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Cinco días, catorce semanas, nueve meses

A nadie se le escapa que no podemos continuar considerando al ser humano como un apéndice del sistema por nosotros mismos creado y que en la cultura moderna se necesita una cierta «restauración antropológica».

Existen realidades diversas y una gran disparidad de pareceres en torno al valor otorgado a cada una de ellas. Sin embargo, el proceso civilizatorio experimentado por nuestra especie ha ido identificando algunas de esas realidades como especialmente relevantes y  valiosas por tratarse de factores que nos constituyen. Una de ellas se concreta en el progresivo valor que, a lo largo del proceso civilizatorio, nos hemos otorgado a nosotros mismos como especie, reconociendo explícitamente, incluso plasmándolo en documentos escritos, el «valor» y la «dignidad» intrínseca de los seres humanos.

Llegar a reconocer su «valor» y «dignidad» no ha sido históricamente una tarea fácil y ha requerido de un largo recorrido civilizatorio. La «dignidad humana» es un atributo que expresa el reconocimiento y valoración de la que es acreedor cada ser humano. El reconocimiento del valor intrínseco de la vida humana ha sido fruto, entre otros factores, del papel desempeñado por ciertas religiones  y la reflexión filosófica. En torno a lo que representa la rúbrica de «dignidad humana» se han escrito las mejores páginas de nuestro recorrido civilizatorio. El concepto de «vida humana» sin embargo, no siempre se ha interpretado de forma unívoca y con la misma amplitud.

Ha sido en los últimos meandros del recorrido histórico cuando la Ciencia ha contribuido a objetivar cuestiones esenciales sobre el inicio y desarrollo de nuestra peripecia vital. Cada ser humano es único e irrepetible desde su propio sustrato biológico. Hoy la ciencia aporta los hallazgos sobre los ejes que definen nuestro desarrollo y destino biológico, que se comienzan a organizar ya desde la primera división celular. El cigoto es una entidad biológica nueva, distinta de los gametos. Supone el inicio de la vida de cada individuo. No es lo mismo un embrión que un feto, ni un feto que un ser humano maduro. No son entidades físicamente idénticas, como tampoco somos idénticos -psicológica o incluso físicamente- en distintas etapas de nuestra vida, pero eso no puede utilizarse para rebajar los «derechos» o la «dignidad» de la vida humana.

Ante tales evidencias, qué valor otorgamos pues a esta realidad biológica que llamamos «vida humana», aunque ésta se encuentre en una fase de desarrollo incipiente. Qué importancia y qué valor estamos dispuestos a conceder no solo individualmente sino colectivamente a esa realidad que llamamos vida humana en gestación? Algunos se resisten a dar valor a esta etapa del desarrollo humano, argumentando una libertad total para acabar con ella.

Hasta hace relativamente poco la religión y la reflexión filosófica habían contribuido a situar tan insignes realidades en un lugar preeminente en la escala de valores sociales. Hoy sin embargo, en nuestro mundo occidental, la cultura moderna, con la secularización de la sociedad y el relativismo galopante, han contribuido a dinamitar dichos seculares  fundamentos.

Hoy algunas fuerzas sociales, imbuidas de ciertos postulados propios de la cultura moderna, y asentadas en valores materialistas, utilitaristas y mercantilistas, relativizan dicho valor, desechando todo aquello que según ellas represente un menoscabo de los valores consagrados en esa cultura moderna. Situar nuevamente el valor y la dignidad de la vida humana en el frontispicio de nuestra axiología colectiva constituye una ardua tarea educativa y cultural: cuestión de educación, de ciencia y de cultura, puesto que son éstas las que nos ayudan a valorar adecuadamente la realidad.

La Educación y la cultura nos confrontan con la realidad y nos ayudan a descubrir su relevancia y valor, y la ciencia a des-velar la ineludible riqueza que en sí encierra. Ésta contribuye con fuerza a “des-velar” el significado profundo de esa realidad. Es la misma ciencia la que nos proporciona información para conocer el valor de todo cuanto se relaciona con la vida humana: comienzo, gestación, fases del desarrollo, etc. La cultura, como expresión de la capacidad de vernos y reconocernos a nosotros mismos, nos ayudará a comprender y a concebir la vida humana como base y fundamento de todo lo demás. La educación y la cultura nos ayudan a abrir nuestra sensibilidad ante realidades tan sangrantes como la del aborto. Ponderar pues el valor que una sociedad otorga a tan sublime bien, la vida humana, constituye un ejercicio de racionalidad, de dignidad y respeto con respecto a nosotros mismos y de profundo sentido cívico, un hito en el continuo e inacabado  proceso humanizador y civilizatorio.

