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El necesario salto civilizatorio adelante

Hacia el pleno reconocimiento de la dignidad humana y el derecho a vivir de quienes son nuestros congéneres en su estadio naciente.

Los embarazos no deseados o no planificados representan una problemática de nuestro tiempo no fácil de resolver. Pero también lo fueron en su momento otras como la esclavitud o el apartheid. En ella se entrecruzan desde aspectos individuales y sociales, antropológicos y éticos hasta educativos y médicos. ¿Qué hacer individual y sobretodo socialmente ante tal problemática, cuando por una parte históricamente hemos avanzado tanto en el reconocimiento de la dignidad humana y los derechos humanos y por otra los adelantos de la medicina hacen tan fácil deshacerse de un embarazo no deseado? El problema ciertamente es complejo y presenta diversas vertientes: antropológica, sociológica, histórica, humanística,  científica, política, axiológica, jurídica, educativa, sanitaria, ideológica, moral, ética, religiosa.

Hoy vamos a centrar nuestra reflexión fundamentalmente en torno a la dimensión cultural-civilizatoria del problema. Tras milenios de incansable lucha y esfuerzo por el reconocimiento de la dignidad de TODO ser humano y la concreción de esa intrínseca e inviolable dignidad en un conjunto de derechos humanos ¿llegará un momento en que el concepto de la dignidad humana inviolable y única se diluya, y en nombre de la libertad volvamos a un estadio cultural más bien propio de una etapa pre-civilizatoria, cavernaria? Si esto ocurriera estaríamos abriendo un peligroso abismo a nuestros propios pies.

¿Llegaremos a ser como dioses? La conquista del espacio, el progreso científico, los avances de la medicina, el desarrollo tecnológico… han conferido un enorme poder a nuestra especie y han contribuido a que el ser humano tomara consciencia del grandioso poderío que tiene en sus manos. Su soberbia y arrogancia han llegado a tal punto que le hacen creer que podemos llegar a ser como dioses. Y todo ello a menudo eludiendo y al margen de toda consideración ética o moral. Tal actitud altiva y altanera bien pudiera conducirnos a la cumbre, a la ensoñación de un falaz señorío sobre todo lo creado,  pero también arrastrarnos al borde del precipicio. Ante ello no basta enumerar con lucidez las dificultades o peligros; hay que mostrar sobre todo las grandes metas a las que podemos aspirar.

Ante la problemática de los embarazos no deseados, la “salida” de la liberalización del aborto que se propone por parte de algunos, en perspectiva civilizatoria supone una regresión cultural en toda regla. Que el solo deseo individual (algunos a eso lo califican de autonomía personal ¿?) pueda erigirse hoy en principio ético del progresismo posmoderno y concebir el aborto como mecanismo anticonceptivo de último recurso, en lugar de afrontar sus causas y buscar alternativas al mismo, está fuera de cualquier lógica razonable y de cualquier horizonte cognitivo y axiológico mínimamente digno y denotaría una abismal degradación y depauperación de la conciencia ética y moral de aquella sociedad que lo adoptare. Y desde una perspectiva cultural supondría una grave regresión civilizatoria. Y es que un pueblo se recupera mucho antes de sus desastres materiales que de los derrumbes de su espíritu.

En este s. XXI, apoyados en las incontrovertibles evidencias científicas, necesitamos realizar un salto cualitativo adelante en el reconocimiento social, jurídico e institucional de la vida humana en su estado naciente.

Un salto que suponga un fuerte impulso civilizatorio humanizador y humanizante, en dirección al verdadero progreso en humanidad.

No todo lo que hoy es técnicamente posible, es también éticamente aceptable.

La dignidad de los seres humanos es intrínseca a cada uno. No depende del hecho de ser más o menos deseados.

No podemos permanecer en el desierto ético y moral en el que nos hemos ido adentrando. Un pueblo se recupera mucho antes de sus desastres materiales que de los derrumbes de su espíritu.

