BIOLOGIA, CERVELL, SEXE I GÈNERE
Som éssers sexuats. La sexualitat té infinitat de manifestacions biològiques. Un dels temes d'interès de les ciències biològiques a l'actualitat és l'estudi de la condició sexuada del cervell humà . És tot el cos que és sexuat. També el cervell.
La diferència sexual cerebral humana és biològicament inqüestionable tal com s'observa actualment. L'activitat de les hormones adrenals són frenades en la mare per evitar el seu estrès quan atent la prole.
No puede hablarse, a propósito de ninguna de estas diferencias, de superioridad de uno u otro sexo, sino simplemente de diferencia.
RAMON M. NOGUÉS
La biología actual ha establecido de forma incontrovertible la posibilidad de detectar, en el estudio de los animales, una cadena de dependencias entre los genes y su expresión bioquímica, la anatomía, la fisiología y las conductas.
Se trata de un conjunto de elementos que actúan en cascada. Las competencias de cada uno de estos escalones son desiguales y aún incompletamente conocidas, pero en su conjunto están suficientemente establecidas como para que el modelo merezca una alta credibilidad. Esta cadena de causas y efectos es perfectamente aplicable cuando se habla de sexo y cerebro (lo que coloquialmente denominamos sexo del seso) y de sus planteamientos psicosociales (que solemos considerar como género). Sería sorprendente que el cerebro hubiese quedado al margen de un tipo de definición biológica (la sexual), que afecta todos los niveles del organismo. Tal pretensión rezuma el ingenuo idealismo de los que creen que cerebro y mente son entidades ajenas a lo material y biológico.
Debatir sobre la diferencia sexual cerebral desata hoy una situación de alerta roja, justificable en la medida en que siguen muy vivos la realidad y el eco del desprecio y la marginación que la diferencia femenina ha sufrido de parte de la diferencia masculina durante milenios. Pero negar la diferencia sería un absurdo irreal. La sexualidad constituye un programa prácticamente universal en la evolución biológica, cuya función se despliega en dos momentos principales : uno es el de la diferenciación en dos sexos (que pueden dar lugar a dos o más tipos de individuos ) y otro es el de la atracción de los sexos a fin de que se produzca una adecuada mezcla de gametos que haga crecer la variabilidad genética de la especie. Existe un acuerdo importante que considera que este programa constituye un elemento muy significativo de la evolución. Dentro de este programa está obviamente la sexualidad humana.
La diferencia sexual cerebral humana es biológicamente incuestionable. Se puede obervar en distintos niveles de la organización biológica: los cromosomas de cada neurona, como los de cualquier célula nucleada del cuerpo indican indudablemente a qué sexo pertenece; el régimen hormonal dependiente de una estructura encefálica tan central como el hipotálamo y la hipófisis, presenta una clara distinción entre hombre y mujer; los aspectos funcionales (desde la capacidad lingüística hasta los estímulos emocionales claramente diferenciables en hombres y mujeres) pueden ser caracterizados según el sexo a través de técnicas de resonancia magnética; en varios aspectos anatómicos, todavía difíciles de establecer con claridad pero claramente sugeridos, se indican peculiaridades sexuales; también en el ejercicio diferencial de competencias mentales (rotaciones geométricas imaginarias, localización espacial, capacidad de captar detalles o estrategias de procesamiento de los datos que nos ofrece el mundo exterior), se indican por parte de los expertos modalidades propias de cada sexo.
No puede hablarse, a propósito de ninguna de estas diferencias, de superioridad de uno u otro sexo, sino simplemente de diferencia. Estas diferencias se establecen dentro de los espacios estadísticos habituales, dando lugar a los márgenes normales de indeterminación de cualquier sistema vivo, o de cualquier órgano o función del cuerpo. Esto significa que se puede establecer una norma o frecuencia estadística claramente dominante y unos márgenes fisiológicos, anatómicos o conductuales minoritarios. En amplios estudios realizados con distintas especies animales se ha podido establecer este modelo general de diferenciación sexual, así como los márgenes comportamentales correspondientes. Muchas especies animales, por ejemplo, presentan unas frecuencias de conductas homosexuales y heterosexuales que pueden homologarse porcentualmente con conductas similares en humanos. Por otra parte, la diferencia sexual, aunque claramente establecida, no se caracteriza por una separación de los sexos como si no compartiesen nada uno de otro, sino por una modulación de la definición sexual que comporta un amplio conjunto de elementos comunes y presenta aspectos diferenciables de distinta entidad. Hasta cierto punto todos poseemos alguna forma de bisexualidad (por ejemplo, hombres y mujeres compartimos los mismos tipos de hormonas, aunque en proporciones y regímenes distintos).
