Las leyes biosociales del amor
Poderoso caballero es don «amor»
El amor es una de las energías más constructivas y destructivas a la vez en la especie humana.
Es un error sospechar o sostener que el dinero, el capital o la economía es la energía más importante de cuantas rigen el curso de la humanidad.
En el panorama del amor nos encontramos con una espesa, fascinante y desconocida selva del amor en sus diversas formas, grados y colores. Vamos a desvelar las «leyes biosociales del amor». Pero ¿no es el amor algo libre? ¿No hablamos todos, todos los días, de amor libre? ¿Pretende usted poner cadenas al amor? ¿Se puede hablar de amor, si el amor no es totalmente libre?»
El poder del amor es un poder específico, una energía única e irremplazable. Lo que puede hacer un ser humano movido por amor, no lo haría nunca impulsado por dinero o por un fusil. Poderoso caballero es don amor.
El amor es un mecanismo biosocial como tantos otros que funciona automáticamente, obedeciendo rigurosamente un código de leyes precisas, rígidas, inamovibles, totalmente independientes de la conciencia y libre voluntad del individuo.
«Intentar definir el amor es intentar poner puertas al campo.» «Nunca podremos definir el amor. Cada vez que lo intentemos, se nos escurrirá como una anguila.» Se dicen y escriben este tipo de frases. Se supone que el amor es algo demasiado complejo o demasiado elemental para poder apresarlo en las redes científicas del conocimiento.
El amor no es nada libre.
En efecto, el amor, que es percibido con toda pureza en el receptor cerebral, es decir, conocido o captado con toda precisión por las computadoras biosociales del cerebro es un gran desconocido en el mundo de la conciencia clara, refleja y científica. Sin embargo, mientras no demos con las claves fundamentales que nos lleven a descubrir las leyes biosociales que rigen el funcionamiento del amor, no habremos colocado los cimientos mismos de la sociología o antropología social. Seguiremos intentando construir empezando por el tejado o decorando las paredes del cuarto de estar antes de construirlas. «¿Ha dicho usted leyes biosociales del amor? Pero ¿no es el amor algo libre? ¿No hablamos todos, todos los días, de amor libre? ¿O es que también pretende usted poner cadenas al amor? ¿Se puede hablar de amor, si el amor no es totalmente libre?»
Aunque pueda parecer lo contrario, el amor es un mecanismo biosocial como tantos otros que hemos descubierto y analizado, que funciona automáticamente, obedeciendo rigurosamente un código de leyes precisas, rígidas, inamovibles, totalmente independientes de la conciencia y libre voluntad del individuo. Veremos cómo el ser humano está sometido al código biosocial de las leyes del amor, cómo está sometido al código de las leyes biorgánicas del hambre, de la sed, del sueño. El amor llega al cerebro a través de las rutas oculares, fónicas o táctiles y se instala como un huésped que no ha sido invitado o como un ladrón, cuando menos se espera. Puede entonces el ser humano descubrir su presencia e intentar despacharlo, pero no dispone de ningún medio eficaz para echarlo fuera.
El amor se rige por unos mecanismos poderosos que funcionan automática e independientemente de la libre voluntad del ser humano.
Como ocurre con otros mecanismos biosociales o biorgánicos, puede el ser humano luchar contra el mecanismo del amor que se ha instalado en su cerebro. Aquí radica una de las características del único animal que puede desobedecer la ley del hambre hasta morir de ayuno o de exceso. Puede un ser humano luchar contra los mecanismos poderosos del amor que le solicita acciones muy concretas, ganando o perdiendo este juego, como ocurre en cualquier juego. Pero ya el verbo luchar nos delata la existencia y fuerza de unos mecanismos poderosos que funcionan automática e independientemente de la libre voluntad del ser humano que sufre sus ataques, sus monsergas, sus promesas, sus torturas y sus chantajes.