La humanidad ha conseguido a lo largo de siglos incrementar el respeto a la vida

La humanidad ha ido consiguiendo no sin gran esfuerzo a lo largo de los siglos incrementar el respeto a la vida, hasta el punto que muchos países hoy han renunciado a aplicar la pena capital incluso a los delincuentes más peligrosos. Esta actitud puede considerarse un gran avance en cuanto a madurez social, un signo de verdadero progreso en humanidad. Disponer de una vida humana nos parece hoy una desmesura tal que optamos por respetar la vida incluso de quienes a través del asesinato, el terrorismo o cualquier otra forma parecen empeñarse en arrebatársela a otros.

Sin embargo, llegar a este alto grado de madurez social no ha sido tarea fácil. En las sociedades humanas podemos distinguir dos grandes grupos en relación con su poder y su grado de fuerza, inteligencia, sensibilidad, capacidad económica o habilidad política: los poderosos, detentadores del poder, y los débiles, desposeídos y dominados. A menudo unos, los poderosos, opresores y explotadores, se apropian del disfrute de los derechos de los otros; otros, los débiles y oprimidos, quedan mermados en el ejercicio de sus legítimos derechos.

Una constante histórica: la desigualdad, la opresión y el sometimiento

La desigualdad en el interior de la estructura social ha sido una constante en la historia. Podemos contemplar la historia de la humanidad como un continuo proceso de lucha en la que los poderosos permanentemente han intentado someter y poner bajo sus pies a los más débiles; en la que la opresión, explotación y el sometimiento de unos sobre otros ha sido una constante. Una inquebrantable lucha y esfuerzo por superar el abismo entre dirigentes y masa dirigida, entre minorías poderosas y pueblo empobrecido.

A lo largo de la historia los derechos de los “débiles” han sido y continúan siendo una y otra vez pisoteados por los “fuertes”. Y esa actitud permanece hoy instalada entre nosotros y se expresa bajo diversas formas en diversos ámbitos: nuestra vida familiar, social, económica, laboral o geopolítica. Sin embargo, ya desde el principio se alzaron voces denunciando la injusticia de esta situación. Hubo quienes pusieron su fuerza al servicio de los débiles, y con su actitud y su praxis implementaron acciones que iban a suponer importantes pasos adelante en la superación de tan ancestral situación. La conciencia de que los derechos humanos, unos principios y valores que se deberían respetar en toda circunstancia, eran los derechos de TODOS ha ido haciéndose cada vez más nítida y se ha ido acrecentando.

Así que avanzamos hacia un mayor alto grado de conciencia y progresamos en humanidad, se hace más nítida la idea que el respeto a los Derechos humanos debería constituir el horizonte moral de nuestro tiempo. Pero el camino hacia un mayor alto grado de conciencia no está todavía completado ni individual ni colectivamente, y ni ese horizonte de futuro está suficientemente expandido, ni adecuadamente asimilado, entre la población como podemos apreciar constantemente a nuestro alrededor, menos aún en determinadas países y áreas geográficas del planeta. 

Hoy la opresión y la conculcación de derechos básicos de unos sobre otros sigue estando muy generalizada y continúa ejerciéndose de las más diversas formas. El “fuerte” sigue desplegando su fuerza coactiva,  su poderío sobre el “débil”. Los fuertes --los que tienen poder, voz y voto-- terminan oprimiendo a los débiles (los pobres, los marginados, los inmigrantes, los ancianos, los enfermos, el niño no nacido…) Y ello ocurre no sólo en sociedades totalitarias o atrasadas, sino también en sociedades que se autoproclaman avanzadas, modernas, maduras, democráticas, “civilizadas”.

El respeto a los Derechos humanos como horizonte moral de nuestro tiempo

Se han dado pasos históricos en la defensa de la dignidad y en el reconocimiento de los derechos humanos. Hemos abolido la esclavitud mantenida durante siglos. Condenamos la aberración de la tortura y la discriminación racista, la violencia doméstica y los abusos sexuales, los fanatismos terroristas y los crímenes de guerra. Todas ellas, conductas violentas masivamente rechazadas por la sociedad.

La humanidad entera reconoce un precepto moral irrenunciable: el de la no violencia. La humanidad, en su mayoría, se opone a la violencia contra la vida humana. La garantía de su supervivencia y desarrollo comienza respetando sin excepciones la vida engendrada.

