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El reto de vivir

La vida es un viaje experimental realizado involuntariamente. Es un viaje del espíritu a través de la materia y como es el espíritu quien viaja es en él donde se vive. Hay, no obstante, almas contemplativas que han vivido más intensamente, más extensamente y tumultuosamente que otras que han vivido externamente. El resultado lo es todo. Aquello que se ha sentido, ha sido lo que se ha vivido. (Fernando PESSOA: Libro del desasosiego)

¿Cuántos años llevamos vivos y cuánta vida hemos vivido plenamente?

La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo. Ningún hombre ha sido nunca completamente él mismo; pero todos aspiran a serlo, oscuramente algunos y más claramente otros; cada hombre como puede.

Los hombres podemos llegar a comprendernos los unos a los otros, pero sólo cada uno puede interpretarse a sí mismo. Esta es una tarea que dura toda una vida.     

¿Cuántos años llevamos vivos y cuánta vida hemos vivido plenamente? Nadie puede obligar a nadie a vivir, ni tampoco puede decidir en su lugar de qué forma debe vivir su vida. Podemos vivir medio dormidos, con poca conciencia de nuestra realidad, dejándonos llevar por algo externo a nosotros mismos…

El hombre necesita ir de un lado a otro para tener la sensación de que se recorre a sí mismo. El desierto podría ser una metáfora de la vivencia de una crisis: colores secos, amarillos, ocres, marrones y rojos se suceden en una aparente falta de recursos: no sabemos cuándo va a finalizar el desierto ni si podremos sobrevivir al mismo. Afectos como el miedo, la soledad, la pérdida, la incertidumbre, la angustia, la rabia, la añoranza o el coraje... aparecen y tiñen nuestro paisaje. A pesar de todo, si no cerramos la mente y el corazón, también es posible aprender del desierto e incluso reconocerle cierto encanto y belleza.

Vivir es, por propia definición, un riesgo a sufrir, pero también una posibilidad de explorar, experimentar, aprender a construirse y a ser. Nos referimos al hecho de vivir y no al simple hecho de sobrevivir. La diferencia reside en el control sobre nuestra historia personal y en la adopción de un modelo de persona que escoge y asume las responsabilidades que se derivan de su elección; una persona capaz de obrar de forma coherente con sus valores personales y que es consciente del misterio y la oportunidad que supone vivir.

 

Toda una vida para vivir, todo un mundo a explorar.

¿Nuestra vida a qué se puede comparar? A la gota de rocío que salta del pico del pájaro acuático, y en la cual se refleja la luna. MAESTRO DOGEN

Vida, sorpresa, misterio y belleza, mucha belleza... Aquí nos hallamos todos, pequeños humanos poblando un pequeño planeta perdido en un espacio inmenso. Humanos viviendo, con más o menos conciencia de estar vivos, el milagro de la vida y de la belleza de nuestro mundo. Humanos con dificultad para apreciar la magia de los colores de la luz de la luna reflejada en una pequeña gota de rocío. ¿Cuántos años llevamos vivos y cuánta vida hemos vivido plenamente?

¿Qué es la vida? Es el resplandor del juego en la noche. Es el aliento del bisonte en invierno. Es la pequeña sombra que se insinúa en la hierba y se pierde en la puesta de sol. Crowfoot

El ciclo inacabable de la vida, el ciclo de las estaciones que es fundamental para la vida en la Tierra tanto para los vegetales como para los animales y para el hombre, se repite una y otra vez. La naturaleza es la manifestación constante de la vida que recomienza una y otra vez, siempre perseverante.

Una semilla que se abre y se convierte en planta, una planta que crece y da flor y fruto, y luego muere y produce residuos. Unos residuos, o humus, que tienen también un motivo de ser porque enriquecen la tierra y le proporcionan nutrientes gracias a los que podrá iniciarse, nuevamente, el ciclo imparable de promesas que se convierten en realidades. La primavera que florece, el verano donde todo madura, el otoño que libera del peso de lo que está muerto y enlentece los ritmos biológicos y, finalmente, el invierno donde todo encuentra reposo, duerme y descansa para recomenzar.        