La relación entre los aspectos biológicos y los reproductivos y conductuales en lo referente a la sexualidad presenta unos detalles y coordinaciones que suscitan admiración por su precisión y complejidad. Por ejemplo, en mamíferos la relación entre la prolactina y la oxitocina, hormonas fundamentales en la lactación, exhibe una finísima interrelación entre el sexo gestante (el femenino, por supuesto), la elaboración de la leche y la actividad de amamantar (también exclusivamente femeninas) y las sutilezas del comportamiento maternal (atención a la prole), todo ello correlacionado además con la actividad de las hormonas adrenales (que son frenadas en la madre para evitar el estrés para facilitar una tranquila relación con la prole), de forma que la lactación puede presentarse como un ejemplo emblemático de interacción genética, morfológica, fisiológica y conductual, que constituye una auténtica maravilla. Naturalmente, en el núcleo duro de esta complejidad se encuentra el cerebro sexuado.
La sociedad ofrece como un molde a la forma de reacción que cada sexo tiene establecida por imperativo biológico. En los animales las posibilidades de variabilidad cultural son muy reducidas, pero la singularidad humana ofrece en este aspecto una alta originalidad. Cada cultura ofrece formas distintas de organización de la conducta de relación entre los sexos. Solemos considerar a estas directrices sociales moduladoras como las expresiones de género. Esta plasticidad nunca anula –¡por suerte!– las diferencias que, tanto en el sexo como en el trabajo, la política o las artes, constituyen la sabrosa variabilidad que enriquece la relación. La psicología evolutiva ha intentado escudriñar la parte fácilmente mudable y la parte más estable de la herencia sexual, que como especie hemos recibido del grupo de los primates que conformó nuestros orígenes, intentando explicar y ocasionalmente justificar las conductas de género.
En la convulsión actual de la cultura, el debate sobre la posibilidad de cambiar modelos milenarios de relaciones de género ofrece un alto interés, dado que por primera vez en la historia humana parece plausible pensar que las diferencias relativas a género y sexo puedan establecerse de una forma general sin connotaciones de desprecio ni marginación. Hay que pensar, sin embargo, que el debate conducido a partir de presupuestos que ignoren las diferencias sólo abocaría a cerrar en falso la herida producida por la secular marginación de la mujer. El miedo a la diferencia no es buen acompañante del proyecto de construir la igualdad.
Toda una línea de pensamiento, que podríamos calificar de pesimista en relación con las posibilidades de enderezar la marginación femenina, considera que el imperativo patriarcal seguirá imponiéndose inevitablemente, disfrazado tácticamente según las oportunidades del momento. S. Goldberg podría considerarse un ejemplo característico de esta opinión. Para otros no solamente este patriarcalismo es inevitable, sino que es la buena situación, como aproximadamente opina F. Fukuyama. Otra línea de pensamiento más estimulante considera que el establecimiento de la igualdad entre géneros es una exigencia de la civilización, de la misma forma que lo es la igualdad entre los diversos grupos humanos y sus culturas, así como la igualdad de derechos, oportunidades y recursos dentro de un mismo grupo. Estas modificaciones en relación con los datos biológico-conductuales son patrimonio exclusivo de nuestra especie, ya que fenómenos parecidos no se encuentran en ninguna otra evolución cultural.
Todo ello puede sugerirnos que la sexualidad relacional humana y sus coordinadas de expresión social en forma de género puede manifestar formas variables, siempre dentro de la tolerancia de un sistema de genes, cerebros y conductas cuyas raíces hondas, como todas las raíces hondas que poseemos, tienen su origen en la biología, pero que espera de una madura reflexión el establecimiento de horizontes humanizadores.
RAMON M. NOGUÉS, profesor de Antropología Biológica de la UAB