Insignificantes sí, pero divinos
Somos insignificantes y de importancia suma
Es propio de mentes «sensatas» empezar reconociendo nuestra precaria condición humana, nuestra contingencia, y nuestra insignificancia individual, planetaria, cósmica… pero al tiempo, nuestra «grandeza» como consecuencia de nuestra procedencia de la Energía o Conciencia primera (de donde procede todo cuanto es y existe) y holísticos respecto a ella, es decir que de alguna forma participamos de las características de su naturaleza esencial, y por tanto, como hijos de un mismo Origen, de la Fuente, de esa Conciencia primera, que en las tradiciones sapienciales y espirituales se la ha venido a denominar Realidad última, Esencia, Espíritu, Tao, Brahman, Absoluto, Dios… nuestra procedencia «divina».
Soy rigurosamente insignificante. No somos nadie, ni somos nada. Es por causa de esa vaciedad de entidad propia que podemos comprender lo que es nuestra auténtica grandeza.
Toda criatura es sólo una forma breve de la dimensión absoluta. Toda la grandeza de esta inmensidad está presente en cada ser.
Quien, porque se sabe nadie, ve a todos los seres como puras formas de la dimensión absoluta, se adentra en la sacralidad suma. Frente a esa radical importancia de todas y cada una de las criaturas, sólo cabe el respeto, la veneración, la entrega con mente y corazón a todo como a uno mismo.
Nuestra existencia no tiene importancia ninguna. Somos insignificantes. Frágiles formas de existir. Para cualquier humano, para toda la humanidad, nuestro existir individual es insignificante. La humanidad entera es insignificante para la Tierra. La Tierra misma en su insignificancia cósmica tampoco tiene importancia. ¿Qué importa a la inmensidad de los mundos nuestro aparecer o desaparecer? No somos nadie, ni somos nada. Toda criatura es sólo una forma breve de la dimensión Absoluta. Nada más, pero nada menos. Nuestra nada propia es nuestra grandeza. Porque somos insignificantes podemos reconocer la «Fuente» de toda significación: insignificantes, pero divinos. A continuación presentamos un texto de Marià CORBÍ, titulado: Somos insignificantes y de importancia suma.
Marià CORBÍ es licenciado en teología y doctor en filosofía, ha sido profesor en ESADE y en la Fundación Vidal y Barraquer. Ha sido también co-fundador y director del Centro de Estudio de las Tradiciones Religiosas (CETR) de Barcelona. Ha dedicado su vida al estudio de las consecuencias ideológicas y religiosas de las transformaciones generadas por las sociedades postindustriales y de innovación. Ha investigado sobre la necesaria relatividad cultural de los sistemas de valores: mitologías, ideologías, ontologías y formaciones religiosas. Largos años de investigación desde las más diversas especialidades le han permitido esclarecer cómo se relacionan los sistemas de valores y los sistemas de vida. De su estudio se desprende la conclusión de que los despliegues mítico-simbólicos de las sociedades preindustriales se definen por su capacidad de configurar entornos estables de certezas inamovibles, que fueron vitales para asegurar la supervivencia de las sociedades del pasado. Vitales en unos mundos de verdades fijas. Mientras que, por ello mismo, esas formaciones mítico simbólicas resultan muy poco aptas para una realidad social, como es las de las sociedades de innovación y cambio, que requiere motivar para la transformación continua en todos los órdenes. De ahí que la propuesta de Corbí, en sus últimas obras, sea una “religión sin religión”: el cultivo de la calidad humana.
Por Marià Corbí, Licenciado en teología y doctor en filosofía
Nuestra existencia no tiene importancia ninguna. Somos insignificantes. Frágiles formas de existir que hoy son y mañana desaparecen. Nuestro nacimiento fue insignificante para la inmensidad de los mundos y nuestra muerte no significará nada para esa misma inmensidad de mundos.
Somos tan sin importancia como una hierba del campo, como una espiga de trigo, como una piedrecita del camino, como la vida de un gorrión, como el existir o no existir de un pequeño insecto. ¿Qué importa a la inmensidad de los mundos nuestro aparecer o desaparecer?
La enorme estirpe de los dinosaurios desapareció después de dominar la tierra por centenares de millones de años. La tierra siguió rodando, como si nada hubiera pasado, y la vida continuó de nuevo fresca y creativa.
Cualquier humano, para toda la humanidad es insignificante. La humanidad entera es insignificante para la Tierra, como lo fueron todas las especies de dinosaurios.
La tierra misma no tiene importancia. El día que desaparezca engullida por el sol no le importará nada al cosmos. El mismo sol, que la abrasará, es insignificante; tanto como la galaxia entera. Cuando el cosmos mismo desaparezca, no importará nada.
