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Formación para el amor (2)

El amor y el encuentro

Qué es el ser humano y cuáles son las condiciones que ha de cumplir para desarrollarse plenamente. La ciencia, la Ética pueden facilitarnos cómo ha de ser la conducta del hombre que quiera desarrollarse de forma cabal.

¿Qué es, pues, el encuentro? Se trata de un acontecimiento que nos constituye como personas y nos lleva a nuestro pleno desarrollo. Todos procedemos de un encuentro personal, y estamos llamados a fundar otros encuentros. Nada más importante en nuestra vida que el encuentro.

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Amar, ser amad@, es un don y un anhelo de todas las personas.

Hoy en día el tema del amor está desfigurado por mil malentendidos y pre­juicios (ciertas interpretaciones actuales del amor, lo reducen a mero erotismo)

  • La cuestión es fundamental, compromete lo más hondo de cada persona.
  • Es insensato dejar al azar la formación de niños, jóvenes y adultos en cuestión tan decisiva.
  • Formar a una persona significa entusiasmarla con los grandes valores.
  • Se presentan el altísimo valor del amor humano, bien entendido… las líneas maestras de lo que entiende actualmente por amor humano la mejor investigación antropológica y ética.
  • No basta una mera información sobre el tema. Se requiere toda una «formación para el amor».
  • Para conceder a nuestra existencia la dignidad que le corresponde, debemos vivir la vida del «amor» con autenticidad.
  • Para ello de­bemos consagrar tiempo y esfuerzo a reflexionar en qué consiste el amor verdadero, qué exigencias plantea al hombre, qué relación tiene con los modos más elevados de libertad y con el valor que cada uno de nosotros consideramos como el «ideal», el más importante de nuestra existencia.

El modo óptimo de solucionar los problemas causados por una defectuosa concepción del amor es conocer a fondo qué es el ser humano y cuáles son las condiciones que ha de cumplir para desarrollarse plenamente. El amor es un aspecto de la vida del hombre. Cuanto mejor conozcamos al hombre, más hondamente penetraremos en lo que es el amor, lo que implica, lo que exige, los riesgos que entraña, los frutos que reporta, los horizontes que abre.

Pero ¿cómo conocer al hombre, cómo penetrar en lo que somos cada uno de nosotros? Sobre la vida humana existen mil teorías, distintas y a veces encontradas. Mira a tu alrededor, y verás multitud de opiniones que se hacen valer, que quieren arrogarse la primacía e imponerse. ¿Es posible orientarse debidamente en medio de este torbellino de pareceres y corrientes?

La investigación científica, punto neutral de partida. Hay una vía segura para ponernos todos de acuerdo en una cuestión básica que sirva de punto de partida para un entendimiento: atenernos a lo que nos enseña la ciencia actual más cualificada. La ciencia, la Ética pueden facilitarnos datos básicos sobre el ser humano que nos permitan inducir cómo ha de ser la conducta del hombre que quiera desarrollarse de forma cabal.

El hombre, «ser de encuentro»

La Biología actual más cualificada nos enseña que el hombre es un «ser de encuentro». El hombre nace prematuramente, un año antes de lo que debiera si sus sistemas inmunológicos, enzimáticos y neurológicos hubieran de estar relativamente maduros. Incluso los que nacimos a los nueve meses nacimos muy a medio gestar, en estado de inmadurez. El Creador ha querido este adelanto para que el recién nacido acabe de troquelar su ser fisiológico y psicológico en relación a su entorno.

El entorno del bebé es, en primer lugar, su madre o quien haga sus veces. Luego el padre, los hermanos mayores, el hogar. Aquí descubrimos el alto valor de la relación, que no es un vínculo consecutivo a la formación del ser humano, sino constitutivo. No es que yo exista y luego me relacione. Si no me relaciono, no existo como persona, no me constituyo como ser humano cabal.

Según sea la calidad y cantidad de estos encuentros, así será el desarrollo de quien los realiza.

Los biólogos subrayan hoy, sobre la base de numerosas investigaciones, que entre la madre y el niño debe fundarse una «urdimbre afectiva», un campo de tutela y acogimiento. Por eso recomiendan a las madres que, a ser posible, amamanten de por sí a los hijos y los cuiden. Limpiar a un bebé no es sólo adecentarlo; es sobre todo acogerlo. Amamantar a un niño no se reduce a alimentarlo; supone la fundación de un ámbito de ternura. Ese ámbito es fundamental para todo el desarrollo ulterior de este ser humano. Estamos ante el primer encuentro que funda el niño en su vida, el protoencuentro, el primero y primario, el modélico.

A su ejemplo y con su impulso fundará el niño más tarde otras formas de encuentro: encuentro con el paisaje, con el pueblo, el lenguaje, los compañeros de colegio, la tradición familiar, las obras culturales, los valores de todo orden... Según sea la calidad y cantidad de estos encuentros, así será el desarrollo de quien los realiza. Si no puede encontrarse con nada ni con nadie, el niño verá frenado su desarrollo personal, se asfixiará espiritualmente y quedará destruido como persona.

¿Qué es el encuentro?  

