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¡Necesitamos más verdad!

Por Joan Lluís Pérez-Francesch

Un país que se conforma con medias verdades es un país instalado en la confusión y por tanto abocado a la decadencia e incluso a la indecencia.

 

Últimamente le doy vueltas a la idea de que necesitamos más verdad para vivir dignamente. He leído el libro del profesor Harry G. Frankfurt, de la Universidad de Princeton, sobre la verdad en el mundo social, en contra del escepticismo, del relativismo, del cinismo y del engaño, y me ha hecho pensar bastante. Asistí también hace un tiempo a una conferencia del profesor F. Saéz Mateu precisamente sobre la virtud de la verdad, y me acabó de convencer sobre la falta de la misma en muchos de los discursos públicos de los líderes políticos. 

La verdad nos ayuda a entender el mundo que nos rodea. Necesitamos la verdad para vivir con plenitud. Podríamos decir que la verdad es un derecho individual y colectivo, de todos y cada uno de los ciudadanos. Cualquiera que esté en su sano juicio pretende saber qué pasa en realidad o lo que las cosas son. Se trata de algo muy importante para poder contraponer las ideas con un fundamento racional de aquellas que parten de prejuicios o que sencillamente son mentiras. En el fondo, todas las ideas anteriores se sintetizarían en el principio evangélico “veritats liberabit vos”, la verdad os hará libres.

Un país que se conforma con medias verdades es un país, a mi juicio, instalado en la confusión y por tanto abocado a la decadencia e incluso a la indecencia. Curiosamente, hoy en día, cuando más podemos saber gracias a los medios de información, de comunicación y de transmisión del conocimiento, más dudas nos planteamos sobre la verdad de lo que ocurre a nuestro alrededor. Por ello, actualmente, la verdad es un valor más importante que nunca, porque vivimos en un contexto de sobresaturación informativa, y también en demasiadas ocasiones, confusa.

Necesitamos un relato sobre muchos aspectos de la vida en común, sobre la vida social y política, a partir de altas dosis de verdad. Sólo desde el respeto a la verdad se podrá construir un discurso claro y coherente, aunque nos guste más o menos. La confusión se nos ha instalado en el discurso colectivo. Por ejemplo, primero se nos negó desde el Gobierno la crisis económica, utilizando palabras como desaceleración y otros eufemismos, porque no se querían perder votos. Una vez celebradas las elecciones generales del pasado marzo de 2008 y conseguida la victoria, el tema se enfocó de otra manera, y se admitió la crisis, porque no se podía ir en contra de la evidencia. Otro ejemplo es el del caos de los trenes de cercanías en la conurbación de Barcelona, superado –por lo menos mentalmente- por la propia dinámica postelectoral. Un último ejemplo: el proceso de reforma estatutario en Cataluña. ¿Era necesario? ¿Se podría tener un sistema más justo de financiación por parte de la Generalitat sin el alto grado de crispación generado? ¿Qué explicación se dará a la sentencia del Tribunal Constitucional?

De hecho, según las opciones políticas se vende una u otra respuesta a los problemas o situaciones anteriores, y a muchos otros, como las cuestiones lingüísticas, fiscales, familiares, educativas, religiosas, etc. Sin embargo, a mi me llama la atención el hecho de que si bien nadie confiaría en un técnico que no dijera la verdad, hay un cierto relativismo sobre la necesidad de que los políticos digan la verdad, y toda la verdad. Parece que tenemos integrado en nuestra conciencia que en la política no decir la verdad o decir aquello que hace ganar votos en cada momento, aunque no sea del todo verídico, puede llegar a ser un valor positivo.

En mi entorno inmediato, he observado incluso casos en los que el silencio administrativo es la tónica. Hasta tres instancias presentadas en el Ayuntamiento de mi localidad no han recibido ninguna respuesta desde el pasado verano. Todas en relación a los árboles arrancados sin previo aviso en mi calle, en aplicación de unas denominadas “recomendaciones técnicas”, que se aplican cuando interesa al político de turno. 

Después de esta experiencia, pienso que el ciudadano concreto (en todo caso, el que no es fiel por medio de su voto incondicionado) no les interesa para nada. No tienen respuesta, no quieren debate, porque saben que no dicen toda la verdad. Ésta no existe para quien no cree en este valor tan importante. Y así se va construyendo un nuevo escenario de la vida, en el que el silencio, la falta de verdad, el desinterés por vivir de acuerdo con ella, y la confusión, se instalan con comodidad.

Fuente: FORUM LIBERTAS


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