Estamos tratando de la vida humana, del valor supremo que podamos identificar como especie, del bien más excelso del que procedemos. Hoy inmersos como estamos en medio de una creciente corriente ecologista de cultura animalista, de máximo respeto a toda forma de vida, parece no ser difícil que el gran público comprenda el esfuerzo por restaurar todo cuanto se refiere a la vida del ser humano al lugar que le corresponde.

En este sentido, a la hora de legislar sobre realidades de esta naturaleza, sería conveniente aparcar los prejuicios ideológicos y dejarnos guiar por los aportes de la ciencia y concebir la vida humana en sentido lato, no de manera interesada y restrictiva, y reconocer su valor y dignidad independiente de la fase de desarrollo en que se encuentre. Ello supondría un salto cualitativo importante, al afectar al respeto que colectivamente debemos a la vida humana, aceptada ésta socialmente como el máximo bien y valor a proteger. Así las cosas, todo cuanto se refiriese a ella dejaría de constituir una decisión exclusivamente de libertad individual, personal, para convertirse en un hito de civilización, expresión reverencial de respeto a la vida. A continuación presentamos un sencillo y clarificador artículo del profesor César Nombela al respecto.

César Nombela: Cinco días, catorce semanas, nueve meses. ABC Digital

La reflexión del ser humano sobre su propia realidad ha sido una constante a lo largo de la Historia. Las grandes figuras del pensamiento han ido sembrando la trayectoria de la Humanidad de una estela de aportaciones, sobre la vida y la existencia del ser humano, muchas de las cuales jalonan de momentos brillantes el recorrido de nuestra especie por este planeta.

Así se ha ido configurando nuestra comprensión de lo que significa pertenecer a la única especie biológica dotada para la reflexión, la única capaz de un comportamiento ético, porque puede elegir entre opciones alternativas anticipando las consecuencias de sus actos. Trasladar esta percepción a un ámbito de valores, que reconoce los derechos de todo individuo de la especie humana, por el hecho de serlo, es en lo que consiste la civilización.

Siglos de reflexión filosófica han alimentado debates, incluso controversias enconadas, sobre el inicio de la existencia de cada ser humano. Desde una visión aristotélica, tan dominante durante mucho tiempo, se hizo inevitable fundamentar nuestra propia naturaleza biológica para transitar a otros ámbitos del pensamiento en los que apoyar el valor de la vida humana. La dignidad es un atributo que expresa esa valoración de la que es acreedor cada ser humano.

Incluso quienes entienden que el concepto de dignidad humana resulta impreciso se esfuerzan en concretar lo que supone la autonomía de todo ser humano, siempre un fin en sí mismo, que no puede ser instrumentalizado exclusivamente como medio (Kant). Pero es en los últimos meandros del recorrido histórico cuando la Ciencia sale al paso de la reflexión filosófica para objetivar cuestiones esenciales sobre el inicio y desarrollo de nuestra peripecia vital. La dignidad humana no es parcelable, no puede estar sujeta a una gradación ni a condicionantes temporales. Durante mucho tiempo, el conocimiento de cómo tiene lugar el inicio de la vida de cada individuo no era evidente como lo es hoy, gracias a las respuestas que la Ciencia biológica nos ofrece a preguntas que antaño no podían ser respondidas sino desde la intuición.

vidaCada ser humano es único e irrepetible desde su propio sustrato biológico. Toda vida humana comienza con la fecundación de los gametos, el materno y el paterno, que origina un cigoto con la dotación genética propia de cada individuo. El cigoto es una célula altamente organizada, configurada desde el primer momento con asimetrías y gradientes. La prestigiosa revista Nature, hace pocos años, analizaba los resultados científicos que la Biología del desarrollo aporta sobre el inicio de la vida de los mamíferos. «Tu destino desde el primer día» era el título del comentario referente a los hallazgos sobre los ejes que definirán el cuerpo, que se comienzan a organizar desde la primera división celular. Guardamos memoria física de nuestro primer día de vida como cigotos. El cigoto es una entidad biológica nueva, evidentemente distinta de los gametos, que no existiría sin la fecundación y que supone el inicio de la vida de cada individuo de la especie. A partir de la concepción -lo que marca el antes y el después- el cigoto evoluciona y se desarrolla en dependencia del medio que le da sustento y soporte, el cuerpo de su madre.

