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El apego o cómo llegamos a ser como somos

Las bases para una sociedad sana se empiezan a establecer a través de una buena crianza de los hijos.

El estudio del apego, de los vínculos humanos, de las relaciones entre padres e hijos nos arroja una gran luz sobre cómo llegamos a ser quiénes somos.

El apego contribuye a la supervivencia física y psíquica del sujeto, generando seguridad y facilitando el conocimiento del mundo.

Las bases para una sociedad sana se empiezan a establecer a través de una buena crianza de los hijos. Como padres conviene conocer algunos extremos en relación con la gestación y crianza de nuestros hijos. El vínculo materno, un vínculo antropológicamente irrenunciable. El apego es fundamental para sobrevivir física y emocionalmente. Ya en el vientre materno establecemos un fuerte, intenso, poderoso vínculo bio-psico-emocional con nuestra madre. Nacemos necesitados, débiles y vulnerables. Nos sentimos solos, desamparados y buscamos protección y seguridad.

La comunicación entre un bebé y su figura de apego es esencialmente emocional. El apego es una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos individuos, por medio de sus interacciones recíprocas…. El apego es un vínculo afectivo que se extiende en el tiempo y tiene dos funciones básicas: una función biológica, que es obtener protección para asegurar la supervivencia, y la otra de carácter más psicológico, la de adquirir seguridad emocional. Su quiebra o deterioro puede acarrear consecuencias nefastas para el sano desarrollo psico-emocional del neonato.

Todos hablan de dejarles un mejor planeta a nuestros hijos. ¿Por qué nadie intenta dejar mejores hijos al planeta?

Las bases para una sociedad sana se empiezan a establecer a través de una buena crianza de los hijos. Hay muchos autores, escuelas y teorías psicológicas que han puesto la relación madre-niño como centro focal para la comprensión de la constitución y orientación del psiquismo humano. El vínculo materno: un vínculo antropológicamente irrenunciable. La historia de cada uno de nosotros se inicia en el seno de un vientre materno. Nuestra historia estará inextricablemente relacionada con esa mujer que nos ha dado la vida. El vínculo primordial entre una madre y su hijo se comienza a establecer durante la gestación. Todo apego requiere de una interacción con los padres, eso quiere decir que esta interacción está mediada al mismo tiempo por la historia vivida por ellos. La propia historia de los padres termina por definir las formas de interacción con el bebé, que a su vez definen su comportamiento. Tenemos una historia incluso antes de nacer, que se transmite biológicamente por primera vez al feto durante su vida intrauterina. En nuestros primeros años de vida los afectos son el principal «medio de comunicación» que tenemos. A lo largo de todo el embarazo se va estableciendo un vínculo bio-psico-afectivo entre madre e hijo: un vínculo de naturaleza primaria que perdura tras el parto y cuya quiebra por las causas que sean puede acarrear consecuencias graves para el futuro desarrollo del recién nacido. El intercambio de los afectos es «el único medio de comunicación que tenemos» en nuestros primeros años de vida. Desde el principio de la vida, los afectos son el medio y el tema primordiales de la comunicación. El apego contribuye a la supervivencia física y psíquica del sujeto generando seguridad y facilitando el conocimiento del mundo. Son los vínculos auténticos de la primera infancia los que en esencia nos conforman. Su estudio nos ayuda a comprender por qué esta relación es tan importante y clave para un desarrollo equilibrado y sano y para nuestra futura salud mental. El niño va conformando modelos de representación internos que estructuran su vínculo con el mundo y con los otros.

Los vínculos que establecemos, el núcleo en torno al cual gira la vida de una persona

El apego es una necesidad humana básica enraizada en la biología evolutiva y que perdura a lo largo de toda la vida. El apego que sentimos por otros seres humanos está en el centro del desarrollo humano. Los vínculos que establecemos con otros seres humanos son el núcleo en torno al cual gira la vida de una persona.  El centro de nuestra vida, de la cuna a la tumba, está en los íntimos apegos. Los vínculos que establecemos en la primera infancia son los que primordialmente nos conforman.

