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Aborto y esclavitud

Dos ejemplos históricos de infravaloración o menosprecio de la condición humana

La humanidad ha conseguido a lo largo de siglos incrementar el respeto a la vida,

La humanidad ha conseguido a lo largo de siglos incrementar el respeto a la vida, hasta el punto que muchos países han renunciado a aplicar la pena capital incluso a los delincuentes más peligrosos. Esta actitud es considerada, generalmente, como un signo de verdadero progreso en humanidad, un avance en cuanto a madurez social. Disponer de una vida humana nos parece hoy una desmesura tal que preferimos respetar la vida de quienes a través del asesinato o el terrorismo parecen empeñarse en arrebatársela a otros.

Pero llegar a este alto grado de civilización no ha sido tarea fácil. Al ser casi infinita la variedad de seres humanos en relación con su grado de fuerza, inteligencia, sensibilidad, capacidad económica o habilidad política -lo que origina diferentes grados de poder- y desde el principio al existir grupos humanos más débiles (enfermos, minusválidos, niños, ancianos que, por su propia constitución o estado biológico, están desprovistos de fuerza y que, por tanto, no poseen ni posibilidad de autodefensa), las sociedades humanas vinieron a organizarse en dos grandes grupos: detentadores del poder unos, que se apropiaron del disfrute de los derechos de los otros, y los desposeídos y dominados, los cuales quedaron excluidos del ejercicio de sus legítimos derechos.

Pero ya desde el origen se alzaron voces denunciando la injusticia de esta situación. Hubo hombres excepcionales que pusieron su fuerza al servicio de los débiles, y otros que, en la oscuridad de sus gabinetes o en el recogimiento de sus estudios, formularon teorías, realizaron investigaciones, redactaron leyes que iban a suponer pasos adelante.

La historia se repite

La historia es un repetido drama en el que los derechos de los “débiles” son una y otra vez pisoteados por los “fuertes”. Pero es también la larguísima lucha, ampliamente mantenida a través de las sucesivas generaciones, en la que la conciencia de que los derechos humanos eran los derechos de TODOS ha ido haciéndose, no sin superar grandes dificultades, cada vez más clara hasta llegar a 1948: con la Declaración Universal de los Derechos. Conquista largamente anhelada, acontecimiento de alcance universal, hito civilizatorio. Sin embargo, en muchos aspectos todavía no completamente acabada.

Hoy la opresión de unos sobre los otros sigue ejerciéndose de las más diversas formas. El “fuerte” sigue desplegando su fuerza coactiva,  su poderío sobre el “débil”. Los fuertes --los que tienen poder, voz y voto-- terminan oprimiendo a los débiles: los pobres, los marginados, los inmigrantes, los ancianos, los enfermos, el niño no nacido. Y ello ocurre no sólo en sociedades totalitarias, sino también en sociedades que se autodenominan avanzadas, democráticas. “civilizadas”.

En tiempos en que se ven tantos desarrollos tecnológicos, en que la humanidad cree haber avanzado tanto, el hombre continúa siendo víctima de un proceso cosificador, sometido a veces a conceptos más cercanos al mercado o al comercio que propios de la condición humana.

Hoy una parte del cuerpo social y muchos ordenamientos jurídicos todavía no tienen del todo asimilado el hecho que la “dignidad” y el “valor” de una vida humana no vienen determinados por ninguna concesión del Estado o consenso político sino que son inherentes a la “naturaleza humana”, ni tampoco empiezan con el nacimiento (personalidad jurídica) sino que empiezan mucho antes de ese hecho físico.

Cada ser humano: un tesoro único e irrepetible dentro del universo

Toda persona, todo individuo, está constituido por una serie de características: físicas, biológicas, fisiológicas, psicológicas, emocionales, afectivas, mentales, comunicativas, éticas, religiosas, etc. El ser humano es la criatura más compleja, más completa, más perfecta de la creación. Evolutivamente hablando, podemos considerar al ser humano como el único trozo de materia cósmica que ha llegado a pensar, a reflexionar, planificar, decidir, escoger. Es el exponente más sublime de la escala evolutiva, la joya de la creación, un tesoro dentro del universo. En el cosmos no conocemos ningún otro ser tan valioso como él.

