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Una moda que no pasa: la belleza interior

Liftings, retoques, correcciones, arreglos… Hoy todavía prima entre nosotros una sociedad atrapada en las apariencias, en el exhibicionismo epidérmico, en la ostentación, un mundo deslumbrado por las envolturas, cebado en la banalidad o la superficialidad, un mundo en el que se quiere aparentar lo que quizás no se es, (y es que aunque la mona se vista de seda, mona, mona se queda, sentencia el refrán)… es el escenario sombrío producto de una sociedad que no es capaz de ver más allá de las apariencias, que es incapaz de penetrar bajo la superficie…

Pero para aquél que ha aprendido a mirar, que se ha esforzado en penetrar bajo la superficie, quien se ha ejercitado en la práctica de una  mirada lúcida, penetrante, ha podido descubrir la exuberante riqueza que puede esconderse bajo la epidermis, que puede emerger tras una mirada limpia, serena, penetrante, lúcida  de aquello que se contempla… y es que no se ve bien sino con el corazón; lo esencial resulta invisible a los ojos.

Por Nieves García, Mujer Nueva

En la obra de Perez Galdós, Marianela, la protagonista le pregunta al ciego al que guía si sabe distinguir el día y la noche. El contesta: «Es de día cuando estamos juntos tú y yo; es de noche cuando nos separamos».

bellezaEn la novela que lleva su nombre, Marianela es una joven deforme por un accidente que tuvo de pequeña. Solo su amigo ciego podía ver la belleza de su ser interior, sin quedarse en la superficialidad del cuerpo contrahecho. La ceguera de los ojos físicos era el principio de luz de sus ojos interiores para ver a los demás. No juzgaba por la impresión sensible, juzgaba por la belleza según la talla moral de la persona. Interesante forma de apreciar el mundo. Una lección serena para una sociedad occidental tan angustiada por el cuidado estético y paradójicamente una sociedad tan superficial en el cultivo de la interioridad. La belleza sigue siendo una enorme preocupación femenina, pero ¿Qué es lo realmente bello?.

En el siglo V a.C., los sofistas definen la belleza como "lo que resulta agradable a la vista o al oído". Con esta definición la "belleza" empieza a distinguirse de lo "bueno". Más tarde, los estoicos proponen una nueva definición: "aquello que posee una proporción apropiada y un color atractivo". Aristóteles define la belleza como "aquello que, además de bueno, es agradable". Como vemos, mientras los sofistas privilegian el agrado sensible que provoca el objeto bello, los estoicos subrayan el equilibrio interno entre las partes de dicho objeto. Aristóteles, por su parte, asume una postura intermedia, que concilia ambas teorías.

Junto a estos intentos por definir la belleza, la Antigüedad barajaba otros elementos tales como la proporción, el ordenamiento de las partes y las interrelaciones que se establecían entre ellas. A esta proporción, cuyo fundamento está inscrito en la misma naturaleza y cuyo paradigma máximo es el cuerpo humano, se le da el nombre de "simetría".

Retomando la idea de "iluminación" como parte sustancial de la belleza Santo Tomás de Aquino habla de la belleza como -"esplendor de la forma". Siempre ha habido una asociación natural entre bondad y belleza.

Pero además el concepto de belleza cambia según las culturas y los tiempos. En la antigua literatura china, el concepto de “mujer bella” se refiere a un ser delgado y frágil. En un país como Japón, la definición de belleza también parece haber variado según la época. Las mujeres bonitas que fueron representadas en impresiones de madera durante el período Edo tenían caras largas, ojos alargados y mejillas grandes y prominentes. No obstante, en el período que siguió a la Segunda Guerra Mundial, las mujeres de apariencia masculina pasaron, de repente, a ser consideradas atractivas. Esto hablando brevemente de la belleza de corte oriental. Ni siquiera podemos compararlo con los moldes occidentales del siglo XXI, donde la mujer pálida ....: ¿Cómo puede haber estándares tan diferentes en la sociedad, en cuanto a la belleza femenina?

Las mujeres tienen la tendencia a caer en la trampa que las hace buscar encajar en el molde de “belleza”, según los parámetros establecidos por las tendencias sociales de cada época. El propósito de esta interminable búsqueda, y el objeto para el cual se busca, suelen ser olvidados. ¿Qué belleza se busca? ¿La del aparecer o la del ser? ¿Para quién se trata de conquistar esa belleza, para uno mismo o para otros?

Hoy en día vemos rostros con sonrisas artificiales, operaciones quirúrgicas para evitar las arrugas, liposucción, inyecciones de silicona para moldear cuerpos que no tienen otro defecto que el desgaste natural del tiempo. Nos han vendido una imagen de mujer, donde se valora su apariencia pero se olvida uno de “ella”, de la mujer como persona. A fuerzas de ver modelos esbeltas, sin ningún defecto externo, con medidas imposibles...hemos aceptado que el ideal de belleza que nos permite entrar por la puerta grande del mundo es semejante al de la Miss Universo que se corone en el año en curso. Y aunque muchos asentimos al leer ideas semejantes a estas, e incluso criticamos el uso que se hace de la mujer en la publicidad, al final caemos en el mismo juego que nos proponen y somos los primeros en preocuparnos por el paso del tiempo, (y no precisamente porque no acerque a la muerte); nos inquietan las primeras canas, el cruzar el umbral de los 30, de los 40, de los 50,... En el fondo también nosotros identificamos juventud y belleza, porque nuestra bandera estética también se reduce al margen de lo superficial y sensible. ¿Dónde está la luz del día interior del que habla el ciego? ¿Por qué no la vemos?

Porque esa luz hay que buscarla con ojos interiores, en silencio y en la quietud que me permite ver lo invisible, pero que es realmente lo valioso.

El rostro de una mujer que ha sido marcado por las numerosas tormentas de la vida puede ser hermoso. Sea cual sea su edad, tal como ocurre con las vetas de la madera, cuya belleza tiende a ser más profunda con el paso de los años, la belleza de una mujer que ha resistido las dificultades de la vida brilla con un esplendor que se destaca. Hay rostros de mujeres ancianas que irradian algo que no se vende en nuestro acarreado siglo: una belleza pacífica, serena. Esa belleza crece con el tiempo, porque el tiempo aquilata y purifica lo que nos hace grandes: la capacidad de amar que posee el ser humano. El paso silencioso y constante de los años engrandece a la mujer que ha vivido en orden al darse y no al “buscarse”. Por eso un rostro anciano puede ser atractivo. Quizás detrás de esos ojos compasivos, se esconden muchas lágrimas, detrás de esas arrugas no maquilladas se oculta mucho dolor porque el amor es donación, es buscar el bien objetivo del otro, y por eso muy a menudo, el amor duele. El amor no es un maquillaje que se quita en la noche; su huella en la persona es indeleble y no se borra con el paso del tiempo.

Más allá de los sentimientos, de la emotividad casi de origen físico, está la capacidad oculta en el ser humano, que nos permite elegir libremente lo difícil y doloroso, y con desinterés, solo para hacer feliz a alguien.

La mujer que por vocación está llamada a educar al hombre en el arte del amor desinteresado, es verdaderamente hermosa cuando ha sido fiel a sí misma, aunque su cabello luzca blanco, o tiemblen ya sus manos. Decía Agustín de Hipona “Solo la belleza agrada”, y si no es mucha pretensión, podemos añadir “Solo la belleza interior agrada siempre”.

Nieves García
www.mujernueva.org


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