El aborto es la más atroz expresión de violencia del fuerte contra el débil, un atentado contra la vida inocente e indefensa de otro y la negación absoluta de la libertad del otro. La posibilidad legal del aborto libre que preconizan algunos es una forma más de "violencia" socialmente admitida, pero violencia inhumana y cruel al fin. El aborto es en el fondo un odioso acto de violencia realizado contra el no-nacido y contra las madres.

Hay exigencias morales objetivas, de naturaleza pre-política, anterior a la sociedad y al Estado, que deberían ser reconocidas, respetadas y garantizadas. En la perspectiva de la construcción de una auténtica «polis» hay principios y valores que por su función vertebradora en la fundamentación de la convivencia social deberían ser irrenunciables.

Todavía hoy, sin embargo entre nosotros, se perciben déficits formativos en una parte importante del cuerpo social que se expresan en cierta incapacidad cognitiva para apreciar adecuadamente el valor y la importancia capital de algunos de esos principios y valores fundamentales. Y es que el grado de formación de determinados sectores de la población, también entre cierta juventud, deja mucho que desear. Por lo que se refiere a la consideración, valor y dignidad de la vida humana, ciertos sectores no tienen del todo asimilado ni asumido, el hecho que la “dignidad” y el “valor” de una vida humana no vienen determinados por ninguna concesión del Estado o consenso político, ni puede estar al albur o al deseo de cada quien, sino que son inherentes a la propia “naturaleza humana”. No tienen asimilado que la dignidad de los seres humanos es intrínseca a cada uno. No depende del hecho de ser más o menos deseados. Y otro tanto ocurre con nuestro ordenamiento jurídico. Considerar tan solo como “bien jurídico” a nuestros congéneres en sus primeras etapas de desarrollo es una antigualla impropia del s. XXI. El ser humano que se está gestando es más que un mero “bien jurídico”: es un congénere nuestro, uno de los nuestros, un ser humano en su estadio naciente y como tal debería considerársele.

Emergencia de una creciente conciencia planetaria en humanidad

En España y en diversos países del mundo acabamos de celebrar el día internacional de la vida. Adentrados ya plenamente en este s. XXI, frente al viejo y reiterado discurso abortista, obsoleto y cansino, dominante en las últimas décadas.

Ante la problemática de los embarazos no deseados o no planificados, está emergiendo una nueva conciencia planetaria, un alegato positivo, alegre, festivo,  biofílico, bien armado argumentalmente, a favor de la vida, del reconocimiento de la dignidad humana y de la condición de humanos de quienes no son sino nuestros congéneres en su estadio naciente,  y de su derecho a vivir.

El debate en torno al aborto es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Frente a la salida del aborto como “solución”, facilona y nada imaginativa ni creativa y menos aún humanizante, a los embarazos no deseados o no planificados propiciada por el progresismo posmoderno, de la mano del feminismo más rancio y radical, cada vez más se abre paso entre los ciudadanos de todo el mundo la idea, la conciencia y la convicción, fundamentadas en las evidencias científicas, de que quienes se están gestando son de los nuestros, que su dignidad no depende del estadio de desarrollo en el que se encuentren y que esa “dignidad” es intrínseca y que por lo tanto no es graduable como sostiene el izquierdismo postmoderno sino que, como congéneres nuestros y por tanto como humanos que son, se les debe reconocer su dignidad y su derecho a vivir, a existir. Por tanto, nadie tiene derecho a disponer libremente de su vida.  Otras discusiones colaterales de tipo biológico, filosófico o jurídico sobre cuándo empieza la vida humana, bajo qué condiciones se les puede considerar personas o a partir de qué momento se les reconoce como sujetos de derechos o el argumento de la vibilidad fetal… que se suelen emplear como coartada para velar, enmascarar, invisibilizar y eludir el dato fundamental, deberían considerarse secundarias, menores, y en ciertos aspectos ( p. e. el concepto de personalidad jurídica vigente en nuestro ordenamiento jurídico) dejar de ser una antigualla jurídica insostenible en pleno s. XXI y actualizarse de acuerdo con los datos proporcionados por la ciencia en las últimas décadas.

