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La escucha que serena el corazón humano

Tenemos necesidades existenciales y otras que nos son esenciales. Necesitamos ser escuchados, atendidos, comprendidos, percibidos, entendidos... «Ser escuchados» y comprendidos es un deseo, una aspiración, un anhelo, una necesidad de todo ser humano. «Saber escuchar» una capacidad, una aptitud, una competencia no por todos alcanzada y dominada adecuadamente... La puerta de acceso al pasadizo que nos puede conducir hacia una verdadera escucha atenta, hacia una «empatía» más plena. Empatizar con el otro, intuir la vivencia del otro, vivir en lo íntimo de uno mismo el sentir del otro, una voluntad, un don, una gracia, un regalo, un obsequio... La empatía, esa capacidad de sentir en uno mismo lo que experimenta, vive en su interior el otro, una vivencia singular típicamente humana... La capacidad de empatizar con el otro, proporcional al grado de humanización alcanzado por un ser humano, conseguida, lograda por un individuo. El grado o nivel de «humanidad» alcanzada por cada individuo es el resultado de la combinación de un desarrollo personal, intelectual y moral, así como la comprensión de lo que significa «existir»: una constante búsqueda de respuestas a las preguntas fundamentales de la existencia. La «escucha» del otro, una noble labor, una digna tarea, una práctica auténticamente humanizadora y humanizante a elaborar personal y esforzadamente para procurar convertirla en «hábito»...

El «ser comprendidos y tener la sensación de que existimos en la mente y el corazón de otra persona que nos quiere, nos cuida, sintoniza con nosotros y muestra autocontrol» es lo que nos brinda la oportunidad de ser conocidos como personas (no como objetos), es decir, como seres cuya conducta expresa el sentido de sus sentimientos, sus intenciones y las creencias que subyacen a su individualidad. (Diana Fosha )

 

Por Nieves García, colaboradora de la antigua web «Mujer Nueva»

Alguien de mi familia conoció un día a Ramón Vázquez, un vendedor ambulante de patatas fritas, que siempre tiene gente en su puesto, no sólo para comprar, sino para contarle algo de su vida, pedirle un consejo,… Ramón Vázquez solo estudió hasta 4º de primaria, y de psicología no sabe nada. En su pueblo natal y en los alrededores, es famoso el puesto de papas del que siempre sales feliz. Yo también fui al puesto de “Papas Vázquez” para conocer a este buen hombre. Hablando con él, le pregunté por qué venía tanta gente a verle, y con una sonrisa me dijo: “La gente sólo necesita ser escuchada”. Es cierto, le dije pero -¿Cómo aprendió usted? Miró hacia atrás, y señalando con cariño a una mujer canosa que estaba pelando patatas, me dijo: “Ella me enseñó hace muchos años. Es mi esposa, la adoro y… es sordomuda”. Ramón aprendió a escuchar a los demás gracias al amor a una mujer que no podía hablar. Descubrió que un ser humano, todo él, es un mensaje vivo.

Decir ser humano es sinónimo de “ser que comunica y que expresa”. Todo en él lo muestra como alguien “para otro” porque para que se dé comunicación real es necesaria la presencia de un emisor y… de un receptor. En el hombre y en la mujer, todo en ellos es expresión de ellos mismos. Su mismo cuerpo, sus ojos, sus gestos, sus movimientos… los expresan como a seres inteligentes, libres, a veces angustiados, llenos de sueños y proyectos, creativos, en ocasiones crueles, y a menudo inseguros.

¿Qué sucede cuando un mensaje no es escuchado? En nuestro mundo hay mucho ruido, muchas palabras, poco silencio y menos escucha. Nunca como ahora los medios de comunicación han sido tan efectivos y variados, y paradójicamente, nunca como ahora el ser humano, en la sociedad occidental al menos, ha experimentado tantos problemas de soledad y aislamiento. Falta escucha real.

