titulo de la web

Las relaciones, los hijos y los problemas del feminismo

Por Ignacio Peyró

Desde hace un tiempo, vengo leyendo bastante sobre feminismo. No es un tema que me resulte particularmente estimulante –más bien me resulta aburrido y algo ajeno- pero seguramente es algo a lo que hay que prestar atención para hacerse cargo de los problemas y los debates del mundo en que uno vive. Esto último, atender a los problemas y debates del mundo en que uno vive, también está entre las cosas que podrían soslayarse con mucho gusto, pero es parte del trabajo de quien escribe en prensa y, en el mejor de los casos, mantiene activo el engranaje neuronal. Por lo demás, todo lo que sea hablar sobre las mujeres y los hombres no hace sino aludir a esa misma danza –compleja, gozosa- que viene desde el mismo principio de los tiempos, y en la que cada uno tiene que tomar parte, lo quiera o no.

Como sea, estas lecturas sobre feminismo no han sido buscadas sino encontradas, al menos al principio. Me explico: uno tiene la costumbre de leer prensa extranjera, no por preciosismo, sino porque hay periódicos y revistas muy buenos y, además, uno ha gozado, por temporadas, de una gran cantidad de tiempo libre para darse a este ocio. Y ha ocurrido que en esa prensa extranjera –del Atlantic al Times- uno se iba encontrando buen número de piezas escritas por mujeres sobre cuestiones parecidas entre sí: las relaciones hombre-mujer, el matrimonio, la familia, el feminismo, la liberación sexual, etc. Al leer esto, uno también vio que no hacían más que publicarse ensayos sobre estos temas, algunos sin duda mejorables, pero en general legibles y con la mordiente que saben dar los anglosajones al género (en el tiempo en que se lee un ensayo francés, se han leído tres americanos). Como siempre, la gran virtud del ensayo es ordenar y explicar un magma de cosas que necesitan cierta narratividad: por lo general, sólo así somos capaces de reparar y ahondar en ellas. Luego, uno ha venido escribiendo sobre estos temas aquí y allá, extrañado de no encontrar muchos de estos aportes en el debate nacional –el tema del feminismo se aborda con la hipocresía previa de saber qué se puede decir y qué resulta escandaloso decir, cuando no se cae directamente en la peculiar mezcla de inanidad y sectarismo ideológico de Aído. Y hace un tiempo publiqué en Alba un reportaje, a la fuerza breve, sobre lo que algunas mujeres tenían que decir sobre el feminismo. No creo que para escribir sobre la mujer haya que ser mujer, como para escribir sobre insectos no hace falta ser insecto, pero sus elaboraciones intelectuales tenían un matiz vivencial, de hondura humana, que les daba una credibilidad particular. De modo que el reportaje que ahora se adjunta no hace más que recoger opiniones, casi todas de mujeres con perfil vital parecido (anglosajonas de educación progresista), y con un cierto no-intervencionismo por mi parte –no es una pieza de “culture war”. El reportaje, algo atropellado por razones de espacio, lo han cogido luego en un buen número de webs y ha generado cierto debate cortés, cosas que, naturalmente, ya distan mucho de los ámbitos de la responsabilidad y la satisfacción de quien lo escribió. Aquí va:

“Una mujer necesita un hombre lo mismo que un pez necesita una bicicleta”, rezaba la clásica proclama del feminismo. La atractiva escritora Lori Gottlieb, madre soltera y antigua feminista, es de las muchas que desmienten tal aserto: “cada mujer que conozco –no importa el éxito o la ambición que tenga, ni su seguridad emocional y financiera- siente pánico (…) si llega a los treinta y ve que aún no está casada”. Glosando la aludida frase, sin obviar su incorrección política, Gottlieb insiste: “pregunta a cualquier mujer soltera de cuarenta años qué es lo que más desea en la vida, y seguramente no te dirá que lo que quiere es un trabajo mejor, una cintura más estrecha o un apartamento más grande. Lo más seguro es que te diga que lo que de verdad quiere es un marido y, por extensión, un hijo”. Gottlieb confiesa que “es precisamente el no haberme casado lo que me hizo concluir que casarse es la mejor opción”. En una reunión casual con mujeres casadas, Gottlieb dice que “escucho letanías de quejas sobre sus maridos y me siento muy segura en mi decisión de esperar al hombre perfecto, sólo para darme cuenta de que ninguna de ellas se cambiaría por mí ni por un segundo”.

Gottlieb no es sino una más de “esas mujeres solitarias que descubren cuánto han perdido gracias al feminismo”, según expresión de Tessa Cunningham. Hoy, cerca de una de cada cinco mujeres que ronda los cuarenta años no tiene ningún hijo, una proporción que dobla la estadística de 1976. Las encuestas muestran que un setenta por ciento de mujeres se arrepienten de no haberlo tenido, y la familia ideal, según los sondeos, sigue constando de dos o tres niños, pero cada vez son menos las personas que viven en este tipo de familia. El problema, según el sociólogo David Brooks, es que “las mujeres tienen más opciones sobre el tipo de vida que quieren llevar, pero no tienen más opciones sobre cómo secuenciar su vida”. “Las mujeres”, explica Cunningham, “adoctrinadas en la idea de que los hombres llevan vida mejores, terminan valorando el éxito y el estatus sobre el hogar”, de modo que la decisión de tener niños se pospone indefinidamente, por presión laboral impuesta o voluntaria. En “La mentira de la maternidad tardía”, una madre tardía como India Knight señala que “el número de mujeres que tienen hijos más allá de los cuarenta años se ha doblado en tan sólo una década”, para desde este punto comenzar una larga diatriba “contra quienes piensan que la fecundación in vitro es algo así como inyectarse botox”. Es un modelo de embarazo para el que Knight –que lo ha probado- tiene palabras durísimas por ser una bomba hormonal. Pero la escritora inglesa va más allá: “a las mujeres de nuestra generación, el movimiento feminista nos ha colado una enorme mentira: que lo puedes tener todo –trabajo, éxito, dinero, estatus- y, después de conseguirlo, ponerte a tener tantos niños como quieras”.