Pero ¿qué es en rigor el «encuentro» para revestir tal importancia en la constitución, desarrollo y perfección del hombre? A veces decimos: «Iba por la calle y encontré a un amigo». Queremos decir que lo vimos, lo saludamos, conversamos un rato. Pero ¿podemos afirmar que nos encontramos con él? No. El encuentro no se reduce a ver, saludar y conversar. Cuando viajamos apiñados en un autobús, nos hallamos muy cerca unos de otros, pero no nos encontramos. No tendría sentido que yo le dijera a quien me va incrustando el codo en el hígado: «Oiga, le voy a hacer una confidencia». Sin duda me diría que me la guardara para mí, pues no tenemos intimidad. Yo podría añadir: «Pero estamos tan cerquita...». Sí lo estamos, incluso demasiado, pero esta cercanía no supone intimidad ni la engendra, antes, al contrario; suscita aversión. Todos estamos deseando que se vayan quienes nos rodean. La extrema vecindad no es de por sí encuentro. Menos lo es el choque, que por algo tiene un nombre distinto: encontronazo.

¿Qué es, pues, el encuentro? Mucho nos va en saberlo, porque se trata de un acontecimiento que nos constituye como personas y nos lleva a pleno desarrollo. Todos procedemos de un encuentro personal, y estamos llamados a fundar otros encuentros. Nada más importante en nuestra vida que el encuentro, pero apenas hay quien se detenga a precisar qué es el encuentro, visto con rigor.

El encuentro es el entreveramiento de dos realidades que se enriquecen mutuamente.

El encuentro es el entreveramiento de dos realidades que se enriquecen mutuamente. Yo tengo unas posibilidades de explicar una cuestión. Y tú otras. Yo te ofrezco las mías y tú a mí las tuyas. Ambos las recibimos activamente y creamos un diálogo. Este diálogo es un encuentro. Tú y yo nos ensamblamos para dar lugar a algo nuevo: un intercambio de opiniones, de ideas y sentimientos; la clarificación de un asunto; tal vez el incremento de nuestra amistad. Este diálogo es algo nuevo y fecundo que ha surgido por el ensamblamiento de nuestros ámbitos de vida. Y digo ámbitos, porque tú y yo no somos meros objetos; somos mucho más: somos «ámbitos», realidades dotadas de poder de iniciativa. Podemos iniciar un diálogo y comunicar nuestras ideas a los demás y recibir las que ellos nos transmitan.

La persona como «ámbito» de encuentro

El hombre abarca mucho más campo que el delimitado por su cuerpo. Éste puede ser medido, pesado, analizado científicamente. La persona como tal no se reduce a los límites del cuerpo; abarca mucho campo: influye sobre otras y es influido por ellas, retiene el pasado y proyecta el futuro, sobrevuela los acontecimientos y penetra en su sentido... Grabemos bien esta idea: el hombre, por ser persona, constituye un campo de realidad, un «ámbito». Es corpóreo, y debido a ello su actividad está circunscrita a ciertos límites. Pero, al ser espiritual, puede llegar mucho más allá que los límites corporales.

La vida humana se va enriqueciendo a medida que aprendemos a ver las personas e incluso a muchos objetos como «ámbitos» de encuentro.

El cuerpo humano tiene las mismas condiciones que los objetos: puede ser localizado, medido, pesado, tocado, analizado científicamente. Pero no se reduce a objeto, porque forma parte viva de la persona. El cuerpo es expresión de la persona entera. Te digo una broma y te sonríes. En esa sonrisa percibo toda tu persona que me mira complaciente. No veo sólo el cuerpo; veo toda tu persona que me sonríe. En el cuerpo vibra la persona entera. Hoy ningún antropólogo lúcido afirma que primero conocemos el cuerpo y después inferimos que dentro de él se halla una intimidad espiritual. Cuerpo y espíritu forman una unidad y no pueden ser disociados. Por eso no es justo afirmar que el hombre «tiene» un cuerpo. El cuerpo no es un mero objeto y no puede ser objeto de posesión o disposición. El hombre es corpóreo al mismo tiempo y por la misma razón que es persona.

De todo lo dicho se deriva una idea decisiva: El encuentro surge entre «ámbitos», no entre objetos. Los objetos se yuxtaponen o chocan. No se encuentran. Sólo los «ámbitos» pueden entreverarse, ofrecerse posibilidades y recibir las que otros les ofrecen.

Otros «ámbitos» de encuentro

Este ofrecimiento pueden realizarlo las personas, pero también ciertas realidades que no son personas, pero tampoco meros objetos. Un piano como mueble es un objeto: puede ser medido, pesado, tocado, desplazado... En cuanto instrumento, ofrece al pianista posibilidades para crear formas musicales. Cuando se unen el piano como ámbito y el pianista como ámbito —campo de posibilidades de crear formas musicales—, se produce un encuentro, y el fruto del mismo es un ámbito nuevo: la obra musical interpretada. Igualmente, un barco es un objeto, pero también un ámbito: nos ofrece posibilidades de conversar, pasear, navegar, pescar... Lo mismo sucede con el mar, que nos ofrece posibilidades de navegar, nadar, pescar... Por eso cuando un barco se adentra por primera vez en el mar, se produce un choque, pero, en un nivel superior, acontece un encuentro. Consiguientemente, la botadura de un barco tiene un carácter simbólico y va seguida de un banquete.

Este descubrimiento de los ámbitos es magnífico porque nos abre la posibilidad de crear multitud de encuentros en nuestra vida, no sólo con personas, sino también con realidades no personales que superan la condición de meros objetos. Podemos decir que la vida humana se va enriqueciendo a medida que aprendemos a ver las personas e incluso a muchos objetos como «ámbitos». En cambio, la vida humana se empobrece cuando tendemos a considerar todos los seres como objetos, como medios para los propios fines. Atendamos a esta idea que nos va a dar mucha luz en la cuestión del amor.

Fuente: A. LOPEZ QUINTÁS: El amor humano

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Ver también la sección: L'AMOR, L'ESTIMACIÓ...


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