Cada vida humana comienza en la concepción: cada uno de nosotros comienza a existir en un momento preciso en el que toda la información genética necesaria y suficiente la recoge una sola célula, el óvulo fecundado, y éste es el momento de la fecundación. La primerísima célula, el óvulo fecundado, es “la célula más especializada que existe bajo el sol”. Ninguna otra célula tendrá jamás las mismas instrucciones. El óvulo fecundado contiene más información sobre el nuevo individuo que toda la información que puede contenerse en seis Enciclopedias Británicas completas. (Dr. Jérome LeJeune fue profesor de Genética Fundamental durante 20 años. Descubrió la causa genética del Síndrome de Down y por ello recibió los premios Kennedy Prize y Memorial Allen Award Medal, que son las más altas distinciones mundiales que se otorgan en el campo de la genética)

Toda persona debería tener la formación mínima indispensable para reconocer este enorme valor, esta originalidad, y por consiguiente la dignidad inherente a todo ser humano. Una de las primeros aprendizajes a realizar y a transmitir desde la familia, la escuela o la comunidad debería consistir en ayudar al ciudadano a reconocer, apreciar y valorar la incalculable riqueza, el enorme valor de todo ser humano: a reconocer su dignidad, independientemente del estadio de desarrollo en que éste se encuentre. Todo ciudadano debe ser capaz de reconocer esta dignidad, debe saber valorarla y respetarla adecuadamente. Y a nosotros en esto todavía nos queda mucho camino por recorrer.

La situación en España

En España nuestros gobernantes y dirigentes políticos, una mayoría parlamentaria coyuntural (socialista), hace unos años por intereses ideológicos y con mercadeo político de por medio y al servicio de intereses particulares, se atrevió a desproteger la vida humana en gestación en sus fases iniciales, como solución más “creativa” e “imaginativa” para afrontar el problema de los embarazos no planificados: una opción claramente “cavernaria” y “retrógrada” en términos de progreso civilizatorio.

Cuestiones como qué se entiende por “vida humana” y cuál debería ser su verdadero alcance, se prestan todavía hoy a interpretaciones diversas a nivel mundial y  están también en el fondo del debate producido en España en estos últimos meses,  en relación, por ejemplo, con su interpretación en la ley del aborto.

El Gobierno español el primero y la sociedad civil tras él deberían hacer una apuesta decidida por la cultura de la vida, frente a lo que supone el aborto como expresión de la cultura de la muerte. No desechar ninguna vida, no abandonar a ninguna mujer en situación de extrema necesidad, proteger y cuidar cada vida humana en cualquiera de las fases de desarrollo en la que ésta se encuentre, hacer posible su alumbramiento, crear las condiciones para que esa vida pueda desarrollarse lo más dignamente posible, para que ninguna vida humana se desperdicie como consecuencia de intereses egocéntricos de los que está imbuida  la mentalidad moderna, esa es la senda del verdadero y auténtico progreso humano. En eso precisamente consiste el verdadero progreso, y no el zafio y vacuo progresismo que nos pretenden vender ciertos sectores sociales y fuerzas políticas. Justo lo contrario del mensaje que se traslada al conjunto del cuerpo social a través de la ley aprobada en 2010.

Lo más progresista en este s. XXI es defender la vida en cualquiera de sus estadios y luchar para erradicar las causas de la tan inhumana y cruel práctica del aborto.

Aborto y esclavitud: ¿existe algún paralelismo?

Cuando se establece un debate en torno a la cuestión del aborto, las personas que se definen como pro-choice (partidarias de la interrupción del embarazo) suelen emplear, entre otros, argumentos como “El feto no es un ser humano” o “Alguien que no ha nacido carece de derechos” o el más común, “Si tú no quieres abortar no lo hagas, pero yo soy libre de hacer lo que quiera”.

Hace ya unos años, el Washington Post publicó la similitud argumental entre el aborto y la esclavitud. Dos realidades que son un claro “desprecio de la vida humana”.

1. No es persona
Esclavitud: Aun cuando posea un corazón y un cerebro, y biológicamente se le considere humano, un esclavo no es una persona ante la ley.

Aborto: Aun cuando posea un corazón y un cerebro, y biológicamente se le considere humano, el niño no nacido no es una persona ante la ley.