La relación que se establece entre un bebé y su principal cuidador es clave para su desarrollo físico, emocional e intelectual. El apego es fundamental para sobrevivir física y emocionalmente. La figura de apego actúa como una base que proporciona al niño seguridad para la exploración del mundo físico y social. La relación que el niño establece con la madre tiene una funcionalidad psicobiológica que es la de procurar al niño el cuidado y protección que necesita para sobrevivir y desarrollarse.

El «apego» es una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se desarrolla y consolida entre dos individuos, por medio de sus interacciones recíprocas, y cuyo objetivo inmediato es la búsqueda y mantenimiento de proximidad especialmente en momentos de amenaza, ya que esto proporciona seguridad, consuelo y protección.

Conviene diferenciar entre la conducta de apego y el vínculo de apego. El vínculo de apego es el lazo afectivo por las personas que tienen una significación especial en su vida. Decir que un niño o una persona tiene apego a alguien significa que está absolutamente dispuesto a buscar la proximidad y el contacto con ese individuo, sobre todo ante la sensación de inseguridad. Por otra parte, la conducta de apego se refiere a cualquiera de las diversas formas de conducta que tiene como resultado el logro o la conservación de la proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo. Los niños necesitan sentirse seguros, protegidos y cuidados por sus adultos de referencia. Desde el punto de vista emocional, el apego surge cuando se está seguro de que la otra persona estará ahí incondicionalmente, lo que facilita que aparezcan la empatía, la comunicación emocional y hasta el amor entre estas personas. Una madre, padre o cuidador que es poco receptivo o indiferente a las demandas y necesidades del pequeño puede alimentar la aparición de dificultades sociales, emocionales o de comportamiento, que pueden afectar al desarrollo físico y emocional de ese pequeño. La importancia del apego radica, pues, en cuánto amor recibe el bebé durante sus primeros años de vida, tiempo en que se desarrolla su seguridad emocional. Su quiebra o deterioro puede acarrear consecuencias nefastas para un sano desarrollo psico-emocional del neonato.

Son sobre todo los primeros vínculos los que determinan nuestra actitud hacia nuestros futuros lazos afectivos. A partir de la respuesta de los padres, y más tarde de otras personas significativas, a estas necesidades, todos y cada uno de nosotros iremos construyendo representaciones internas de los demás y de nosotros mismos. Y serán estos "modelos de funcionamiento interno", los que nos harán reaccionar con un determinado patrón, que habremos interiorizado, ante las experiencias emocionales que la vida nos vaya deparando. En suma, podemos decir que el tipo de apego que se genera en la infancia cuenta en numerosas de las decisiones que se toman en la juventud. Existe una memoria corporal o impronta, que a diferencia del aprendizaje, no puede ser olvidada. Esta impronta determina en buena parte los modos de relación afectiva de la juventud y la adultez. No hay amor a primera vista y aun menos amor fruto del azar. La manera como se han establecido las relaciones entre el bebé y sus parientes son nuestro pasado más futuro. Si nuestros primeros vínculos han sido problemáticos, el restablecimiento de unas relaciones posteriores auténticas puede ofrecernos otra oportunidad para vincularnos saludablemente, y quizás el potencial de amar, sentir y reflexionar con la libertad que surge de un apego seguro.

Salida a situaciones límite

Freud pensaba que los gérmenes del sufrimiento surgido en la edad adulta habían sido sembrados durante la infancia.

En ocasiones las personas nos podemos encontrar con situaciones altamente estresantes, desgarradoras, en ocasiones incluso traumáticas, por las cuales nos sentimos sobrepasados y desbordados, sin saber por dónde salir, afrontar o asimilar. Son situaciones que hacen mella, dejan marca, heridas que pueden permanecer en el tiempo. Situaciones que pueden dejar posteriormente una profunda herida a consecuencia de los desgarros de la infancia. Estas situaciones pueden llegar incluso a cambiar la forma en que esas personas conciben el mundo y el lugar que ocupan en él. Condicionan lo que sienten acerca de la familia y los amigos, y el modo en que confían, aman y se protegen a sí mismos.

