titulo de la web

Naturaleza «humana» de la vida prenatal

Defensa de la «dignidad humana» en su fase prenatal   

Una mirada crítica sobre ciertas «lógicas sociales» en la construcción de un nuevo tipo de sociedad.

Practicar una mirada crítica, concienciarse sobre esas «lógicas» en las que uno está inmerso, forma parte de la formación y la cultura personal de cada cual.

Dos perspectivas, científica y filosófica, sobre el valor y dignidad de los seres humanos en su fase prenatal.

Sí, hemos inaugurado una nueva era. Estamos intentando alumbrar una nueva sociedad, a construir sobre los mejores cimientos heredados y transmitidos por nuestra civilización y desechando cuanto de escoria hayamos podido arrastrar hasta nuestros días.  

Ciertamente para el ciudadano de a pie no es fácil ser consciente de las «lógicas sociales» en las que uno vive inmerso, aquéllas de las que es difícil escapar porque actúan a nivel inconsciente, aquéllas que están condicionando nuestra manera de pensar y nuestra manera de actuar y de las cuales somos inconscientes sujetos pacientes. Ello tiene que ver, en parte, con el grado de formación de cada quien. Tomar distancia, practicar una mirada crítica, concienciarse sobre esas «lógicas» en las que uno está inmerso y que nos atenazan forma parte de la formación y la cultura personal de cada cual.

Si es propio de los procesos constituyentes el hacer un replanteamiento global y radical del status quo actual, supondría una miopía y una falta de perspectiva de cualquier nuevo modelo de sociedad que pretendiera ser avanzado y democrático no identificar aquellas cuestiones, principios y valores por los que se va a regir la nueva sociedad que  pretendemos construir. Será bueno, pues, conocer sobre que ejes y qué «lógicas»  se pretende construir esa nueva sociedad.

Y dentro de ello, entre otras cuestiones,  sería burdo que el nuevo ordenamiento no intente identificar aquellos «bienes» que por su naturaleza son capitales porque nos constituyen como especie. Así mismo debería examinar críticamente cuál es la consideración social que hoy se les otorga y la que debería tener en la nueva sociedad. Es decir, ese mismo ordenamiento debería plantearse cuál es la consideración social de CADA vida humana y el estatus que socialmente le vamos a otorgar en esa hipotética futura sociedad.

La vida humana misma, el hilo de la vida que genéticamente vamos transmitiendo de generación en generación, es uno de esos «bienes capitales». Y por ser «el bien capital» que nos constituye deberíamos ponderar críticamente cuál es la consideración y el estatus social que le vamos a otorgar. Por eso no es sobrero poner en primer plano la cuestión: quiénes tienen derecho a formar parte de ese club; si en él está reservado el derecho de admisión y a otros ni siquiera se les permite ni llamar a la puerta, ni llegar a entrar o formar parte del mismo; quién decide y en nombre de quién y de qué principios y valores se pretende restringir el derecho a la vida de aquellos concebidos pero aún no nacidos en base a discutibles justificaciones; si vamos a primar un determinado tipo de «progreso humano» u otro de cortos vuelos de tipo materialista, utilitarista, individualista, egocéntrico, no generoso; en el seno de esa nueva sociedad qué valor o importancia vamos a otorgar a la natalidad, qué políticas de apoyo a la maternidad y a la familia vamos a implementar, etc.…. constituyen cuestiones de fondo que una sociedad que pretenda aflorar bien vertebrada y cohesionada no puede eludir y despachar alegremente.

Por eso es bueno y constructivo reflexionar críticamente en torno a este tipo de cuestiones. Los dos artículos que presentamos a continuación pueden contribuir a ello.

Embrión: una defensa de la vida humana

Robert P. George es Doctor en Derecho (Harvard) y en Filosofía del Derecho (Oxford). Es catedrático de Jurisprudencia en Princeton, y pertenece a la Comisión Mundial de la UNESCO sobre Ética, Ciencia y Tecnología y a la Corte Suprema de EEUU. Ha sido galardonado en diversos países por su defensa de los Derechos Humanos.