En un orden existencial de cosas el amor no es nada libre. Nos hemos encontrado con grandes sorpresas como la que acabamos de citar, al explorar la espesa, fascinante y desconocida selva del amor en sus diversas formas, grados y colores. Desde una perspectiva científica, hemos descubierto, en efecto, un jardín variado de diversas plantas y flores de muy diverso tamaño, diseño y colorido. No solamente difiere el amor, como veremos, en grado o cantidad, sino en calidad o especificidad ¿Á quién quieres más: al papa o a la mamá?», se suele a veces preguntar al niño pequeño. En esta pregunta se hace alusión a un aspecto del amor: la intensidad, grados o cantidad. Pero a veces la cantidad puede ocultarnos otra cara importante del amor: la diversa calidad, especificidad o naturaleza, «¿A quién amas más: a tu esposa o a tu madre». Éste tipo de preguntas es en parte tan incorrecto o incompleto como este otro: ¿qué te gusta más: la paella o la Novena de Beethoven? Se cae con frecuencia en la falacia de confundir la intensidad del amor con las diversas calidades que existen del mismo. El amor del varón a la hembra es específicamente distinto del de la hembra al varón y ambos sustancialmente diversos del amor de la madre al hijo o del amor del hijo a la madre. (…)
El amor une, pero también divide: el amor es una de las energías más constructivas y destructivas a la vez en la especie humana.
No minusvaloramos las diversas intensidades o grados que puedan darse en el amor. Descubriremos las leyes biosociales que rigen las diversas intensidades, con sus ritmos de crecimiento y descenso empíricamente medibles. Nuestra excursión científica por la selva del amor nos ha deparado sorpresa tras sorpresa y nos ha obligado a deshacernos de múltiples errores, dogmas falsos, verdades parciales, o formulaciones incorrectas. Una de las sorpresas, no la menor, es el habernos percatado de algo que puede parecer contradictorio: el amor divide. El amor, en efecto, no solamente une con fuerza poderosísima a los seres humanos, sino que al mismo tiempo que los une, los divide, los enfrenta y los empuja a torturarse, a odiarse, a destruirse. El amor más tierno y más profundo de un ser humano por otro ser humano le empuja con increíble poder a empuñar un revólver para matar a otro ser humano. El amor es una de las energías más constructivas y destructivas a la vez en la especie humana. «Poderoso caballero es don dinero», dijo Quevedo, quedando esta sentencia como una de las frases más ingeniosas acuñadas por este escritor. Y también don fusil es muy poderoso. (…)
Pero hay otro caballero no menos poderoso que los anteriores, aunque sea un caballero invisible: don amor. Este caballero puede someter a los dos anteriores, aunque parezca mentira. Se pueden convertir y se convierten don dinero y don fusil, pese a toda su arrogancia, en humildes y sumisos esclavos de don amor. En cambio ni don dinero puede hacer nada para conseguir una migaja de amor (solamente de oropel o amor-ficción), y tampoco don fusil puede plantarse ante una joven millonaria de encantos físicos y decirle: «El amor o la vida.» No puede el fusil arrebatar una pequeña moneda de amor de esta joven supermillonaria en belleza. Queremos con este ejemplo simplemente apuntar un tema: el poder específico que contiene el amor como energía biosocial.
Una vez más es cometer un error —por desgracia error que circula como moneda en curso en ciertos ambientes de gran polución científica— el sospechar o sostener que el dinero, el capital o la economía es la energía más importante de cuantas rigen el curso de la humanidad. No se trata sólo del más, de cantidad o grados. Cada una de estas energías — dinero, potencial militar o amor— tiene sus propios recursos, su propia esfera o campo de energía. No se puede comprar con amor lechugas, ni liquidar una letra de banco con cariño. La economía se rige por sus propias leyes y conlleva su propia dosis de poder, única e irremplazable. (…)
Cada juego tiene su propio terreno, sus propios jugadores, sus propias reglas (y hasta trampas) de juego, su propio campo de energía. El amor es una energía que difiere de otras no sólo en grados (más), sino en especificidad. El poder del amor es un poder específico, una energía única e irremplazable. Lo que puede hacer un ser humano movido por amor, no lo haría nunca impulsado por dinero o por un fusil. Poderoso caballero es don amor.
J. A. JAUREGUI: Las leyes biosociales del amor
Ver también la sección: L’AMOR, L’ESTIMACIÓ, UNA EXPERIENCIA PRIMORDIAL