La necesaria superación de la mentalidad abortista: el dato científico como punto de partida

Tras décadas de ideología de género y de feminismo radical la mentalidad abortista está todavía muy extendida entre nosotros y hasta ha contaminado las directrices políticas emanadas de los grandes organismos internacionales. En España existe una incesante presión pro-abortista por parte de ciertos sectores sociales y fuerzas políticas, las cuales empleando todos los medios afines a su alcance (prensa, radio, tv…), aprovechando las más diversas circunstancias (platós de televisión, emisoras de radio, círculos culturales y tertulias, actos públicos, instituciones y organismos municipales, etc. ) y a través de la utilización e instrumentalización interesada de líderes de opinión y de renombradas figuras de la vida nacional, así como opinadores diversos…, van inoculando como lluvia fina sus mensajes pro-abortistas en el  a menudo alienado inconsciente colectivo… y utilizando demagógicas expresiones como libertad de la mujer, derecho al propio cuerpo o recorte de derechos y libertades de las mujeres, continúan instalados en la más obsoleta mentalidad pro-abortista, se mantienen anclados en el más puro “abortismo” y continúan propalando tan inhumana práctica  como la salida más “civilizada” posible que se les ocurre a la problemática de los embarazos no planificados.

Su demagógica argucia está basada, sin embargo, en una grave y perversa falacia: la negación de la realidad, no existe un quien, un congénere nuestro en gestación. El no reconocimiento de la existencia de uno de los nuestros en gestación, evidenciada por el más elemental sentido común y puesta de manifiesto por la propia ciencia. Sin embargo, hay que decirles que negar o falsear los datos de la ciencia es renunciar al conocimiento y si se renuncia al conocimiento, lo único que queda es ideología. (N. Jouvé).

Una sociedad avanzada procurará no obviar el problema, mirarlo de frente, ver la realidad, no darle la espalda, ver cuáles son las mejores soluciones posibles que beneficien a todos y no solo a una de las partes. En cualquier debate serio sobre aborto el punto de partida debe ser el dato científico sobre la vida humana.  Los partidarios del mismo o de su liberalización intentan obviar, eludir, velar el núcleo fundamental del problema desviando la atención y focalizando la discusión sobre cuestiones y aspectos ciertamente complejos pero no nucleares. Y es que a pesar del emponzoñamiento del discurso al que pretenden conducirnos los partidarios de su liberalización o pro-abortistas, el aborto, como práctica inhumana y cruel que es, no es solución a nada (el problema sólo aparentemente parece resuelto, pero a costa de eliminar una vida humana y las consiguientes secuelas para la madre) y es impropia de una sociedad que se precie de abierta, madura y avanzada y verdaderamente democrática y “civilizada”.

Aunque los partidarios del mismo intentan emponzoñar el debate y a la opinión pública presentando la oposición al mismo como la voluntad de una minoría (¿?) de imponer a la sociedad civil una determinada moral o ciertas creencias religiosas o peor aún estar vendidos a la más extrema derecha… hay que afirmar con contundencia que su rechazo al mismo como “salida” al problema de los embarazos no planificados, no es cuestión de "creencia", sino de ciencia, de consciencia, de conciencia y de progreso en humanidad, de reconocimiento de la existencia de congéneres nuestros en gestación, de reconocer su humanidad y dignidad intrínsecas, de derechos humanos.

Todo sería muy diferente si en medio de todo ello no se encontraran seres humanos, no se obviara esa realidad y no se jugara con la vida de quienes son nuestros congéneres, y se reconociera por parte del conjunto del cuerpo social el derecho intrínseco más elemental y básico de todo ser humano a existir.

De lo que se trata es de encontrar una salida lo más humana, razonable y “civilizada” posible a la problemática de los embarazos no planificados. El debate debería estar orientado a reducir el número de abortos y perseguir la dignificación de la vida humana, de todo lo humano, también en su estadio naciente. La solución más adecuada no es la eliminación de una vida humana con las graves consecuencias que para una y otra parte comporta una salida de estas características. El aborto no es la solución y una sociedad avanzada y madura y que se precie de auténticamente “civilizada” en pleno s. XXI no se lo puede permitir. Su liberalización y práctica, en perspectiva humanizadora y humanizante, supone una grave regresión civilizatoria. El progresismo abortista ha de aceptar públicamente el dato científico y partir de él, no obviarlo ni enmascararlo. Si no, se sitúa al margen de la ciencia,  de la corriente civilizatoria de la historia y del auténtico progreso en humanidad.