Christopher Tollefsen es Profesor de Filosofía en la Universidad de Carolina del Sur. Experto en Filosofía del Derecho, ha investigado en la naturaleza de la acción humana, la moral política, la mentira, y las cuestiones éticas en torno al inicio y final de la vida. Colabora con el Instituto Witherspoon (Nueva Jersey).

Hacia qué tipo de «progreso» nos dirigimos? Hacia un progreso de rostro auténticamente «humano», u otro de cortos vuelos de tipo materialista,individualista, egocéntrico, no generoso, utilitarista?

El libro comienza contando la historia de un chico llamado Noah, nacido en enero de 2007. Fue rescatado, junto con otros embriones congelados, del desastre que sacudió Nueva Orleans en 2005. Se salvó la vida de Noah –una vida humana–, apuntaban George y Tollefsen, la misma vida que más tarde fue implantada en un útero y posteriormente nació.

Un embrión humano, prosiguen, es un miembro vivo de la especie humana incluso en sus primeros momentos de desarrollo. No es ningún otro tipo de organismo animal, ni un cúmulo de células que más tarde sufrirá una transformación radical. Salvo que tenga lugar algún trágico accidente, el ser en la etapa embrionaria progresará hasta la etapa fetal y seguirá avanzando en este desarrollo.

El punto debatido es en qué momento podemos identificar un sistema biológico único que ha comenzado el proceso para hacerse un ser humano maduro. Este momento decisivo, sostienen, tiene lugar en la concepción. Algunos expertos médicos creen que tiene lugar poco después, con la formación de los cromosomas unidos del esperma y el óvulo. En cualquier caso, afirman George y Tollefsen, existe un amplio acuerdo entre los embriólogos de que un nuevo individuo humano comienza a existir una vez que se forma la estructura cromosómica.

Sostienen que hay tres puntos clave a tener en cuenta cuando se considera el estatus humano del embrión.
Es distinto de cualquier otra célula de la madre o del padre.
En su componente genético, es humano.
Es un organismo completo, aunque inmaduro, y a no ser que la enfermedad o la violencia se lo impidan, se desarrollará hasta su etapa madura de ser humano.

Por consiguiente, destruir embriones humanos, incluso en una etapa temprana, para obtener células madre para investigación, es dar licencia para matar a cierta clase de seres humanos en beneficio de otros.

No sólo ciencia

Oponerse a la destrucción de vida humana en sus etapas iniciales no tiene que ver con principios religiosos, ni con creer que la vida está revestida de un alma, añade el libro.

Convendría identificar aquellos «bienes» que por su naturaleza son capitales porque nos constituyen como especie...
...y examinar críticamente cuál es la consideración social que hoy se les otorga y la que debería otorgárseles en la nueva sociedad que pretendemos construir.

La razón filosófica es suficiente para guiarnos en la determinación de lo que es lícito hacer con los embriones humanos. En este sentido, defender los derechos del embrión es igual que defender a la gente contra la discriminación injusta, sostienen George y Tollefsen.

Admiten que hay filosofías morales diferentes. Una teoría a descartar es el consecuencialismo, que lleva a defender que deben sacrificarse algunos seres humanos por un bien mayor.

George y Tollefsen encuentran que la postura justa es la de la ley natural, que concluye que es moralmente malo dañar o destruir un bien humano básico. Por tanto, si un científico busca una cura para alguna enfermedad, pero el método utilizado destruye deliberadamente una vida humana, su acción no es lícita.

El derecho humano básico, según sostienen todos los teóricos de la ley natural, es que una persona inocente no debe ser matada o mutilada de modo intencionado. La capacidad del ser humano de razonar y elegir libremente nos da una dignidad superior a otros seres vivos. En consecuencia, un ataque a la vida humana es un ataque a la dignidad humana, sin que importe la edad o etapa de desarrollo de la víctima, concluyen los autores.

¿Es persona?

Uno de los capítulos del libro trata la objeción de que, aunque un embrión pueda ser humano, no es una persona y no tiene la misma dignidad y derechos. George y Tollefsen replican que tal punto de vista cae en el error de considerar que unos seres humanos son inferiores a los demás sobre la base de sus características accidentales.

De hecho, continúan, negar el estatus de persona basándose en la capacidad mental o en otros parámetros de funcionalidad plantea muchos problemas. ¿Se nos permitirá matar a los bebés recién nacidos, puesto que no son capaces de llevar a cabo las funciones humanas básicas?