También las personas funcionamos con ciclos: ciclos de vida y muerte, de descanso y trabajo, de construcción y destrucción, de calma e inquietud, de reflexión y acción. Hablamos de vida, del mundo, de los demás y de nosotros; hablamos de nacer humanos y transformarnos en personas, hablamos de potenciales y realidades, de nuestra dimensión sapiens y de nuestra dimensión demens, y de la necesidad de equilibrar las dos dimensiones. Hablamos de vivir y explorar: tenemos todo un mundo para recorrer y todo un camino interior para encontrarnos y hacernos nacer. En este camino, nuestra inteligencia y nuestra afectividad deberán aprender a trabajar en equipo para construir y construirnos, para no destruirnos a nosotros mismos, a nuestra especie, ni al mundo maravilloso donde vivimos. Sólo hay una esperanza para contener la destrucción y la violencia: recuperar nuestra sensibilidad para todo lo que está vivo.

La psicoecoafectividad: el equilibrio interno proyectado en el equilibrio externo

El ser humano lleva millones de años viviendo en el planeta Tierra. La mayor parte del tiempo la relación con su mundo afectivo, de forma similar a su relación con el medio externo, no ha sido demasiado equilibrada. Tenemos muchos indicios de ello: insatisfacción, insomnio, regresión, explosiones emocionales, fatiga, estrés y enfermedades psíquicas. También tenemos muchos signos de desequilibrio social que lo indican: la violencia y agresividad de unos contra otros, la falta de solidaridad entre los seres que compartimos el planeta, las prisas, la tensión, el egoísmo, los sentimientos generales de soledad y de infelicidad, y tantas otras señales que nos llevan a pensar que estamos realizando una gestión incorrecta de nuestro mundo emocional, de forma similar a la que estamos haciendo con los recursos de nuestro planeta.

Desde hace un tiempo hemos conocido el despertar de una nueva forma de entender las relaciones de las personas hacia sí mismas, los demás y el mundo. La ecología nos propone un camino muy importante que podemos aplicar a nuestro mundo emocional; el equilibrio. Nos enseña que el hecho de realizar una gestión adaptativa de nuestro mundo afectivo puede ser esencial en nuestra vida y aumentar nuestra capacidad para construir una felicidad auténtica y serena. Pessoa nos dice en el fragmento con que iniciamos este capítulo que la vida es un viaje experimental realizado involuntariamente. Pensamos que a pesar de que así sea, lo cierto es que si ahora estamos aquí y estáis leyendo este libro es porque hemos decidido voluntariamente continuar el viaje.

Nadie puede obligar a nadie a vivir, ni tampoco puede decidir en su lugar de qué forma debe vivir su vida. Podemos vivir medio dormidos, con poca conciencia de nuestra realidad, dejándonos llevar por algo externo a nosotros mismos o, al contrario, escoger experimentar la conciencia de vivir y mantenernos despiertos en un viaje intenso e interesante.

Al elegir nos construimos y colocamos los fundamentos de un mundo interno equilibrado o caótico. Si observamos con atención veremos que el equilibrio interno no se ve reflejado también en un equilibrio en nuestras relaciones con los demás y con nuestro entorno. La persona que se relaciona bien consigo misma tiene también la capacidad para hacerlo de igual forma con los demás. En idéntico sentido se puede afirmar que quien tiene siempre problemas en sus relaciones personales, posiblemente debería plantearse si esta dificultad no nace de una mala relación consigo mismo.

