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ÉTICA Y CONSUMO

Durante años en las sociedades occidentales hemos nadado en la abundancia. Ahora se imponen otros tiempos. Estamos en período de crisis, crisis no solo financiera o económica. Las crisis pueden resultar también la antesala de una época con un nuevo rostro. Una expresión de esa abundancia ha sido a nivel individual y también colectivo la carrera por el consumo, con el peligro de caer en un consumismo exacerbado propio de sociedades opulentas y la sociedad de consumo. Pero la reflexión que toda crisis nos impone, la práctica reflexiva sobre lo que nos está pasando, puede llevarnos también a un punto de inflexión en esa desaforada carrera hacia el consumismo, hacia un consumo más racional, sostenible y justo, hacia horizontes vitales no únicamente basados en valores materialistas.

Adela Cortina, Catedrática de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Valencia, invitada como profesora en diferentes universidades de Alemania y Estados Unidos, Adela Cortina ha publicado, entre otros trabajos Razón comunicativa y responsabilidad solidaria, Crítica y utopía, La escuela de Frankfurt, y La ética de la sociedad civil, aunque ella prefiere destacar Ética Mínima y su obra más reciente, Ética de Consumo.

Una gran ocasión: globalizar lo bueno

"La ética ha de estar en todo el proceso de la investigación científica, no sólo en el resultado final"

El consumidor debe tener conciencia de que tiene "el poder suficiente para cambiar el mundo".

La clave está en consumir de modo consciente y reflexionado, con el propósito de ser feliz y que lo que se compra nos reporte verdaderamente felicidad.

"El consumidor, con su fuerza, puede mejorar el mundo en que vive" (Adela Cortina, experta en Ética)

Charlamos con la autora poco después de que presentara su último libro en Valencia, su ciudad natal y a la que se siente muy unida. Se muestra satisfecha de este encuentro promocional al verlo convertido en un foro de debate, "donde hemos podido discutir sobre nuestras conciencias y aportar nuestra ética para mejorar las cosas".

A pesar de que cuestiona la sociedad de consumo en que vivimos, su conversación trasmite optimismo. Miembro de la Comisión Nacional de la Reproducción Humana, en absoluto se opone al desarrollo de la ciencia pero advierte de la necesidad de ordenarlo con criterios de rectitud y compromiso. Muestra un gran interés por el ser humano y por todo lo que le rodea, y deposita en él su esperanza. Nos define, a todos, como consumidores porque "vivimos, sin duda, en una sociedad de consumo", y le gustaría convencernos de que el consumidor tiene "el poder suficiente para cambiar el mundo".

Ética y sociedad de consumo parecen términos muy distantes, pero en sus planteamientos los vemos unidos e incluso reconciliados.

En cualquier sociedad tiene que estar presente la ética. Los seres humanos, como decía el profesor Aranguren, no pueden vivir más allá del bien y del mal, y de ellos deriva el grado de moralidad que rige en una sociedad en una etapa determinada. En estos momentos, la nuestra es una sociedad de consumo, y en la raíz de ese consumo se reflejan las motivaciones más o menos morales, lo que indudablemente nos convierte en seres más o menos libres. Si las personas consumimos de una manera moderada, sensata y justa, la sociedad funcionará en esa misma dirección.

La actuación de las asociaciones de consumidores, las instituciones públicas y otras organizaciones sociales influyen en los modos en que todos llevamos a cabo el consumo, pero la facultad última es del propio consumidor porque en sus manos está marcar el ritmo y las leyes del mercado. Su poder es tan grande que le permite, en cierto modo, cambiar el mundo. Y tiene que ser consciente de ese papel activo, asumiéndolo y ejercitándolo en su vida cotidiana.

Está usted vinculada a la ciencia en calidad de miembro de la Comisión Nacional de Reproducción Asistida. ¿Hasta qué punto la ética debe condicionar las investigaciones científicas?

La ciencia, como cualquier actividad humana, puede ser más o menos moral. La biotecnología, en este momento tienen la capacidad de alterar la genética de las personas, y ello obliga a los científicos a asumir un alto grado de responsabilidad. Las investigaciones caminan hacia la consecución de mejoras en las características físicas y en la capacidad intelectual del ser humano y esto puede significar que sean en exclusiva los ricos o poderosos quienes se beneficien de esos avances científicos. Ello plantea problemas de injusticia, de ahí que la ética deba estar presente en todo el proceso del desarrollo científico, y no sólo en el resultado final.

¿Es necesario que los agentes sociales velen por el cumplimiento de unas ciertas normas éticas?