Por tanto, debemos darnos cuenta de que una diferencia cuantitativa de capacidades no es el criterio correcto para determinar los derechos, puesto que sólo es una diferencia de grado. La verdadera diferencia está entre los seres humanos y los demás animales no humanos, una diferencia radical. Así, el embrión es un adulto en potencia en el mismo sentido en que lo son los bebés, los niños y los adolescentes.

Los embriones ya son, insisten, seres humanos, y no sólo potencialmente humanos. Además, el derecho a la vida del ser humano no varía según su etapa de desarrollo porque es el derecho fundacional para la persona. “Es el derecho del que se predican todos los demás derechos, y marca si un ser es un ser con capacidad moral”, continúan George y Tollefsen.

No es solo material biológico

Otro argumento falaz es el que sostiene que los embriones no merecen un estatus moral pleno porque un alto porcentaje de ellos no logran implantarse en el vientre materno o mueren por aborto espontáneo. Los autores apuntan que es una falacia naturalista suponer que lo que ocurre en la naturaleza debe ser moralmente aceptable cuando lo causa la acción humana.

La falsedad de este razonamiento es también evidente, apuntan George y Tollefsen, cuando se considera que, históricamente, la mortalidad infantil ha sido muy alta. En tal situación, el hecho de que muchos bebés mueran no vuelve ético el que se les quite la vida en beneficio de otros.

Otra línea de razonamiento utilizada para defender la investigación con células de embriones es que hay muchos miles de embriones congelados que quedaron descartados tras los tratamientos de fecundación artificial, y que nunca tendrán oportunidad de ser implantados y crecer hasta la madurez. Un científico podría usar estas células para el bien de la investigación. George y Tollefsen replican que es manifiestamente injusto pedir que una persona –en este caso un embrión– sacrifique su vida de esta forma. “Los seres humanos tienen un derecho moral a que no se les dé muerte de forma intencionada en beneficio de otros”, declaran.

Ante el proceso de creación y congelación de embriones, los autores defienden que es un error condenar a cientos de miles de vidas humanas a una especie de “limbo congelado”. Tenemos que prestar atención a su destino, recomiendan George y Tollefsen, no utilizando los embriones como si fueran un tipo de material biológico, sino reconociendo su humanidad.

Estos y otros argumentos convincentes del libro lo hacen una lectura valiosa en un momento en el que la ciencia corre el peligro de adelantarse a nuestro razonamiento ético.


Antropología y aborto

En la perspectiva antropológica que reconoce una naturaleza en el ser humano, es posible indicar que gozan de igual dignidad tanto el embrión como el adulto.

Nunca puede ser justo eliminar a los más débiles para satisfacer los deseos de los más fuertes.

El modo de entender al hombre, su naturaleza, su origen y su destino, resulta una pieza clave a la hora de tomar una posición a favor o en contra del aborto.

Por F. Pascual

Una antropología individualista

Para quienes defienden una antropología individualista, tienen valor y dignidad sólo aquellos seres humanos que han logrado un cierto nivel de conciencia. Gracias a ella, las personas pueden tomar decisiones libres y ser responsables. Es obvio que, según el individualismo, el embrión, el feto, incluso el niño de pocas semanas, valen menos, no tienen la misma dignidad que los adultos.

En la perspectiva individualista, la existencia de embriones y fetos, que no llegan a ser “personas” (porque no poseen el nivel de autonomía “necesario” para que empiecen a “tener valor”), depende completamente de lo que deciden quienes sí son “personas”.

Un embrión sería valioso, por ejemplo, si lo desea su madre. Respecto del padre, en general, su opinión puede tener cierto peso, pero la corriente feminista ha logrado neutralizarlo fuertemente. Por eso, en algunos países una mujer, también casada, puede recurrir al aborto con plena libertad, incluso contra la voluntad del padre.

La antropología individualista desemboca, como vemos, en una mentalidad en la que los seres humanos quedan divididos en clases o grupos:

Unos carecen de dignidad y de derechos, por no haber alcanzado un cierto nivel de desarrollo; al máximo, tendrían aquellos derechos que les concedan benévolamente seres humanos que sí son importantes.