Los índices de violencia siguen creciendo de forma alarmante: violencia contra la mujer, contra el hombre, contra los niños. Se calcula que ya llega a 800.000 el número de niños en el mundo obligados a ser soldados, y entrenados para matar. El ciudadano de a pie, que sólo participa en política cuando llegan las elecciones, y constantemente es bombardeado a través de la prensa y la TV con noticias de muerte y violencia de unos contra otros, se suele sentir impotente ante esta situación. Quisiera “hacer algo”, pero ¿qué?

La violencia es como el agua que baja por una montaña. Inicia siendo un pequeño arroyuelo, pero a medida que encuentra pendientes, va tomando más vuelo, hasta convertirse en un río, cuya fuerza de arrastre es inmensa. El torrente es más fácil de detener cuando se pone un pequeño dique, en el momento del nacimiento. Lo mismo sucede con la violencia. ¡Cuántos conflictos que acabaron en sangre se habrían evitado si hubiera habido un esfuerzo real por entablar un primer diálogo! Y para que haya diálogo, hay que iniciar por educar al ser humano, en una actitud más simple aún: hay que aprender a escuchar. Este puede ser un pequeño dique… que evite cascadas de dolor.

Esto sí lo puede hacer cualquier ciudadano de a pie, ¿no? Cuando uno es escuchado, de verdad, se serena. Así como dicen que la música amansa a las fieras, la escucha apacigua el corazón humano, principio de todo brote de violencia. A escuchar, hay que aprender.

¿Cómo aprender a escuchar a los otros? Primero es quererlo, pero dando por supuesto este deseo, se pueden dar algunos consejos sencillos:

1. Creer que el otro puede decirme algo que me interesa, y me interesa mucho. “Mi existencia sin ti está vacía; quédate conmigo, háblame sin palabras, háblame siendo sencillamente, tú”.

2. Buscar al otro, darle tiempo y tiempo de calidad. Darle espacio en la agenda de mi corazón, y después transmitirle con serenidad este mensaje: “Tengo todo el tiempo del mundo para ti; no hay prisas, yo quiero estar contigo”. Quizás no hace falta que se lo diga: mi postura, el gesto de mi rostro; todo le da a entender que estoy feliz de tener tiempo para él.

3. Mirar al otro con gratitud sincera. Es una mirada que lo acoge como es, sin exigirle inicialmente nada, para que pueda entrar a formar parte de mi vida en este momento. Mirada que comprende, no juzga, y da a entender que “me digas lo que me digas, para mí es importante, porqué lo es para ti”.

4. Preguntar con interés sincero, llegando a sentir, por la respuesta, mucho más que una inicial curiosidad, sino verdadera preocupación. Preguntarle con afecto e inteligencia, viviendo interiormente su drama, su alegría, su ilusión o su pesar.

5. Dar confianza y ayudar a que el otro exprese sus sentimientos, sin vergüenza, con la certeza de no ser juzgado: expresar el miedo, la inseguridad, la secreta ilusión… ¡Cuántas veces esos sentimientos alimentan el alma como un globo de gas que llega a explotar en forma de agresión casi inconsciente!

6. Valorar al otro en su totalidad: su persona, sus respuestas, sus ideas fantásticas, su forma de ver la vida distinta a la mía, sus decisiones, sus gustos originales… Nunca llegará a ser mi enemigo, quien tanto valoro y admiro. La admiración nace de la mirada limpia que descubre lo bueno, lo bello, lo humano del otro y es capaz de… asombrarse.

7. Agradecer, agradecer; agradecer la oportunidad de escuchar, de enriquecerme con lo que se me dice. Y hacerlo de corazón. El agradecimiento se conquista desde la humildad. Sólo quien se conoce, es capaz de admirar al otro, y valorarlo en su justa medida.

¿Por qué no empezamos a escuchar, hoy y ahora, a quienes comparten ya mi camino en la vida? Quizás mi marido, hombre de pocas palabras, o mi mujer que no deja de hablar, o a mi hijo adolescente que parece que odia al mundo entero… Un poco de escucha hoy, puede invitar al otro a hacer también él, una opción por la escucha. Cuando se escucha al otro se da el primer paso para amarle; y cuando se ama a alguien ¡Que a gusto se le escucha!

Fuente: Nieves García. Mujer Nueva

Ver también la sección: COMUNICACIÓ I MITJANS DE COMUN.


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