El mundo caótico, inestable y lleno de sufrimiento donde vivimos, pide soluciones de urgencia que deben nacer de cada uno de nosotros, lodos somos responsables de nuestro deterioro, del deterioro social, de la fragmentación y disgregación mundial y del desequilibrio que puede llevarnos a nuestra destrucción como especie. Se impone, pues, la necesidad de ser creativos y buscar planteamientos más equilibrados en nuestra vida. Es preciso y urgente que nuestra mente y nuestras emociones trabajen en equipo, que la complejidad de nuestro mundo afectivo con el que la evolución biológica y cultural nos ha dotado juegue a favor nuestro, en lugar de sabotear una y otra vez nuestro proyecto de vida. En este sentido, la ecología nos abre vías interesantes que creemos pueden aplicarse a la gestión de nuestras emociones y sentimientos. Esta es nuestra propuesta: la psicoecología afectiva, la psico-eco-afectividád.

El hombre necesita ir de un lado a otro para tener la sensación de que se recorre a sí mismo. JUAN JOSÉ MILLÁS

El mundo emocional se puede comparar a los colores de los paisajes.

Los paisajes son la metáfora de las diferentes situaciones que vivimos. Existe una gran diversidad de paisajes y cada uno está lleno de colores diferentes que vienen dados por las emociones y los sentimientos. A su vez, cada sentimiento puede tener diferentes matices y grados de intensidad. No existen sólo colores primarios sino muchas posibilidades de combinación entre ellos, de la misma forma que raramente existe en nuestro mundo emocional una emoción única y pura.

Así, en un mismo paisaje se pueden reunir colores variados, de la misma forma en que también en nuestro mundo afectivo podemos hallar emociones y sentimientos diversos e incluso contrapuestos. Podemos sentir al mismo tiempo amor y enojo; alegría mezclada con tristeza y añoranza. Todos los paisajes tienen su encanto y su razón de ser, incluso en un paisaje tan árido y difícil como el desierto podemos encontrar belleza y vida. Así, el desierto podría ser una metáfora de la vivencia de una crisis: colores secos, amarillos, ocres, marrones y rojos se suceden en una aparente falta de recursos: no sabemos cuándo va a finalizar el desierto ni si podremos sobrevivir al mismo. Afectos como el miedo, la soledad, la pérdida, la incertidumbre, la angustia, la rabia, la añoranza o el coraje... aparecen y tiñen nuestro paisaje. A pesar de todo, si no cerramos la mente y el corazón, también es posible aprender del desierto e incluso reconocerle cierto encanto y belleza. Quedarse con un solo paisaje sería una pérdida de riqueza ya que perderíamos la variedad y los elementos diferenciadores. También lo sería el hecho de anclarnos en determinado estado emocional y cerrarnos a los otros sentimientos. Negarse a vivir y a explorar los estados afectivos poco agradables nos priva de aprender y mejorar como personas. (…)

Asumir el riesgo de vivir

Vivir es, por propia definición, un riesgo a sufrir, pero también una posibilidad de explorar, experimentar, aprender a construirse y a ser. Sólo los seres inertes no sufren porque no tienen sensibilidad. Incluso en la aparente seguridad del útero materno existe la posibilidad de inseguridad y lesión.

Nos referimos al hecho de vivir y no al simple hecho de sobrevivir. La diferencia reside en el control sobre nuestra historia personal y en la adopción de un modelo de persona que escoge y asume las responsabilidades que se derivan de su elección; una persona capaz de obrar de forma coherente con sus valores personales y que es consciente del misterio y la oportunidad que supone vivir.

Yo soy un hombre que sabe. He sido un hombre que busca, y aún lo soy, pero ya no busco en las estrellas ni en los libros: empiezo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mi interior [...]. La vida de todo hombre es un camino hacia sí mismo, la tentativa de un camino, la huella en un sendero. Ningún hombre ha sido nunca completamente él mismo; pero todos aspiran a serlo, oscuramente algunos y más claramente otros; cada hombre como puede. HERMANN HESSE

Asumir el riesgo de vivir supone asumir el riesgo de conocernos. Como bien dice Hesse…

… los hombres podemos llegar a comprendernos los unos a los otros, pero sólo cada uno puede interpretarse a sí mismo. Esta es una tarea que dura toda una vida. 

SOLER-CONANGLA: La ecología emocional. Cap. 1: El despertar de la ecología emocional


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