Otros tienen plenos derechos, los que gozan de un pleno reconocimiento social y jurídico que les permite, por ejemplo, realizar contratos, contraer compromisos, gestionar una cuenta bancaria, etc.

Resulta así evidente cómo el individualismo lleva a una actitud discriminatoria, en la que los seres humanos se dividen en dos clases: los que tienen derechos (personas) y los que no los tienen (subpersonas) o los tienen condicionados según los intereses y los deseos de las personas.

Una concepción antropológica diferente

Existe, sin embargo, otra perspectiva antropológica, que considera al ser humano no según las cualidades que pueda tener en las distintas fases y situaciones de su existencia, sino según su identidad profunda, según su “naturaleza”.

Conviene aquí aclarar que la palabra naturaleza tiene una acepción muy rica. Naturaleza implica un modo de ser, un nivel de existencia, que permite identificar los distintos tipos de seres que existen en el mundo que conocemos.

Algunos pensadores, es necesario precisar este punto, oponen naturaleza y libertad, al decir que la naturaleza alude a todo aquello que existe según leyes determinísticas e inmodificables, mientras que la libertad se sitúa en un nivel distinto y superior al de la naturaleza (que coincidiría con la idea de naturaleza física). Para estos autores, no sería correcto hablar de una “naturaleza humana”, pues el hombre sería alguien profundamente indeterminado, abierto, libre.

A pesar de esta posición, sí resulta posible hablar de naturaleza humana, en el sentido precisamente de que el hombre es capaz, por su modo de ser, de vivir sin estar completamente sometido a leyes férreas, inmóviles, constantes, determinísticas. Por estar dotado de un principio diferente, superior, espiritual, el hombre es, “por naturaleza”, un ser abierto, libre, orientado a metas, capaz de comprender y de amar.

Decir que es “capaz” significa que no siempre está comprendiendo, que no siempre está amando, que no siempre ejerce su libertad. Por eso, en la perspectiva antropológica que reconoce una naturaleza en el ser humano, es posible indicar que gozan de igual dignidad tanto el embrión como el adulto.

El embrión, ciertamente, no puede aquí y ahora realizar un acto de inteligencia, no puede amar. Pero no por ello deja de ser humano, no por ello deja de pertenecer a la misma naturaleza que la del adulto. Simplemente, el embrión está en camino, en potencia, para realizar un día, si su desarrollo no sufre accidentes graves, actos de comprensión y de amor.

En otras palabras, la perspectiva antropológica que defiende la unidad profunda entre los seres humanos por poseer una naturaleza espiritual no puede permitir discriminaciones injustas basadas en el tamaño, en el nivel de coeficiente intelectual, en la raza, en la fuerza física, en el color de la piel, en el dinero.

Todos los hombres empiezan a existir con una igual dignidad, y por eso nunca puede ser justo eliminar a los más débiles para satisfacer los deseos de los más fuertes.

El camino para superar la mentalidad que ha llevado a la legalización del aborto en tantos países del mundo se encuentra en la antropología. Profundizar en lo que es el hombre, reconocer que tiene una naturaleza particular y que posee una dignidad intrínseca, desde la fecundación, será el primer paso, necesario y urgente, para salvar la vida a millones de hijos que cada año son eliminados antes de nacer. Servirá también para ayudarles en las primeras etapas de su vida con políticas que promuevan su salud, una alimentación sana, y su acceso a la educación y a la cultura.

Una concepción antropológica diferente que valen para todos, se conviertan en realidad también para los hijos, que serán protegidos y ayudados cuando viven y crecen durante 9 meses maravillosos en el seno de sus madres.


Per a «construir» junts...
Són temps per a «construir» junts...
Tu també tens la teva tasca...
Les teves mans també són necessàries...

Si comparteixes els valors que aquí defenem...
Difon aquest lloc !!!
Contribuiràs a divulgar-los...
Para «construir» juntos...
Son tiempos para «construir» juntos...
Tú también tienes tu tarea...
Tus manos también son necesarias...

Si compartes los valores que aquí defendemos...
Difunde este sitio !!!
Contribuirás a divulgarlos...