La comunicación con la madre se produce desde el primer día, mediante señales a las que el cuerpo de la madre responde aportando las condiciones para el desarrollo. El día 5 el embrión ya es blastocisto, gracias a su desarrollo a través de la trompas de Falopio. Destaca la comunicación hormonal: el embrión blastocisto (5 días) produce gonadotropina coriónica, con la que alerta a la madre para la preparación del endometrio que permitirá la anidación. El día 16 comienza el desarrollo de las células nerviosas, los vasos, la sangre, y el esbozo de corazón. Se inicia pronto la circulación de la sangre embrionaria (día 20), habrá un esbozo de sistema nervioso (día 22) y se producirá el primer latido (día 21-22). En la cuarta semana será ya reconocido como embrión de mamífero, y de la sexta a la octava semana se producirá la transición de embrión a feto.

  • El día 5 el embrión ya es blastocisto, gracias a su desarrollo a través de la trompas de Falopio.
  • El embrión blastocisto (5 días) produce gonadotropina coriónica, con la que alerta a la madre para la preparación del endometrio que permitirá la anidación.
  • El día 16 comienza el desarrollo de las células nerviosas, los vasos, la sangre, y el esbozo de corazón. Se inicia pronto la circulación de la sangre embrionaria
  • Habrá un esbozo de sistema nervioso (día 22) y
  • Se producirá el primer latido (día 21-22).
  • En la cuarta semana será ya reconocido como embrión de mamífero, y
  • De la sexta a la octava semana se producirá la transición de embrión a feto.



Hay un telos, una finalidad inscrita en la propia naturaleza del cigoto, establecida por su propio programa de desarrollo. Las distintas etapas de este desarrollo supondrán la emergencia de propiedades nuevas; el cigoto llegará a ser un embrión, y el embrión un feto que al completarse la gestación dará lugar a un neonato. Nace el ser humano tras nueve meses de gestación, pero se mantiene durante mucho tiempo en situación de dependencia absoluta, aunque distinta de la propia del período anterior. Su madurez tardará en llegar, de hecho se irá completando a lo largo de toda la vida hasta la muerte natural.

Quienes afirman que no es lo mismo un embrión que un feto, ni un feto que un ser humano maduro, formulan una obviedad. No son entidades físicamente idénticas, como tampoco somos idénticos -psicológica o incluso físicamente- en distintas etapas de nuestra vida, pero eso no puede utilizarse para rebajar los derechos o la dignidad de la vida humana.

No puede hacerse en ningún caso en nombre de la Ciencia. Los hechos científicos no aportan valoraciones éticas a modo de demostraciones matemáticas, pero la verdad científica debe permanecer como referencia en toda su integridad, cuando en su nombre se efectúan juicios de valor. Las evidencias científicas sobre el cambio global o el deterioro de la naturaleza no dictan, como tales, una forma de comportamiento, pero no se pueden negar ni relativizar para justificar o no determinados comportamientos.

La vida humana es un proceso continuo, desde la concepción hasta la muerte. Limitar el derecho a vivir a haber superado catorce semanas de desarrollo fetal carece de justificación; ¿por qué no ocho o dieciséis? La evidencia científica también puede fundamentar el imprescindible salto a unos valores, en los que la consideración de los derechos de todos, la igualdad de todos los seres humanos desde el inicio de su existencia, cobra un sentido completo. El aborto provocado supone dar fin a una vida humana, causando farmacológica o mecánicamente la muerte del feto, además de interrumpir el proceso de comunicación feto-madre. Muchos se podrán resistir a darle valor a esta etapa del desarrollo humano, justificando una libertad total para acabar con ella. Otros llamamos la atención de la sociedad sobre lo importante que es la defensa de la vida del ser humano en todas sus etapas. ¿Pueden los datos de la Ciencia tomarse como base de una actitud neutral? A mi juicio, la respuesta es no.

Ver también la sección: CULTURA DE LA VIDA


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