Ir más allá de la mera regulación jurídica

No parece que eso sea lo que se trasluce de la muy extendida mentalidad abortista, sino todo lo contrario.  Para superar esa mentalidad y abrirnos a horizontes de futuro de verdadero progreso en humanidad se necesita elevar un poco la mirada, practicar una mirada de cierto alcance, altura de miras, para que abandonando la miopía histórica en la que continúan instalados esos sectores sociales a los que aludíamos anteriormente respecto a esta cuestión, otear nuevos horizontes de futuro más lúcidos, más preclaros, más plenamente humanos, comprendiendo las implicaciones de largo alcance que acarrean y las transformaciones estructurales necesarias que comportan,  en la búsqueda de la mejor solución posible a la problemática que nos ocupa. Los auténticos valores del s. XXI son los de la defensa  de la “vida” en toda su amplitud y en todos sus estadios y no los de la cultura de la “muerte”. La “vida” es el mayor bien que nos constituye como especie. No protegerla jurídicamente también en el vientre materno  y, fruto de la soberbia y engreimiento en el que estamos instalados, no reconocer socialmente su valor es en el fondo hacernos un flaco favor como especie y no comprender que el verdadero progreso humano no está en defender a ultranza nuestro exclusivo bienestar individual.

Porque en el fondo de todo ello lo que está también en juego es la capacidad  o incapacidad del conjunto del cuerpo social para progresar o no en el reconocimiento social y jurídico de la dignidad humana y el derecho a vivir de cada uno de nuestros congéneres concebidos pero aún no nacidos.

Para la superación de tan grave lacra social, la sola regulación jurídica, con ser importante, no es suficiente. La opinión pública y el conjunto del cuerpo social deben comprender, reconocer y asimilar la bondad de esos principios y valores que apuntalan nuestra convivencia pacífica y que son de naturaleza cuasi pre-política, es decir, están en la base y son el fundamento de nuestra organización en sociedad. Más que vencer hay que sobretodo convencer a la opinión pública. Si el conjunto del cuerpo social no reconoce esos valores y éstos no pasan a formar parte del acervo cultural personal de cada uno de nosotros y de nuestro patrimonio civilizatorio y se quedan tan sólo en buenas intenciones y bonitos eslóganes para exhibir en nuestras manifestaciones a favor de una vida digna para TODOS, la superación del problema se dilatará eternamente. Será necesario, pues, continuar haciendo pedagogía en todos los frentes.

No podemos exigir de la noche a la mañana un cambio tajante de mentalidad y una transformación radical de la conciencia ciudadana instalada durante décadas en el dopaje ético que supone la aceptación social del aborto. Los principios y valores que encierra la expansión de la «cultura de la vida» comportan la necesidad de cambios radicales (en el sentido de ir a la raíz de los problemas) en nuestra escala actual de valores y la estructura social. El aborto no podrá ser frenado sin abordar las causas no sólo epidérmicas sino profundas del mismo y un reconocimiento social y decidido apoyo de los poderes públicos a la maternidad.

La libertad real de las mujeres se garantiza mejor ofreciéndoles todas las alternativas posibles al aborto y no abandonándolas a su suerte y abocándolas a él. Junto a la reforma de la ley aborto deben revertirse radicalmente las políticas sociales orientándolas al fomento y apoyo integral a la maternidad.

La celebración de jornadas como la del día internacional de la vida y las correspondientes marchas celebradas en distintas capitales y poblaciones españolas y de todo el mundo suponen una apuesta decidida de la sociedad civil por construir un clima social favorable a la vida naciente, una inflexión en la mentalidad dominante de una parte de la población, un cambio de tendencia importante y un signo de esperanza imprescindible para la superación del problema y la construcción de una sociedad humana digna de tal nombre.

Elaboración propia

Ver EXPOVIDA, un canto a la vida naciente - visita virtual: http://ow.ly/vo0j2


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