2. No tiene derechos
Esclavitud: Un hombre de la raza negra sólo recibe su personalidad jurídica al ser libertado; antes no debemos preocuparnos por él, pues no tiene derechos ante la ley.

Aborto: Un niño sólo adquiere personalidad jurídica al nacer; antes no debemos preocuparnos por él, pues no tiene derechos ante la ley.

3. Nadie te obliga
Esclavitud: Si usted considera que la esclavitud es mala, nadie le obliga a tener un esclavo, pero no imponga su moralidad a los demás.

Aborto: Si usted considera que el aborto es malo, nadie le obliga a hacerlo, pero no imponga su moralidad a los demás.

4. Haz lo que quieras
Esclavitud: Un hombre tiene el derecho de hacer lo que desee con su propiedad.

Aborto: Una mujer tiene el derecho de hacer lo que desee con su propio cuerpo.

5. Cuestión humanitaria
Esclavitud: ¿No es, acaso, más humanitaria la esclavitud? Después de todo, ¿no tiene el negro el derecho a ser protegido? ¿No es mejor, acaso, ser esclavo que ser arrojado sin preparación o experiencia a un mundo cruel?

Aborto: ¿No es, acaso, más humanitario el aborto? Después de todo, ¿no tienen todos los niños el derecho de ser “deseados” y amados? ¿No es mejor, acaso, que jamás llegue a nacer un niño, antes de que tenga que enfrentarse solo y sin amor a un mundo cruel?

Un largo camino en el proceso de reconocimiento de la dignidad de TODA vida humana

Antiguamente los esclavos eran sólo objetos de uso: no tenían derechos propios. Sin embargo, la evolución ética de la sociedad humana considera ahora esto una aberración. Ahora concedemos valor a todos los seres humanos, independientemente de su raza, origen socioeconómico o raíces culturales.

Cada día es mayor el número de ciudadanos que partiendo de las evidencias científicas apoyan una valoración ética de los embriones humanos, en todas sus fases independientemente del tamaño o estadio de desarrollo. La ampliación de derechos tan cacareada por el progresismo de izquierdas debería empezar por el reconocimiento de la dignidad y el valor de cada vida humana, independientemente de que se encuentre en su estadio naciente. Europa que se enorgullece de haber suprimido la silla eléctrica y cualquier otra forma de pena de muerte debiera hacer esta misma reflexión y avanzar decididamente hacia el reconocimiento del derecho a vivir intrínseco a cada uno de nuestros congéneres en gestación y por tanto progresar en la erradicación del aborto y no en su liberalización. No hay nada más progresista que proteger al más débil, tan débil que ni siquiera puede expresarse por sí mismo. Lo verdaderamente progresista en este s. XXI es defender la de vida humana  en todos sus estadios y en toda su amplitud, la de los nacidos y también la de los no nacidos.

En suma, en un futuro muy próximo, el conjunto de la sociedad valorará como una aberración el aborto, y se preguntará por qué los hombres del s. XX y XXI lo admitieron, como nosotros nos preguntamos ahora por los mecanismos que justificaron la aceptación social de la esclavitud.

Muchos países nos miran con atención. Podemos ser pioneros en la abolición del aborto. La nueva ley va a proteger a vidas humanas, y eso no puede ser más progresista. Va a proteger también a las mujeres que son víctimas del aborto y de la mentalidad de una época que prefiere obviarlo y mirar para otro lado. La superación del aborto debe conllevar cambios “radicales” en la consideración social de la maternidad y el apoyo integral a la misma, con el consiguiente cambio en las prioridades del Estado y el desarrollo y potenciación de “estructuras de acogida”, a fin de conseguir que ningún congénere nuestro en gestación sea “descartado” como consecuencia de las prioridades y la mentalidad egocéntrica de una época que nosotros mismos hemos creado. Para ello necesitamos la colaboración de todos.

Al igual que un grupo de hombres y mujeres valientes lucharon contra la sociedad del momento para abolir la esclavitud, hoy también son muchos los que dedican sus esfuerzos en favor de la defensa del no nacido.

Y es que, como dijo Bernard Nathanson, el llamado Rey del aborto, “La humanidad hoy se arrepiente de la esclavitud de ayer y pronto se avergonzará del crimen del aborto”.

Elaboración a partir de recursos y materiales diversos


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