Estas situaciones son difíciles de soportar. Y afrontarlas y superarlas solos resulta casi imposible debido a su complejidad. Esas situaciones han hecho añicos la personalidad anterior, y cuando nadie reúne los pedazos para frenar su dispersión, el sujeto queda muerto o no vuelve bien a la vida. Pero siempre es posible aprender a vivir... volver a aprender a hacerlo si se ha estado muerto o casi muerto. Hay personas dispuestas a abrirse con la finalidad de superar situaciones tan difíciles. A otras muchas les resulta aterrador afrontarlo. También están quienes evitan su pasado, eludiendo durante años afrontar la situación. Si esas experiencias dolorosas proceden de un deterioro o una quiebra de esas relaciones, la recuperación también depende de ellas. En nuestra vida hay relaciones que nos hieren y duelen, pero también las hay que nos ayudan y curan. Afrontar ese tipo de situaciones, de manera deliberada y sincera, no es fácil de llevar a cabo si no es en el contexto de una relación de ayuda. Las personas que no reciben ayuda arrastran esa dolorosa carga durante toda su vida. ¿Cómo hacerse cargo del proceso de sanación, recuperar una sensación de seguridad y encontrar la salida al atolladero del sufrimiento? Toda persona que se encuentra dentro de situaciones como estas está obligado a asumir un cambio, de lo contrario permanece muerto. Se trata de volver a tejer los primeros puntos del vínculo maltrecho, desgarrado. Las investigaciones indican que cuando las personas abordan esas situaciones, se sienten mucho mejor.

Enumeremos algunas de esas situaciones y algunos de los factores que pueden contribuir a superar tales circunstancias: El afecto es un ingrediente esencial de nuestra naturaleza humana. El afecto es un alimento básico que anonada a quienes se ven privados de él. La falta de afecto desespera y mata el sentido que ha de tener la vida. El descalabro provocado por la ausencia de afecto: una pérdida de soporte afectivo lleva al niño en esas circunstancias a abandonar la vida, a dejarse morir porque no tiene a nadie por quien vivir. Otorgándoles el cariño necesario la actividad de estos niños se reanuda con rapidez, se vuelven alegres, festivos, vitales…

Cuando se llega a la edad de emparejarse, uno se presenta tal como le gustaría ser, pero el compromiso se realiza con lo que se es, con el estilo afectivo que nos es propio y con nuestra historia pasada. Sólo se había atrevido a intentar la aventura de la vida en pareja porque unos cuantos años antes había recobrado la esperanza. Fue su primer amor lo que le dio confianza y lo que metamorfoseó su sufrimiento mudo, fue el estilo afectivo de su pareja lo que le adiestró en su nueva forma de amar. Su pareja actuó como tutor de resiliencia al colmar el mundo íntimo de ella. Cuando el individuo se ve sostenido por el afecto de las personas que están cerca de él consigue retomar un tipo de desarrollo más sano.

La vía que sigue cada individuo en el curso de su desarrollo, y su grado de resiliencia frente a los acontecimientos estresantes de la vida, se hallan sólidamente determinados por la estructura de la vinculación que haya desarrollado en el transcurso de sus primeros años.

Algunos hallazgos esenciales relacionados con la centralidad de los vínculos de apego

  • El apego es un imperativo biológico evolutivo (tiene sus orígenes en una necesidad evolutiva: el vínculo de apago con el cuidador, con los cuidadores, es de vital importancia para la supervivencia y el desarrollo físico y emocional del bebé).
  • El bebé debe aprender a adaptarse al cuidador (función adaptativa de las conductas de apego)
  • El cuidador debe excluir cualquier conducta que amenace el vínculo de apego.
  • Es fundamental la sensibilidad de la figura de apego ante las señales del bebé y la sincronización de sus intervenciones en relación a éstas.
  • Las iniciativas de contacto del bebé deben llevar a respuestas de la madre previsibles y coherentes con sus necesidades.
  • Lo que determina la seguridad o inseguridad del bebé y su actitud ante sus propios sentimientos es sobre todo la calidad de la comunicación no verbal que se es capaz de establecer entre el pequeño y la figura de apego.
  • La manera en la que esas interacciones no verbales tempranas se registran en el bebé como representaciones mentales y normas para procesar la información influye en el grado de libertad con que después el niño, el adolescente y el adulto es capaz de pensar, sentir, recordar y actuar.
  • Los modelos adoptados en nuestros primeros vínculos se reflejan después no sólo en nuestros hábitos a la hora de sentir y pensar, sino también en nuestra manera de relacionarnos con los demás.

Ver también la sección: EDUCACIÓ FAMILIAR


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