 La sociedad lo hace sola, es consciente de que la realidad debería ser de otra manera. De hecho, la moral contemporánea es muy exigente. A partir de la Declaración de los Derechos Humanos podríamos ramificar los principios básicos en dos vertientes: los que se refieren a las facultades civiles y políticas de los pueblos y de sus individuos, y los que nos confieren unos derechos civiles, sociales y culturales. Estos últimos están universalizados: todo el mundo quiere alcanzar un cierto nivel de consumo, conseguir una vivienda digna, tener acceso a la educación y contar con asistencia sanitaria. No se cuestiona esta demanda. En la otra vertiente, la política, no hay duda de que China y el mundo islámico, por ejemplo, no disfrutan de democracia, pero responden a un planteamiento político que ordena unas facultades cívicas, diferentes a las de las democracias liberales, en las que sin embargo subyace de alguna manera un acuerdo en que son los hombres y mujeres los titulares de los derechos.

Ignacio Ramonet afirmaba hace un tiempo en estas páginas que la globalización ha terminado por separar el mundo en dos bloques, los que tienen y los que no tienen. ¿Es la globalización un fenómeno éticamente reprochable?

De cualquier forma, la globalización es algo irreversible. Las nuevas tecnologías han roto fronteras que antes parecían insalvables en la economía, las finanzas y la comunicación. El mundo está conectado, globalizado. Más que nunca, las decisiones adoptadas a miles de kilómetros son ejecutadas al instante y esta acción repercute a su vez a miles de kilómetros de distancia. La globalización, como cualquier otro fenómeno humano, puede ser aprovechada para el bien o para el mal. Ahora comprobamos que se están ampliando las diferencias entre ricos y pobres, entre países o incluso dentro de ellos, pero esta situación nos brinda una gran ocasión: globalizar lo bueno. Por vez primera se dan las condiciones para que se cumpla el sueño de Cicerón: crear un mundo de ciudadanos cosmopolitas que conviven con las mayores posibilidades de libertad, y que se guían por unas normas éticas que aspiran a la justicia. Puede parecer una utopía, pero hace poco más de un siglo, la abolición de la esclavitud no era una premisa ética incuestionable, y cuando hoy se practica nos produce horror.

Los medios para combatir la corrupción los ceden a los políticos, quienes siempre recurren a argumentos éticos para justificar sus decisiones.

La ética vende, por eso está tan presente en el lenguaje político. Estamos acostumbrados a que la usen como aval de sus promesas y como garantía de sus actuaciones, y ello porque la ética es una herramienta de convicción muy poderosa. Hablar de principios, comportamientos y resultados éticos confiere un estatus más elevado y convincente a lo que se dice y a quien lo dice. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y la ética implica el cumplimiento de los pensamientos y creencias, porque traduce en hechos lo que se piensa o defiende. De ahí el gran crédito que tiene la ética.

Hace unos años, CONSUMER preguntó a los ciudadanos qué pedían a las empresas y comprobó que las más comprometidas socialmente, las que devolvían a la sociedad una mayor parte de sus beneficios, tenían mejor imagen ante los ciudadanos y suscitaban mayor confianza.

 "La ética obliga a trasladar al terreno de los hechos nuestras ideas y creencias"
La responsabilidad social está de moda, y es ético que las empresas devuelvan parte de sus beneficios a la sociedad y se comprometan con sus necesidades. Pero es también admisible que publiciten estas medidas para que el consumidor las conozca, porque quieren decirle que están obedeciendo su mandato. Es un reflejo del poder del consumidor, del que muchas veces ni él mismo es consciente. Debería saber que es él quien orienta la producción, y asumir que si practica un consumo justo y exigente, actúa como el agente activo y decisivo que es dentro de la cadena de producción.

Estamos en víspera de Navidad, la época consumista por excelencia. Regalos, compras para las celebraciones, la paga extra para afrontar los gastos... Es difícil un consumo responsable.

La clave está en consumir de modo consciente y reflexionado, con el propósito de ser feliz y que lo que se compra nos reporte verdaderamente felicidad. Muchas veces adquirimos objetos que en vez de producirnos satisfacción, nos trasladan a un estado de preocupación y ansiedad. Y el consumo debiera generar todo lo contrario, y convertirse en una acción gratificante. Pero, ¿qué ocurre? Que pensamos que adquirir cosas es una manera de autoafirmarnos, y si su precio es alto y podemos comprarlas, mejor todavía. El problema es que quien se reafirma de esa forma y cree que el éxito no debe ser ante uno mismo sino ante los demás, se deja el yo por el camino, comprando cosas una detrás de otra. El consumidor ha de ser consciente de que es libre y solidario, de que su posibilidad de libertad es enorme, y de que ejercerla responsablemente produce mucho gozo.

Adaptación a partir de:
Artículo aparecido en la revista CONSUMER.es EROSKI

Veure també: Podem fer alguna cosa davant la publicittat?

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