Ante la reciente ola de famosas como Madonna, que optan por la maternidad solitaria y tardía, Knight reacciona con crudeza, “opuesta a la consideración de que ser una madre mayor es una ambición maravillosa y fácil de conseguir (…) Están rotas, porque levantarte tres veces cada noche no es lo mismo cuando tienes cuarenta y tres años que cuando tienes veinticinco. Así logras grandes bolsas bajo los ojos y maridos que se dan cuenta y se preguntan qué fue de la mujer con la que se casaron”. Por otra parte, los sacrificios de la maternidad son más amargos “cuando has tenido diez o veinte años de tiempo extra sólo para ti misma, y de pronto tienes que optar por la entrega absoluta”. De su propia experiencia, Knight tiene un consejo sobre marido e hijos que irritará a algunas feministas: “no esperes”.

Al hacer que las mujeres adopten una hoja de ruta para la vida más adecuada a los ritmos masculinos, son muchos los matrimonios que lamentan no tener niños o tener menos de los que hubieran querido. Pero, más allá de la natalidad, la revolución sexual ha tenido consecuencias imprevistas. Pasados los treinta años de edad, y tras años de relaciones mejorables, la escritora Laura Nolan se pregunta, “¿Dónde están los hombres?” Cunningham le da la respuesta: “el feminismo ha posibilitado que la mujer elija grandes carreras laborales, pero les ha robado la oportunidad de asentarse, ya que no han podido encontrar ningún hombre lo suficientemente “masculino” para estar preparado para el compromiso. La sociedad ya no otorga valor a los hombres que toman su responsabilidad”. Así, de vuelta a Nolan, “lo que hay es una auténtica avalancha de “hombres-niño”, que está dejando con un pasmo tremendo a toda una generación de mujeres solteras, de treinta y tantos años, que son sus parejas naturales”.

¿Es todo culpa de los hombres? Un hombre, Bernard Chapin, no lo cree así. Consideran que el modelo de mujer que encarna el Nuevo Orden Femenino (grandes trabajadoras, independientes, autónomas, consumistas) repele a los hombres por ser un modelo materialista y poco sensible a sus necesidades o las virtudes masculinas: “cada vez más, las chicas buscan una amiga en su novio”, se queja otro comentarista. Pero para tanta sorprendente soledad femenina hay más razones: la amenaza que los hombres sienten ante las leyes divorcistas o el hecho de que la liberación sexual desalienta el matrimonio con una múltiple oferta de sexo sin compromiso que alienta una “cultura de la inmadurez”, según define George Will. Al igualar el papel de los sexos, concluye la citada Tessa Cunningham, “nos arriesgamos a producir hombres egoístas, irresponsables e infieles. Tal vez ayuden con la colada, pero no por ello van a respetar a la mujer ni a mostrar más compromiso”. Así, “el hombre que se enamoraba y que pensaba que, al encontrar a una chica estupenda, lo que había que hacer era casarse con ella, se ha convertido en alguien que sólo busca un poco de diversión, y que afronta con enorme incomodidad cualquier relación de la que no pueda librarse con un sms”, dice la joven Nolan. “Corremos el peligro de destruir virtudes como la valentía, la lealtad, el señorío y la capacidad de sacrificio”, remata Cunningham, “al haber convertido la “masculinidad” en una palabrota”. En fin, en su “Reinvidicación del Romance”, C. Nehring carga, con todo detalle, contra el “matiz antirromántico” del feminismo clásico y “sus clichés de odio al hombre”.

Las generaciones más jóvenes también tienen sus problemas. Natasha Walter, la feminista conversa más famosa, ha pasado en diez años de celebrar los logros del movimiento en “El Nuevo Feminismo” a denunciar el auge de una “cultura de lo obsceno” entre las jóvenes en “Muñecas Vivientes”. Este libro, repleto de ejemplos, analiza las causas profundas de que “chicas de dieciocho años que antes estarían ahorrando para su primer coche, ahora ahorran para retocarse los pechos”, o cómo un tercio de las adolescentes no desdeñaría posar desnuda para un reportaje fotográfico. Según Walter, “cosas que, hace sólo una generación, hubieran sido vistas como degradantes para las mujeres, ahora se toman como juego o incluso como aspiración”. Así, a partir de la consideración de que una sexualidad sin ninguna inhibición suma, de algún modo, a la noción de “poder femenino”, lo que se consigue es que “la liberación está pasando a ser una objetivación sexual”, una hipersexualización “que hace que las mujeres jóvenes se juzguen a sí mismas, fundamentalmente, en términos de su atractivo físico”. Es algo que comienza bien pronto: esta misma semana, se ha retirado en Reino Unido un modelo de bikini con relleno en el pecho para niñas de siete años. El resultado, según Kat Banyard, es que “los hombres jóvenes aprenden que las mujeres son un objeto sexual, no seres humanos a los que tratar con respeto y dignidad”. Habida cuenta de que una de cada cuatro chicas tiene su primera relación sexual antes de los dieciséis años, y el 80% de ellas se arrepienten de la experiencia, “algo habrá que hacer”, dice Banyard, “para que no tenga que haber tantos arrepentimientos”.

Fuente: http://www.thefamilywatch.org


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...