Todo lo que es aparecer y desaparecer, no tiene importancia. Nada importa, todo es insignificante. En ese contexto del existir y del no existir, quien se crea algo, quien se crea importante, por poco que sea, es un necio. Qué más da que yo viva o muera. Ni a la humanidad, ni a la Tierra, ni al cosmos le importa. Soy rigurosamente insignificante.
No somos nadie, ni somos nada. Es por causa de esa vaciedad de entidad propia que podemos comprender lo que es nuestra auténtica grandeza. Somos sólo formas en las que la inmensidad aparece por unos momentos y luego se retira. Toda criatura es sólo una forma breve de la dimensión absoluta. Nada más.
Toda la grandeza de esta inmensidad está presente en cada ser. La dimensión absoluta no tiene partes, está íntegramente en todo; por igual en los inmensos soles, que en los pequeños insectos. En todo se dice; los decires son diversos, pero siempre se dice la dimensión absoluta en su plenitud.
En nosotros, los humanos, se dice como en todo. Dice que es lucidez y amor.
Nuestra nada propia es nuestra grandeza. Cuanto más conscientes seamos de nuestra radical insignificancia, más conscientes nos hacemos de lo que es nuestra auténtica realidad, la mismísima dimensión absoluta, Eso, Él, lo que supera todas nuestras capacidades de representación y concepción, Eso no dual, lo que es Único.
Todas esas formas de mentarle, que son intentos de apuntar nuestro propio abismo, son balbuceos que buscan referirle, con riesgo de falsearle.
Porque somos insignificantes podemos reconocer, en toda realidad, la fuente de toda significación. Una significación que deja de ser significación, ya que ser significante es serlo para alguien y en la no dualidad no hay alguien ante quien ser significativo.
Cuando nos creemos alguien o algo, taponamos con ese error la posibilidad de reconocer nuestra propia grandeza y, paradójicamente, nos enclaustramos en nuestra radical insignificancia y en el dolor que le acompaña. Quien se cree alguien se condena a la nada; quien se sabe nada, ve lo que es su radical grandeza.
Podemos ver a las personas y a cada uno de los vivientes como carentes de toda importancia, porque así son. Podemos ver los cielos y la Tierra y todo lo que contienen como un aparecer breve, que pronto, como una chispa de fuego, se apaga. Quien ve las realidades así, puede no amarlas, no respetarlas, usarlas a su antojo. Pero podemos ver a todos y cada uno de los seres como formas de la dimensión absoluta, como puras formas de esa dimensión sin que tengan en ellos nada propio, nada que no sea la dimensión absoluta misma.
Quien ve el mundo así se reconoce a sí mismo como pura forma de la dimensión absoluta. Entonces desaparecen todas las fronteras entre los seres. Entonces en el aparecer y desaparecer de los seres no hay muerte ni destrucción, sólo el mostrarse y ocultarse de las formas en las que se dice lo que es absoluto, la dimensión absoluta.
Quien, porque se sabe nadie, ve a todos los seres como puras formas de la dimensión absoluta, destierra el nacer y el morir de este mundo y se adentra en la sacralidad suma. Frente a esa radical importancia de todas y cada una de las criaturas, sólo cabe el respeto, la veneración, la entrega con mente y corazón a todo como a uno mismo.
Entonces se reconoce que entre los cielos y la tierra y nuestros débiles cuerpos no hay dualidad alguna; se reconoce que entre los humanos no hay frontera ninguna; que entre el más insignificante de los animales o las plantas y nosotros no hay el menor rastro de dualidad. Podríamos decir que todo se muestra uno y, consiguientemente, en la unidad hay amor, porque el amor, en su esencia, es unidad.
Somos insignificantes, vacíos, nada, nadie, y porque lo somos, y como tales nos reconocemos..., somos todo, porque somos la dimensión Absoluta, Eso, el Único, “lo que Es”. La insignificancia reconocida es la puerta a nuestra auténtica realidad, a nuestra grandeza.
En M. CORBÍ: Las sociedades de conocimiento y la calidad de vida. Principios de epistemología axiológica, 5. pp. 85-87
Ver también:
Per a «construir» junts...
«És detestable aquest afany que tenen els qui, sabent alguna cosa, no procuren compartir aquests coneixements».
(Miguel d'Unamuno, escriptor i filosof espanyol)
Si el que aquí se t‘ofereix ho trobes interessant…
No t’ho guardis per a tu sol…
Les teves mans també són necessàries...
comparteix-ho, passa-ho...
Junts podem contribuir a ampliar la consciència «global»
Para «construir» juntos...
«Es detestable ese afán que tienen quienes, sabiendo algo, no procuran compartir esos conocimientos».
(Miguel de Unamuno, escritor y filósofo español)

