñaré y realizaré. Comenzando la singladura habiendo soñado una meta y queriendo llegar a ella, pero desconociendo lo que en el viaje nos aguarda.

Y soñar así no es una tarea inútil, ni una pérdida de tiempo ni la ingenuidad del iluso No. Soñar es lo que hace el valiente y el audaz, el que conoce que habrá dificultades, cansancio, rutina, inquietudes, incertidumbres y mil cosas más, pero no por eso niega la existencia de una tierra más allá de todo eso: la tierra que quiere conquistar. Se necesita un espíritu libre: inteligencia abierta, voluntad decidida, corazón grande y valeroso, y no sólo un alma pequeña.

Basta con querer ser lo que realmente se es, sin dejarse sobornar por lo que 'se' dice, 'se' piensa, 'se' siente, 'se' cree; basta con negarse enérgicamente a aquilatar en la intimidad del yo las mercancías que circulan en los bazares colectivos. Pero esta actitud requiere cierto esfuerzo, resolución valerosa. Más cómodo resulta descansar en las convicciones ya hechas y recibidas de fuera, dejarse vivir en la grey, arroparse en los abrigos construidos por otros, que hacerse uno mismo sinceramente su propia vida, grande o pequeña”.

Sabe y puede soñar quien reconoce en su interior la llamada a ir más allá de la inmediatez, de lo que hago ahora mismo y de lo que haré este año. Quien vislumbra en su interior un destino personal y el deseo de cumplirlo le lleva a formular el proyecto de vida, el rumbo por el que marchará hacia el horizonte, la senda que ha de recorrer. Así pues, la tarea primera es tener un proyecto de vida: los sueños; quién y qué quiero ser; para quién quiero ser y vivir; cómo quiero ser y vivir.

EL TRABAJO QUE LA TAREA IMPONE

Después llega el trabajo que la tarea impone: cómo voy a realizar, cómo realizo en mi vida de cada día eso que he soñado que soy y que seré. En eso consiste el encontrar el propio “lugar en el mundo”. Ese “lugar en el mundo” es más un modo de enfrentar la vida, las cosas y las circunstancias que un bello edificio externo en el que nos podamos refugiar. El lugar de cada uno en el mundo es su hogar, y el hogar está siempre ligado a la intimidad: al mundo interior que hay dentro de cada uno y a la capacidad de exteriorizarlo, de forma que podemos “hacer casa” casi de cualquier lugar porque sabemos volcar en él nuestra interioridad, y al hacerlo así éste se vuelve reconocible y habitable.

Encontrar el lugar propio es necesario para realizar la vocación vital. Y como la vocación es algo que se lleva dentro, “mi lugar en el mundo” no es tanto un lugar físico que yo haya de encontrar como un modo de vivir que he de aprender a desarrollar, allá donde me encuentre, y sean cuales sean las circunstancias. Pero darse cuenta de esto, quizá, no sea fácil y supone tiempo, atención a los acontecimientos, confianza, diálogo y paciencia.

La vida hay que hacérsela, hay que conquistarla. No basta con existir para tenerla. Querer ser lo que realmente se es. Ahí está la clave. Y eso supone, como me escribía una amiga, “ser capaz de asombrarse, de profundizar, de no dar la espalda a la inquietud de encontrar respuesta a las realidades más profundas y complejas”.

LA FORJA PERSONAL

Lo que hay después de los sueños es el trabajo por realizarlos. Vivir es crecer constantemente. Y el crecimiento implica estiramiento personal, sacar de donde parece que no hay, como el tallo de las plantas o los huesos de los niños. Todo crecimiento requiere esfuerzo. Ese crecimiento está acompañado por un cierto dolor, un cierto sufrir.

Vivir la vida no desde el “yo”, sino desde el “nosotros”. Estar en el mundo no “para mí”, sino “para nosotros”. Ese es el motor fundamental del alma que se ha embarcado, que ha dejado atrás la orilla para lanzarse en pos de sus sueños. Por eso, el descubrimiento del amor en la vida del hombre, pertenece de modo íntimo e intrínseco a su realización como persona. Sin él las cosas tienen un sentido limitado, plano y de resonancia escasa. El amor es configurador, es motor de crecimiento y de superación.

La mirada del amor hace crecer a la persona y le hace descubrir el mundo y la vida de un modo diferente. Hay quienes no necesitan para crecer más que la mirada del otro. Esa es su lluvia y su sol. Su ser se desenvuelve y despliega de modo asombroso sólo porque hay un “tú” que lo mira. Y es maravilloso descubrir personas llenas de mundo interior y de espacios que se iluminan… y que ese mundo se ha creado en ellas precisamente porque hay un “tú”, un alguien que lo mira con sorpresa, con admiración y con “ingenuidad”. Es como si hubiera una inmensa reciprocidad. Uno descubre personas llenas de mundo que a su vez han sido capaces de crearlo, porque yo lo he mirado. El encuentro entre las personas, la apertura y el darse, es lo que las hace realizarse más plenamente, lo que las hace ser más. La persona se realiza y despliega en la autoentrega, en el otro, en el darse y ser recibido. Ser persona es ser relación, es ser para alguien.

Ana Romero IRIBAS: La tarea más personal, vivir (Extracto)


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